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Monday, November 28, 2016

Conversando conmigo

Me aburro y para superar el aburrimiento, - me digo - , nada mejor que empezar a aprender chino. Tal vez eso, el aprender chino, sea en los tiempos que corren lo más sensato que uno puede hacer. Conocer el lenguaje en que se expresa la armonía de los contrarios tiene su misterio por no decir magia ¿no creen? Y en efecto, ni siquiera en la primera clase quedo defraudada: cuatro tonalidades diferentes para pronunciar una gramática y sintaxis sorprendentemente simples. Sin embargo, a decir verdad mi última intención no es el dominio oral del idioma sino el de la escritura. Me gusta, en realidad me encanta, hablar y justo por ello escribo. La única manera de ejercitar el don de la palabra es escribiendo. Escuchar ¿quién tiene tiempo para ello? ¿A quién le importa? Hoy en día la gente está interesada única y exclusivamente en una cosa: el punto. Y tendrán que reconocer que entre “el punto” y el discurso racional verbalmente expresado hay un largo trecho. De hecho, a la mayoría le parece una distancia insalvable. Eso le pasa a la mayoría porque la mayoría suele desplazarse en algún transporte ya sea privado o público. Yo en cambio no conduzco salvo mi trasnochada o vetusta escoba, todo depende de quién y cómo la mire, y el viajar en autobús me parece – al contrario de lo que piensa el respetable resto del mundo- una gran pérdida de tiempo: hay que esperar, buscar sitio o ir de pie, permanecer en silencio y observar cómo unos pasajeros (los que se apean) son sustituidos por los nuevos que acaban de entrar. No. Para los carácteres gascones como el mío, el autobús, el metro, el tranvía y similares implican un engorroso deber del que no siempre podemos evadirnos pero del que intentamos escabullirmos siempre que podemos. Dos horas caminando resultan, en general, mucho más provechosas que veinte minutos pasados en cualquier medio de locomoción y esto no sólo para el cuerpo, sino también para el intelecto: andando se puede hablar más. Pero hoy en día ¿quién habla realmente? Palabras, aludes de palabras. Imágenes, cataratas de imágenes. Pero ¿hablar? ¿ver? No sé yo... Si no hay tiempo para deambular, imagínense ustedes para hablar. Hay tiempo, sí, para intercambiar información, para transmitir puntos, para canjear frases slogan; hay tiempo para criticar, para planear estrategias a corto ( o sea, rápido) plazo, para culpar al colega, para declararse inocente, para estipular un contrato... pero ¿para hablar? Para hablar, para elucubrar, para perder el tiempo en definiciones conceptuales, para análizar la incongruencia de las frases slogan, para estudiar la falacia, para eso no, no hay tiempo. Sólo hay que ver en qué estado de miseria se encuentra la Filosofía, la Cultura y el Arte. Sí. Antiguamente ambién los cuadros hablaban. Pero eso era antes. Ahora permanecen callados y en silencio. ¿Cómo van a poder decir algo si, expuestos como están en los museos, a la vista del público, apenas son registrados por todos esos que tras haber guardado cola pacientemente, a veces durante horas, desfilan desganadamente –con la entrada ya en la mano- sin tan apenas detenerse unos minutos por el temor a no disponer de bastante tiempo porque tras el museo todavía les aguardan otros planes, primero y porque, segundo, a partir del cuadro cuarenta (cincuenta a lo más) el ojo humano es incapaz de seguir registrando tanta estimulación pictórica y los espectadores empieza a comportarse como sonámbulos? Los cuadros no tienen tiempo para abrir la boca y cuando al fin lo consiguen con quienes se encuentran es con los “expertos”, con esos que a fuerza de mirarlos, contemplarlos, diseccionarlos, analizarlos, compararlos, terminan deformándolos y convirtiéndolos en algo que ellos, los cuadros, no eran al principio. Da igual lo que decidan los “expertos”. La verdad es que sus conclusiones rara vez tienen algo que ver con la intención primera del creador y menos aún con la idea última de la obra.  En la fiesta del arte democratizado, popularizado, masificado, o como ustedes quieran denominar el encuentro entre pueblo y cultura, los cuadros de los museos saludan o a sonámbulos bienintencionados o a expertos de buenos propósitos y de mejor voluntad. El único ausente, sin embargo, es el amante, el admirador. Ese que ama y mira sin juzgar ni penetrar el esqueleto, los nervios y músculos de los que su amada está constituida. Ese que, sencillamente, mira y con la mirada llega al alma, porque la mirada amante es la única a la que le ha sido otorgada la potestad de acceder a lo infinito.

En fin, supongo que por eso que no puedo hablar con nadie me divierto tanto “hablando-escribiendo” conmigo misma. De algún modo es como cuando uno juega al ajedrez sin más contrincante que él mismo. Lo único que puede esperarse es una partida emocionante. El competidor es su opuesto al tiempo que juez. Todo ello a la vez. Una tríada perfecta sólo y sólo si el competidor-contrincante-juez es perfectamente neutral al tiempo que perfectamente competitivo. La armonía de los contrarios. Por el contrario si ese equilibrio no se mantiene hasta el final y el jugador-juez toma partido por uno de los bandos, nos encontramos ante la tensión del arco y la lira y la posibilidad de ruptura es siempre inminente.
Un  juez que se juzga y se controla a sí mismo, siendo, simultáneamente, un sí mismo escindido en dos.  ¿No lo encuentran ustedes excitante?

Y es justamente China, el país de la armonía de los contrarios, el país que más quebraderos da a las religiones de este mundo y consecuentemente a la religión más universal de todas las religiones: la católica. Eso de que el gobierno nombre a los obispos no es algo que agrade al Vaticano mucho menos cuando se trata de sus obispos. Y a mí, curiosamente, esta actitud del gobierno chino me parece algo muy hobbesiano. ¿Para qué andar teniendo en casa tantos amos si con uno es más que suficiente? Eso dice Hobbes y a continuación le da al Estado, al Estado y no al Clero, la potestad política y religiosa. Demasiados señores no crean más que confusión, dice Hobbes. Lo que une China con Hobbes, es lo mismo que le separa de los mundos en los que gobiernan las élites religiosas. Porque en este los dos poderes -el estatal y el eclesiástico- se hacen uno, pero no, como en el caso anterior,  para ser ejercido por el Poder Político sino para ser regulado por la autoridad sacerdotal; lo cual, en mi modesta opinión, complica innecesariamente el mundo terreno por la simple razón de que la religión tiene que ver con lo eterno. Si es el poder político el encargado de regular las relaciones humanas lo hará en forma de leyes civiles y lo más inmutable que llegará a promulgar será una Constitución, pero si es el poder religioso el que gobierna, éste no puede dictar para gobernar a los hombres más Ley que la Ley eterna que le ha sido revelada, no podrá decretar más leyes que aquéllas previstas por la Ley Inmortal y al final ,a la Ley eterna le acabará pasando como le pasa a los cuadros del museo: que de tanto ser analizada, interpretada y diseccionada por los expertos, no puede ser contemplada por quien verdaderamente la ama, o sea: por la Fe.

Pero en fin, el tema que hoy me preocupa no es ni el de la Fe ni el de la armonía de los contrarios, sino la cuestión de la lucha de los opuestos que justamente por ser una lucha de los opuestos termina convirtiéndose en una lucha-no lucha, o sea en baile. Baile en el que están ocupados todos aquellos periodistas que desde hace dos meses no han dejado de escribir ríos, mares y océanos de palabras contra un hombre, Trump, que primero era un simple candidato demócrata y ahora es el recién estrenado presidente de un país fundado y guiado por los principios democráticos nunca perfectos, es cierto, pero desde luego mucho más perfectos de los que otros están dispuestos a aceptar. Que la historia del muro de Trump enojara a una Europa vallada por miles de diferentes modos y maneras: desde la material a la burocrática pasando por la actitud política y ciudadana de más de un político y más de un ciudadano; que el tema enojara a una Europa que tanto había discutido sobre el reparto de refugiados más que para acogerlos para deshacerse de ellos de la forma más elegante y menos conflictiva posible, me asombró; me impresionó que una Europa que no cesa de deportar a recién llegados que es verdad que a veces llegan con más pretensiones que la de la mera y simple supervivencia, se indignara por un presidente americano que prometía a sus ciudadanos deportar a extranjeros ilegales, sin papeles, que hubieran cometido delitos en Estados Unidos. Me asombra porque los mismos que hoy se indignan por las intenciones de Trump son los mismos que mañana reclaman indignados la seguridad en las calles. En cuanto a las relaciones de Estados Unidos con el Islam, repito lo ya dicho: en una guerra de guerrillas, los fantasmas son hombres de carne y hueso, los combatientes son fieles esposos y padres amantes. Más que dentro de los cánones de una armonía de los contrarios, la guerra de guerrillas se desarrolla enclaustrada en una sala de espejos deformados y deformantes: nada es lo que parece... o tal vez sí. Y en este instante, es mi impresión, cada vez hay más jugadores deseando entrar en esa sala. Nada que ver con la elegancia suprema con la que se comporta el país de la Armonía de los contrarios que cuando quiere hacerse con algo o lo compra o lo conquista. Lo compra con la sagacidad necesaria para no dejarse engañar y con la entereza suficiente como para llevar sus barcos de guerra adonde le plazca. La debilidad los otros es su fuerza. Eso es la armonía de los contrarios: tan bella como peligrosa; tan discreta como inamovible. Una gramática simple que exige largas horas de conversación para aclarar las posibles falsas interpretaciones y esto a su vez una gran paciencia y una gran dominio de las pasiones. ¿No lo consideran ustedes brillante en su brillantez? Para los caracteres como el mío, forjados a base de pura energía, es un reto que doy de antemano por perdido, lo confieso. En cambio para Carlota, el Espíritu, es justamente el centro donde reponerse y recuperarse de tantas luchas.  A Carlota la dinámica del arco y la lira, que a mí me resulta apasionante, la agota; sencillamente la agota.

En cualquier caso y volviendo al tema que nos ocupa: el de mi asombro ante la ruptura entre lo que se dice y lo que se hace, - ruptura que ni siquiera es tomada en cuenta por los que viven en la ruptura porque no suele ser frecuente que los esquizofrénicos noten su esquizofrenia -, hay que reconocer que en determinados momentos establecer las diferencias entre dónde empiezan y dónde acaban las fronteras de lo políticamente correcto, la hipocresía y el cinismo, resulta una tarea sumamente complicada. Es entonces cuando yo, francamente, no distingo entre Pueblo y Fuenteovejuna y cuando he de plantearme lo que también se interrogó Einstein en su momento si una de dos: o él era el loco y todos los demás estaban cuerdos, o todos estaban locos y él era el único cuerdo. Y esto, no crean, no es pregunta fácil de contestar pero mucho menos aún de preguntar . Porque no sé yo qué resulta más fácil aceptar: estar loco rodeado de cuerdos o estar cuerdo sitiado por locos, al estilo de lo que acontece en “El rinoceronte” de Ionesco. Ionesco a caballo entre dos países europeos galopando por entre medio de dictaduras, guerras, nacionalismos, amén de tragedias privadas, tampoco tuvo que tenerlo absolutamente claro. ¿Quién en determinadas circunstancias puede? Pero supongo que viviendo en Francia mucho menos. Francia, mi querida y entrañable pero siempre paradójica y polémica Francia. Si China es pitagórica, Francia sigue más bien las teorías de Empédocles del Amor-Odio como motor del mundo. Si China promueve la armonía de los opuestos, Francia no tiene ningún pudor en declarar el Devenir en función de la unidad y de la separación. El Amor en Francia se llama “Razón de Estado” y todo lo demás es Odio. El “Amor-Razón de Estado” en Francia une, todo lo demás  desune. Por ese Amor-Razón de Estado, Francia es también Hobbesiana. Es la Razón de Estado la que gobierna, no la Razón de la Iglesia. Esto es algo que el Vaticano sabe perfectamente. Los cátaros subsistieron, pese a las presiones de Roma, hasta la llegada al pontificado de Gregorio IX y la implantación de la Inquisición, los Templarios fueron víctimas históricas del Vaticano pero reales del real Rey que necesitaba – es cosa que ni la tecnología ha solucionado- dinero; a Richeliu, el cardenal católico francés, no le tembló la mano a la hora de tendérsela a los protestantes en la cruenta guerra de los 30 años y todo por la Razón de Estado de asegurar la hegemonía francesa. Y en nuestros días, al conciliador Concilio Vaticano II, le sale un rival casi invencible: el cardenal Lefebvre. Lo excomulgaron en 1988, pero la Orden que él fundó, la de Pio X, continúa viva y actualmente se encuentra en la zona intermedia existente entre el Ser y el No Ser de la gran familia Vaticana. Sea como fuere, lo importante es que un cardenal francés no acepta al Vaticano así como así. Antes de eso tiene que considerar la Razón de Estado que es, en Francia, sinónimo del Orden Eterno de las Cosas, Sentido de Ser, o algo así.

El Amor-Razón de Estado consigue unificar y reforzar la influencia francesa de cara al exterior. En el Interior, Francia es hoy como ayer, un polvorín que puede explotar en el momento más inesperado. En estos instantes Francia es un arsenal en el que hay pólvora y munición en cantidades suficientes para satisfacer a todos los bandos, sean los que sean. Y el problema: el detonante puede activarse en cualquier momento. Si gana Fillon, dicen, será para que su victoria detenga, hasta donde sea posible, la llegada de LePen a la presidencia. O sea que tal y como lo exponen, la victoria de Fillon, de producirse, servirá, (o tendría que servir), como dique. No obstante y a fin de evitar futuras sorpresas se hace indispensable observar que Fillon es algo más que un simple muro de contención a LePen. Fillon se presenta como un hombre conservador y sin embargo, leyendo su biografía, se me antoja de lo más revolucionario. Es señalado como un hombre que cree y no seré yo quien dude de la sinceridad de sus creencias ni quien las ponga en tela de juicio pero esas creencias no incluyen obediencia ciega al Vaticano, porque si en edad muy joven no tuvo ningún problema en plantarle cara a los jesuitas de su colegio, imagínenese ahora, entrado ya en su madurez.
Un hombre así hace una política a lo Richeliu y a lo Lefebvre, o sea: a lo Amor-Razón de Estado, en donde ese Amor-Razón de Estado no tiene nada que ver ni con el Vaticano ni con nada que no sea ella misma: Amor-Razón de Estado. Si el Vaticano está esperando un aliado en un gobierno conservador francés, tengo la impresión de que puede esperar sentado. El catolicismo francés primero es francés y luego vaticanista. Nada que ver con el catolicismo español, que ha sido más papista que el Papa. Tal vez por eso, después de todo, las iglesias francesas rebosen espiritualidad y espíritu y el resto de las iglesias europeas, con perdón de los que se sientan ofendidos, sólo religiosidad.

Incluso el laicismo francés ha sido tolerante con la iglesia católica y con las otras iglesias religiosas mientras éstas han permanecido unidas al motor de impulso “Amor-Razón de Estado”, pero en el momento en que alguna de esas confesiones ha sido sospechosa de no pertenecer al “Amor-Razón de Estado” de Francia, el laicismo ha dejado de ser tolerante.

La mayor traición a Francia es no amar a Francia, justamente porque Francia es la Razón de Estado.

Comprender esto resulta esencial a fin de entender los motivos que pueden encender la mecha que lleve a ese polvorín de ideas contrapuestas, de corrientes antagónicas, de filosofía posmoderna y de religión preconciliar, que en estos momentos es el país galo, y hacerlo estallar.

Y entonces, como dice esa amiga mía que nunca va a misa, que "Dios nos coja confesados".

Mientras tanto disfruten de su día. Hagan lo que hagan y estén donde estén disfruten de sí mismos.

Eso sí: a solas y a ser posible en silencio.

Lo siento. Mi humor surrealista otra vez.

La bruja ciega.


Thursday, November 24, 2016

Horneando pastitas

El día es frio y moderadamente luminoso. Desde mi ventana un árbol sostiene en su copa las pocas hojas doradas que ni siquiera el viento ha conseguido arrancarle. Día de Acción de Gracias que yo he dedicado a la recapitulación de mis lecturas y de mis blogs además de al horneado de pastitas. Lo de las pastitas tiene su complicación, no crean. Como es una tradición anual y no una costumbre semanal, su confección exige cada año el re-aprendizaje, lo cual –pueden ustedes imaginarse- requiere unas cuantas “hornadas” en sacrificio. Una, además, espera el re-conocimiento en forma de escena de película. Algo así como: “Tus pastitas son las mejores pastitas del mundo” y “Hmm, la Navidad para mí es el olor a tus pastitas”... 
La realidad, sin embargo, se impone y he de confesar que me considero sumamente afortunada si lo único que al final me regalan mis invitados son caras y rostros de indiferencia hacia mis pastitas, ocupados como están en otros asuntos y temas, porque ello me libra de la obligación de escuchar observaciones del tipo: “las de mi madre sí que saben bien” - comentario ante el que únicamente cabe el silencio porque yo ni conozco a su madre ni he tenido el placer de saborear sus geniales pastitas- o, de atender a esos paréntesis provocados por un aterciopelado y sibilino tono de voz – casi serpentino - que serena y candenciosamente preguntan, interrumpiendo la conversación en el que los demás invitados están enfrascados: “Dime, ¿no crees que las has dejado un par de minutos de más en el horno” o “Dime ¿no crees que con un poco de ... estarían más sabrosas?” o “Dime ¿no crees que les sobra (o les falta) azúcar (mantequilla, harina, color)?” Y a partir de ese momento una sabe que tiene la noche culinaria perdida, porque se conteste lo que se conteste, tanto si se justifica como si no, los demás invitados centrarán su atención en las pastitas y cada uno de ellos propondrá una nueva receta, un nuevo ingrediente, un nuevo consejo. Todo, menos aquello que a una, que soy yo, le gustaría escuchar: “Hmm ¡Qué buenas están tus pastitas!” Y siempre, siempre son esas voces aterciopeladas y sibilinas las que, aburridas por la conversación agradable, enervadas por la armonía del ambiente, plantean preguntas capciosas tendentes a romper el sosiego de la reunión. 
Una de las veces intenté adelantarme a la escena y decidí alabar yo misma a mis pastitas afirmando, al tiempo que continuaba sirviendo a mis invitados: “Aquí os presento a mis pastitas. Las hago cada Navidad. Se han convertido en la especialidad de la casa.” Y esta vez la que se alzó no fue la voz aterciopelada y sibilina sino una voz chirriante y metálica, de esas que revientan las reuniones a base de gritos y voces airadas o de comentarios que pretenden ser graciosos pero que en realidad no son más que insultos que nadie se apresura a responder porque nadie quiere ser envuelto en una de esas guerras de nada por nada pero que destruye a todos y a todo: “¡Pues menuda especialidad! ¡Más que una especialidad parece un espeluzne!”

Por eso, como ya digo, lo mejor que me puede pasar es que los comensales inmersos en su conversación no presten demasiada atención a las pastitas, por muy deliciosas que éstas sean y por muy esmerada que haya sido su confección; y para conseguirlo nada mejor que situar en la mesa a las voces aterciopeladas y sibilinas al lado de las voces chirriantes y metálicas.

Pero ustedes, claro, no están interesados en mis pastitas. Es un problema; para mí, claro. Una se cansa, realmente se cansa, de hacer una y otra vez acciones por las que no sólo no es agradecida sino que justo porque las hace corre el peligro de ser acribillada. Y siempre por los mismos: por los inactivos. Sólo de pensarlo a una se le cargan las espaldas, le asoman un par de canas más, engorda o adelgaza, según el tiempo, la época y el organismo, y lo único que quiere poder hacer es no hacer nada; unirse al grupo de los inactivos, siempre tan contentos con lo poco que hacen porque como hacen tan poco se creen maestros en ese poco, por aquello –supongo- de que todo lo bueno requiere tiempo. De ser esto cierto, las obras de los inactivos son –en efecto- geniales. Y sin embargo nunca he podido llevarme bien con ellos del mismo modo que nunca he podido llevarme bien con esos que exteriorizan una bondad que daña a otros. Hace un par de días en un concurso de cocina de la televisión en el que rivalizaban personajes famosos, participó un matrimonio compitiendo en equipos distintos. Léase que escribo “equipos”. El marido era el capitán de su equipo e hizo todo lo posible para que su grupo (el suyo) perdiera en favor del equipo contrario; o sea, el de su mujer. Fue expulsado, claro, después de que las quejas de sus compañeros alcanzaran tonos desafinados hacia él. Bien. Muchos criticaron a las voces desafinantes que gritan la verdad, del mismo modo que se ridiculizan las protestas de los "ciudadanos indignados" y alabaron, en cambio, el amor que ese concursante sentía (y siente) por su mujer. Yo, lo lamento, no encuentro motivo para admirarlo. El Amor es sagrado, es cierto. Pero justamente por sagrado ha de ser el Amor, antes que nada, sincero y si a ese jugador el amor que siente por su mujer no le permite luchar por su equipo, si el sentimiento que experimenta hacia su esposa le impide lo que la ocasión exige: ser competitivo, entoces no le queda más alternativa que la de erguir la voz –en tono firme y sereno- y confesar: “Lo siento, me retiro. El amor que profeso a mi amada me impide competir con ella”. Eso es lo que dice y hace un hombre que ama honesta y sinceramente. Pero no. El amante, que tanto ama, calla cuando ha de hablar y en silencio lleva - o pretende llevar - a su equipo a la destrucción. Su Amor, ese Amor que él cree tan firme y profundo, lejos de ser sagrado es vil y destructivo porque implica la muerte de unos compañeros que han creido en su buen gobierno y en su sincero propósito de hacerse con el triunfo, porque para eso, al fin y al cabo, es para lo que están allí. Pero el concursante amante, en vez de conducirlos a la victoria, los envía a la muerte y a la derrota y todo ello por no tener ni la honestidad ni la fuerza de confesar su Amor en el momento en el que éste debía haber sido  testimoniado: antes de comenzar la competición y la lucha.
"¿Es esta clase de Amor realmente Amor?" Me pregunto. "¿O son ganas de darse a valer ante su amada?"

-  “Mira amada mía" creo estar oyéndole susurrar en la penumbra de la alcoba, "por tu Amor hundiré una flota de valientes soldados”

¿Alguien puede explicarme qué clase de Amor es ése y qué clase de amada es esa que necesita de tantas muestras de amor incluso en momentos en los que no el Amor sino el concurso, la competición, es lo que importa? ¿Es que el amor prohibe competir? ¿Es que el amor no es juguetón? ¿Es que el Amor no acepta desafíos entre los amantes para después de ese “que gane el mejor” terminar más abrazados que nunca?¿Es que la derrota consentida del amante y sus aliados, enaltece la victoria de la amada y los suyos? Más bien lo contrario, diría yo.

Pero sólo tras la protesta de sus dos compañeros indignados, de las quejas de esos “ciudadanos indignados”, escucha el público la confesión humilde de la falta. Confesión porque lo han “pillado”. Por Amor no, desde luego, porque confesar no ha confesado nada cuando debiera haberlo manifestado todo y hablar únicamente ha hablado cuando ha sido obligado a hacerlo.

Pero hete aquí que muchos espectadores entre el público se abalanzan a defender la actitud comprensible y loable del amante mientras reprochan a los camaradas que han protestado, su intolerancia y su frialdad, de modo que a esos camaradas, - encima de apaleados, condenados -,  no les queda más remedio que o aceptar el mal carácter que se les achaca y callar, o admitir la envidia que sienten por el amor que siente ese hombre por esa mujer - además de  reconocer en las redes públicas, - con la carga dramática que conlleva cualquier confesión pública y que siempre me recuerda a la pública confesión del hereje de ser, en efecto, un hereje; confesión que una, que soy yo, nunca puede dilucidar si ha sido una declaración sincera o la consecuencia de una tortura, que en nuestros días es, sobre todo, mediática - que dicha envidia en absoluto es una envidia sana, de donde puede deducirse que más que sentir la envidia, es la envidia la que les corroe a ellos. Autoinmolación, se le solía llamar antes a eso.

Pues bien. Ni admito, ni confieso, ni me autoinmolo. Amores así no quiero yo. Amores así no ofrecería yo. De hecho me encolerizaría que un hombre hundiera una flota únicamente para demostrarme su amor permitiéndome llegar a la menta antes que él; sin más motivo que ése. No. No me gustaría ser la inspiradora de semejante conducta, pero mucho menos aún toleraría que me cediera de ese modo tan mezquino la victoria. ¡Como si yo no pudiera conseguirla por mis propios méritos!

Soy consciente de que mi forma de pensar, en efecto, me condena a estar en conflicto con media humanidad; con quien no lo estoy en absoluto es conmigo misma. Cuando se lo digo al tranquilo Jorge, lejos de llevarme la contraria que es, en el fondo, lo que yo esperaba, me da tranquilamente la razón y tranquilamente añade: “Tú estás en conflicto con media humanidad pero de acuerdo contigo;. En cambio otros están de acuerdo con más de la mitad del mundo pero tienen grandes problemas consigo mismos.” Emocionada llamo a Carlota y se lo cuento. Carlota suspira contenta : “¡Qué suerte tenéis todos! Yo tengo problemas con media humanidad y conmigo misma".

Así es el Espíritu: siempre tan crítico y tan etéreo.

Ustedes, lo sé, esperaban algo político pero estos días han sido demasiado políticos y hay que ocuparse de temas diversos. Ayer apunté fugazmente a la cuestión de la manipulación: a esa de la que están siendo objeto los ciudadanos. Es verdad que éste es un tema demasiado complejo y exige un análisis detallado. Sirvan hoy, sin embargo, estos dos ejemplos: el ejemplo de las pastitas, en primer lugar, –que revela que en ciertas ocasiones al anfitrión no le queda más opción que la de manipular a sus huéspedes acomodándolos en determinados sitios y encaminando las conversaciones por diferentes derroteros, derroteros distintos de los que a él en el fondo le gustaría pero que resultan imprescindibles a la hora de proteger su ya de por sí débil y delicado narcisismo así como el armónico discurrir de la velada. Si el anfitrión no practicara la manipulación se encontraría con la desagradable sorpresa que lo que prometía ser una amena y grata reunión se ha convertido en una competición por el liderazgo personal que no admite sombras, en una lucha de poderes, en una exteriorización de la rivalidad sin otro objetivo que el del poder por el poder mismo), y el ejemplo del Amor, en segundo lugar. 
El Amor lo sabemos todos, especialmente los vendedores, es uno de los manipuladores más eficaces y poderosos de la sociedad, de cualquier sociedad. El Amor es Sagrado, sí, y no ha de tener límites, cierto; pero no lo es menos que el amante ha de poseer la suficiente valentía para atreverse a confesar las fronteras que ese Amor ilimitado le impone y que difieren según cada individuo. En otro caso estamos ante la corrupción del Amor. O sea: ante el Amiguismo (porque el amor al amigo, obliga al amigo, y es fuerza recordar que muchos amigos exigen necias lealtades del mismo modo que hay amantes que ofrecen amores majaderos), el Nepotismo, (porque lo primero es el Amor a la Familia porque la Familia es siempre lo primero ante todo y todos), el Clasismo (por el Amor que uno tiene y debe al grupo social en el que ese uno se ha educado y que le ha permitido ser como es y lo que es) y en definitiva, ante todos esos sistemas que terminan corrompiendo a la sociedad por no saber qué significa el verdadero Amor.

Se acercan las Navidades, tiempo de Paz y de Amor...

Nunca, tanto como en estas fechas, debe uno esforzarse por permanecer sobrio y alerta a fin de lograr hacer frente y esquivar las manipulaciones más surrealistas y originales que muchos construyen con el ánimo de vender, que otros sin pensar compran, y dedicarse a practicar, en cambio, aquellas manipulaciones que permiten sentarse a la misma mesa y conversar armoniosamente a gentes tan diversas en sus caracteres como distintas en sus opiniones.

Como ustedes ven las estructuras sociales empiezan horneando pastitas...

La bruja ciega



Wednesday, November 23, 2016

Disquisiciones acerca de esto, lo otro y lo demás.

Jorge llama para decirme que los anti-sistema son, por defición histórica, anti-democráticos. No sé yo a qué definición histórica se refiere. Supongo que a la más reciente. A los bolcheviques y a los nazis, desde luego; eso sin olvidar el fascismo italiano, aunque, en comparación con los dos anteriores, pueda ser clasificado como “versión light”. En lo que al fascismo español respecta, creo que tomó como tradicionalmente hacen todos los que no dudan en gritar “que inventen otros”, las ideas de los de afuera para acomodarlas a sus propio estilo. Así que al final no hubo más remedio que volver a repetir el consabido “Spain is different”. Stalin murió en la cama pero el régimen le sobrevivió. El Nazismo fue derrotado por una guerra mundial y para lograrlo hubo que dejar a Alemania enterrada bajo ruinas y escombros. El fascismo italiano murió a manos de los mismos ciudadanos antisistema que tiempo atrás lo habían elevado a las cimas del poder. Los antisistema fascistas italianos se oponían en sus comienzos tanto a sus amigos aliados en la Primera Guerra Mundial, Francia e Inglaterra, por considerar que no habían cumplido las promesas acordadas, como a los antisistema bolcheviques. El fascismo español, sin embargo, se mantuvo acabada la guerra y duró lo que la vida del general. Muerto el general, muerto el fascismo. Y eso, porque como digo, y digan lo que digan los otros, el “anti-sistema” franquista no era más que el restablecimiento de una determinada tradición con la que muchos españoles habían estado de acuerdo desde los tiempos de la Reconquista, si no antes. Para todos esos “cristianos viejos” Franco no era el fascismo: era la liberación. Y la liberación era: Dios, Patria y Propiedad privada. Esa es la libertad para la que, además los franquistas tenían un sinónimo: Orden. Es decir, que aquella liberación fascista no tenía nada que ver ni con libros, ni con cultura, ni con libertad de pensamiento y mucho menos, de expresión. ¿Para qué la expresión? ¿Para qué los libros? Ya lo dijo aquél paisano mío: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Quizás por eso sean las generaciones actuales tan propensas a las frases slogan.... ¿Han leído ustedes a Gracián? Montaigne no me gusta pero en comparación con Gracián, Montaigne es un hombre sabio. No. No me gusta Montaigne. Por los mismos motivos por los que no le gusta a Pascal. Pero repito, al lado de Gracián, Montaigne es un auténtico maestro de maestros. Gracián se hizo famoso en Alemania porque le gustaba a Schopenhauer y seguramente a Schopenhauer le gustó porque nunca tuvo un bisabuelo como el mío. Si lo hubiera tenido, no hubiera hecho falta que leyera a Gracián: hubiera sabido de antemano todo lo que Gracián decía incluso en el mismo tono en el que lo decía, porque ni siquiera en esto creo que difiriera mucho de cómo lo decía mi bisabuelo. Pero puesto que la mayoría no ha tenido un bisabuelo patriarca de una sociedad pre-industrial al estilo del que yo tuve, lee a Gracián y lo encuentra o muy sensato o muy pintoresco.

En fin, que aquí quemas de libros, lo que se dice quemas de libros, no hubo muchas. Se prohibieron y punto. Además no los prohibió el franquismo; al menos no directamente. Los prohibió la Iglesia (el famoso index); pero reconozcámoslo: la mayor parte de la población ni se enteró de dicha interdicción. ¿Cómo puede uno saber que Campanella está prohibido si ni siquiera conoce a Campanella ni tiene el más mínimo deseo de concerlo? Mataron a Federico García Lorca, es cierto. Pero la pregunta crucial: ¿Lo mataron por sus libros o por su condición homosexual? Según el informe policial de la época fue por masón, socialista y homosexual. De su obra, en cambio, no se dice nada. ¿Cómo? Si seguramente la mayoría de los que le interrogaron no habían leído sus obras ni tenían ninguna intención de hacerlo...

Es cierto, el 30 de Abril de 1939 los falangistas quemaron libros en el patio de la Universidad Complutense en un “Auto de Fe” (No podía llamarse de otro modo). Pero, primero, pocos se acuerdan de aquello hasta el punto de que ha tenido que ser sacado del bául de los recuerdos y desempolvado y, segundo, algunos autores cuyos libros fueron arrojados a la hoguera, como es el caso de Voltaire, por ejemplo, habían sido considerados “malditos” como mínimo desde los tiempos de la guerra de la Independencia, - porque su lectura dejaba entrever las simpatías afrancesadas del lector- , y puede que incluso desde ya mucho antes, por la irreverencia que manifestaban respecto a influyentes órdenes de los jesuitas, de los dominicos y de la iglesia católica, en general.

Al día de hoy no sé – y sé lo que estoy diciendo – si el franquismo tuvo que ver realmente con los fascismos europeos o con el carlismo español. Si tuvo que ver con el levantamiento de masas,  o con la fiebre fraticida que impulsaba a matarse los unos a los otros, da igual por qué motivo. A veces, cuando veo la división ideológica y la lucha por el poder (personal) que impera actualmente dentro de los propios partidos, me pregunto si en España, el fascismo de unos igual que el anarquismo de otros no fueron, en el fondo, más que una excusa para empezar a matarse. Ustedes ya me entienden: “Ya se acabó el alboroto y ahora empieza el tiroteo”, que es lo que en resumidas cuentas sucedió y de cuando en cuando todavía amenaza con volver a suceder.

Pero Jorge me llama y me dice que los anti-sistemas son anti-democráticos por definición histórica y yo he de darle la razón en lo que a definición histórica reciente se refiere pero no a la defición histórica históricamente considerada. Y vuelvo a repetir lo que hace un par de días afirmé: que las sociedades tienen mecanismos de auto-protección desde los tiempos de las cavernas y esos mecanismos de auto-defensa no han sido todavía sustituidos ni por las cámaras de control, ni por los sistemas de espionaje, ni por nada. Las sociedades en caso de peligro actúan como organismos biológicos. Por mucho individualismo que algunos sigan empeñados en asegurar, lo cierto es que el individualismo está desapareciendo lenta pero inexorablemente. Lo dijo Huxley en Contrapunto: “sólo los que disponen de medios pueden ser individualistas; el resto se ve obligado a llevarse bien con sus vecinos, por lo que pueda pasar...” Bien, pues ese individualismo que refleja el bienestar de una sociedad está empezando a desaparecer. De ahí el renacer de los clanes familiares, la invocación a la lealtad entre los amigos, la moda de los ancianos de vivir en pisos compartidos para dividir gastos y prestarse ayuda mutua... De ahí también el aullido del ciudadano indignado y la aparición de los anti-sistemas. Todo ello son fenómenos que únicamente surgen cuando una comunidad, una sociedad, se siente en peligro.

Y el problema: no hay nada más peligroso para una sociedad que el hecho de ignorar el dolor (que es lo que gritan los ciudadanos indignados, aunque sus gritos no nos gusten porque chirrian), nada más contraproducente que considerar cada dolor “psicosomático” o fingir que se le presta atención mientras se está ocupado en otros asuntos. En ese momento es cuando los anti-sistema empiezan a organizarse. Los anti-sistema, igual que los ciudadanos indignados, “están” siempre presentes en cualquier sociedad. La única diferencia es que a veces están “fuera de funcionamiento” y otras “re-activándose”. Los populismos son nefastos pero curiosamente los populismos parten del pueblo. El pueblo se hace anti-sistema. ¿No es esto, de todo, lo más terrible? Y el pueblo se hace anti-sistema cuando el sistema ya no le sirve, cuando el sistema –sea la razón que sea- ha dejado de funcionar adecuadamente. Los políticos están diciendo al pueblo que no sea populista, cuando el problema es que el pueblo es siempre populista. A quienes los políticos deberían dirigirse en estos momentos es a las élites para recordarles justamente que no sean populistas y se comporten como élites y no como memos. No sé si algo así sería populista o no, pero seguramente daría al pueblo lo que el pueblo necesita: estabilidad. Hay algo que los políticos deberían hacer, sobre todo en el caso de que en esa sociedad exista una élite en perfecto funcionamiento: investigar la cuestión de la manipulación a la que está siendo sometida el pueblo de una determinada sociedad y que le hace creer que tiene que hacer frente a una enfermedad que en realidad no existe. 

Pero repito: ni los ciudadanos indignados ni los anti-sistema son “per se” nocivos. Tampoco lo es el dolor, que indica que hay una enfermedad; ni los leucocitos, que intentan paliar una dolencia. Sin embargo, los ciudadanos indignados en masa crean alboroto y los leucocitos en masa, implican la muerte del sistema y hay que dedicar grandes energías para detener su marcha.

Sí. Los ciudadanos indignados denuncian el fallo. Los anti-sistema exigen reformas y caso de no ser atendidos se lanzan a la destrucción porque están convencidos de que la destrucción es lo que permitirá el origen de un mundo nuevo.

Democracia o Anti democracia no son, a priori, términos que interesen a los anti-sistema.

¿Un ejemplo? Los movimientos independentistas han sido primero iniciados por ciudadanos indignados, seguidos –luego- por ciudadanos anti-sistema reformas (podemos llamarlos simplemente “ciudadanos reforma”) y el estadio final ha sido la proliferación de los anti-sistema y la declaración de independencia.  ¿Un ejemplo? Los Estados Unidos de América: unas colonias que eran atípicas porque los colonos eran (o habían sido) ellos mismos ciudadanos británicos que se fueron en busca de libertad. Todos ellos eran ciudadanos indignados que buscaron en la huida un calmante para el dolor. Después las peticiones y poco después, la declaración de Independencia firmada por individuos que no sólo se oponían a la hasta entonces considerada su nación, sino que encima eran masones y libre pensadores. En este caso los anti-sistema fueron democráticos y bien democráticos. ¿No creen ustedes?

Mientras los políticos analizan los movimientos de ciudadanos indignados y de anti-sistema; mientras los medios de comunicación avivan el fuego contra Trump pero se muestran sumamente serenos con el tema Erdogán, mientras las amas de casa preparan el pavo para el Dia de Acción de Gracias y cocinan pastitas y dulces para el primer Domingo de Adviento, mientras los compradores y vendedores compulsivos se darán cita en el Black Friday, mientras el mundo gira, Rita Barberá ha muerto. Rita Barberá ha muerto y todos presentan sus condolencias y guardan un minuto de silencio en las Cortes. Todos menos el grupo político “Podemos”, -cuyo principal exponente suele mostrar una gran flexibilidad, - que decide no acudir a dicho minuto porque a un imputado por corrupción, dice, no se le guarda un minuto de silencio.  Dicho y hecho. Y no van. No sé si es porque esta generación ha visto “Juegos de Tronos” pero ignora la estructura de las películas de gángster americanas. Si las conociera sabría que al entierro van todos: incluso el asesino. Y si por el motivo que sea, no puede acudir, al menos le dedica un minuto de silencio. Porque compréndanme: la misma persona, que soy yo, que defiende el “no es no” de Pedro Sanchez, por considerar que eso dignifica, y bastante, al partido que representa y a los principios que ese partido quiere para España (comparta o no comparta yo tales principios), me parece una auténtica barbaridad que un partido que se siente tan “digno” y tan “consecuente” y tan “coherente” con sus ideas, deje de asistir al minuto de silencio de una compañera que, aunque enemiga, o justo por enemiga, merece su reconocimiento; mucho más si están convencidos de la corrupción de Rita Barberá, porque en tal caso Podemos no debería dedicar un minuto de silencio sino unos cuantos más: en proporción a los votos protesta que les van a llegar.  

Pero no. La coherencia de Podemos se refiere al minuto de silencio que han de dedicar a una persona repentinamente fallecida, sin pensar que esa misma coherencia es la que deberían haber mostrado hace un par de semanas con respecto a Pablo Iglesias, su lider, para haberle impedido que accediera a vestirse con un esmoquin a medida al tiempo que sostenía una copa de champán en actitud sonriente (o sea, en absoluto obligado) en la revista Vanity Fair. No teman. Estoy segura de que Pablo Iglesias tendrá un razonamiento de lo más razonable. Otra cosa es que el razonamiento de lo más razonable sea cierto. Pero realmente ¿A quién le importa eso?

Al fin y al cabo ya saben ustedes:

Estamos en la época Post-truth.

Hay cosas que claman al cielo.

La bruja ciega.


Monday, November 21, 2016

Unas cuantas precisiones

En paradero desconocido pero activo, Moriarty sigue moviendo sus hilos con suma habilidad e inteligencia. Sus marionetas no tienen conciencia de serlo y quién sabe, quizás hasta yo misma, en mi ingenuidad, sea una de ellas. Moriarty ¿quién lo conoce? ¿quién lo vió? ¿Es amigo o enemigo de los otros eternos, de aquel Saint Germain y de aquel Casanova, sobre los que tantas historias se cuentan? ¿Quién puede determinarlo con absoluta seguridad?

La situación, sin embargo, empieza a clarificarse conforme se enmaraña. Y ello quizás pase a ser la prueba evidente de la certeza de la Teoría del Caos. Tratándose de Moriarty, no me cabe la menor duda de que con un poco de suerte (la suya), de ingenuidad (la de los otros) y de la colaboración, del resto, (de esos que afirman sin mover una pestaña que “el conocimiento está sobrevalorado” – ¡frase slogan donde las haya!), conseguirá al final imponerse . Esa y no otra es, en el fondo, la dinámica, siempre dialéctica, del ser humano: la victoria y derrota cíclica de Moriarty. Victoria nunca completa, derrota nunca absoluta. Mientras tanto, no crean, yo sigo buscándolo desesperadamente. Los últimos libros que he leído me han proporcionado alguna pista al respecto de su paradero. Lástima que ni los libros ni el paradero sean conscientes de ello. Ellos no son conscientes y yo no estoy segura. Son indicios casi quiméricos, por decirlo de alguna manera. Quizás me haya pasado a mí lo que al Quijote con las novelas de caballería y yo haya leido demasiadas teorías de la conspiración. ¿Quién puede asegurarlo? Si algo queda claro después de haber leido “World Order” de Kissinger es que la Historia del Mundo es la historia de las Guerras y de los Tratados de Paz. Hasta un punto en que el lector se pregunta cómo es posible que si los conflictos terminan siempre por resolverse a golpe de Tratado y de Pacto, las sociedades no hayan aprendido a firmarlos antes de que media población perezca y la otra media acabe hundida por los traumas, el dolor y la miseria que los enfrentamientos bélicos originan. Sólo al ver que el hombre no aprende es cuando uno empieza a plantearse seriamente si no habrá en efecto un Moriarty que, al igual que el Minotauro y tantos otros monstruos mitológicos, requiera en sacrificio las vidas de unos cuantos inocentes para autorizar la existencia del resto. Una – que soy yo- termina recurriendo a la figura de Moriarty para no caer en mayores complejidades existenciales y teológicas. Una –que soy yo- prefiere quedarse en el terreno de lo problemático, que siempre tiene una solución (únicamente hay que encontrarla) en vez de arrojarse al terreno de lo trágico (que no tiene remedio porque es un espacio que pertenece a la voluntad de lo divino y no al esfuerzo de lo humano)

Por eso sigo buscando a Moriarty: porque Moriarty es uno y por uno, libre de presiones corporativas y de disciplina de partido; es, además, un individuo, y por individuo Moriarty es un problema y no una tragedia, y es además, una figura literaria y por figura literaria, una simple ficción. Por eso es mejor empeñarse en buscar a Moriarty que terminar aceptando que el hombre o es malo o estúpido, o ambos, o que las circunstancias son más fuertes que el hombre mismo, o que un grupo de hombres organiza la destrucción del Planeta sin más motivo que su ambición destructiva. Todos estos argumentos me proporcionan un terrible dolor de cabeza (al que ya estoy acostumbrada) además de un terrible dolor de estómago (al que en absoluto estoy habituada)

Lo dicho: en estos momentos Moriarty está moviendo sus hilos con suma habilidad, tanta que casi nadie parece darse cuenta realmente de lo desesperado de la situación.

Obama aprovecha hasta el último instante para aconsejar a Trump que no se acerque demasiado a Putin. Claro que como lo que al parecer ha recomendado al nuevo Presidente americano es que no pacte ningún falso acuerdo con Putin, habrá que preguntarse dónde se pone el acento: si  en “falso acuerdo” o en Putin-Rusia. No es que la cuestión tenga demasiada relevancia. A fin de cuentas, dicen los periódicos, Obama y Putin no tienen mucho que decirse. No entiendo, francamente, lo que esto puede tener de especial para ser publicado. En realidad, no tienen nada que decirse. En política pasa lo que pasa siempre: “A Rey depuesto, rey puesto”.  Obama es un hombre privado y ¿a quién le interesa conversar de temas de Estado con un hombre privado? A Putin-Rusia no, desde luego.

Lo interesante es que en este instante todo son o consejos o amenazas más o menos encubiertas para Trump. El espectador de Occidente se levanta de su sillón para hacer una recomendación tras otra a Trump o para advertirle de lo que le espera si no atiende a razones: a las suyas, a las del espectador... Consejos que suenan a sermones; recriminaciones que recuerdan a aquellas del abuelo Cebolleta. Discursos, en general,  construidos a base de palabras que suenan y resuenan, como si de un eco se tratara, y que los próximos meses se encargarán de demostrar si son palabras con contenido o huecas, palabras de hombre o de aire. Y es que mientras las voces de Occidente se alzan unánimes contra Trump y sus intenciones, las voces que se enfrentan a Erdogán están en inferioridad tanto en lo que a cantidad como a decibelios se refiere. En la mayoría de los periódicos españoles, por ejemplo, ha pasado desapercibido el incremento de “refugiados” turcos que están empezando a salir de su país. Incluso en Alemania, país de acogida de la mayoría de estos nuevos expatriados, no se sabe a ciencia cierta si se trata de algunos militares o de algunos disidentes, o de ambos. Tampoco se conoce el número de esos “algunos” y casi no se ha escrito –sólo se ha apuntado- sobre el grave problema que se originará en el caso de que los acuerdos entre Turquía y Europa se rompan debido, justamente, al ambiente dictatorial-tiránico que está empezando –o al menos eso dicen- a emerger en Turquía. Digo “al menos eso dicen” porque, en primer lugar, yo ni he estado en Turquía ni sé hablar turco y, en segundo lugar, al parecer hay muchos turcos que están sumamente contentos de su presidente elegido Erdogán. Lo que me asombra es que el espectador occidental evite el enojo y practique el comedimiento respecto a un país del que, primero, sabe – o debiera saber- que ya ha sido más de una vez, y más de dos, gobernado tiránicamente; siendo, segundo, consciente – o debiendo serlo-  de que su Presidente –democráticamente elegido- está atendiendo a las voces que desean islamizar a la nación y, tercero, encontrándose geográficamente Turquía donde se encuentra y con el fanatismo islámico a las puertas de su casa, como quien dice. Sin embargo el espectador “no sabe no contesta”, y si lo sabe contesta que “las consecuencias de las decisiones de Trump para Europa serán más serias que las que puedan producir las de Erdogán”; así que el espectador prefiere ignorar a Erdogan,- tal vez para no terminar como el bravo soldado Schwejk: delante de los tribunales de justicia-  y centra y concentra sus embates en el presidente de una nación constituida desde sus orígenes sobre principios y valores democráticos; nación –además- que ya ha dado, a pesar de su juventud, varias lecciones de democracia a la vieja Europa. Nadie niega los graves problemas raciales, violentos y salvajes que existen en Estados Unidos y he dedicado varios artículos al respecto; pero dirigir la indignación contra un presidente elegido democráticamente y contra los votantes que lo han elegido me parece más dictatorial que las premisas autoritarias que ese presidente defiende; más dictatorial y más peligrosa. Y esto por varias razones: el presidente americano se debe a la Constitución y a las Leyes americanas y tanto la una como las otras, defienden a los Estados Unidos de decisiones tendentes a destruir la libertad del ciudadano; en segundo lugar, la actividad político-religioso-social es allí constante. La asociación de los ciudadanos no es una premisa: es un hecho; las televisiones locales se ocupan de los temas más nimios: desde la elección del representante X al socavón del camino vecinal; en tercer lugar, porque una – que soy yo – piensa lo mismo que dice Obama: que las circunstancias reales obligarán a Trump a limar muchos de sus propósitos.

Esto que ya he dicho, que ya he repetido, que de un modo u otro y que también algunos más han afirmado, al principio a media voz y ahora con un poco más de brío en el tono, ha de ser–nuevamente- recordado porque hay una cuestión que sigue pasando desapercibida por la mayoría y poco profundizada por aquellos que la intuyen.

La cuestión es la de la diferencia existente entre “el ciudadano indignado” y “el populismo”.

La respuesta a la que fácilmente se llega, y de hecho es la que habitualmente se encuentra en las publicaciones, es la de que la unión de ciudadanos indignados da origen al movimiento populista; en donde el término “populista” es el eufemismo, políticamente correcto, que hoy se emplea para designar, o encubrir, ya ni lo sé, a una acepción mucho más dura, por terrible: “el fascismo”. Pero claro, hay que guardar las formas. No sé francamente, por qué en determinadas situaciones, situaciones extremas, hay que guardar las formas; sobre todo cuando el fondo ha desaparecido. Y no me refiero a las formalidades corteses, no me refiero a la hipocresía que exige la relación entre individuos distintos y diferentes, porque esas hace tiempo que están en peligro de extinción. A lo que me refiero es por qué esa manía de otorgar nombres distintos, a lo que es lo mismo, para enmascar su verdadera naturaleza. Y así, el término “populista” sugiere sin nombrarlo al fascismo y, más concretamente, al nazismo - sobre todo teniendo en cuenta que Hitler llegó al poder de forma democrática. Pero como no pretenden ser descorteses ni tampoco desean ser tildados de retrógados u obsoletos, buscan un nuevo término para el mismo fenómeno, sin detenerse a reflexionar acerca de los problemas que ese nuevo vocablo entraña. El más importante: el de que todas las democracias se caracterizan por ser populistas y que es esto, justamente, lo que las diferencia de las monarquías y de la aristocracia. Eso, sin olvidar, que cualquier gobernante demócrata se esfuerza en agradar a sus electores; o sea: al pueblo.

Por tanto hay que analizar por qué ganan determinados candidatos y no otros. Y por qué no ganan esos otros candidatos que, a diferencia de los ganadores en las elecciones, se caracterizan por una impoluta corrección política. Pero no. No se hace nada de eso. Los mismos periódicos que con tanta virulencia se lanzan a criticar al populismo, son ellos mismos víctimas de su indignación y publican artículos a cual más terrorífico acerca del futuro que nos aguarda. Si eso no es populismo, me pregunto.

En algunos casos es así y en otros tantos existe, en efecto, una intersección entre ciudadano indignado y populismo; pero hay un par de consideraciones que han quedado sueltas y que es necesario atar para comprender adónde quiere ir a parar Moriarty. Mi Moriarty.

La más importante: la de que “ciudadano indignado” y “populismo-fascismo-neofascismo” son dos fenómenos separados y distintos. El ciudadano indignado es siempre un individuo y aun en el caso de que proteste junto a otros ciudadanos indignados, no pierde su individualidad. Ese “protesto” del ciudadano indignado tiene que ver con sus convicciones más profundas y la convicción más profunda del ciudadano indignado es la de su indignación crónica. En cambio, el movimiento “populista-fascista-neofascista” ( o como ustedes prefieran llamarlo) está compuesto por ciudadanos anti-sistema, que obedecen a otro tipo de patrones; el más característico: el de la masa.

El ciudadano indignado es el ciudadano que acude normalmente a su taberna a conversar de sus temas, a soltar sus chistes y a escuchar algunos nuevos. El ciudadano indignado es el ciudadano que se sabe no-élite, que además no tiene ningún interés en serlo y que le basta con poder llegar “tirando” y “estirando” a final de mes. El ciudadano indignado se indigna contra los políticos, sea cuales sean los políticos, igual que se indigna con el tiempo –haga el tiempo que haga. En resumidas cuentas: “el ciudadano indignado” es una figura que existe en cualquier época y en cualquier sociedad y no tiene nada que ver con el bravo soldado swejk, que no se indigna por nada porque de lo único que se preocupa es de vivir su vida con la máxima paz y justo por ello es molestado por todos aquellos conciudadanos que creyéndose ciudadanos honorables y respetables únicamente son ciudadanos indignados y tampoco con el ciudadano trabajador, que va a lo suyo y tan sólo se preocupa de su trabajo y los suyos. Ni siquiera tiene que ver con aquel magistral Mr. Doolittle que el genial Bernard Shaw describió en “Pigmalión” y que finge por un lado ser un amantísimo padre, mientras por el otro es un auténtico, aunque adorable, bribón. El ciudadano indignado es uno de esos que indignado se levanta e indignado se acuesta, sin que él mismo pueda explicar muy bien por qué. Uno de esos que gritan “Protesto”, a la manera del Pitufo protestón: sin un motivo real. Esto que podríamos denominar “debilidad de carácter” o simplemente “carácter”, no suele tener graves consecuencias para la sociedad. Quizás un par de trifulcas con el vecino y un par de airados argumentos en la taberna ante un público que, indignado como él, se apresura a darle la razón. Sin embargo, como digo, el ciudadano indignado –una vez expresado su descontento vuelve a su casa a seguir recopilando argumentos para el día siguiente. Si el ciudadano indignado no supone grandes quebraderos para la sociedad, ello se debe sobre todo a la existencia de niveles que amortiguan y limitan los efectos de dicha indignación. Un primer nivel son los Mr. Doolittle de este mundo, que todo lo dicen en serio pero todo se lo toman a broma. Un segundo nivel son los bravos soldados Swejk que terminan consternando y confundiendo a cualquiera que se digna a hablar con ellos, ciudadano indignado incluido. El último nivel lo constituye la élite. Una élite que ha de esforzarse día a día por seguir siendo élite, poco importa que sea económica, social, política, culturalmente o todo ello junto. Y es justamente ese “esforzarse día a día por seguir siendo élite”, lo que hace de una élite, élite. Es también por eso por lo que conductas tales como el “amiguismo”,  el “nepotismo”, el “clasismo” (que no es más que el fingimiento de un grupo de personas de ser élite, aunque ya no lo son), han provocado tantos terremotos en las sociedades. Lo que unos han denominado “Revolución”, ha sido denominado por otros “Justicia”. Lo que ha sido llamado “políticamente correcto” por unos, ha sido calificado como “corrupción” por otros. Una de dos: o la élite se esfuerza en ser élite, en el sentido platónico del término - o sea: disciplinados aristos que no se dejan subvertir ni por la música ni por la taberna, por muy divertido y recalcitrante que sea el ambiente que allí se respira – o la élite es despojada de su rango de élite. Y es aquí, precisamente aquí, donde entra en acción el ciudadano indignado y donde juega el papel fundamental que le corresponde en la sociedad. En efecto: en aquellas sociedades donde la élite sigue siendo élite, el ciudadano indignado no supone un grave problema. Tal vez, eso sí, un incordio, pero no un grave problema. Sin embargo, cuando la élite ha dejado de ser élite, la voz del ciudadano indignado es la primera en oirse porque es a él a quien justamente le corresponde ese papel. Al principio, claro, nadie le escucha. “Ese pesado”, dicen los que le conocen. “Otra vez a vueltas con lo mismo”, suspiran un tanto enervados. Al principio, como digo, nadie le escucha. ¿Cómo le van a escuchar si es de los que protesta por una nubecilla cuando luce radiante el sol? Es cierto que hay una nubecilla, pero no es menos cierto que el sol luce radiante. Hasta que lenta pero inexorablemente el cielo se va cubriendo de nubes cada vez más negras. Es entonces cuando ese ciudadano indignado se siente fuerte. Pero no por la existencia de otros ciudadanos indignados, cosa que al ciudadano indignado le trae sin cuidado, sino porque finalmente los hechos le dan la razón.
Esto es, en resumidas cuentas, lo que sucede al principio del principio.

Sin embargo la élite que ha dejado de ser élite se obstina en seguir llamándose “élite” y en ser tratada como tal; por eso en vez de considerar ese grito como una voz de alerta respecto a su propio comportamiento de élite, se conforma con negar al ciudadano indignado cualquier credibilidad, recordando la insulsa, casi infantil, indignación que suele caracterizarlo, de modo que aquellos respetables conciudadanos –que en ningún modo quieren ser señalados como asiduos clientes de la taberna de los indignados, aunque de vez en cuando se dejen caer por allí, -pero no es lo mismo –piensan esos respetables conciudadanos- dejar caerse por allí que estar tirado allí mismo, que es como normalmente están los ciudadanos indignados – apoyan a la élite, que ya no es élite, pero que se empeña en seguir siendo vista y tratada como élite.

Es cierto, en efecto, que el ciudadano indignado es un pesado; es cierto que la figura del ciudadano indignado existe siempre y en cualquier sociedad. Es cierto. Igual que es cierto que dicho carácter sólo cobra importancia cuando los problemas empiezan a aflorar y alguien ha de ser el primero en atreverse a denunciarlos. La mayoría de los ciudadanos son conformistas. La mayoría va de su casa a trabajo y del trabajo a su casa y rompe el esquema en vacaciones, si es que su economía se lo permite. El ciudadano indignado es el ciudadano vigilante. El ciudadano que está más pendiente de los problemas que le rodean que de él mismo, el ciudadano que ve los árboles pero no el bosque. Y lo que ve cuando mira a un árbol no es ni siquiera el árbol, sino el asta que está a punto de desprenderse del tronco y por eso el ciudadano indignado grita que ese bosque es sumamente peligroso. Quizás el bosque no lo sea, pero desde luego el peligro que el ciudadano indignado denuncia es real. Y una sociedad sana es la que mantiene el bosque accesible a los caminantes a pesar de que no pueda asegurar todas las astas. Y pese a todo: si el bosque está amenazado, no lo duden: el ciudadano indignado será el primero en saberlo. La mayoría de sus conciudadanos seguirá caminando tranquilamente ajena a los peligros que le acechan.
¿Cuál es el mayor el mayor riesgo para una –cualquier- sociedad? El de que la élite deje de ser realmente élite. Sucedió en los tiempos previos a la Revolución Francesa y siguió sucediendo en los tiempos previos a las Guerras Mundiales. La élite diplomática que se había reunido en el Congreso de Viena en 1815 para restablecer las fronteras tras la embestida napoleónica, fue la misma élite que un siglo después condujo a Europa a la guerra tras haber convertido la diplomacia en un formalismo sin fondo, de modo que las palabras no significaban nada y los gestos pertenecían a la escenificación teatral, más que a otra cosa. Ni siquiera los intentos democráticos de la élite durante la República de Weimar lograron calmar los ánimos. Y eso por el terrible hecho de que llegados a ese nivel el ciudadano indignado había desaparecido para dejar paso a los ciudadanos anti-sistema.

Los ciudadanos anti-sistema quizás estén indignados, pero esto –francamente- no es “el punto” de la cuestión. Utilizando la biología, si el ciudadano indignado es el grito de dolor (y el dolor es lo más individual que existe porque a uno le puede doler algún miembro de su cuerpo aunque esté perfectamente sano y no haya sufrido accidente alguno – los dolores psicosomáticos-, el ciudadano anti-sistema son los leucocitos que actúan unidos y en conjunto para contrarrestar el peligro de una enfermedad. Repito: el dolor es personal e intransferible aunque sea psicosomático e incluso “sugerido”, pero para calmarlo necesita un calmante o una terapia. El dolor para ser combatido necesita una acción desde el exterior (llegados a un punto de dolor ni siquiera una personalidad místico-meditativa consigue apaciguarlo). 
La enfermedad, en cambio, precisa de un ejército disciplinado, coherente, animoso: victoria o muerte. Eso son los leucocitos. Esos son los ciudadanos antisistema. A veces ayudan a paliar una enfemedad. Se les llama entonces reformadores, o formadores de conciencia ciudadana.
A veces, sin embargo, un exceso de leucocitos lejos de resolver los problemas orgánicos de un cuerpo, denuncian la grave enfermedad que ese cuerpo padece (leucemia, por ejemplo). Es decir, el excesivo número de leucocitos lejos de significar la esperanza para el cuerpo enfermo, indican justamente lo contrario: el grave deterioro del mismo. El aumento desproporcionado de leucocitos lejos de ser un ejército victorioso se presenta como un ejército derrotado. Lo mismo puede afirmarse –a pesar de las diferencias- respecto de los ciudadanos anti-sistema.

Y bien, hechas todas estas apreciaciones habremos de determinar en qué estadio nos encontramos: si aquel en el que el ciudadano indignado sale de su taberna habitual y empieza a gritar que el bosque arde, o aquel en el que los ciudadanos anti-sistema se echan al monte para intentar, todos a una, extinguir el fuego (en una primera fase) o en avivarlo (aumento desmedido de ciudadanos anti-sistema)

Sí. Tienen ustedes razón. Mi principal objetivo no es criticar ni al ciudadano indignado ni al ciudadano anti-sistema, sino en mostrar las grandes diferencias que los separan. La mayoría de los que se ocupan del tema está tan ocupada en criticarlos que o bien no explica al lector las distinciones entre ambos o ni siquiera se ha detenido a reflexionar sobre ella y por eso al final se utilizan ambos términos de forma indistinta e indiscriminada como si de sinónimos se tratara.

El bosque de nuestra sociedad occidental está ardiendo. Negarlo es ridículo. La deuda sigue imparable su crecimiento; la supervivencia de las industrias está en peligro y muchas cierran porque – lo diga quien lo diga - sin beneficios poco pueden pagar a los trabajadores y menos aún pueden exigir los sindicatos. Esto, justamente, ha sido otro de los motivos de la desaparición de las asociaciones de trabajadores. ¿Cómo se van a asociar para reclamar lo único que en estos momentos les preocupa, esto es: el puesto de trabajo, si la lucha por el puesto de trabajo es en estos instantes un “sálvese quien pueda”? Y eso que los trabajadores intentaron mantenerse unidos: hasta que observaron que los últimos en perder el suyo eran los representantes sindicales. Hasta allí llegó el deseo de asociacionismo, dicen los que dicen conocer el asunto.

La deuda, como digo, y la crisis económica, representan dos graves problemas pero el mayor de todos es el de la desaparición de la élite.

Compréndanme: hay hombres sabios, hombres activos, hombres que trabajan sin esperar grandes beneficios para y por la Humanidad, la Ciencia y todas esas grandes palabras. Pero lamentablemente no son los más representativos. La mayoría de ellos va de aquí para allá vagando entre las sombras y se contenta cuando encuentra un grupo en el que seguir trabajando sin ser apaleado, y encima de apaleado, condenado. Los programas del pueblo para el pueblo se ven imitados peligrosamente por los programas que debieran ser para los pensadores. No. No todos somos iguales. Al Pueblo –que tiene un espíritu completamente distinto del de Fuenteovejuna- le gusta disponer de (Libres) pensadores y de sabios tanto como de Mitos y Leyendas sobre héroes y hazañas que esos semidioses llevaron a cabo con ayuda de él: el Pueblo y que contribuyeron a su supervivencia y a su esplendor. El Pueblo sabe que esos (Libre) Pensadores y esos sabios y esos hombres políticos de bien, forman parte de él: el Pueblo, y justamente por su naturaleza superior logran que el Pueblo sea también mejor.

Pero hete aquí que el Pueblo observa asombrado que la considerada élite, se comporta como se comporta el Pueblo cuando va a la taberna o a la fiesta y deja de ser Pueblo para convertirse en Fuenteovejuna. El Pueblo asiste con los ojos abiertos por la sorpresa y los labios callados por la consternación, que la élite habla el idioma, no del Pueblo sino – y he aquí lo grotesco- ¡de Fuenteovejuna!. La élite cuenta los mismos chistes que Fuenteovejuna, comete sus mismas faltas de ortografía y de sintaxis, piensa y utiliza las mismas frases slogan, actúa con las mismas astucias de los pillos, usa de la misma extrema flexibilidad de la que abusan los charlatanes a la hora de vender sus remedios contra las muelas y de las mismas justificaciones a la hora de defender la validez de un producto que estaba, desde antes ya de la venta, defectuoso.

¿Y qué es lo que sucede?

Que los ciudadanos indignados levantan la voz. El Pueblo levanta la voz. Y la élite no reacciona. Reaccionó en Alemania, cuando Merkel apeló a la élite a esforzarse, aunque no se dirigiera a la élite sino al Pueblo Alemán en su conjunto, para que siguiera siendo intelectualmente brillante. Esto obligó al Pueblo a mejorarse y justamente por eso y porque “a buen entendedor, con pocas palabras sobra”, llevó a las élites a re-activarse aún más de lo que ya lo estaban. El Pueblo Alemán y sus representantes políticos saben mejor que nadie lo que significa un adormecimiento o un estancamiento de las élites. Las reformas educativas al respecto fueron acompañadas de una re-visión de los títulos de Doctor y de una re-visión y calificación de las Universidades. Hoy como hace veinte años este país sigue siendo el país de “pide y se te dará” seguido del inevitable “nadie da duros a pesetas”, que algunos parecen haber olvidado. Por eso uno ha de tener cuidado con aquello que pide: porque lo que se pide exige un esfuerzo proporcional a aquello que se pretende obtener.

Hasta ahora, en Alemania, en Estados Unidos, en Francia, lo que se observa no son los ciudadanos anti-sistema sino los ciudadanos indignados cuyo número crece a día. Y es por eso por lo que las élites, y no me refiero únicamente a las políticas, han de esforzarse en seguir siendo élites y no sólo clases bien acomodadas.

Llegados a este punto ¿qué papel juegan los llamados “Movimientos anti-sistema” y qué papel juega Moriarty?

Estoy cansada de escribir y ustedes seguramente hartos de leerme (suponiendo que su paciencia todavía no se haya extinguido). Dejémonos, pues de disquisiciones, y volvamos a Moriarty.

Moriarty.

Mientras el espectador europeo arrambla contra Trump y sus salidas de tono xenófobas, llegan a casa del espectador europeo visitas inesperadas. Las palabras que ahora tan correctamente profiere el espectador no tardarán en ser puestas a prueba y, viendo como vimos, cómo había sido la solidaridad europea entre los europeos con respecto a la solidaridad que los europeos debían mostrar a los refugiados, mucho me temo que la diversión de Moriarty va a seguir un buen rato. Sobre todo teniendo en cuenta la cantidad de voces que distinguieron entre refugiados cristianos y refugiados no cristianos y todas esas cosas. Los ciudadanos indignados estaban sumamente preocupados por sus puestos de trabajo, por sus prestaciones, por las ayudas sociales que recibían. Los ciudadanos indignados fueron, como siempre sucede, escuchados por los únicos prestos a escuchar al dolor: por los leucocitos; esto es: por los ciudadanos anti-sistema. Y estos, los ciudadanos anti-sistema, sí que son peligrosos. No en las dosis adecuadas, porque entonces los ciudadanos antisistema provocan reformas tendentes a solucionar los problemas y por eso son parte esencialmente necesaria de cualquier sociedad que se precie. Pero en cantidades desmesuradas se convierten en lo que Przbyszewski denominó "Hijos de Satán" en la obra del mismo título. Los ciudadanos anti-sistemas en medidas desproporcionadas lejos de querer apagar el fuego, que es lo que en el fondo persiguen los ciudadanos indignados, se esfuerzan por intensificarlo. Llegados a esa abundancia descomunal los ciudadanos anti-sistema están convencidos de que la enfermedad del cuerpo es incurable y que no se puede hacer nada excepto destruir el cuerpo social al completo.
A partir de entonces se haga lo que se haga, los ciudadanos anti-sistema no admitirán  más justificación que la negatividad, el caos, la destrucción. Su acción no será una simple protesta, no será un “todo está mal”, que es la cantinela del ciudadano indignado. No. La idea fija de los ciudadanos antisistema cuando su número se ha desbordado es la de que “todo tiene que ser destruido”. No es que el bosque no les guste, que es lo que les pasa a los ciudadanos indignados porque además sólo lo ven cuando está en llamas porque antes únicamente distinguen las astas medio sueltas; es que los ciudadanos anti-sistema en su desbordamiento deciden que el bosque está enfermo sin remedio y que no hay más solución que acabar con él. Ese es el problema.

Y mientras tanto, los periódicos, no sé si por vender más ejemplares –por aquello de que la prensa está en crisis- o porque disfrutan siendo el centro de interés o...-, no sé, francamente, no lo sé-, se dedican a propagar el miedo por el populismo donde solo y simplemente ha habido unos resultados electorales democráticos, se dedica a excitar la cólera de los ciudadanos indignados en situaciones en las que no sucede nada que los ciudadanos mismos no hayan querido. Que un grupo de ciudadanos elige lo que otros grupos desprecian es normal. La democracia es así. Y si esto no gusta a los periodistas, es que los periodistas - o sus jefe s-  anhelan una aristocracia, o una monarquía ¿universal?. Es hora de que los articulistas piensen y reflexionen adónde quieren llegar con los titulares que advierten de fantasmagorías mientras callan la existencia de los auténticos peligros. ¿Quieren ustedes auténticos peligros? Investiguen el por qué de las constantes agresiones entre niños en los colegios y por qué los profesores no se enteran de nada, de las rupturas en las familias, de la restauración de los “clanes”, de la demagogia, del uso y abuso de las frases slogan, de que nadie hoy en día se considere inculto por el simple motivo de que sabe leer, escribir y las cuatro reglas y de que nadie se avergüence de sus faltas de ortografía, al tiempo que todos se consideran con derecho a hablar y a expresar no sólo “su” opinión sino incluso “su” verdad; pregúntense por qué las percepciones y explicaciones de un mismo hecho son distintas según las personas incluso cuando esas personas son conscientes de que las están filmando y grabando; pregúntense por qué las encuestas se ocupan de cuántos libros uno lee al año en vez de qué libros son los que lee y por qué los jóvenes de veinte a treinta años que se dedican a aconsejar lecturas para los de su edad, recomiendan libros que a mí me parecen –lo digo sinceramente- para chicos de diez a quince años, pero no más; y por qué, en cambio, aquellos que leen lecturas apropiadas han de ocultarlas o mantenerlas si no en secreto, sí en la penumbra, para no ser tildados de raros y freaks y qué se yo.
En vez de dedicar grandes titulares a Trump, dediquen grandes –enormes- titulares al problema Erdogán en Turquía. Es cierto: algunos actores de Hollywood expresaron su voluntad de marcharse, caso de que ganara Trump pero es que de Turquía están realmente saliendo y no precisamente actores. Y dediquen enormes, grandes titulares, al imperio chino que tiene un contingente humano, empresarial, político e intelectual cargado de grandes sueños.

Piensen en todo ello y contesten sinceramente:
¿De verdad siguen pensando que las relaciones entre Estados Unidos y Rusia han de continuar siendo tan tensas como algunos se empeñan en mantener? ¿A quién beneficiaria?

Cuando dos se pelean, un tercero gana.

Si ese tercero no es ni el Islam, ni China, ni el Vaticano, ni Latinoamérica, convendrán conmigo en que ese tercero únicamente puede ser uno.

Moriarty

Cuando los anti-sistema de todos los grupos políticos-ideológicos-culturales del Planeta se hayan reunido, no quedará demasiado juego que jugar.

Humildemente, y lo digo en serio porque estar segura no estoy, la única (por última) esperanza que queda para librarnos de los anti-sistema es la recuperación de la élite (aunque para ello haga falta una transfusión o una operación) y esto sólo se logra convirtiendo al individuo en individuo responsable. Atrás tienen que quedar los victimismos que encubren a los verdugos, los igualitarismos que desprecian a los meritorios, las frases slogan que ocultan la verdad y la reflexión.

Por Dios y por la Libertad o simplemente por la Sociedad Occidental:

¡Sapere Aude y muera Moriarty!

La bruja ciega.

Suena cursi, lo sé. Casi patético pero es que hasta el momento no se me ocurre otra cosa mejor.
Estoy sumamente cansada. 
El artículo ha sido muy extenso. Soy consciente de ello. Sin embargo me interesaba sobremanera aclarar las diferencias entre la naturaleza de ciudadano indignado y ciudadano anti-sistema a fin de que no se dejen ustedes manipular ni por determinadas tendencias políticas ni por determinados medios de comunicación que bien por ingenuidad, por desconocimiento o por colaboración, sirven a dichas tendencias ideológicas.







Friday, November 11, 2016

Brevemente, hasta donde puedo ser breve

Ustedes lo saben. No me gusta hablar constantemente del mismo tema. Me aburre. Y ustedes conocen también el miedo que tengo a que mi aburrimiento pueda convertirse en crónico; pero hay momentos y situaciones en las que el carácter gascón, - el mío -, olvida todos mis consejos y mis advertencias y sin pensar qué es lo razonable y qué no lo es, se lanza nuevamente al ruedo; un ruedo, todo hay que decirlo, donde él no es el torero sino el toro que echa fuego por las narices. Qué le vamos a hacer. Como el torero dijo: “Hay gente pa to”. Seguramente incluso para ser toro.

En cualquier caso se hace imprescindible remarcar que a pesar de lo que muchos de ustedes puedan pensar yo nunca me he posicionado en contra de eso que Fuenteovejuna da en llamar “hipocresía” y que yo, en cambio, siempre he denominado “buenos modales” y “cortesía". Cómo y qué hablen mis conocidos de mí en privado me resulta indiferente. Lo que no soporto es esa nueva moda de “decir las verdades a la cara”, sobre todo cuando “la cara” es la mía; ”las verdades”, las suyas; y el contenido que esas verdades encierran no son verdades objetivas sino las verdades subjetivas de esos conocidos -“sus” -verdades, verdades que afectan a “mi” persona y en las cuales no estoy en absoluto interesada. No. Yo prefiero esas personas que sonrien, dicen lo precioso que es el vestido que llevo o no dicen nada en absoluto, hablan del tiempo, un par de sonrisas por aquí, un par de sonrisas por allá, y luego desaparecen tan discreta y sonrientemente como han venido. Qué maravilla ¿no creen? Nada que ver con ese otro que se acerca igual de sonriente que el que se acaba de marchar sólo para sonrientemente revelarte que en el otro ángulo del salón hay una invitada con el mismo vestido que tú luces en ese instante,  aunque a la otra le sienta mejor porque ese vestido ha sido especialmente diseñado para las rubias y tú no eres rubia e insensateces por el estilo. Y yo, claro, busco desesperadamente a la invitada más hipócrita de la reunión para que hipócritamente me consuele. Porque hipócrita o no, en aquel instante lo único que una, que soy yo, quiere oir son palabras cálidas.

Que ustedes comprendan cuánto aprecio a la hipocresía es importante a fin de que ustedes comprendan igualmente que mi indignación por las reacciones a la victoria de Trump no nace del desdén hacia  la hipocresía, - que ya digo que no tengo -, sino con el desprecio por el cinismo. En realidad más que desprecio es dolor de estómago; dolor de estómago que se transforma en rabia, rabia que se transforma en fuego y fuego que se echa por las narices y que, como ya he explicado al principio, me convierte en el toro del ruedo.

A mí, personalmente, me resultan indiferentes tanto Trump como Hillary. Supongo que también esto se hace necesario ser confesado para que nadie crea que defiendo al uno o a la otra. No he seguido en absoluto la campaña electoral americana; de hecho tan apenas he leído los titulares. ¿Para qué? Las posibilidades de maniobra en un país gigantesco son limitadas; en cambio sus estructuras organizadas para mantenerse en pie en caso de apocalipsis están hechas de acero inoxidable y a prueba de terremotos. Teniendo en cuenta que en los Estados Unidos no piensan más que en eso: en el Apocalipsis, desde que se levantan por la mañana – y se levantan todas las mañanas-, pueden imaginarse ustedes qué fuerza de voluntad y tesón se requieren para aun pensando en que el Apocalipsis es inminente seguir esforzándose (y levantándose). Así que, francamente, gane el candidato que gane, pienso en cada una de las elecciones que se han celebrado, la nación americana sobrevivirá a cualquier Presidente que se precie. 
Compréndanme: un país que echó a un Presidente –Nixon- por escuchas ilegales pero mantuvo a un Presidente –Clinton- pese a sus escándalos sexuales, es un país a prueba de huracanes.

En definitiva: no siento ninguna aversión contra la hipocresía y los resultados de las elecciones americanas me eran completamente indiferentes hasta que no he empezado a leer los titulares de los últimos días.
Lo que en cambio no soporto, a lo que no me acostumbraré nunca, -lo reconozco- es al cinismo. No puedo. Es superior a mis fuerzas. Lo siento.

Y hete aquí que el cinismo es justo, lo único que no ha perdido nuestra vieja y rancia Europa. Europa, al igual que los viejecitos de Herman Broch en su obra “Los inocentes”, mantienen las formas cuando ya han perdido el fondo.

Y así la vieja Europa, la Europa destrozada por los fascismos y antes que por los fascismos por los autoritarismos tanto de la nobleza como del clero, no siente ningún escrúpulo por levantarse –sin ni siquiera haberse acostado- gritando a plena voz: “El populismo ha ganado en América”, como si ella, esa Europa corroída por las dictaduras, estuviera en posesión de la verdad; o sea, de la Democracia.

Ese fue mi tema de ayer y pensé que podría pasar a ocuparme de otros temas.

Sin embargo hete aquí que hoy los periódicos insisten en llamar a América “populista” ,intentando demostrar por todos los medios, - a base de aportar lo que ellos consideran "pruebas irrefutables" -que los hechos corroboran sus afirmaciones.

- Lo primero que leo es el número de emigrantes indocumentados que van a tener que dejar el país. Los testimonios son innumerables. Uno de ellos dice “si me tengo que ir, se acaba para mí el sueño americano”. Todos tienen miedo del muro.

- Lo segundo que acabo de leer es que las negociaciones entre Estados Unidos y Europa en lo concerniente al TTIP van a quedar congeladas y en suspenso debido a la victoria de Trump

- Lo tercero, que los musulmanes tienen miedo de vivir en los Estados Unidos.

Empecemos por lo primero.

Mi sincera opinión es que el mundo es de los que están en el mundo. Si por mi fuera mañana mismo haría desaparecer los pasaportes, los documentos nacionales de identidad, las visas, los visados y todos los papeles que fueran exigidos para moverse libremente por el mundanal mundo. Pero, lamentablemente y como dice la canción: “El mundo es así. No lo he inventado yo”. Los emigrantes indocumentados suponen muchos problemas para un país; entre otros, el de representar una competencia desleal para los trabajadores registrados que han de pagar sus impuestos y que deben cobrar por ley un salario mínimo. De hecho cuando un país necesita mano de obra, nacionaliza a los indocumentados rápidamente y cuando no la necesita, conseguir la nacionalización se convierte en un proceso arduo y difícil, lleno de obstáculos. A esto hay que añadir que un aumento de población indocumentada implica un crecimiento de la pobreza, de la corrupción y de la delincuencia debido a las mafias del tráfico de personas, entre otros.
En vez de comprender la seriedad del problema y de considerar las posibles soluciones al mismo, muchos prefieren echarse las manos a la cabeza y fingir una gran consternación cuando descubren que más de un emigrante documentado y establecido no quiere que entren en el país emigrantes indocumentados y no establecidos.

Unida a esta cuestión está la historia interminable del muro. Bien. Habría que preguntarse si el muro entre Estados Unidos y Méjico va a ser un Muro de Berlín o  una Muralla China; porque “a” no es “a”. En cualquier caso, sea lo que sea, resulta necesario hacer dos consideraciones al respecto. 
La primera es que la frontera entre los Estados Unidos y Méjico es, al día de hoy, una de las más vigiladas del Planeta, con lo cual por mucho Muro que se construya será más simbólico que otra cosa. En segundo lugar, en Europa contamos también con tales “Muros”, a los que por supuesto no se les llama “Muros” sino “Vallas” y desde luego, la Valla de Ceuta, por poner un ejemplo, es una gran Valla. Pero claro, es una “Valla”, no es un “Muro”. 
Curiosamente se afirma que “a” es “a”, en los casos en que “a” no es “a” y se asegura que “a” no es “b” cuando lo cierto es que en ocasiones “a” es verdaderamente igual que “b”.
Pero hay algo todavía más asombroso. Resulta que una Europa que está desde hace un par de años lidiando con lo que se ha dado en llamar “la crisis de los refugiados”, una Europa en la que se ha tenido que amenazar a los Estados miembros para que acojan refugiados o paguen una multa porque la negativa de los diferentes países a aceptar más habitantes dentro de sus fronteras era casi unánime, una Europa que culpaba a la señora Merkel por haber “invitado” a los refugiados a venir a Europa-Alemania y que por tanto la obligaba a hacerse cargo del problema a ella solita, se siente ahora con la fuerza moral, con la superioridad ética, para exigir a los Estados Unidos que acepten a los emigrantes indocumentados. 
O sea: Una Europa que no siente ningunas ganas de acoger a gentes que huyen de la guerra, de la muerte, de las bombas, del odio, se ve con autoridad suficiente como para decirle a América que acoja a personas que se marchan de su país para mejorar su calidad de vida. Compréndanme. Nada en contra de que las personas emigren en busca de oportunidades. Lo que me enerva es que una Europa reacia a recibir a refugiados de guerra quiera obligar a un país a acoger a emigrantes económicos sin documentación, o lo que es lo mismo: ilegales. Esto es lo que yo, realmente, llamo cinismo y populismo.

El segundo tema es que las negociaciones del TTIP van a ser congeladas debido al triunfo de Trump. O lo que es lo  mismo: el TTIP no va a ser firmado por el momento, dicen, debido a que Trump ha ganado las elecciones.

¡Hay cosas que claman al cielo!

Llevo años escuchando todo tipo de teorías contra el TTIP; he asistido a numerosas conferencias, conversaciones y discusiones acerca de por qué el TTIP era nefasto para Europa y hasta los programas humorísticos con pretensiones intelectuales se han manifestado en contra del TTIP. En aquel tiempo ni siquiera se hablaba de Trump. Incluso el famoso CETA con Canadá ha estado a punto de no firmarse y finalmente se ha acordado pero de forma discreta y silenciada por otros temas más de actualidad.
Y ahora resulta que la causa de que no se suscriba el TTIP se debe a Trump...
¿Cómo calificarían ustedes esta afirmación?

El tercer tema es el de que los musulmanes tienen miedo en los Estados Unidos.

Yo diría que el miedo, si lo hay, es mutuo. Tengan ustedes en cuenta el lío que, según explican los videos de internet, han formado los Estados Unidos en la zona; las guerras en las que los americanos han participado, las revueltas en las que han colaborado, los cambios de gobierno que los americanos han propiciado;  oigan lo que de sus líderes se cuenta; observen las propuestas que se hace en contra del mundo Occidental en general y de los Estados Unidos en particular... 
Si a eso le sumamos los muertos de las Torres Gemelas y de un par de atentados y lo adicionamos a la tradicional separación de poderes que rige en los Estados Unidos así como a la obsesión apocalíptica de los americanos, comprenderemos que el miedo a los musulmanes es un miedo real y bien real. Hasta cierto punto, es el mismo miedo que los europeos sienten cuando se oponen a recibir a los refugiados. Su oposición no se debe tanto a que esos hombres sean refugiados como al hecho de que no se sepa cuántos de esos refugiados puedan ser terroristas. 
Lo dije en su día y lo reitero hoy. El problema es que no todos los musulmanes son terroristas, pero lamentablemente los mayores ataques terroristas de los últimos tiempos han sido perpetrados por musulmanes y además en apoyo de su religión. Es difícil que el hombre común pueda saber cuándo está ante un musulmán fiel a su religión y cuándo ante un musulmán fanático. Y eso, digan lo que digan, causa miedo, suspicacia, desconfianza, o como ustedes quieran llamarlo.

Mi pregunta, sin embargo, sigue siendo la misma: ¿Estas noticias y comentarios insensatos parten de algún oscuro poder que pretende desestabilizar a los Estados Unidos o son simplemente la píldora con la que el Cuarto Poder intenta mitigar el aburrimiento crónico que sufren los lectores?

Sea lo que sea deberíamos ser cuidadosos a la hora de leer tales noticias.

Sigo pensando que no conducen a ningún resultado sensato.

Desde luego a ninguno certero.

En Aragón suele, o solía decirse: “Ningún jiboso se ve su jiba”

Eso, creo yo, es lo que está pasando en estos momentos.

La bruja ciega.

Una cosa es cierta: si de verdad quieren luchar contra el Populismo, contra el verdadero y peligroso Populismo, la forma en la que lo están haciendo no es la más inteligente. De hecho y para ser sinceros no sé si están invocando a los demonios del abismo o jugando con un boomerang. Y lo que igualmente desconozco es si son conscientes de que están invocando a los demonios del abismo y si se han dado cuenta de que lo que tan alegremente están lanzando al aire es un boomerang que hay que saber recoger adecuadamente si no queremos que nos golpee en la cabeza.

Busquen a Moriarty.

Pero hasta que lo encuentren, busquemos entre todos la sensatez.