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Thursday, November 10, 2016

El prisionero del Laberinto.

Ustedes ya conocen mi propensión al aburrimiento. En estos momentos mi mayor preocupación es que se convierta en crónico. Un aburrimiento crónico es siempre peligroso: o nos sume en la apatía o nos sumerge en las cavernas sombrías y terriblemente inseguras -por estar plenas de amenazas y vacías de vida- de los laberínticos submundos. 
La apatía la sufrí en mi juventud. Combatirla exige, créanme, una disciplina de hierro y se hace necesario disponer de una piel de elefante para lograr superar las heridas y las cicatrices que deja en nuestros corazones. A veces pienso que habría que considerar a la apatía como una especie de drogadicción y que como tal debería ser tratada. Cuando leí a David Foster Wallace y supe, gracias a él, que abandonar la adicción a las drogas les genera a los ex-dependientes una depresión que arrastra a muchos de ellos al suicidio, tuve la impresión de que se trataba del mismo vacío terrible en el alma que sufren los apáticos. La apatía, en efecto, es una inclinación maniática en la que uno se hunde bien por pereza, bien por aburrimiento, ora para combatir el automatismo de la vida diaria, ora para no tener que pensar en el sinsentido de la cotidianeidad de una vida en la que tenemos que concentrar todos nuestros ánimos para ganar el sustento, -nuestro sustento-, con el sudor de la frente, -de la nuestra-, rodeados de las limitaciones de la existencia, de las limitaciones que los otros nos imponen y de las nuestras propias. Al final lo único que acertamos a ver son las barreras y no las posibilidades; pero en vez de obligarnos a la labor de considerar las oportunidades, preferimos detenermos por pura y simple comodidad ante las murallas, sin ni siquiera pensar que de las limitaciones a la apatía no hay más que una pequeña, casi inexistente, distancia. Así que uno detiene su camino justo en el centro de un círculo del que no se cree con fuerzas suficientes para salir porque la mitad de ese círculo lo constituyen las limitaciones y la otra mitad lo erige su propia apatía.

Romper el círculo, ya lo he dicho muchas veces, exige fuerza y disciplina.

 Fuerza= Espíritu por Energía.

 Disciplina= Amor.

Hubo un tiempo en que Carlota y yo nos encontramos, de repente, prisioneras cada una de su propio círculo. Nuestra suerte es que aún estando encerradas, estábamos frente a frente. Fue entonces cuando comprendimos lo importante que era unir nuestras facultades (posibilidades) - el espíritu, ella; la energía, yo - por medio de la Disciplina que muchos, los mediocres, identifican con obligación pero que en realidad no es otra cosa que el Amor, porque es en el Amor donde la Disciplina encuentra la fuente de su origen, y es el Amor el que la alimenta, le nutre y le proporciona vigor. Sin Amor la Disciplina se convierte en fanatismo, tiranía, obsesión, crueldad y muere putrefacta y hediendo. Gracias a la Unión de Espíritu y Energía y gracias a la Disciplina rompimos nuestros respectivos círculos. Ese es el origen de nuestra amistad.

Y sin embargo... que agradable estar dentro de ese círculo, en la habitación templada de la apatía; esa habitación en la que nunca hace demasiado frio ni demasiado calor. Yo creo, lo he creido siempre, que cuando Jesús critica con tanta dureza al hombre templado, a quien está reprendiendo en realidad es al hombre apático; del mismo modo que cuando Nietzsche reprueba al hombre tolerante su tolerancia porque el hombre tolerante, dice Nietzsche, es incapaz de decir ni sí ni no,  el autor alemán no está censurando al verdadero hombre tolerante sino al hombre apático. 
Jesús y Nietzsche, ambos, están condenando lo que ellos consideran bien un pecado, bien un defecto de carácter al que yo, en cambio, denomino adicción o, como ahora se denomina a la adicción: enfermedad crónica.

Y sí, la apatía produce graves alteraciones de comportamiento y de carácter al que la sufre. La apatía también genera innumerables daños al cuerpo y a la mente, además de diversos dolores en sus más variados tonos: agudos, profundos...

De la apatía se sale, no sin consecuencias. Las mismas que dice David Foster Wallace que provoca en el toxicómano la desintoxicación de las sustancias adictivas: el vacío, la depresión, - que no es una depresión al uso, sino más bien, una especie de inmensa e inexplicable melancolía. Melancolía que a su vez no es más que el recuerdo de ese círculo en el que uno estaba y que parecía protegerle del exterior; aunque en verdad ese círculo se tratara de una protección ilusoria, aunque no fuera ningún tipo de protección, aunque en realidad estuviera destruyendo al individuo desde su propia interioridad...

De la apatía se sale y hay que seguir saliendo todos los días. Cada minuto cuenta. Para conseguirlo, la Disciplina se convierte en un instrumento imprescindible.

La apatía es una de las consecuencias del aburrimiento crónico.

El segundo peligro del aburrimiento crónico es que  induce a quien lo padece a sumergirse en las cavernas del submundo, en esas catatumbas oscuras y terribles en las que no hay ninguna luz que encontrar y en cambio requiere, exige en tributo, mucha luz. La sombra busca la luz que le ilumine, tanto como la luz necesita de las sombras para descansar un momento y reflexionar. Luces y sombras caminan juntas y cuando han de hacerlo por separado se buscan anhelantes la una a la otra. El día brillante espera a la noche, tanto como la noche aguarda la luz del amanecer. Los que se sumergen en los subterráneos no encontraran más luz que la artificial y al salir morirán igual que murió Ícaro: víctimas de la luz del sol. 

Consumidos por las sombras, los que penetran en las cavernas.

Consumidos por la luz, los que se atreven a salir de ellas y volando pretenden alcanzar el mismísimo centro de la luz, que es también el centro del Mundo Ideal, el Absoluto.

¿No se han preguntado ustedes nunca la extraña coincidencia de que fuera Dédalo, justamente Dédalo, el padre de Ícaro, el arquitecto del laberinto tanto como el constructor de las alas que permitían elevarse por los espacios etéreos? Se dice que Dédalo quería huir del rey Minos, que lo tenía encerrado dentro del laberinto. 
Pero seamos claros: Dédalo no fabricó las alas para huir del rey Minos sino para escapar del laberinto, de ese laberinto que él mismo había ideado,  de ese laberinto que él, Dédalo, había construido cumpliendo las órdenes del Rey Minos, en efecto, pero un laberinto que era una de esas obras de las que su creador se quiere alejar lo antes posible porque encarnan lo que siglos, milenios, después se encargó de explicar el genial Goya: “los sueños de la razón producen monstruos”. 
El sueño de la razón de Dédalo había producido un terrible monstruo: el laberinto. Y fue de ese laberinto, de su laberinto, del que quiso escapar.
Lo que en cualquier caso Dédalo supo vislumbrar, al contrario de su hijo Ícaro, que nunca llegó a comprenderlo, - y por eso que Ícaro no lo entendía tampoco obedeció a su progenitor a pesar de las explicaciones que éste le dió -, fue que la sombra y el sol han de caminar juntas para que la luz de la luz pueda ser disfrutada y la sombra de la sombra, valorada. Lo que Dédalo en contraposición a Ícaro supo discernir es que un exceso de luz es tan perniciosa como un exceso de oscuridad.

Pueden ustedes imaginarse, pues, lo terrorífico de una existencia que ha de combatir diariamente el aburrimiento para que ese aburrimiento no se convierta en crónico y por tanto no caiga ni en la apatía ni en el laberinto de las sombras, ni se sienta tampoco tentada a huir a mundos a los que los hombres mortales, justo por su naturaleza de hombres y de mortales, no tienen acceso. Al menos, no directo. Unas veces se crean espectáculos circenses y otras teatrales. A veces se escribe, a veces se dibuja, a veces se dialoga. Lo importante en ese proceso es conseguir que incluso el “ganar el pan con el sudor de la frente” sea divertido, o sea: diverso. Semejante desafío únicamente puede lograrse a base de crear; de crear aunque sea la cotidianeidad cotidiana. Esa que es nuestra cotidiana cotidianeidad.

Este “crear”, - que en realidad consiste en la fabricación de diversos mecanismos, terapias, estratagemas, o como ustedes quieran llamarlos, para que el hombre no se hunda en su propio yo y consiga salir de sí mismo, de su laberinto, sin perecer víctima del exterior, del destructivo sol, - es lo que muchos necios confunden con “creación divina” y por eso, a partir de esta confusión, que es en realidad una gran necedad, consideran que el hombre es un pequeño dios porque lleva en él la chispa divina de la creación; que todos somos dioses, y que sólo hace falta descubrir nuestra naturaleza de dioses y pensar en positivo y todas esas barbaridades –no sé si morales pero desde luego sí intelectuales- que pululan por ahí, para conseguir las metas deseadas (o sea, meramente pensadas.)

¡Como si el hombre no tuviera bastante con su tarea de ser hombre y de atreverse a salir de su laberinto interno sin ser destruido por la luz cegadora del exterior!!

Ustedes, claro, no entienden nada de lo que digo. Y si lo entienden, no saben por qué diantres lo digo, si en realidad el título del artículo es ”El prisionero del Laberinto” y ustedes todavía no saben quién es ese prisionero y lo único que esperan es que no sea yo, porque eso sí que sería aburrido.

No. El prisionero del laberinto no soy yo.

Pero razones de peso me llevan a incluir este largo preámbulo.

En primer lugar, porque es importante explicar qué es lo que exactamente significa ese “me aburro”.

En segundo lugar, porque escribir es un diálogo conmigo misma y ese diálogo es algo que realmente me divierte (me divierte, no me distrae; divertir y distraer son cosas distintas). Me divierte porque el diálogo conmigo misma es realmente un diálogo; un diálogo que, por un lado, no está sometido a las limitaciones ni de tiempo ni de espacio ni de paciencia ajena al que están supeditados los diálogos interpersonales y es además un diálogo que, por otro lado, me adentra en desconocidos senderos conduciéndome a conclusiones distintas, realmente distintas, a las que yo esperaba llegar.

En tercer lugar, porque es precisamente ese “me aburro”, (el "me aburro" de los lectores) lo que ha llevado a los periódicos a convertirse en eso que se ha dado en llamar “El Cuarto Poder” y lo que les ha alimentado hasta engordarles en unas proporciones que comienzan a ser realmente preocupantes.

Y en cuarto lugar, porque hasta cierto punto espero que ustedes ya hayan perdido la paciencia y no sigan leyendo o que si leen, lean en diagonal, y de este modo yo pueda expresarme como me plazca sobre un tema del que nadie puede hablar libremente sin ser inmediatamente calificado de antidemócrata y cosas por el estilo. Y claro, llegados aquí, la mayoría de los hombres sensatos callan porque ninguno de ellos quiere ser considerado antidemócrata, porque ninguno de ellos lo es y porque en este instante sólo oigo a antidemócratas y a hombres que se esfuerzan por no ser antidemócratas, por ser incluso demócratas exagerados, gritar bien fuerte al otro, al de enfrente, “antidemócrata”, sin, curiosamente, subir la voz contra los realmente antidemócratas.

¿Alguien en su sano juicio puede explicarme lo que está pasando en los Estados Unidos? 
La locura me aburre. Me ha aburrido siempre. Yo soy de la opinión de Chesterton: los locos viven en una habitación perfectamente amueblada de la que no pueden salir, y en la cual todo está colocado en el más perfecto orden. Lo único que no se permite es la introducción de nuevos elementos ni el cambio de sitio del mobiliario. En una discusión con un loco, sería el loco el que ganaría, asegura Chesterton y yo lo ratifico, justo porque el hombre cuerdo ve perspectivas distintas, tonos diferentes y consideraciones diversas. El loco en cambio, tiene un puzzle perfectamente ensamblado y no atiende a nuevas estructuras.

Bien. Hagamos una retrospección de los hechos. Leo los periódicos desde hace tiempo. Tantas emociones, cansan primero y aburren después. Contra el uso y abuso de las emociones, contra el exceso de emociones, ya he prevenido tantas veces en mis blogs, sin éxito -he de reconocerlo- que ya no sé ni qué hacer para que tomen mis consejos al respecto en consideración.
En cualquier caso uno de los temas internacionales que emocionalmente más tiempo ha mantenido ocupados a los rotativos, - que ya no son rotativos sino digitales -, y distraídos a sus lectores, ha sido el tema de las elecciones en Estados Unidos. Trump contra Hillary. Trump era el malo de la película, al cual no había más remedio que oponerse si uno quería pertenecer al club de los racionales y sensatos; Hillary fue presentada en escena como la mujer experta en asuntos de Estado y la persona que concienzudamente se ha dedicado a la política toda su vida. Lamentablemente la misma experiencia que la elevó a la candidatura es la misma experiencia que han rechazado sus electores.
Lo dije en uno de mis blogs: Independientemente de la simpatía política que se sienta o no se sienta por Trump, hay que considerar que se trata de un candidato elegido por muchos electores en una campaña libre, democrática, pública hasta rozar lo impúdico, y trasparente hasta donde la trasparencia alcanza.

De ahí, justamente, que cuestionar el éxito de Trump sea cuestionar la democracia misma. Lo cual, lo dije, lo digo, y lo repito, es un enorme, terrible peligro.

Sin embargo los periodistas son incapaces de distinguir amenaza alguna. Los periodistas son prisioneros no sólo de su propio aburrimiento sino, lo que aún es peor, (peor por trágico; o sea: irresoluble) del aburrimiento de sus lectores. Los lectores se aburren y exigen nuevas emociones. Los periodistas no tienen más remedio que bajar a buscarlas al laberinto. Allí, perdidos entre las sombras, buscan temas con los que distraer (los periodistas distraen, no divierten) a los lectores. Los lectores les alimentan con su interés, pero como su interés tiene tan poco alcance como su capacidad de atención y, por tanto, tan poco alcance como su capacidad de distracción, los periodistas no han tenido más remedio que adentrarse cada vez más en las fosas sombrías del laberinto, hasta que han quedado prisioneros de él. Necesitarían alas con las que volar, si; pero antes tendrían que querer escapar de su encarcelamiento y después averiguar cómo escapar de la prisión. Pero sus ojos, cegados por las sombras, no atinan a ver la salida. Ni siquiera saben que existe una salida y puede que ni siquiera tengan el más mínimo deseo de salir de allí. A veces tengo la impresión de que los periodistas han hecho del laberinto su morada y que son como los hombres de la caverna de Platón: que se niegan a salir de donde están. 
Ese “negarse a salir” del estado de sombras es algo que, en efecto, ha ocupado desde los tiempos más remotos a los helenos: "la caverna" de Platón, "la piara de cerdos" de Ulises... y se alterna con “la imposibilidad de salir” de Eurídice y“la obligación del retorno” de Perséfone. 
La fuerza heroíca que exige ese salir es siempre una fuerza eficiente y nada idealista: como la de Dédalo, y que en caso de no existir ha de ser concedida por los dioses, el caso de Orfeo u obtenida gracias a la colaboración de otros, como es el caso de Teseo.

Pero los pobres periodistas, esos que constituyen el maltrecho Cuarto Poder, no tienen ni la fuerza heroica de un Dédalo, ni el permiso de los dioses como tuvo Orfeo, ni la suerte que acompañó a Teseo de ser ayudado por otros. Y así continúan perdidos en las profundidades de los bajos mundos. Gritan “¡Democracia”!” sin saber qué es Democracia y gritan “¡Antidemócrata!” sin comprender realmente tampoco lo que es la antidemocracia. Ahora han encontrado un nuevo vocablo: “Populismo”. No es que antes no existiera, pero desde luego tenía otras connotaciones.

De todos, éste, el vocablo “Populismo” es el más peligroso.

“¡Populismo!”, acusa vociferante y en grupo el Cuarto Poder, cada vez que aparece alguien nuevo que no dice lo que él, el Cuarto Poder, está acostumbrado a oir.

”¡Populismo!”, denuncia el Cuarto Poder al unísono, cada vez que aparecen unos resultados que seon distintos y que incluso se oponen a los que él, el Cuarto Poder, el prisionero del laberinto, considera que han de ser los resultados adecuados, y por adecuados, necesariamente obligatorios.

Y por eso el Cuarto Poder, prisionero del laberinto, grita y grita, convencido de su talante democrático y antipopulista; factores ambos, justo es admitirlo, difícilmente conciliables porque ¿cómo puede armonizarse lo democrático con lo antipopulista, sobre todo cuando la democracia es el poder del pueblo y el pueblo es siempre popular, -popular por contraposición a elistista-, y la frontera entre lo popular y lo populista es sobre todo una cuestión de marketing porque un libro conocido es popular pero un número uno de ventas es siempre, se mire como se mire, populista? El problema surge cuando un enfant terrible se convierte en número uno de ventas. ¿Se ha convertido entonces el "enfant terrible" en populista? ¿Comprenden ustedes cuántos quebraderos de cabeza origina el concepto "populista"? Sin embargo en los últimos tiempos el "populismo" se ha convertido en una de esas palabras de moda, de esas que el Cuarto Poder introduce en la sociedad para que sean utilizadas hasta el cansancio, como si se tratara de un concepto sencillo y libre de matices que cualquiera entiende. El Cuarto Poder usa y abusa del vocablo y la consecuencia de ello es que después de tanto uso y abuso, el término "populismo" deja de tener sentido. Su concepto ha quedado vacío de significado. La expresión se ha vulgarizado, ha perdido la fuerza inicial que poseía y al hablar de una fiesta da exactamente igual calificarla de fiesta popular que de fiesta populista que de fiesta popularizada que de fiesta del populacho que de fiesta de la plebe, por poner un ejemplo. Será entonces cuando los verdaderamente "populistas" entren en el terreno de juego y se hagan con el Poder, porque nadie les temerá. De hecho puede que ni siquiera les presten atención. El "populismo" se habrá convertido en un mero y simple sonido.

Esos que describen como “populista” a cada candidato cuyas premisas no coinciden con sus propias consideraciones, esos que denuncian como “resultados populistas” a cada resultado que no se aviene a sus propias expectativas, están en realidad pidiendo a voces un gobierno autoritario y tirano, diseñado, cortado y cosido a su propia medida. Me parece realmente peligroso, peligrosísimo, que se califiquen a las decisiones que un pueblo ha tomado, sobre todo las de un pueblo como el americano, nacido y criado en la libertad desde sus más tierna infancia. He advertido durante la campaña que acaba de terminar, el riesgo que ese ataque masivo a Trump entrañaba. He intentado explicar que ese empeño de algunos por salir del laberinto a base de acercarse demasiado al Sol terminaría por abrasarles las alas y devolverles a los abismos. Pero mi grito es un grito al aire. Los mensajes de mis botellas son mensajes lanzados a un mar inundado de mensajes en botellas. He esperado que alguien lo recogiera. No he tenido éxito. Y lo único que puedo hacer es seguir repitiendo ese “cuidado”. Cuidado con la irreflexión, con lo que creemos racional, con lo que consideramos apropiado e inapropiado. Cuidado.

Lo primero que deberían hacer los periodistas no es gritar “populismo”, sobre todo cuando cualquier democracia que se precie es populista, pero mucho menos aún tratándose de unas elecciones en Ámerica en las que, justo por como están concebidas, se emplean tantos medios, tantas cadenas de televisión. No obstante si tanto desean utilizar el vocablo "populismo", deberían admitir que dicho término no se puede restringir a un solo candidato sino a los dos y si me apuran a la nación completa, porque es la nación al completo la que desde sus más pequeñas asambleas participa en eso que muchos se empeñan de calificar “espectáculo” pero que desde mi punto de vista es el despliegue más magnífico de espíritu y energía, o sea, de fuerza que una nación puede hacer para asegurar la libertad, la suya. Y todo ello con una Disciplina que nace del Amor a esa libertad.

Y aquí en Europa eso se denomina espectáculo, populismo y qué se yo qué más. Y unos cuantos hablan de la pobreza del hombre blanco, escriben unos cuantos libros al respecto y a eso, en cambio, no le llaman ni populismo ni demagogia. A eso le llaman análisis socio-político. Ajá. Como si no existiera la pobreza del hombre negro. Como si la pobreza del hombre blanco, la pobreza del hombre negro y la pobreza del hombre mestizo, fueran cada una de ellas de naturaleza distinta y la una, la del hombre blanco, condujera al populismo electoral; la otra, la del hombre negro, al populismo de la violencia callejera y la del otro, la del mestizo, al populismo de la droga y el alcohol. ¿O adónde si no creen que van a ir a parar cuando afirman, del modo en que lo afirman, sin mover una pestaña, que la candidatura de Trump y los resultados electorales se deben a la pobreza del hombre blanco? ¿Creen que por muy buenas razones que tengan, los lectores, que en general no leen, van a comprar su libro y a leerlo? ¿Quién lo ha leído? Yo no. Hasta el momento todos sabemos lo que los periódicos repiten: el esencial papel que ha jugado la pobreza del hombre blanco en los resultados de las elecciones. Pero es que, además, de ese alegato a la pobreza del hombre blanco se desprenden más preguntas, preguntas que hasta el momento nadie me ha sabido responder adecuadamente: por ejemplo ¿a qué se refieren cuando afirman la pobreza y frustración del hombre blanco?  No pienso involucrame en la siempre difícil cuestión de si esta afirmación se trata desde una perspectiva racista; ni siquiera de si está llevada del victimismo, pero sí desde luego afirmo que es una consideración incompleta y miope. Es cierto que los estudiantes universitarios que ayer salieron en Washington a protestar contra Trump son justamente los estudiantes universitarios que pueden costearse una universidad tan elitista como la de George Washington. ¿Se desprende de ello que a Hillary Clinton le vota el hombre blanco rico en contraposición a Trump, al cual le vota el hombre blanco pobre?

¿Es entonces Trump una especie de Robin Hood y Hillary Clinton una especie de sheriff de Nottingham?

¿Es Robin Hood un salvador o un populista?

¿Es el sheriff de Nottingham un villano o un burócrata?

¿Comprenden ahora a cuántos problemas nos lleva la explicación del hombre blanco pobre que vota a Trump?

En cuanto a la acusación de “populismo”, todos los candidatos demócratas son de una manera u otra populistas. Populista es la idea de cerrar cárceles inhumanas e insanas; populista es proponer bajar impuestos; populista es prometer más puestos de trabajo, mejores remuneraciones, nuevas casas sociales; populista es la declaración de intenciones de lanzarse a una guerra en un momento dado y de acabar con el conflicto armado, al siguiente; populista es asegurar la creación de colegios, e incuso el cierre de determinados centros escolares conflictivos; populista es afirmar que se van a crear seguros sociales e igualmente puede ser populista incluir en el programa electoral la voluntad de no crearlos. Al final todo depende del estado de cosas en que se encuentre la nación. Lo importante es ser lo suficientemente sinceros como para reconocer que Populistas son todos los politicos que quieren ganar unas elecciones democráticas y todos aquellos cuyos esfuerzos se centran en darle al pueblo lo que el pueblo pide, porque la Democracia parte del principio de que el pueblo pide lo que el pueblo necesita. Y en este principio justamente se mantiene el sistema democrático: en el convencimiento de la sabiduría del pueblo, porque en el momento en que el pueblo pide lo que destruye al pueblo, ese pueblo ya no es un pueblo sino un suicida y eso, pocas veces se ha visto. Puede ser que el pueblo se equivoque, pero el pueblo resolverá su equivocación. 
Ahora bien, si se admite que el pueblo no es sabio entonces, en efecto, puede afirmarse sin titubear siquiera que ese pueblo no es verdaderamente democrático en sus elecciones y decisiones, sino que ese pueblo -no sabio y por tanto no realmente democrático- es en realidad una Fuenteovejuna en la que todos se mueven al mismo compás indolente a fin de que ninguno de ellos deba asumir la responsabilidad individual de lo acontencido. 
Si el pueblo ya no es pueblo sino Fuenteovejuna, entendiendo por Fuenteovejuna lo que ya en su día expliqué, entonces apaga y vámonos. 
¿Adónde? Al autoritarismo, claro, ¿Adónde sino? Hasta ahora al pueblo americano se le pueden achacar muchas culpas: hipocresía, puritanismo, superficialidad, ingenuidad, ambición, infantilismo y qué se yo qué más, pero desde luego, la indolencia no ha sido nunca un rasgo que le caracterice. En cada una de sus manifestaciones, tanto positivas como negativas, el americano se ha distinguido por su actividad firme y constante. Ni siquiera en estas elecciones, en las que muchos, solapadamente, llamaban a la abstención y a la no participación, han conseguido destruir su entusiasmo indómito.

Pero los periodistas, cegados por la oscuridad de las sombras o por la luz del sol, cegados por las conspiraciones o por el idealismo, no ven la realidad y tampoco comprenden el alcance de sus afirmaciones lanzadas aquí y allá más por lo bien que suenan, por lo revolucionarias que parecen, que por otra cosa.

En vez de razonar por qué ha ganado Trump; deberían cuestionar por qué Hillary pese a toda la campaña que los medios informativos de Estados Unidos y Europa entera han hecho en su favor, no ha conseguido la victoria. Deberian intentan explicar por qué, pese al apoyo de la mayoría de los actores y actrices de Hollywood, del respaldo de los estamentos políticamente correctos, de la crítica que muchos republicanos han practicado en contra de su propio candidato, Hillary Clinton no se ha hecho con el triunfo y, consecuentemente, con la Presidencia.

Eso es lo que deberían preguntarse.

Y si quieren hablar de populismo, de recortes de libertad, de periodistas encarcelados, de abusos de poder, de desprecio de los valores democráticos, de autoritarismo terrible, quizás deberían mirar hacia otras partes del Planeta y hacia otros lados del Globo. En vez de abalanzarse todos a una contra Trump, que resulta muy divertido porque la piscina es libre y la distracción está asegurada, quizás deberían unirse contra los tiranos que realmente pretenden encarcelar al Bravo Soldado Schwejk y a los dictadores que impiden que se hable libremente porque piensan que la población que gobiernan no está preparada para la libertad y que son ellos los que han de ser sus guías, sus padres y qué se yo. Concentren su atención en esos auténticos tiranos, dedíquenle a ellos sus críticas más feroces y dejen a la nación americana organizar sus asuntos privados en paz.

Vuelvo a repetir: desestabilizar a la nación americana, poner en tela de juicio a un Presidente que todavía no ha iniciado su mandato, declararlo como el mal de males, erigirlo en un ser demoniaco, me parece un grave error –eso como mínimo. Sobre todo porque si hubiera sido Hillary Clinton la elegida, también se habrían alzado numerosas voces contra ella. Por otras causas, pero también hubiera habido protestas. 
Europa, decida lo que decida América, va a estar en contra. Es una pura cuestión de principios. Y sobre todo, porque yendo en contra de América, Europa –la vieja Europa- se cree más sabia. Lamentablemente la sabiduría de la vieja Europa es una sabiduría narcisista. Es una sabiduría narcisista porque ella misma está envuelta en sombras laberínticas de las que no puede salir. Mejor sería que dedicara sus fuerzas a intentar lograr escapar sin que a continuación le suceda lo acontecido en ocasiones anteriores: que se queme con la luz del sol y la brillantez siempre cegadora e inalcanzable de los ideales.

Hay algo más que quiero volver a repetir, -hoy es día de repeticiones: Si terrible es una desestabilización de los Estados Unidos por un Cuarto Poder perdido en los oscuros laberintos sirviendo al desconocido Rey Minos, más terrible todavía es una escisión entre Rusia y Estados Unidos. Ambas naciones van a tener que unirse en un mismo frente porque, digan lo que digan, Rusia y Estados Unidos tienen más puntos en común entre ellas que los existentes entre ellas y sus actuales aliados y más intereses que compartir que lo que cada una de ellas está dispuesta a admitir.

Y en cuanto a Europa, o deja de comportarse a lo "Hamlet" y empieza a considerarse puente de unión y de reunión de los diferentes pueblos e ideas de los que quieren ser libres, - libres al modo occidental -, o no le espera otra cosa que tener que enviar al Rey Minos en un futuro no lejano la ofrenda de siete doncellas y siete jóvenes para que sean devorados por su Minotauro.

Empiecen a pensar quién es el Rey Minos porque hasta donde yo sé ni Trump, ni Putin -con independencia de sus respectivas personalidades y de sus planteamientos políticos- tienen gran interés en serlo.

Yo, francamente, me estoy destrozando el cerebro tratando de saber quién es el Rey Minos que mantiene a tantos encarcelados en su Laberinto. 

Lo único que hasta este instante he conseguido averiguar es que el Rey Minos de ayer es el Moriarty de hoy.

En fin.

Diviértanse.

La bruja ciega.

Nota: Cuando hablo del Cuarto Poder como prisionero del laberinto me refiero al llamado "mainstream" tanto como al "anti-mainstream". Ambos adolecen del mismo mal. Que se encuentren en lugares distintos del laberinto no convierte a los unos ni en mejores ni en peores que a los otros. Simplemente los coloca en diferentes posiciones.
El Cuarto Poder únicamente logrará salir de su prisión cuando consiga reunir la independencia suficiente que la empresa requiere. Esa tarea es realmente difícil por no decir imposible. A unos les falta la información, a otros el valor, a muchos las posibilidades para entender y comprender qué es lo que realmente sucede al otro lado de la caverna. Pero ser conscientes del problema evitará, y eso ya es mucho, aceptar afirmaciones de unos y de otros sin una previa reflexión. El peligro es que el Cuarto Poder aun siendo una máquina al servicio de la Propaganda de unos y de otros se presente como una información objetiva y veraz,y muchos crean que en efecto lo es. Lo de la opinión políticamente correcta es no únicamente una simple opinión sino además un enfoque de una determinada cuestión con vistas a provocar unos determinados comportamientos en los lectores. Y lo mismo sucede con la opinión políticamente incorrecta, que no tiene nada que ver ni con valiente ni con no valiente, sino con otra perspectiva de la cuestión y con otras intenciones y objetivos a conseguir.
Valorar la verdadera verdad de cada una de esas perspectivas resulta imposible para la gran mayoría. Queda pues, la aceptación o la negación sin más, de unas afirmaciones o la aceptación o la negación sin más de sus contrarias.
Lo que no me canso de proponer es un diálogo con nosotros mismos, basado en la sinceridad radical, en el asombro e incluso en el aburrimiento si me apuran, pero apoyado por principios universales concretizados y originados por la reflexión, no por lo que diga la masa, sea la masa que sea.

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