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Monday, November 21, 2016

Unas cuantas precisiones

En paradero desconocido pero activo, Moriarty sigue moviendo sus hilos con suma habilidad e inteligencia. Sus marionetas no tienen conciencia de serlo y quién sabe, quizás hasta yo misma, en mi ingenuidad, sea una de ellas. Moriarty ¿quién lo conoce? ¿quién lo vió? ¿Es amigo o enemigo de los otros eternos, de aquel Saint Germain y de aquel Casanova, sobre los que tantas historias se cuentan? ¿Quién puede determinarlo con absoluta seguridad?

La situación, sin embargo, empieza a clarificarse conforme se enmaraña. Y ello quizás pase a ser la prueba evidente de la certeza de la Teoría del Caos. Tratándose de Moriarty, no me cabe la menor duda de que con un poco de suerte (la suya), de ingenuidad (la de los otros) y de la colaboración, del resto, (de esos que afirman sin mover una pestaña que “el conocimiento está sobrevalorado” – ¡frase slogan donde las haya!), conseguirá al final imponerse . Esa y no otra es, en el fondo, la dinámica, siempre dialéctica, del ser humano: la victoria y derrota cíclica de Moriarty. Victoria nunca completa, derrota nunca absoluta. Mientras tanto, no crean, yo sigo buscándolo desesperadamente. Los últimos libros que he leído me han proporcionado alguna pista al respecto de su paradero. Lástima que ni los libros ni el paradero sean conscientes de ello. Ellos no son conscientes y yo no estoy segura. Son indicios casi quiméricos, por decirlo de alguna manera. Quizás me haya pasado a mí lo que al Quijote con las novelas de caballería y yo haya leido demasiadas teorías de la conspiración. ¿Quién puede asegurarlo? Si algo queda claro después de haber leido “World Order” de Kissinger es que la Historia del Mundo es la historia de las Guerras y de los Tratados de Paz. Hasta un punto en que el lector se pregunta cómo es posible que si los conflictos terminan siempre por resolverse a golpe de Tratado y de Pacto, las sociedades no hayan aprendido a firmarlos antes de que media población perezca y la otra media acabe hundida por los traumas, el dolor y la miseria que los enfrentamientos bélicos originan. Sólo al ver que el hombre no aprende es cuando uno empieza a plantearse seriamente si no habrá en efecto un Moriarty que, al igual que el Minotauro y tantos otros monstruos mitológicos, requiera en sacrificio las vidas de unos cuantos inocentes para autorizar la existencia del resto. Una – que soy yo- termina recurriendo a la figura de Moriarty para no caer en mayores complejidades existenciales y teológicas. Una –que soy yo- prefiere quedarse en el terreno de lo problemático, que siempre tiene una solución (únicamente hay que encontrarla) en vez de arrojarse al terreno de lo trágico (que no tiene remedio porque es un espacio que pertenece a la voluntad de lo divino y no al esfuerzo de lo humano)

Por eso sigo buscando a Moriarty: porque Moriarty es uno y por uno, libre de presiones corporativas y de disciplina de partido; es, además, un individuo, y por individuo Moriarty es un problema y no una tragedia, y es además, una figura literaria y por figura literaria, una simple ficción. Por eso es mejor empeñarse en buscar a Moriarty que terminar aceptando que el hombre o es malo o estúpido, o ambos, o que las circunstancias son más fuertes que el hombre mismo, o que un grupo de hombres organiza la destrucción del Planeta sin más motivo que su ambición destructiva. Todos estos argumentos me proporcionan un terrible dolor de cabeza (al que ya estoy acostumbrada) además de un terrible dolor de estómago (al que en absoluto estoy habituada)

Lo dicho: en estos momentos Moriarty está moviendo sus hilos con suma habilidad, tanta que casi nadie parece darse cuenta realmente de lo desesperado de la situación.

Obama aprovecha hasta el último instante para aconsejar a Trump que no se acerque demasiado a Putin. Claro que como lo que al parecer ha recomendado al nuevo Presidente americano es que no pacte ningún falso acuerdo con Putin, habrá que preguntarse dónde se pone el acento: si  en “falso acuerdo” o en Putin-Rusia. No es que la cuestión tenga demasiada relevancia. A fin de cuentas, dicen los periódicos, Obama y Putin no tienen mucho que decirse. No entiendo, francamente, lo que esto puede tener de especial para ser publicado. En realidad, no tienen nada que decirse. En política pasa lo que pasa siempre: “A Rey depuesto, rey puesto”.  Obama es un hombre privado y ¿a quién le interesa conversar de temas de Estado con un hombre privado? A Putin-Rusia no, desde luego.

Lo interesante es que en este instante todo son o consejos o amenazas más o menos encubiertas para Trump. El espectador de Occidente se levanta de su sillón para hacer una recomendación tras otra a Trump o para advertirle de lo que le espera si no atiende a razones: a las suyas, a las del espectador... Consejos que suenan a sermones; recriminaciones que recuerdan a aquellas del abuelo Cebolleta. Discursos, en general,  construidos a base de palabras que suenan y resuenan, como si de un eco se tratara, y que los próximos meses se encargarán de demostrar si son palabras con contenido o huecas, palabras de hombre o de aire. Y es que mientras las voces de Occidente se alzan unánimes contra Trump y sus intenciones, las voces que se enfrentan a Erdogán están en inferioridad tanto en lo que a cantidad como a decibelios se refiere. En la mayoría de los periódicos españoles, por ejemplo, ha pasado desapercibido el incremento de “refugiados” turcos que están empezando a salir de su país. Incluso en Alemania, país de acogida de la mayoría de estos nuevos expatriados, no se sabe a ciencia cierta si se trata de algunos militares o de algunos disidentes, o de ambos. Tampoco se conoce el número de esos “algunos” y casi no se ha escrito –sólo se ha apuntado- sobre el grave problema que se originará en el caso de que los acuerdos entre Turquía y Europa se rompan debido, justamente, al ambiente dictatorial-tiránico que está empezando –o al menos eso dicen- a emerger en Turquía. Digo “al menos eso dicen” porque, en primer lugar, yo ni he estado en Turquía ni sé hablar turco y, en segundo lugar, al parecer hay muchos turcos que están sumamente contentos de su presidente elegido Erdogán. Lo que me asombra es que el espectador occidental evite el enojo y practique el comedimiento respecto a un país del que, primero, sabe – o debiera saber- que ya ha sido más de una vez, y más de dos, gobernado tiránicamente; siendo, segundo, consciente – o debiendo serlo-  de que su Presidente –democráticamente elegido- está atendiendo a las voces que desean islamizar a la nación y, tercero, encontrándose geográficamente Turquía donde se encuentra y con el fanatismo islámico a las puertas de su casa, como quien dice. Sin embargo el espectador “no sabe no contesta”, y si lo sabe contesta que “las consecuencias de las decisiones de Trump para Europa serán más serias que las que puedan producir las de Erdogán”; así que el espectador prefiere ignorar a Erdogan,- tal vez para no terminar como el bravo soldado Schwejk: delante de los tribunales de justicia-  y centra y concentra sus embates en el presidente de una nación constituida desde sus orígenes sobre principios y valores democráticos; nación –además- que ya ha dado, a pesar de su juventud, varias lecciones de democracia a la vieja Europa. Nadie niega los graves problemas raciales, violentos y salvajes que existen en Estados Unidos y he dedicado varios artículos al respecto; pero dirigir la indignación contra un presidente elegido democráticamente y contra los votantes que lo han elegido me parece más dictatorial que las premisas autoritarias que ese presidente defiende; más dictatorial y más peligrosa. Y esto por varias razones: el presidente americano se debe a la Constitución y a las Leyes americanas y tanto la una como las otras, defienden a los Estados Unidos de decisiones tendentes a destruir la libertad del ciudadano; en segundo lugar, la actividad político-religioso-social es allí constante. La asociación de los ciudadanos no es una premisa: es un hecho; las televisiones locales se ocupan de los temas más nimios: desde la elección del representante X al socavón del camino vecinal; en tercer lugar, porque una – que soy yo – piensa lo mismo que dice Obama: que las circunstancias reales obligarán a Trump a limar muchos de sus propósitos.

Esto que ya he dicho, que ya he repetido, que de un modo u otro y que también algunos más han afirmado, al principio a media voz y ahora con un poco más de brío en el tono, ha de ser–nuevamente- recordado porque hay una cuestión que sigue pasando desapercibida por la mayoría y poco profundizada por aquellos que la intuyen.

La cuestión es la de la diferencia existente entre “el ciudadano indignado” y “el populismo”.

La respuesta a la que fácilmente se llega, y de hecho es la que habitualmente se encuentra en las publicaciones, es la de que la unión de ciudadanos indignados da origen al movimiento populista; en donde el término “populista” es el eufemismo, políticamente correcto, que hoy se emplea para designar, o encubrir, ya ni lo sé, a una acepción mucho más dura, por terrible: “el fascismo”. Pero claro, hay que guardar las formas. No sé francamente, por qué en determinadas situaciones, situaciones extremas, hay que guardar las formas; sobre todo cuando el fondo ha desaparecido. Y no me refiero a las formalidades corteses, no me refiero a la hipocresía que exige la relación entre individuos distintos y diferentes, porque esas hace tiempo que están en peligro de extinción. A lo que me refiero es por qué esa manía de otorgar nombres distintos, a lo que es lo mismo, para enmascar su verdadera naturaleza. Y así, el término “populista” sugiere sin nombrarlo al fascismo y, más concretamente, al nazismo - sobre todo teniendo en cuenta que Hitler llegó al poder de forma democrática. Pero como no pretenden ser descorteses ni tampoco desean ser tildados de retrógados u obsoletos, buscan un nuevo término para el mismo fenómeno, sin detenerse a reflexionar acerca de los problemas que ese nuevo vocablo entraña. El más importante: el de que todas las democracias se caracterizan por ser populistas y que es esto, justamente, lo que las diferencia de las monarquías y de la aristocracia. Eso, sin olvidar, que cualquier gobernante demócrata se esfuerza en agradar a sus electores; o sea: al pueblo.

Por tanto hay que analizar por qué ganan determinados candidatos y no otros. Y por qué no ganan esos otros candidatos que, a diferencia de los ganadores en las elecciones, se caracterizan por una impoluta corrección política. Pero no. No se hace nada de eso. Los mismos periódicos que con tanta virulencia se lanzan a criticar al populismo, son ellos mismos víctimas de su indignación y publican artículos a cual más terrorífico acerca del futuro que nos aguarda. Si eso no es populismo, me pregunto.

En algunos casos es así y en otros tantos existe, en efecto, una intersección entre ciudadano indignado y populismo; pero hay un par de consideraciones que han quedado sueltas y que es necesario atar para comprender adónde quiere ir a parar Moriarty. Mi Moriarty.

La más importante: la de que “ciudadano indignado” y “populismo-fascismo-neofascismo” son dos fenómenos separados y distintos. El ciudadano indignado es siempre un individuo y aun en el caso de que proteste junto a otros ciudadanos indignados, no pierde su individualidad. Ese “protesto” del ciudadano indignado tiene que ver con sus convicciones más profundas y la convicción más profunda del ciudadano indignado es la de su indignación crónica. En cambio, el movimiento “populista-fascista-neofascista” ( o como ustedes prefieran llamarlo) está compuesto por ciudadanos anti-sistema, que obedecen a otro tipo de patrones; el más característico: el de la masa.

El ciudadano indignado es el ciudadano que acude normalmente a su taberna a conversar de sus temas, a soltar sus chistes y a escuchar algunos nuevos. El ciudadano indignado es el ciudadano que se sabe no-élite, que además no tiene ningún interés en serlo y que le basta con poder llegar “tirando” y “estirando” a final de mes. El ciudadano indignado se indigna contra los políticos, sea cuales sean los políticos, igual que se indigna con el tiempo –haga el tiempo que haga. En resumidas cuentas: “el ciudadano indignado” es una figura que existe en cualquier época y en cualquier sociedad y no tiene nada que ver con el bravo soldado swejk, que no se indigna por nada porque de lo único que se preocupa es de vivir su vida con la máxima paz y justo por ello es molestado por todos aquellos conciudadanos que creyéndose ciudadanos honorables y respetables únicamente son ciudadanos indignados y tampoco con el ciudadano trabajador, que va a lo suyo y tan sólo se preocupa de su trabajo y los suyos. Ni siquiera tiene que ver con aquel magistral Mr. Doolittle que el genial Bernard Shaw describió en “Pigmalión” y que finge por un lado ser un amantísimo padre, mientras por el otro es un auténtico, aunque adorable, bribón. El ciudadano indignado es uno de esos que indignado se levanta e indignado se acuesta, sin que él mismo pueda explicar muy bien por qué. Uno de esos que gritan “Protesto”, a la manera del Pitufo protestón: sin un motivo real. Esto que podríamos denominar “debilidad de carácter” o simplemente “carácter”, no suele tener graves consecuencias para la sociedad. Quizás un par de trifulcas con el vecino y un par de airados argumentos en la taberna ante un público que, indignado como él, se apresura a darle la razón. Sin embargo, como digo, el ciudadano indignado –una vez expresado su descontento vuelve a su casa a seguir recopilando argumentos para el día siguiente. Si el ciudadano indignado no supone grandes quebraderos para la sociedad, ello se debe sobre todo a la existencia de niveles que amortiguan y limitan los efectos de dicha indignación. Un primer nivel son los Mr. Doolittle de este mundo, que todo lo dicen en serio pero todo se lo toman a broma. Un segundo nivel son los bravos soldados Swejk que terminan consternando y confundiendo a cualquiera que se digna a hablar con ellos, ciudadano indignado incluido. El último nivel lo constituye la élite. Una élite que ha de esforzarse día a día por seguir siendo élite, poco importa que sea económica, social, política, culturalmente o todo ello junto. Y es justamente ese “esforzarse día a día por seguir siendo élite”, lo que hace de una élite, élite. Es también por eso por lo que conductas tales como el “amiguismo”,  el “nepotismo”, el “clasismo” (que no es más que el fingimiento de un grupo de personas de ser élite, aunque ya no lo son), han provocado tantos terremotos en las sociedades. Lo que unos han denominado “Revolución”, ha sido denominado por otros “Justicia”. Lo que ha sido llamado “políticamente correcto” por unos, ha sido calificado como “corrupción” por otros. Una de dos: o la élite se esfuerza en ser élite, en el sentido platónico del término - o sea: disciplinados aristos que no se dejan subvertir ni por la música ni por la taberna, por muy divertido y recalcitrante que sea el ambiente que allí se respira – o la élite es despojada de su rango de élite. Y es aquí, precisamente aquí, donde entra en acción el ciudadano indignado y donde juega el papel fundamental que le corresponde en la sociedad. En efecto: en aquellas sociedades donde la élite sigue siendo élite, el ciudadano indignado no supone un grave problema. Tal vez, eso sí, un incordio, pero no un grave problema. Sin embargo, cuando la élite ha dejado de ser élite, la voz del ciudadano indignado es la primera en oirse porque es a él a quien justamente le corresponde ese papel. Al principio, claro, nadie le escucha. “Ese pesado”, dicen los que le conocen. “Otra vez a vueltas con lo mismo”, suspiran un tanto enervados. Al principio, como digo, nadie le escucha. ¿Cómo le van a escuchar si es de los que protesta por una nubecilla cuando luce radiante el sol? Es cierto que hay una nubecilla, pero no es menos cierto que el sol luce radiante. Hasta que lenta pero inexorablemente el cielo se va cubriendo de nubes cada vez más negras. Es entonces cuando ese ciudadano indignado se siente fuerte. Pero no por la existencia de otros ciudadanos indignados, cosa que al ciudadano indignado le trae sin cuidado, sino porque finalmente los hechos le dan la razón.
Esto es, en resumidas cuentas, lo que sucede al principio del principio.

Sin embargo la élite que ha dejado de ser élite se obstina en seguir llamándose “élite” y en ser tratada como tal; por eso en vez de considerar ese grito como una voz de alerta respecto a su propio comportamiento de élite, se conforma con negar al ciudadano indignado cualquier credibilidad, recordando la insulsa, casi infantil, indignación que suele caracterizarlo, de modo que aquellos respetables conciudadanos –que en ningún modo quieren ser señalados como asiduos clientes de la taberna de los indignados, aunque de vez en cuando se dejen caer por allí, -pero no es lo mismo –piensan esos respetables conciudadanos- dejar caerse por allí que estar tirado allí mismo, que es como normalmente están los ciudadanos indignados – apoyan a la élite, que ya no es élite, pero que se empeña en seguir siendo vista y tratada como élite.

Es cierto, en efecto, que el ciudadano indignado es un pesado; es cierto que la figura del ciudadano indignado existe siempre y en cualquier sociedad. Es cierto. Igual que es cierto que dicho carácter sólo cobra importancia cuando los problemas empiezan a aflorar y alguien ha de ser el primero en atreverse a denunciarlos. La mayoría de los ciudadanos son conformistas. La mayoría va de su casa a trabajo y del trabajo a su casa y rompe el esquema en vacaciones, si es que su economía se lo permite. El ciudadano indignado es el ciudadano vigilante. El ciudadano que está más pendiente de los problemas que le rodean que de él mismo, el ciudadano que ve los árboles pero no el bosque. Y lo que ve cuando mira a un árbol no es ni siquiera el árbol, sino el asta que está a punto de desprenderse del tronco y por eso el ciudadano indignado grita que ese bosque es sumamente peligroso. Quizás el bosque no lo sea, pero desde luego el peligro que el ciudadano indignado denuncia es real. Y una sociedad sana es la que mantiene el bosque accesible a los caminantes a pesar de que no pueda asegurar todas las astas. Y pese a todo: si el bosque está amenazado, no lo duden: el ciudadano indignado será el primero en saberlo. La mayoría de sus conciudadanos seguirá caminando tranquilamente ajena a los peligros que le acechan.
¿Cuál es el mayor el mayor riesgo para una –cualquier- sociedad? El de que la élite deje de ser realmente élite. Sucedió en los tiempos previos a la Revolución Francesa y siguió sucediendo en los tiempos previos a las Guerras Mundiales. La élite diplomática que se había reunido en el Congreso de Viena en 1815 para restablecer las fronteras tras la embestida napoleónica, fue la misma élite que un siglo después condujo a Europa a la guerra tras haber convertido la diplomacia en un formalismo sin fondo, de modo que las palabras no significaban nada y los gestos pertenecían a la escenificación teatral, más que a otra cosa. Ni siquiera los intentos democráticos de la élite durante la República de Weimar lograron calmar los ánimos. Y eso por el terrible hecho de que llegados a ese nivel el ciudadano indignado había desaparecido para dejar paso a los ciudadanos anti-sistema.

Los ciudadanos anti-sistema quizás estén indignados, pero esto –francamente- no es “el punto” de la cuestión. Utilizando la biología, si el ciudadano indignado es el grito de dolor (y el dolor es lo más individual que existe porque a uno le puede doler algún miembro de su cuerpo aunque esté perfectamente sano y no haya sufrido accidente alguno – los dolores psicosomáticos-, el ciudadano anti-sistema son los leucocitos que actúan unidos y en conjunto para contrarrestar el peligro de una enfermedad. Repito: el dolor es personal e intransferible aunque sea psicosomático e incluso “sugerido”, pero para calmarlo necesita un calmante o una terapia. El dolor para ser combatido necesita una acción desde el exterior (llegados a un punto de dolor ni siquiera una personalidad místico-meditativa consigue apaciguarlo). 
La enfermedad, en cambio, precisa de un ejército disciplinado, coherente, animoso: victoria o muerte. Eso son los leucocitos. Esos son los ciudadanos antisistema. A veces ayudan a paliar una enfemedad. Se les llama entonces reformadores, o formadores de conciencia ciudadana.
A veces, sin embargo, un exceso de leucocitos lejos de resolver los problemas orgánicos de un cuerpo, denuncian la grave enfermedad que ese cuerpo padece (leucemia, por ejemplo). Es decir, el excesivo número de leucocitos lejos de significar la esperanza para el cuerpo enfermo, indican justamente lo contrario: el grave deterioro del mismo. El aumento desproporcionado de leucocitos lejos de ser un ejército victorioso se presenta como un ejército derrotado. Lo mismo puede afirmarse –a pesar de las diferencias- respecto de los ciudadanos anti-sistema.

Y bien, hechas todas estas apreciaciones habremos de determinar en qué estadio nos encontramos: si aquel en el que el ciudadano indignado sale de su taberna habitual y empieza a gritar que el bosque arde, o aquel en el que los ciudadanos anti-sistema se echan al monte para intentar, todos a una, extinguir el fuego (en una primera fase) o en avivarlo (aumento desmedido de ciudadanos anti-sistema)

Sí. Tienen ustedes razón. Mi principal objetivo no es criticar ni al ciudadano indignado ni al ciudadano anti-sistema, sino en mostrar las grandes diferencias que los separan. La mayoría de los que se ocupan del tema está tan ocupada en criticarlos que o bien no explica al lector las distinciones entre ambos o ni siquiera se ha detenido a reflexionar sobre ella y por eso al final se utilizan ambos términos de forma indistinta e indiscriminada como si de sinónimos se tratara.

El bosque de nuestra sociedad occidental está ardiendo. Negarlo es ridículo. La deuda sigue imparable su crecimiento; la supervivencia de las industrias está en peligro y muchas cierran porque – lo diga quien lo diga - sin beneficios poco pueden pagar a los trabajadores y menos aún pueden exigir los sindicatos. Esto, justamente, ha sido otro de los motivos de la desaparición de las asociaciones de trabajadores. ¿Cómo se van a asociar para reclamar lo único que en estos momentos les preocupa, esto es: el puesto de trabajo, si la lucha por el puesto de trabajo es en estos instantes un “sálvese quien pueda”? Y eso que los trabajadores intentaron mantenerse unidos: hasta que observaron que los últimos en perder el suyo eran los representantes sindicales. Hasta allí llegó el deseo de asociacionismo, dicen los que dicen conocer el asunto.

La deuda, como digo, y la crisis económica, representan dos graves problemas pero el mayor de todos es el de la desaparición de la élite.

Compréndanme: hay hombres sabios, hombres activos, hombres que trabajan sin esperar grandes beneficios para y por la Humanidad, la Ciencia y todas esas grandes palabras. Pero lamentablemente no son los más representativos. La mayoría de ellos va de aquí para allá vagando entre las sombras y se contenta cuando encuentra un grupo en el que seguir trabajando sin ser apaleado, y encima de apaleado, condenado. Los programas del pueblo para el pueblo se ven imitados peligrosamente por los programas que debieran ser para los pensadores. No. No todos somos iguales. Al Pueblo –que tiene un espíritu completamente distinto del de Fuenteovejuna- le gusta disponer de (Libres) pensadores y de sabios tanto como de Mitos y Leyendas sobre héroes y hazañas que esos semidioses llevaron a cabo con ayuda de él: el Pueblo y que contribuyeron a su supervivencia y a su esplendor. El Pueblo sabe que esos (Libre) Pensadores y esos sabios y esos hombres políticos de bien, forman parte de él: el Pueblo, y justamente por su naturaleza superior logran que el Pueblo sea también mejor.

Pero hete aquí que el Pueblo observa asombrado que la considerada élite, se comporta como se comporta el Pueblo cuando va a la taberna o a la fiesta y deja de ser Pueblo para convertirse en Fuenteovejuna. El Pueblo asiste con los ojos abiertos por la sorpresa y los labios callados por la consternación, que la élite habla el idioma, no del Pueblo sino – y he aquí lo grotesco- ¡de Fuenteovejuna!. La élite cuenta los mismos chistes que Fuenteovejuna, comete sus mismas faltas de ortografía y de sintaxis, piensa y utiliza las mismas frases slogan, actúa con las mismas astucias de los pillos, usa de la misma extrema flexibilidad de la que abusan los charlatanes a la hora de vender sus remedios contra las muelas y de las mismas justificaciones a la hora de defender la validez de un producto que estaba, desde antes ya de la venta, defectuoso.

¿Y qué es lo que sucede?

Que los ciudadanos indignados levantan la voz. El Pueblo levanta la voz. Y la élite no reacciona. Reaccionó en Alemania, cuando Merkel apeló a la élite a esforzarse, aunque no se dirigiera a la élite sino al Pueblo Alemán en su conjunto, para que siguiera siendo intelectualmente brillante. Esto obligó al Pueblo a mejorarse y justamente por eso y porque “a buen entendedor, con pocas palabras sobra”, llevó a las élites a re-activarse aún más de lo que ya lo estaban. El Pueblo Alemán y sus representantes políticos saben mejor que nadie lo que significa un adormecimiento o un estancamiento de las élites. Las reformas educativas al respecto fueron acompañadas de una re-visión de los títulos de Doctor y de una re-visión y calificación de las Universidades. Hoy como hace veinte años este país sigue siendo el país de “pide y se te dará” seguido del inevitable “nadie da duros a pesetas”, que algunos parecen haber olvidado. Por eso uno ha de tener cuidado con aquello que pide: porque lo que se pide exige un esfuerzo proporcional a aquello que se pretende obtener.

Hasta ahora, en Alemania, en Estados Unidos, en Francia, lo que se observa no son los ciudadanos anti-sistema sino los ciudadanos indignados cuyo número crece a día. Y es por eso por lo que las élites, y no me refiero únicamente a las políticas, han de esforzarse en seguir siendo élites y no sólo clases bien acomodadas.

Llegados a este punto ¿qué papel juegan los llamados “Movimientos anti-sistema” y qué papel juega Moriarty?

Estoy cansada de escribir y ustedes seguramente hartos de leerme (suponiendo que su paciencia todavía no se haya extinguido). Dejémonos, pues de disquisiciones, y volvamos a Moriarty.

Moriarty.

Mientras el espectador europeo arrambla contra Trump y sus salidas de tono xenófobas, llegan a casa del espectador europeo visitas inesperadas. Las palabras que ahora tan correctamente profiere el espectador no tardarán en ser puestas a prueba y, viendo como vimos, cómo había sido la solidaridad europea entre los europeos con respecto a la solidaridad que los europeos debían mostrar a los refugiados, mucho me temo que la diversión de Moriarty va a seguir un buen rato. Sobre todo teniendo en cuenta la cantidad de voces que distinguieron entre refugiados cristianos y refugiados no cristianos y todas esas cosas. Los ciudadanos indignados estaban sumamente preocupados por sus puestos de trabajo, por sus prestaciones, por las ayudas sociales que recibían. Los ciudadanos indignados fueron, como siempre sucede, escuchados por los únicos prestos a escuchar al dolor: por los leucocitos; esto es: por los ciudadanos anti-sistema. Y estos, los ciudadanos anti-sistema, sí que son peligrosos. No en las dosis adecuadas, porque entonces los ciudadanos antisistema provocan reformas tendentes a solucionar los problemas y por eso son parte esencialmente necesaria de cualquier sociedad que se precie. Pero en cantidades desmesuradas se convierten en lo que Przbyszewski denominó "Hijos de Satán" en la obra del mismo título. Los ciudadanos anti-sistemas en medidas desproporcionadas lejos de querer apagar el fuego, que es lo que en el fondo persiguen los ciudadanos indignados, se esfuerzan por intensificarlo. Llegados a esa abundancia descomunal los ciudadanos anti-sistema están convencidos de que la enfermedad del cuerpo es incurable y que no se puede hacer nada excepto destruir el cuerpo social al completo.
A partir de entonces se haga lo que se haga, los ciudadanos anti-sistema no admitirán  más justificación que la negatividad, el caos, la destrucción. Su acción no será una simple protesta, no será un “todo está mal”, que es la cantinela del ciudadano indignado. No. La idea fija de los ciudadanos antisistema cuando su número se ha desbordado es la de que “todo tiene que ser destruido”. No es que el bosque no les guste, que es lo que les pasa a los ciudadanos indignados porque además sólo lo ven cuando está en llamas porque antes únicamente distinguen las astas medio sueltas; es que los ciudadanos anti-sistema en su desbordamiento deciden que el bosque está enfermo sin remedio y que no hay más solución que acabar con él. Ese es el problema.

Y mientras tanto, los periódicos, no sé si por vender más ejemplares –por aquello de que la prensa está en crisis- o porque disfrutan siendo el centro de interés o...-, no sé, francamente, no lo sé-, se dedican a propagar el miedo por el populismo donde solo y simplemente ha habido unos resultados electorales democráticos, se dedica a excitar la cólera de los ciudadanos indignados en situaciones en las que no sucede nada que los ciudadanos mismos no hayan querido. Que un grupo de ciudadanos elige lo que otros grupos desprecian es normal. La democracia es así. Y si esto no gusta a los periodistas, es que los periodistas - o sus jefe s-  anhelan una aristocracia, o una monarquía ¿universal?. Es hora de que los articulistas piensen y reflexionen adónde quieren llegar con los titulares que advierten de fantasmagorías mientras callan la existencia de los auténticos peligros. ¿Quieren ustedes auténticos peligros? Investiguen el por qué de las constantes agresiones entre niños en los colegios y por qué los profesores no se enteran de nada, de las rupturas en las familias, de la restauración de los “clanes”, de la demagogia, del uso y abuso de las frases slogan, de que nadie hoy en día se considere inculto por el simple motivo de que sabe leer, escribir y las cuatro reglas y de que nadie se avergüence de sus faltas de ortografía, al tiempo que todos se consideran con derecho a hablar y a expresar no sólo “su” opinión sino incluso “su” verdad; pregúntense por qué las percepciones y explicaciones de un mismo hecho son distintas según las personas incluso cuando esas personas son conscientes de que las están filmando y grabando; pregúntense por qué las encuestas se ocupan de cuántos libros uno lee al año en vez de qué libros son los que lee y por qué los jóvenes de veinte a treinta años que se dedican a aconsejar lecturas para los de su edad, recomiendan libros que a mí me parecen –lo digo sinceramente- para chicos de diez a quince años, pero no más; y por qué, en cambio, aquellos que leen lecturas apropiadas han de ocultarlas o mantenerlas si no en secreto, sí en la penumbra, para no ser tildados de raros y freaks y qué se yo.
En vez de dedicar grandes titulares a Trump, dediquen grandes –enormes- titulares al problema Erdogán en Turquía. Es cierto: algunos actores de Hollywood expresaron su voluntad de marcharse, caso de que ganara Trump pero es que de Turquía están realmente saliendo y no precisamente actores. Y dediquen enormes, grandes titulares, al imperio chino que tiene un contingente humano, empresarial, político e intelectual cargado de grandes sueños.

Piensen en todo ello y contesten sinceramente:
¿De verdad siguen pensando que las relaciones entre Estados Unidos y Rusia han de continuar siendo tan tensas como algunos se empeñan en mantener? ¿A quién beneficiaria?

Cuando dos se pelean, un tercero gana.

Si ese tercero no es ni el Islam, ni China, ni el Vaticano, ni Latinoamérica, convendrán conmigo en que ese tercero únicamente puede ser uno.

Moriarty

Cuando los anti-sistema de todos los grupos políticos-ideológicos-culturales del Planeta se hayan reunido, no quedará demasiado juego que jugar.

Humildemente, y lo digo en serio porque estar segura no estoy, la única (por última) esperanza que queda para librarnos de los anti-sistema es la recuperación de la élite (aunque para ello haga falta una transfusión o una operación) y esto sólo se logra convirtiendo al individuo en individuo responsable. Atrás tienen que quedar los victimismos que encubren a los verdugos, los igualitarismos que desprecian a los meritorios, las frases slogan que ocultan la verdad y la reflexión.

Por Dios y por la Libertad o simplemente por la Sociedad Occidental:

¡Sapere Aude y muera Moriarty!

La bruja ciega.

Suena cursi, lo sé. Casi patético pero es que hasta el momento no se me ocurre otra cosa mejor.
Estoy sumamente cansada. 
El artículo ha sido muy extenso. Soy consciente de ello. Sin embargo me interesaba sobremanera aclarar las diferencias entre la naturaleza de ciudadano indignado y ciudadano anti-sistema a fin de que no se dejen ustedes manipular ni por determinadas tendencias políticas ni por determinados medios de comunicación que bien por ingenuidad, por desconocimiento o por colaboración, sirven a dichas tendencias ideológicas.







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