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Wednesday, November 23, 2016

Disquisiciones acerca de esto, lo otro y lo demás.

Jorge llama para decirme que los anti-sistema son, por defición histórica, anti-democráticos. No sé yo a qué definición histórica se refiere. Supongo que a la más reciente. A los bolcheviques y a los nazis, desde luego; eso sin olvidar el fascismo italiano, aunque, en comparación con los dos anteriores, pueda ser clasificado como “versión light”. En lo que al fascismo español respecta, creo que tomó como tradicionalmente hacen todos los que no dudan en gritar “que inventen otros”, las ideas de los de afuera para acomodarlas a sus propio estilo. Así que al final no hubo más remedio que volver a repetir el consabido “Spain is different”. Stalin murió en la cama pero el régimen le sobrevivió. El Nazismo fue derrotado por una guerra mundial y para lograrlo hubo que dejar a Alemania enterrada bajo ruinas y escombros. El fascismo italiano murió a manos de los mismos ciudadanos antisistema que tiempo atrás lo habían elevado a las cimas del poder. Los antisistema fascistas italianos se oponían en sus comienzos tanto a sus amigos aliados en la Primera Guerra Mundial, Francia e Inglaterra, por considerar que no habían cumplido las promesas acordadas, como a los antisistema bolcheviques. El fascismo español, sin embargo, se mantuvo acabada la guerra y duró lo que la vida del general. Muerto el general, muerto el fascismo. Y eso, porque como digo, y digan lo que digan los otros, el “anti-sistema” franquista no era más que el restablecimiento de una determinada tradición con la que muchos españoles habían estado de acuerdo desde los tiempos de la Reconquista, si no antes. Para todos esos “cristianos viejos” Franco no era el fascismo: era la liberación. Y la liberación era: Dios, Patria y Propiedad privada. Esa es la libertad para la que, además los franquistas tenían un sinónimo: Orden. Es decir, que aquella liberación fascista no tenía nada que ver ni con libros, ni con cultura, ni con libertad de pensamiento y mucho menos, de expresión. ¿Para qué la expresión? ¿Para qué los libros? Ya lo dijo aquél paisano mío: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Quizás por eso sean las generaciones actuales tan propensas a las frases slogan.... ¿Han leído ustedes a Gracián? Montaigne no me gusta pero en comparación con Gracián, Montaigne es un hombre sabio. No. No me gusta Montaigne. Por los mismos motivos por los que no le gusta a Pascal. Pero repito, al lado de Gracián, Montaigne es un auténtico maestro de maestros. Gracián se hizo famoso en Alemania porque le gustaba a Schopenhauer y seguramente a Schopenhauer le gustó porque nunca tuvo un bisabuelo como el mío. Si lo hubiera tenido, no hubiera hecho falta que leyera a Gracián: hubiera sabido de antemano todo lo que Gracián decía incluso en el mismo tono en el que lo decía, porque ni siquiera en esto creo que difiriera mucho de cómo lo decía mi bisabuelo. Pero puesto que la mayoría no ha tenido un bisabuelo patriarca de una sociedad pre-industrial al estilo del que yo tuve, lee a Gracián y lo encuentra o muy sensato o muy pintoresco.

En fin, que aquí quemas de libros, lo que se dice quemas de libros, no hubo muchas. Se prohibieron y punto. Además no los prohibió el franquismo; al menos no directamente. Los prohibió la Iglesia (el famoso index); pero reconozcámoslo: la mayor parte de la población ni se enteró de dicha interdicción. ¿Cómo puede uno saber que Campanella está prohibido si ni siquiera conoce a Campanella ni tiene el más mínimo deseo de concerlo? Mataron a Federico García Lorca, es cierto. Pero la pregunta crucial: ¿Lo mataron por sus libros o por su condición homosexual? Según el informe policial de la época fue por masón, socialista y homosexual. De su obra, en cambio, no se dice nada. ¿Cómo? Si seguramente la mayoría de los que le interrogaron no habían leído sus obras ni tenían ninguna intención de hacerlo...

Es cierto, el 30 de Abril de 1939 los falangistas quemaron libros en el patio de la Universidad Complutense en un “Auto de Fe” (No podía llamarse de otro modo). Pero, primero, pocos se acuerdan de aquello hasta el punto de que ha tenido que ser sacado del bául de los recuerdos y desempolvado y, segundo, algunos autores cuyos libros fueron arrojados a la hoguera, como es el caso de Voltaire, por ejemplo, habían sido considerados “malditos” como mínimo desde los tiempos de la guerra de la Independencia, - porque su lectura dejaba entrever las simpatías afrancesadas del lector- , y puede que incluso desde ya mucho antes, por la irreverencia que manifestaban respecto a influyentes órdenes de los jesuitas, de los dominicos y de la iglesia católica, en general.

Al día de hoy no sé – y sé lo que estoy diciendo – si el franquismo tuvo que ver realmente con los fascismos europeos o con el carlismo español. Si tuvo que ver con el levantamiento de masas,  o con la fiebre fraticida que impulsaba a matarse los unos a los otros, da igual por qué motivo. A veces, cuando veo la división ideológica y la lucha por el poder (personal) que impera actualmente dentro de los propios partidos, me pregunto si en España, el fascismo de unos igual que el anarquismo de otros no fueron, en el fondo, más que una excusa para empezar a matarse. Ustedes ya me entienden: “Ya se acabó el alboroto y ahora empieza el tiroteo”, que es lo que en resumidas cuentas sucedió y de cuando en cuando todavía amenaza con volver a suceder.

Pero Jorge me llama y me dice que los anti-sistemas son anti-democráticos por definición histórica y yo he de darle la razón en lo que a definición histórica reciente se refiere pero no a la defición histórica históricamente considerada. Y vuelvo a repetir lo que hace un par de días afirmé: que las sociedades tienen mecanismos de auto-protección desde los tiempos de las cavernas y esos mecanismos de auto-defensa no han sido todavía sustituidos ni por las cámaras de control, ni por los sistemas de espionaje, ni por nada. Las sociedades en caso de peligro actúan como organismos biológicos. Por mucho individualismo que algunos sigan empeñados en asegurar, lo cierto es que el individualismo está desapareciendo lenta pero inexorablemente. Lo dijo Huxley en Contrapunto: “sólo los que disponen de medios pueden ser individualistas; el resto se ve obligado a llevarse bien con sus vecinos, por lo que pueda pasar...” Bien, pues ese individualismo que refleja el bienestar de una sociedad está empezando a desaparecer. De ahí el renacer de los clanes familiares, la invocación a la lealtad entre los amigos, la moda de los ancianos de vivir en pisos compartidos para dividir gastos y prestarse ayuda mutua... De ahí también el aullido del ciudadano indignado y la aparición de los anti-sistemas. Todo ello son fenómenos que únicamente surgen cuando una comunidad, una sociedad, se siente en peligro.

Y el problema: no hay nada más peligroso para una sociedad que el hecho de ignorar el dolor (que es lo que gritan los ciudadanos indignados, aunque sus gritos no nos gusten porque chirrian), nada más contraproducente que considerar cada dolor “psicosomático” o fingir que se le presta atención mientras se está ocupado en otros asuntos. En ese momento es cuando los anti-sistema empiezan a organizarse. Los anti-sistema, igual que los ciudadanos indignados, “están” siempre presentes en cualquier sociedad. La única diferencia es que a veces están “fuera de funcionamiento” y otras “re-activándose”. Los populismos son nefastos pero curiosamente los populismos parten del pueblo. El pueblo se hace anti-sistema. ¿No es esto, de todo, lo más terrible? Y el pueblo se hace anti-sistema cuando el sistema ya no le sirve, cuando el sistema –sea la razón que sea- ha dejado de funcionar adecuadamente. Los políticos están diciendo al pueblo que no sea populista, cuando el problema es que el pueblo es siempre populista. A quienes los políticos deberían dirigirse en estos momentos es a las élites para recordarles justamente que no sean populistas y se comporten como élites y no como memos. No sé si algo así sería populista o no, pero seguramente daría al pueblo lo que el pueblo necesita: estabilidad. Hay algo que los políticos deberían hacer, sobre todo en el caso de que en esa sociedad exista una élite en perfecto funcionamiento: investigar la cuestión de la manipulación a la que está siendo sometida el pueblo de una determinada sociedad y que le hace creer que tiene que hacer frente a una enfermedad que en realidad no existe. 

Pero repito: ni los ciudadanos indignados ni los anti-sistema son “per se” nocivos. Tampoco lo es el dolor, que indica que hay una enfermedad; ni los leucocitos, que intentan paliar una dolencia. Sin embargo, los ciudadanos indignados en masa crean alboroto y los leucocitos en masa, implican la muerte del sistema y hay que dedicar grandes energías para detener su marcha.

Sí. Los ciudadanos indignados denuncian el fallo. Los anti-sistema exigen reformas y caso de no ser atendidos se lanzan a la destrucción porque están convencidos de que la destrucción es lo que permitirá el origen de un mundo nuevo.

Democracia o Anti democracia no son, a priori, términos que interesen a los anti-sistema.

¿Un ejemplo? Los movimientos independentistas han sido primero iniciados por ciudadanos indignados, seguidos –luego- por ciudadanos anti-sistema reformas (podemos llamarlos simplemente “ciudadanos reforma”) y el estadio final ha sido la proliferación de los anti-sistema y la declaración de independencia.  ¿Un ejemplo? Los Estados Unidos de América: unas colonias que eran atípicas porque los colonos eran (o habían sido) ellos mismos ciudadanos británicos que se fueron en busca de libertad. Todos ellos eran ciudadanos indignados que buscaron en la huida un calmante para el dolor. Después las peticiones y poco después, la declaración de Independencia firmada por individuos que no sólo se oponían a la hasta entonces considerada su nación, sino que encima eran masones y libre pensadores. En este caso los anti-sistema fueron democráticos y bien democráticos. ¿No creen ustedes?

Mientras los políticos analizan los movimientos de ciudadanos indignados y de anti-sistema; mientras los medios de comunicación avivan el fuego contra Trump pero se muestran sumamente serenos con el tema Erdogán, mientras las amas de casa preparan el pavo para el Dia de Acción de Gracias y cocinan pastitas y dulces para el primer Domingo de Adviento, mientras los compradores y vendedores compulsivos se darán cita en el Black Friday, mientras el mundo gira, Rita Barberá ha muerto. Rita Barberá ha muerto y todos presentan sus condolencias y guardan un minuto de silencio en las Cortes. Todos menos el grupo político “Podemos”, -cuyo principal exponente suele mostrar una gran flexibilidad, - que decide no acudir a dicho minuto porque a un imputado por corrupción, dice, no se le guarda un minuto de silencio.  Dicho y hecho. Y no van. No sé si es porque esta generación ha visto “Juegos de Tronos” pero ignora la estructura de las películas de gángster americanas. Si las conociera sabría que al entierro van todos: incluso el asesino. Y si por el motivo que sea, no puede acudir, al menos le dedica un minuto de silencio. Porque compréndanme: la misma persona, que soy yo, que defiende el “no es no” de Pedro Sanchez, por considerar que eso dignifica, y bastante, al partido que representa y a los principios que ese partido quiere para España (comparta o no comparta yo tales principios), me parece una auténtica barbaridad que un partido que se siente tan “digno” y tan “consecuente” y tan “coherente” con sus ideas, deje de asistir al minuto de silencio de una compañera que, aunque enemiga, o justo por enemiga, merece su reconocimiento; mucho más si están convencidos de la corrupción de Rita Barberá, porque en tal caso Podemos no debería dedicar un minuto de silencio sino unos cuantos más: en proporción a los votos protesta que les van a llegar.  

Pero no. La coherencia de Podemos se refiere al minuto de silencio que han de dedicar a una persona repentinamente fallecida, sin pensar que esa misma coherencia es la que deberían haber mostrado hace un par de semanas con respecto a Pablo Iglesias, su lider, para haberle impedido que accediera a vestirse con un esmoquin a medida al tiempo que sostenía una copa de champán en actitud sonriente (o sea, en absoluto obligado) en la revista Vanity Fair. No teman. Estoy segura de que Pablo Iglesias tendrá un razonamiento de lo más razonable. Otra cosa es que el razonamiento de lo más razonable sea cierto. Pero realmente ¿A quién le importa eso?

Al fin y al cabo ya saben ustedes:

Estamos en la época Post-truth.

Hay cosas que claman al cielo.

La bruja ciega.


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