A qué negarlo. Plasmar los pensamientos en palabras es difícil. Hacerlo a
la velocidad del pensamiento, cuando el pensamiento mismo está formándose,
mucho más. Sin embargo, a una determinada edad no es que no se pueda, es que
sencillamente uno no siente ningunas ganas de cambiar de carácter y empezar a detenerse a
pensar lo que dice, máxime no habiéndolo hecho nunca. Compréndanme: uno ha ido perdiendo a lo largo del camino
a sus amigos, a sus parientes, patria, idioma, ciudades varias, salud,
memoria... Al menos le queda algo: su carácter. Ese terrible e insoportable
carácter que es suyo y de nadie más que suyo; ese carácter por el que todos le recordarán
poco importa si con amor o con odio
porque digan lo que digan los otros y piensen lo que piensen los demás, es suyo
y, si tanto me apuran, de Dios. Justamente por eso, por ser mío y de Dios, por compartirlo
ambos, respeto y amo mi carácter y me niego rotundamente a repasar mis escritos
antes de publicarlos. La luz primero, los retoques después.
Digo esto para que nadie se rompa las vestiduras al observar con
estupefacción que una bruja ciega se ha decidido a escribir un artículo para
corregir los meditados pensamientos de una autoridad espiritual como es la del
Dalai Lama, al cual –justo es admitirlo - no conozco en absoluto. Consideren mi osadía producto del
defecto de carácter de una bruja, efecto de una imprudencia surgida de la
necedad o, consecuencia de mis genes mosqueteros. Callar, es lo único que aun
deseándolo con todas mis fuerzas, no puedo hacer. Reconozco que dialogar con el
Vaticano me resulta más apasionante. Al fin y al cabo, y aunque me saque de
quicio como me saca, dos mil años caminando juntos, - si no más- son muchos años.
Papas y brujas mueren y son llamados a la Gloria de Dios o del Diablo, depende
de lo que Dios quiera. Al menos habremos de concederle a Dios el poder de la
salvación. ¿No están de acuerdo? Pero hasta que ese momento llegue, Papas y brujas recorren, unas veces codo con codo y otras veces a codazos, las mismas veredas.
“¿Qué Dios?” – preguntan las religiones universales alzando la cabeza.
Y yo, la bruja ciega, suspiro profundamente. “Estas religiones”, me digo, “siempre
buscando motivos por los que luchar por su Dios y por su Verdad, ignorando que
Dios no necesita que nadie mate ni muera por él.”
Eso mismo, supongo piensa el Dalai Lama, cuando alguien le comunica el
atentado de París. Un atentado más en la interminable lista de las atrocidades
cometidas en nombre de Dios. Y el Dalai Lama, harto de ver derramar sangre,
harto de muertes inútiles, de odios y rencores que no expresan el deseo de
justicia sino sólo el deseo de ver cumplidos los intereses de un grupo, harto
de palabras altisonantes que exigen Luz donde no hay más que sombras, llora
amargamente. Llora porque el mundo –pese a su tecnología- sigue anclado en la barbarie y en la violencia. Y la causa más frecuente para iniciar actos vandálicos se escuda en la diversidad de creencias y religiones. En Enero del 2015 afirma: “Hay días en los que pienso que
sería mejor si no tuviéramos ninguna religión. Todas las Religiones y Escrituras
Sagradas encierran en sí mismas el potencial de la violencia. Por eso
necesitamos una ética secular más allá, aparte, de las religiones. En los
colegios la enseñanza de ética es más importante que la clase de religión. ¿Por
qué? Porque para que la Humanidad pueda sobrevivir, la conciencia de lo que une
es más importante que realzar y destacar constantemente lo que separa.”
(“ Ich denke an manchen Tagen, dass es besser wäre, wenn wir gar keine
Religionen mehr hätten. Alle Religionen und alle Heiligen Schriften bergen ein
Gewaltpotential in sich. Deshalb brauchen wir eine säkulare Ethik jenseits
aller Religionen. In den Schulen ist Ethik-Unterricht wichtiger als
Religionsunterricht. Warum? Weil zum Überleben der Menschheit das Bewusstsein
des Gemeinsamen wichtiger ist als das ständige Hervorheben des Trennenden.“)
Bien, a qué negarlo. Hace muchos, muchos años, esta bruja ciega opinaba
exactamente lo mismo que el Dalai Lama. Introducirme en el conocimiento de
la ética le supuso a mi alma tal emoción que ni siquiera al día de hoy puedo
expresarlo correctamente. Por un lado, era la manifestación palpable de que la
libertad democrática había llegado a mi vida privada y no sólo a un país
llamado España. Hasta aquel instante lo único que se podía aprender
en los colegios era religión y por ende, religión católica. La posibilidad de
elegir ética en vez de catolicismo, constituyó una auténtica revolución democrática y
doy fe de la cautela con la que la pusieron en práctica muchos centros educativos y con la
profesionalidad con la que la impartieron los docentes, que en aquel primer,
primerísimo momento, por no disponer no disponían ni de manuales y mucho menos
de criterios fijos. Fue, además, el camino que me introdujo en el pensamiento
budista y, por último, el que me llevó al estudio de la filosofía.
El estudio de la ética me enseñó a relativizar las creencias religiosas sin
desprenderme de la mía propia y a empatizar con los sentimientos de las personas
desde la dimensión humana y no desde el temor al infierno ni a las llamas. Me
permitió seguir creyendo en la Omnipotencia de Dios, sin tener que obligarle a
perdonar, por misericordia, ni a Satanás ni a nosotros. Dios sigue siendo Dios,
pero nosotros, hombres, seguimos siendo hombres y por eso podemos actuar sin
miedo a las llamas del infierno o al castigo eterno porque eso, sencillamente, le
corresponde decidirlo a Dios y no a nosotros, simples mortales y por tanto, somos libres
de actuar según nuestra conciencia de hombres y no según la conciencia de los
otros hombres, igual de torpes e indefensos que nosotros mismos. Y es por eso
precisamente, por lo que para poder formar y desarrollar esa conciencia se hace
tan imperiosamente necesario el conocimiento, el diálogo con aquellos hombres
que vivieron antes que nosotros a través de sus obras. Es por eso por lo que la educación ha de ser vivida, sentida y
hasta sufrida pero desde luego, nunca embotellada ni puesta en adobo, ni
siquiera triturada, que es lo que se hace hoy en día, para que los alumnos no tengan
que esforzarse en masticar. Se les van a caer los dientes sin haber aprendido a
usarlos. Pero esto es ya otra historia...
Volviendo al tema que nos ocupa, hubo un tiempo en el que yo, al igual que
Wittgenstein, también exclamé: ¡de lo que no se puede hablar, mejor no hablar!
No sé cuáles fueron los motivos que llevaron a Wittgenstein a pronunciar estas
palabras. A mí, justo es reconocerlo, me empujaron los terribles e
insoportables dolores de cabeza que me producían las discusiones –no entre las distintas religiones, que eso en España no había- sino entre creyentes, ateos y agnósticos. Después
de conocer la expulsión de los judíos y de los árabes de la Península, la dictadura de la Inquisición, las guerras de religión entre protestantes y católicos que asolaron Europa, yo, igual que el Dalai Lama, también llegué a la
conclusión de que la existencia de las religiones era nefasta para la Humanidad
y busqué otros caminos.
El primero fue el asiático.
Por aquel tiempo tenía quince años. Estudié el confucianismo, el zen, leí a
Laot-se... y como suele ser normal en mí, una vez que lo hube leído, estudiado,
comprendido y asimilado, lo abandoné. No me lo tomen a mal. Ya he dicho que soy
una bruja y por si esto fuera poco, con sangre mosquetera, entre otras,
corriendo por mis venas. Demasiada espiritualidad termina siempre por
empacharme. No me quedó, pues, más remedio que volver al Vaticano Romano, mucho
más equilibrado en ese aspecto.
El segundo fue el laicista.
Al laicismo lo conocí más profundamente en mi época universitaria. He de
reconocer que yo me sentía más a mis anchas en el laicismo que en las
filosofías asiáticas. Primero, porque el laicismo al cual yo tuve acceso era europeo
y bien europeo; segundo, porque el laicismo europeo – justo por ser europeo- se
ha desarrollado siempre a la sombra de la religión cristiana, religión que era la mía propia; y en tercer lugar,
porque en mi familia –dialéctica hasta la ruptura- el laicismo se respiró con
igual intensidad que el catolicismo.
Hube de abandonar el laicismo por las razones contrarias que me habían llevado a
dejar la filosofía asiática: por demasiado mundano y materialista. El Amor era
sexo. La Verdad universal había degenerado, por un lado, en una verdad relativa y por
tanto imposible de concretar mientras que por otro lado, curiosamente, había quedado sujeta al capricho del
momento. La Libertad se había transformado en sinónimo de irresponsabilidad; la
ética en estética; la cultura en cultura de la anticultura; el diálogo, en un “What´s
the point?” y las tertulias, en gallineros donde se cacareaba no para ser
escuchado sino para ser admirado según el último modelo. Asistí con horror al
hecho de que el laicismo se había traicionado a sí mismo. Compréndame: soy una bruja. Demasiada
espiritualidad me empacha, pero demasiado materialismo me abruma: ¿Qué hacemos entonces, me pregunto, con la
magia? ¿Donde la dejamos?
Para las brujas como yo, que creemos en la fuerza del Amor tanto como en
la fuerza de la Escoba, ni las filosofías orientales ni el laicismo europeo
moderno sirven de gran ayuda...
Ha pasado mucho tiempo desde mi época de juventud. El camino de la vida nos
presenta situaciones a las que hemos de hacer frente rápidamente. A veces hemos
de tomar decisiones con las que nosotros mismos nunca hubiéramos estado de
acuerdo antes de ese instante y de las que seguramente jamás nos sentiremos
orgullosos pero que lamentablemente se imponen, no para sobrevivir sino, sencillamente, para
proseguir el cumplimiento de la misión que la propia vida nos ha encomendado. A
lo largo de nuestra ruta encontramos a grandes escritores con los que mantenemos
largos y profundos diálogos. Con otros, en cambio, se trata de una mera
relación esporádica y superficial. He conocido a hombres y mujeres de muchos
lugares y de muchos estratos. Todos ellos eran humanos pero a la Humanidad no
la he visto nunca. Cada uno de esos hombres era distinto del otro, aunque vivieran en la misma calle. Cada uno tenía una historia distinta, una
preocupación distinta, un criterio distinto. Dos mujeres solteras y
embarazadas. Una decide abortar y la otra, no. La misma situación. Distintas decisiones.
Con Dios o sin Dios ¿qué está bien? ¿qué está mal?
La ética, lamento decirlo, no resuelve el dilema.
La ética, igual que las religiones –cualquier religión- termina cayendo en
los mismos problemas que intenta superar.
En primer lugar. Ética Secular ¿qué ética secular? ¿Basada en qué principios? El Dalai Lama
aconseja en uno de los pasajes del libro que hay que escuchar más, pensar más y
meditar más. (“Mehr zuhören, mehr nachdenken, mehr meditieren”) y finalmente enumera
seis principios primeros: Atención, Educación, Respeto, Tolerancia, Cuidado y
Pacifismo: (Achsamkeit, Bildung, Respekt, Toleranz, Fürsorge, und
Gewaltlosigkeit.) Afirma además que el Principio de responsabilidad global es
uno de los elementos clave en su concepto de ética secular (“Das Prinzip
globaler Verantwortung ist ein Schlüsselelement meines Konzepts einer säkularen
Ethik”) "y que la compasión y la empatía son las bases que posibilitan una vida
en común y deja claro que una verdadera ética secular que ayuda, no sólo depende
del saber sino del actuar. A menudo sabemos lo que hacemos pero no hacemos lo
que sabemos." (“Mitfühlen ist die Basis des menschlichen Zusammenlebens. Und Klar ist auch, dass eine wirklich hilfreiche
säkulare Ethik nicht nur eine Frage des Wissens ist, sondern noch mehr eines
Frage des Handelns. Wir wissen ja oft, was wir tun, aber wir tun nicht, was wir
wissen.“)
Esto es, a grandes rasgos, lo que el Dalai Lama expone en su obra. El
problema es que esos Principios, todos y cada uno de esos bellos, bellísimos
Principios, ya están formulados en todas y cada una de las Religiones Universales. Sin salir de la Religión Católica: el cuidado al viajero, el respeto a la mujer de
mala vida, la tolerancia a los que nos insultan y maltratan porque no saben lo que hacen, el
perdón, la responsabilidad ante nuestros actos puesto que Dios nos ha hecho
libres, el respeto a la naturaleza, a los pájaros y flores que no necesitan
preocuparse de sí mismos porque es Dios quien los cuida... Existe una ética
católica, tanto como existe una ética cristiana, una ética judía y una ética
musulmana.
La solución no consiste en establecer Principios éticos porque esa solución
introduce nuevos problemas que resolver. Como el de dirimir qué
principios son los prioritarios y cuáles son los que han de predominar en las situaciones conflictivas. Dos mujeres solteras y las
dos sin recursos, una decide abortar y la otra, no. ¿Qué principio ético aceptamos: el de la conservación de la
vida o el de la tolerancia a la decisión de la madre? ¿El de la no violencia y
el no matarás o el del respeto a sus circunstancias?
Y donde surge el conflicto, se hace necesario un juez. Y donde hay un juez,
hay sentencia. Y donde hay sentencia, o hay un condenado o todo queda admitido.
Y si hay condena es que alguien ha convertido un principio ético en Principio y
donde hay Principio hay Axioma Primero y donde hay Axioma Primero hay Dios y
donde hay Dios hay religión. La Ética Secular acaba convirtiéndose ella misma en religión.
Pero si todas las decisiones individuales quedan admitidas, porque en unos casos se acepta la libertad de la madre para elegir y en otros el respeto al nasciturus, al final sólo queda un principio: el de que cada cual haga lo que considere oportuno según sus criterios y bajo su responsabilidad privada. Lo cual, obviamente, impide el establecimiento, la consideración siquiera, de una responsabilidad global.
Pero si todas las decisiones individuales quedan admitidas, porque en unos casos se acepta la libertad de la madre para elegir y en otros el respeto al nasciturus, al final sólo queda un principio: el de que cada cual haga lo que considere oportuno según sus criterios y bajo su responsabilidad privada. Lo cual, obviamente, impide el establecimiento, la consideración siquiera, de una responsabilidad global.
La solución no estriba en situar la ética a un lado y la religión al otro. No se
trata de agarrar desesperadamente la ética secular para conseguir deshacernos de los problemas que
la religión plantea porque, con Dios o sin Dios, los problemas a resolver
siguen inamovibles y las respuestas a estos problemas son diferentes y hay
muchos que cuando ya no pueden luchar con la lengua, luchan con la espada. Con
Dios o sin Dios ¿Homosexualidad, sí u homosexualidad, no? Con Dios o sin Dios ¿Respeto al individuo
o a la procreación? Con Dios o sin Dios ¿Vientre subrogado sí, o vientre
subrogado, no? Contestar a cada una de estas preguntas exige el establecimiento
de un Principio basado en un Axioma Primero, da igual como se llame ese Axioma
Primero por el cual muchos hombres están dispuestos a matar y otros tantos, a
morir.
La solución no está tampoco en la meditación. El hombre espiritual, con
Dios o sin Dios, medita. El hombre material que tiene tiempo para meditar muchas
veces elucubra y otras, urde conspiraciones.
La solución no está en establecer una ética secular que supere a las
religiones para evitar que los hombres se maten por cuestiones religiosas,
porque entonces se matarían por cuestiones éticas. La convivencia entre los
hombres raramente transcurre pacíficamente. Ni siquiera en la India, país en donde el Dalai Lama asegura
que coexisten los diferentes templos de las diferentes religiones. Coexisten en
paz los templos, sí. Pero no los hombres. Ante la fuerza del hinduismo, poco
pueden hacer los sikhs y los musulmanes; no hablemos ya de los grupos
cristianos. Revueltas y contra-revueltas ha habido unas cuantas. Eso, sin contar los conflictos entre budistas y musulmanes.
La compasión de la que habla el Dalai Lama es
similar a la caridad que aconseja el buen Papa Francisco y si ambos se
reunieran, estoy convencida de que estarían de acuerdo en todos y cada uno de
los puntos a tratar. En cuestiones de meditación, doy fe de ello y lo digo sin ironía
alguna, los jesuitas son auténticos maestros. Las convivencias y ejercicios
espirituales que organizan y que otras órdenes, siguiendo su ejemplo, han
llevado a la práctica, representan para los jóvenes de diez a veinte años una
ayuda inestimable. Allí se lee y, lo que es más importante, se piensa sobre lo que se lee sin atender ni al tiempo ni a las prisas. Son ellos los que me enseñaron que a meditar se medita
primero en activo y sólo mucho después, a veces jamás, en pasivo. Es una
lástima que por unas u otras causas, se vaya perdiendo esta tradición. Desde luego es un arma de doble filo: yo les salí bruja y una amiga mía anda predicando y cantando la Teoría del Uno en el Todo y el Todo en el Uno. Pero por favor, no vayan a elucubrar ahora y concluyan que mi oposición a esa teoría tiene algo personal que ver con mi amiga. Yo misma no lo descubrí hasta hace poco, cuando la escuché exclamar en un video en internet, rodeada de otros adeptos a la misma teoría aquella insufrible cantinela de: "somos dioses." Esto, ya lo se, es otro tema...
Y así, el hombre que quiere meditar se encuentra
solo. Lo único que se le presenta es el centro de meditación budista en el cual
las brujas no nos sentimos a gusto porque nos resulta demasiado espiritual y
porque además la historia de la reencarnación no nos hace gracia ni en boca de Platón.
Querido Dalai Lama, usted es un hombre bueno, un
hombre santo, un hombre noble. Y yo, que no tengo ni patria ni idioma ni tierra
a la que llamar mía, entiendo lo que usted quiere decir y entiendo que usted no
entienda lo que no entiende. Usted no entiende por qué la gente se mata por
grandes palabras cuando basta con vivir con pequeños gestos. Usted no entiende
por qué la gente se mata por grandes ideas, cuando basta vivir con pequeñas
normas de vida. Usted no entiende por qué la gente no se sienta a pensar antes
de actuar, a escuchar al otro antes de dispararle en la sien, de comprender las
circunstancias del otro, antes de sentenciarlo a muerte o al destierro.
Le entiendo. Posiblemente le entendemos todos.
El problema es que los buenos hacen siempre, sin
necesidad de pensar, sin necesidad de escuchar, sin necesidad de meditar, lo
que usted aconseja. Lo llevan en el alma. Otros, necesitan más esfuerzo para
conseguirlo y luchan por ello.
Pero los que desean conseguir el Poder al precio
que sea, los ambiciosos, los envidiosos, los que pretenden dominar al mundo,
esos –querido Dalai Lama- no le escuchan ni a usted, ni a la ética ni a Dios.
Esos llaman débiles a los buenos y los encadenan pero no con cualquier tipo de
cadenas, sino con las cadenas de los grandes Principios, que ellos han
convertido en sus Principios. No son las religiones las que matan sino los
hombres que dominan esas religiones. Poco importa que esa religión se llame
Católica, Musulmana o Ética Secular. No es Dios el que mata sino los hombres que
utilizan su nombre para justificar el asesinato, el Poder, la Dominación. Y del
mismo modo que da igual cómo se llame el Axioma Primero, también da igual cómo
se llame a una Religión. La Ética secular también corre el peligro de
convertirse en un instrumento del Poder, en forma de leyes, en forma de
dictámenes. Basta con que uno decida utilizarla en su favor para, instaurándola
por medio de las leyes y con la excusa de que las religiones son violentas,
alzarse con el Gobierno Mundial.
Las religiones son necesarias; al menos los hombres no pueden vivir sin ellas. Una pluralidad de religiones no sólo es conveniente. También es necesaria. Igual que lo es la existencia de un grupo de laicos responsables. Es importante que cada religión cuide de que los principios que las rigen se cumplan en su justa medida y que ese equilibrio no se rompa ni por exceso ni por defecto. En el caso del laicismo, en concreto, hora sería que se propinaran escobazos a diestro y siniestro a todos esos laicos haraganes y vagos que han convertido al laicismo en hedonismo y a la ética en estética, incluso cuando advierten del calentamiento de la Tierra.
Las religiones son necesarias; al menos los hombres no pueden vivir sin ellas. Una pluralidad de religiones no sólo es conveniente. También es necesaria. Igual que lo es la existencia de un grupo de laicos responsables. Es importante que cada religión cuide de que los principios que las rigen se cumplan en su justa medida y que ese equilibrio no se rompa ni por exceso ni por defecto. En el caso del laicismo, en concreto, hora sería que se propinaran escobazos a diestro y siniestro a todos esos laicos haraganes y vagos que han convertido al laicismo en hedonismo y a la ética en estética, incluso cuando advierten del calentamiento de la Tierra.
Las religiones son necesarias porque el hombre es
finito y tiende al infinito. El hombre ve milagros y sueña con mundos
prodigiosos y con mundos mágicos; y cuando no sueña, es que el hombre ha muerto.
La religión es necesaria y por eso el laicismo, que es otro tipo de religión,
tiene su Dios universal, su Principio Primero. La religión, los ritos, la forma
de organización de la espiritualidad en la materialidad, el modo en que ese
Principio Primero ha de ser llamado y reverenciado, es connatural a la esencia
humana. Donde no hay religión sólo pervive la superstición. Y esto, lo sabemos todos, es aún peor.
Pero del mismo modo que afirmo que las religiones
son necesarias. Afirmo, repito, exijo, que las religiones se mantengan en el
terreno que les corresponde: el de la Fe. Que luchen con uñas y dientes contra la superstición y la santurronería; que en vez de atemorizar con ridículos temores y remordimientos de conciencia a los buenos, a
los humildes, a los benditos, la emprendan contra los fuertes y
poderosos que utilicen los principios religiosos para subyugar a los
buenos. Si los fuertes y poderosos quieren someter a los débiles, que lo
hagan, pero de frente y mirando a los ojos, no utilizando triquiñuelas ni
deformando los principios más respetables que rigen al ser humano.
Por eso es por lo que afirmo, repito y exijo que
las religiones se mantengan al margen de la política. Porque bastante trabajo
tienen ya ellas en evitar en que algunos políticos la utilicen para hacerse con
el Poder, ya sea usando su favor o esperando su desaparición, como para que
ellas decidan meterse en el ruedo de las ideologías y de la politología. Es justamente
en este ruedo donde ha de encontrar su lugar la ética secular. La ética secular
es importante, fundamental, diría yo, a la hora de promulgar la legislación de
una sociedad. Una sociedad en la que rigen diferentes creencias, diferentes
ideas, tiene por fuerza que encontrar un modo de pactar y negociar. La ética
secular se hace precisa en la legislación, no en las cuestiones de Fe. Cuando
la ética secular se hace Fe, se convierte en Laicismo. Esto es, otra religión y
por tanto, ha de quedar fuera del campo político.
No he terminado. Sé que no he terminado. Sé que
volveré a corregir mi texto. Pero ahora estoy sumamente cansada. Llevo
prácticamente toda mi vida pensando en estos temas. He pensado en la estupidez
de las religiones tanto como en la necesidad de Dios. Dios, Fuerza Absoluta, es Puro Espíritu por Pura energía.
Los hombres no son ni puro espíritu, ni pura materia, ni pura energía. El espíritu necesita
encontrar un camino material, del mismo modo que lo material ha de encontrar su
sentido espiritual para aspirar energía y de esta forma dejar de ser materia
inerte. El hombre busca la luz y a veces lo envuelven las sombras. En
ocasiones, es la meditación la que lo salva y en otras, qué le vamos a hacer,
es el escobazo de la bruja el que le libra de la prisión oscura.
Religión, Ética Secular. Poco importa. Los Principios
Primeros son siempre los mismos. Lo esencial es separa a Dios del Hombre, y a
la Religión de la Política. Es por eso por lo que a pesar del Panteísmo que
sentí de niña, me he visto obligada a tomar partido por el deísmo: para poder separar
ambas esferas. A Dios, lo que es de Dios y a la política, lo que es de la
política.
Estoy cansada. Demasiados recuerdos, demasiadas
ideas. Tiempos que pensaba olvidados me han zarandeado hoy con inusitada fuerza...
La bruja ciega.
Las citas están tomadas de su libro "Der Appell des Dalai Lama an die Welt" mit Franz Alt "Ethik ist wichtiger als Religion" ("La llamada del Dalai Lama al mundo", con Franz Alt "Etica es más importante que la religión")
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