“Pacta sunt servanda." Sensato enunciado que todos
suscriben hasta que se traslada a la práctica. Allí, en efecto, no tardan en
surgir los problemas. Hay que determinar qué es exactamente lo que se ha
pactado, en qué consiste el pacto y cuáles son sus límites. ¿Quedan los
participantes de hoy sujetos a lo que ayer se firmó? ¿Hay causas de fuerza
mayor que puedan liberar de lo pactado? ¿Quién y en virtud de qué se deciden
tales circunstancias? ¿Deben cumplir los firmantes de hoy lo que ayer otros
acordaron?
“Pacta sunt servanda.” Pero algo tan cabal, tan razonable, exige jueces, abogados y leyes
que puedan dirimir los grandes conflictos que de esos tres simples vocablos se
derivan y a veces, ni siquiera el engranaje de la justicia puede resolverlos y
hay que acudir a la fuerza de la revolución.
Revolución ¿qué
revolución? La de los de siempre. La de los que quieren más tajada a las buenas
o a las malas. Ignoro si sería capaz de morir por mis ideas. Lo dudo. Creo que
soy demasiada Brechtiana para morir por otra cosa que no sea mi propia muerte.
Pero desde luego, nunca sería capaz de morir por las ideas de los otros. Que se
apañen con sus pactos y sus servandas, que se apañen con las historias de un
Mundo Mejor que yo no he visto ni veré porque el único Mundo Mejor que conozco
es el que mi Fuerza crea y el Peor Mundo, el que mi tristeza y mi dolor instauran. No. No soy Dios. Dios está fuera de mí, conmigo. Contemplándome. Luchando
por subirse a mis fatigadas espaldas, luchando por seguir en ellas. Y a veces,
se hace tan ligero que ni lo siento. Pero eso es otra historia. Acepto de
Lutero que la última palabra sobre mi salvación la tiene Dios y acepto, por
tanto, que hasta ese instante no me queda más remedio que confiando en su
Gracia, confiar en mi Fuerza y desesperando de su Gracia, caer en el dolor.
Pero eso, como ya digo, es otra historia...
Revolución.
Revolución de los mismos de siempre. A estas horas, el mundo ya debería haberlo
aprendido. Pero el mundo sueña con el cuento de la unidad “todos juntos,
venceremos”, donde uno –francamente- no entiende por qué todos juntos han de
vencer a una fuerza que se ha impuesto cuando todos juntos deberían haberse
unido para no dejarla hacerse con el Poder. Por qué van a luchar todos juntos,
cuando “todos juntos” no se saludan al entrar en el ascensor y “todos juntos”
no saludan al conserje y “todos juntos” se espían y se graban las
conversaciones para tener material comprometedor. Por qué van a morir "todos juntos" codo con
codo cuando no han podido trabajar "todos juntos". El “todos juntos” me abruma aún más
que el “toda la gente”.
Y luego pasa lo
que pasa, que el “todos juntos” termina en aquella magnífica frase de Luis
XIV, magnífica por sincera: “El Estado soy yo." Así de claro. Así
de contundente. Nada de apelaciones a las ideas grandiosas ni a los principios
eternos. “El Estado soy yo.” Y basta.
Pero ahora,
incluso los más jóvenes, decapitan a sus amigos, a sus vasallos, a sus colegas,
a sus compañeros de partido, a los mismos que les han ayudado a alzarse con el Poder, los mismos que ayer eran sus confidentes, los mismos con los que ayer
firmaron pactos de sangre y de ideología, en virtud de un proyecto bellísimo.
Pero la decapitación ya no se llama decapitación; la destitución ya no se
denomina destitución. Ahora el nombre es “corrección."
Errejón anda desaparecido pero no está enfadado,- dice, asegura, afirma,- con
el hombre que ha “corregido” a su hombre de confianza, ése que luchaba y
compartía las mismas ideas de Errejón, porque a la hora de morir, hora es
reconocerlo, cada cual muere su propia muerte. A solas. Las ideas ya no son las
de “todos juntos” porque ese “todos juntos” es un espejismo al cual unos se
aferran para ir en busca de mayor tajada que de la que ya disponen.
Errejón ha desaparecido. Algunos dirán que para reflexionar, otros que para
meditar y algunos, como yo, que para cavilar. Su posición no es fácil. Si se
queda en el partido, que es seguramente lo que va a hacer, tiene que explicar y
justificar convincentemente lo que a muchos no les parecerá ni tan convincente
ni tan justificable. Si se va, tiene que buscar un nuevo partido no sólo que lo
acepte como afiliado sino que además lo
incorpore a las altas esferas. Ello supondría la obligación de proporcionar
información confidencial del partido en el que ahora está y que él mismo procreó.
Si se queda Errejón donde está, Errejón se habrá convertido en un zombi, aunque ni él mismo lo sepa. Ni los unos ni los otros le perdonarán la traición. Los unos, por haberles abandonado en plena revuelta y los otros, por haberla permitido.
Si se queda Errejón donde está, Errejón se habrá convertido en un zombi, aunque ni él mismo lo sepa. Ni los unos ni los otros le perdonarán la traición. Los unos, por haberles abandonado en plena revuelta y los otros, por haberla permitido.
“Pacta sunt servanda.”
Pero ¿qué pactos y con quién? ¿Con aquéllos que le han apoyado en sus ideas
y a los que él intentó frenar con el aviso de que en la cúpula no había
enfrentamientos? ¿Se trató de una subversión en nombre de Errejón sin su
consentimiento, sin su apoyo? ¿Tenía Errejón conocimiento de lo que estaba
pasando?
“Pacta sunt servanda.”
¿Qué pactos y con quién? ¿Con la cúpula o con los disidentes que han
actuado siguiendo los presupuestos errejonianos? ¿Con su puesto en el partido
bajo la excusa de que lo que importa es el proyecto en común o consigo mismo,
con sus propias convicciones?
Yo, ya lo he dicho, no sería seguramente capaz de morir por mis propias
ideas, pero tampoco sería capaz de morir por un proyecto cuando ese proyecto ni
siquiera es mío.
Sí, en cambio, sería capaz de vivir por mis ideas y de vivir por un
proyecto que fuera mío y sólo mío. Jamás por un proyecto de otro, mucho menos
cuando ese otro va “corrigiendo” cada pequeño movimiento que no le gusta y no
respeta ni los “pacta sunt servanda” del lenguaje.
Los juegos, no sé si de Tronos, pero en cualquier
caso, sí del Lenguaje, se imponen de un tiempo a esta parte con inusitada frecuencia en nuestro país: Se convierte "una destitución" en "corrección”, “la sofocación de una revuelta" en "un bello proyecto político lleno de
brillo.” "Una patada en el estómago" es "una metedura de pata"; "una traición, "el ejercicio de la libertad individual." "el egoísmo", "la defensa de los propios intereses"; "la infidelidad", " relación abierta"; "el cinismo" la facultad de defender e imponer sus puntos de vista con suma flexibilidad.
Sigamos.
Sigamos.
El único camino que hasta ahora vislumbro es uno sin salida, pero ustedes
ya saben: además de bruja, soy ciega...
La bruja ciega.
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