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Friday, March 18, 2016

Pacta sunt servanda

“Pacta sunt servanda." Sensato enunciado que todos suscriben hasta que se traslada a la práctica. Allí, en efecto, no tardan en surgir los problemas. Hay que determinar qué es exactamente lo que se ha pactado, en qué consiste el pacto y cuáles son sus límites. ¿Quedan los participantes de hoy sujetos a lo que ayer se firmó? ¿Hay causas de fuerza mayor que puedan liberar de lo pactado? ¿Quién y en virtud de qué se deciden tales circunstancias? ¿Deben cumplir los firmantes de hoy lo que ayer otros acordaron?

“Pacta sunt servanda.” Pero algo tan cabal, tan razonable, exige jueces, abogados y leyes que puedan dirimir los grandes conflictos que de esos tres simples vocablos se derivan y a veces, ni siquiera el engranaje de la justicia puede resolverlos y hay que acudir a la fuerza de la revolución.

Revolución ¿qué revolución? La de los de siempre. La de los que quieren más tajada a las buenas o a las malas. Ignoro si sería capaz de morir por mis ideas. Lo dudo. Creo que soy demasiada Brechtiana para morir por otra cosa que no sea mi propia muerte. Pero desde luego, nunca sería capaz de morir por las ideas de los otros. Que se apañen con sus pactos y sus servandas, que se apañen con las historias de un Mundo Mejor que yo no he visto ni veré porque el único Mundo Mejor que conozco es el que mi Fuerza crea y el Peor Mundo, el que mi tristeza y mi dolor instauran. No. No soy Dios. Dios está fuera de mí, conmigo. Contemplándome. Luchando por subirse a mis fatigadas espaldas, luchando por seguir en ellas. Y a veces, se hace tan ligero que ni lo siento. Pero eso es otra historia. Acepto de Lutero que la última palabra sobre mi salvación la tiene Dios y acepto, por tanto, que hasta ese instante no me queda más remedio que confiando en su Gracia, confiar en mi Fuerza y desesperando de su Gracia, caer en el dolor. Pero eso, como ya digo, es otra historia...

Revolución. Revolución de los mismos de siempre. A estas horas, el mundo ya debería haberlo aprendido. Pero el mundo sueña con el cuento de la unidad “todos juntos, venceremos”, donde uno –francamente- no entiende por qué todos juntos han de vencer a una fuerza que se ha impuesto cuando todos juntos deberían haberse unido para no dejarla hacerse con el Poder. Por qué van a luchar todos juntos, cuando “todos juntos” no se saludan al entrar en el ascensor y “todos juntos” no saludan al conserje y “todos juntos” se espían y se graban las conversaciones para tener material comprometedor. Por qué van a morir "todos juntos" codo con codo cuando no han podido trabajar "todos juntos". El “todos juntos” me abruma aún más que el “toda la gente”.

Y luego pasa lo que pasa, que el “todos juntos” termina  en aquella magnífica frase de Luis XIV, magnífica por sincera: “El Estado soy yo." Así de claro. Así de contundente. Nada de apelaciones a las ideas grandiosas ni a los principios eternos. “El Estado soy yo.” Y basta.

Pero ahora, incluso los más jóvenes, decapitan a sus amigos, a sus vasallos, a sus colegas, a sus compañeros de partido, a los mismos que les han ayudado a alzarse con el Poder, los mismos que ayer eran sus confidentes, los mismos con los que ayer firmaron pactos de sangre y de ideología, en virtud de un proyecto bellísimo. Pero la decapitación ya no se llama decapitación; la destitución ya no se denomina destitución. Ahora el nombre es “corrección."

Errejón anda desaparecido pero no está enfadado,- dice, asegura, afirma,- con el hombre que ha “corregido” a su hombre de confianza, ése que luchaba y compartía las mismas ideas de Errejón, porque a la hora de morir, hora es reconocerlo, cada cual muere su propia muerte. A solas. Las ideas ya no son las de “todos juntos” porque ese “todos juntos” es un espejismo al cual unos se aferran para ir en busca de mayor tajada que de la que ya disponen.

Errejón ha desaparecido. Algunos dirán que para reflexionar, otros que para meditar y algunos, como yo, que para cavilar. Su posición no es fácil. Si se queda en el partido, que es seguramente lo que va a hacer, tiene que explicar y justificar convincentemente lo que a muchos no les parecerá ni tan convincente ni tan justificable. Si se va, tiene que buscar un nuevo partido no sólo que lo acepte como afiliado sino que además lo incorpore a las altas esferas. Ello supondría la obligación de proporcionar información confidencial del partido en el que ahora está y que él mismo procreó. 
Si se queda Errejón donde está, Errejón se habrá convertido en un zombi, aunque ni él mismo lo sepa. Ni los unos ni los otros le perdonarán la traición. Los unos, por haberles abandonado en plena revuelta y los otros, por haberla permitido.

“Pacta sunt servanda.”

Pero ¿qué pactos y con quién? ¿Con aquéllos que le han apoyado en sus ideas y a los que él intentó frenar con el aviso de que en la cúpula no había enfrentamientos? ¿Se trató de una subversión en nombre de Errejón sin su consentimiento, sin su apoyo? ¿Tenía Errejón conocimiento de lo que estaba pasando?

“Pacta sunt servanda.”

¿Qué pactos y con quién? ¿Con la cúpula o con los disidentes que han actuado siguiendo los presupuestos errejonianos? ¿Con su puesto en el partido bajo la excusa de que lo que importa es el proyecto en común o consigo mismo, con sus propias convicciones?

Yo, ya lo he dicho, no sería seguramente capaz de morir por mis propias ideas, pero tampoco sería capaz de morir por un proyecto cuando ese proyecto ni siquiera es mío.

Sí, en cambio, sería capaz de vivir por mis ideas y de vivir por un proyecto que fuera mío y sólo mío. Jamás por un proyecto de otro, mucho menos cuando ese otro va “corrigiendo” cada pequeño movimiento que no le gusta y no respeta ni los “pacta sunt servanda” del lenguaje.

Los juegos, no sé si de Tronos, pero en cualquier caso, sí del Lenguaje, se imponen de un tiempo a esta parte con inusitada frecuencia en nuestro país: Se convierte "una destitución" en "corrección”, “la sofocación de una revuelta" en "un bello proyecto político lleno de brillo.” "Una patada en el estómago" es "una metedura de pata"; "una traición, "el ejercicio de la libertad individual." "el egoísmo", "la defensa de los propios intereses"; "la infidelidad", " relación abierta"; "el cinismo" la facultad de defender e imponer sus puntos de vista con suma flexibilidad.

Sigamos.

El único camino que hasta ahora vislumbro es uno sin salida, pero ustedes ya saben: además de bruja, soy ciega...


La bruja ciega.

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