¿Por qué escribo si soy consciente de que lo que digo no sirve para nada,
que no cambiará el mundo, que no levantará conciencias, que no enterrará
miserias? ¿Por qué sigo caminando por un túnel del que resultaría tan fácil
poder salir a poco que me lo propusiera?¿Por qué lanzar desde este túnel negro
y sombrío, a través de la única abertura, angosta, apenas perceptible de aire y
luz que distingo, mi opinión dentro de una botella a un mar repleto, inundado,
de botellas?
¿Por qué?
¿Por qué continúo, a pesar de la soledad y del frio que se padecen aquí
dentro, a pesar de las extrañas sombras silenciosas que me vigilan inmóviles,
que observan cada palabra, cada signo que aparece, sin que me sea posible
determinar quiénes son, ni precisar siquiera si se trata de hombres, fantasmas
o máquinas, y a qué intereses sirven?
¿Por qué escribo en vez de concentrarme en salir del túnel? ¿Acaso creo que
es allí donde se encuentra la solución: en tirar botellas al mar? No. La salida
no está ni en la botella ni en el mar. Tampoco en el mensaje. Mucho menos en un
mensaje que no es ni consejo ni advertencia.
Un mensaje que es simplemente una nota, una observación lo más, nunca puede ser una salida.
Un mensaje que es simplemente una nota, una observación lo más, nunca puede ser una salida.
Estoy en un túnel y la salida me espera, al igual que sucede en el resto de
los otros túneles de este mundo, al final del túnel.
Si el túnel es húmedo, oscuro y lúgubre; si hay sombras sin rostro y sin
forma, que acechan en las paredes, atentas a cada uno de mis movimientos; si el
mar está anegado de botellas; si el mensaje no importa, ¿por qué entonces no me
concentro en salir lo más rápido posible? Sería tan fácil. Dejar de publicar.
Simplemente eso: ni un artículo más; ni un comentario más.
Hay dos grandes razones.
La primera, la más importante, el motivo por el que empecé a escribir esta
serie de opiniones, es que en Junio del 2014 Carlota me obligó a prometerle que
escribiría trescientos sesenta y cinco artículos, el mismo número que días
tiene un año y que no pararía hasta alcanzar esa cifra. Al día de hoy todavía no
he llegado a la mitad y he de ahuyentar a diario la frase de Heráclito según la
cual el camino hacia arriba es el mismo que conduce hacia abajo. Debo
reconocer, en efecto, que el simple hecho de pensar en la dificultad del
ascenso me empuja al descenso. He de
escribir trescientos sesenta y cinco artículos sobre temas que no van a cambiar
el mundo porque al mundo no lo cambia nadie, porque la naturaleza del hombre
permanece inamovible y la naturaleza del hombre es animal y no celestial ni
infernal, y los modos de organización siguen siendo los mismos desde la Prehistoria:
Uno o unos que se encargan de disponer. / Un grupo de colaboradores que les facilita ayuda económica, defensiva y laboral. / Un grupo de justificadores que se dedican a explicar a los disconformes porqué ese grupo de actores
principales ha actuado correctamente. Lo más que aceptan los justificadores es que un colaborador,
o varios, se ha equivocado y por tanto hay que reparar el fallo individual y
personal. / Un grupo de silenciosos a favor de ese uno o unos, que asienten con
sus gestos y comportamientos lo que sus bocas callan. / Un grupo de silenciosos
indiferentes. / Un grupo de silenciosos en contra de ese uno o unos. Es en estos
tres últimos grupos, en los silenciosos, donde tiene lugar la doble moral. Hoy callan
una cosa y mañana otra. / A continuación, por sorpresa, y de cualquier lugar sale
uno, un Uno, que grita en contra del grupo dirigente y que
es condenado por hereje, rebelde, revoltoso, revolucionario o como se quiera
decir. / Y un poco más tarde, otro Uno,
un inocente que es inocente pero que pasaba felizmente por allí en el tiempo equivocado
y delante de la gente equivocada y que es sacrificado a los dioses, a la Idea,
a la Paz general y todas esas grandes palabras. / Y existe también un grupo de
sometidos que aguanta. / Y un grupo de sometidos que cavila. / Y un grupo de sometidos
que intenta actuar en contra...
Y vuelta a empezar.
Observen cualquier sociedad, cualquier sistema político, cualquier
organización comunitaria, y verán que lo que digo es cierto. No hay forma de
cambiar. Las estructuras se mantienen. Se cambian los Unos por los Otros; los
dioses por las Ideas; las Ideas por la Técnica; la Técnica por el Dinero; el
Dinero por el Poder y vuelta a empezar. Pero las estructuras humanas, las
estructuras tal y como las hemos descrito anteriormente permanecen indestructibles
y eternas igual que las pasiones – nobles y bajas- de los seres que las
componen.
El problema es que la verdad es demasiado sencilla, y a los pensadores les
gusta hacer lo que a los matemáticos: jugar a las posibilidades. - “¿Qué
pasaría si pongo esta pieza aquí y esta allá?”, preguntan curiosos, “¿Seguiría
siendo una estructura humana?” - “Claro”, les contestan los de enfrente. “Porque
está construida a base de material humano.” - “¿Y si cambiara el ensamblaje
divino por el ideológico, el ideológico por el técnológico-industrial?” - “También,
porque la sustancia básica es humana y bien humana.” - “Ya”, pregunto, “¿Pero y
si introdujera un nuevo elemento constituyente y el hombre fuera un
organismo-robotizado-computerizado?”
Silencio. Silencio. Silencio mientras se intenta destruir lo humano del
hombre, lo animal del hombre, que es justamente la esencia esencial de su
naturaleza y convertirlo en otra cosa.Puesto
que no puede cambiar por sí mismo, cambiémosle. “¿Quién quiere cambiarle, si ni
siquiera Dios quiso? ¿Cambiar lo que no quiere cambiarse-se, exigir a lo que no
quiere exigir-se, mejorar a lo que se niega a mejorar-se? ¿Quién es esta vez?”,
pregunto entre asombrada e indignada.
Silencio. Los científicos no tienen tiempo para hablar. Para hablar sólo
tienen tiempo los locos. Los locos hablan, difaman, juegan con los pensamientos,
con los valores, van, vienen, entretienen, se entretienen. Funámbulos de las
palabras más elevadas; más altisonantes, quiero decir. Acróbatas de las
acciones más intrépidas, más descabelladas; más inservibles, quiero decir. Y al
final, tras muchos cadáveres y litros de sangre derramados, consiguen sacar del
sombrero del prestigitador un ramo de flores, primero y un conejo, después,
imprimiendo en el ambiente la sensación de que lo imposible se ha hecho
realidad. Pero es todo un espejismo, una simple y mera quimera. Las estructuras
siguen siendo las mismas. Lo seguirán mientras el hombre siga siendo hombre y
no un hombre-robot. Y aún en ese caso es muy problable que las estructuras entre
los hombres-hombres, esos que se dedican a crear, manejar, reparar y destruir a
los hombres-robot, sigan siendo las mismas.
Tenemos que crear las facultades de Filosofía, de Sociología, de
Politología, de Pedagogía, de Psicología, de Antropología, de Arqueología, de
Historia, de Filología y no sé cuántas facultades más para terminar concluyendo
que las estructuras básicas de comportamiento y organización humanas no han
variado lo más mínimo. Unos trabajos han sido sustituidos por otros, unos reyes
han sido derrotados por otros, pero la esencia se mantiene intacta.
Estoy en el túnel.
El túnel es largo.
Le prometí a Carlota que escribiría Trescientos sesenta y cinco artículos.
¿La segunda razón?
Olvídenla. No es importante.
El tiempo apremia.
La bruja ciega.
Y yo que quería hablar del Dalai Lama...
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