Tracking-ID UA-44975965-7

Sunday, March 13, 2016

Desde el túnel lanzo una botella al mar

¿Por qué escribo si soy consciente de que lo que digo no sirve para nada, que no cambiará el mundo, que no levantará conciencias, que no enterrará miserias? ¿Por qué sigo caminando por un túnel del que resultaría tan fácil poder salir a poco que me lo propusiera?¿Por qué lanzar desde este túnel negro y sombrío, a través de la única abertura, angosta, apenas perceptible de aire y luz que distingo, mi opinión dentro de una botella a un mar repleto, inundado, de botellas?

¿Por qué?

¿Por qué continúo, a pesar de la soledad y del frio que se padecen aquí dentro, a pesar de las extrañas sombras silenciosas que me vigilan inmóviles, que observan cada palabra, cada signo que aparece, sin que me sea posible determinar quiénes son, ni precisar siquiera si se trata de hombres, fantasmas o máquinas, y a qué intereses sirven?

¿Por qué escribo en vez de concentrarme en salir del túnel? ¿Acaso creo que es allí donde se encuentra la solución: en tirar botellas al mar? No. La salida no está ni en la botella ni en el mar. Tampoco en el mensaje. Mucho menos en un mensaje que no es ni consejo ni advertencia. 

Un mensaje que es simplemente una nota, una observación lo más, nunca puede ser una salida.

Estoy en un túnel y la salida me espera, al igual que sucede en el resto de los otros túneles de este mundo, al final del túnel.

Si el túnel es húmedo, oscuro y lúgubre; si hay sombras sin rostro y sin forma, que acechan en las paredes, atentas a cada uno de mis movimientos; si el mar está anegado de botellas; si el mensaje no importa, ¿por qué entonces no me concentro en salir lo más rápido posible? Sería tan fácil. Dejar de publicar. Simplemente eso: ni un artículo más; ni un comentario más.

Hay dos grandes razones.

La primera, la más importante, el motivo por el que empecé a escribir esta serie de opiniones, es que en Junio del 2014 Carlota me obligó a prometerle que escribiría trescientos sesenta y cinco artículos, el mismo número que días tiene un año y que no pararía hasta alcanzar esa cifra. Al día de hoy todavía no he llegado a la mitad y he de ahuyentar a diario la frase de Heráclito según la cual el camino hacia arriba es el mismo que conduce hacia abajo. Debo reconocer, en efecto, que el simple hecho de pensar en la dificultad del ascenso me empuja al descenso. He de escribir trescientos sesenta y cinco artículos sobre temas que no van a cambiar el mundo porque al mundo no lo cambia nadie, porque la naturaleza del hombre permanece inamovible y la naturaleza del hombre es animal y no celestial ni infernal, y los modos de organización siguen siendo los mismos desde la Prehistoria: Uno o unos que se encargan de disponer. / Un grupo de colaboradores que les facilita ayuda económica, defensiva y laboral. / Un grupo de justificadores que se dedican a explicar a los disconformes porqué ese grupo de actores principales ha actuado correctamente. Lo más que aceptan los justificadores es que un colaborador, o varios, se ha equivocado y por tanto hay que reparar el fallo individual y personal. / Un grupo de silenciosos a favor de ese uno o unos, que asienten con sus gestos y comportamientos lo que sus bocas callan. / Un grupo de silenciosos indiferentes. / Un grupo de silenciosos en contra de ese uno o unos. Es en estos tres últimos grupos, en los silenciosos, donde tiene lugar la doble moral. Hoy callan una cosa y mañana otra. / A continuación, por sorpresa, y de cualquier lugar sale uno, un Uno,  que grita en contra del grupo dirigente y que es condenado por hereje, rebelde, revoltoso, revolucionario o como se quiera decir. / Y un poco más tarde, otro Uno, un inocente que es inocente pero que pasaba felizmente por allí en el tiempo equivocado y delante de la gente equivocada y que es sacrificado a los dioses, a la Idea, a la Paz general y todas esas grandes palabras. / Y existe también un grupo de sometidos que aguanta. / Y un grupo de sometidos que cavila. / Y un grupo de sometidos que intenta actuar en contra...

Y vuelta a empezar.

Observen cualquier sociedad, cualquier sistema político, cualquier organización comunitaria, y verán que lo que digo es cierto. No hay forma de cambiar. Las estructuras se mantienen. Se cambian los Unos por los Otros; los dioses por las Ideas; las Ideas por la Técnica; la Técnica por el Dinero; el Dinero por el Poder y vuelta a empezar. Pero las estructuras humanas, las estructuras tal y como las hemos descrito anteriormente permanecen indestructibles y eternas igual que las pasiones – nobles y bajas- de los seres que las componen.

El problema es que la verdad es demasiado sencilla, y a los pensadores les gusta hacer lo que a los matemáticos: jugar a las posibilidades. - “¿Qué pasaría si pongo esta pieza aquí y esta allá?”, preguntan curiosos, “¿Seguiría siendo una estructura humana?” - “Claro”, les contestan los de enfrente. “Porque está construida a base de material humano.” - “¿Y si cambiara el ensamblaje divino por el ideológico, el ideológico por el técnológico-industrial?” - “También, porque la sustancia básica es humana y bien humana.” - “Ya”, pregunto, “¿Pero y si introdujera un nuevo elemento constituyente y el hombre fuera un organismo-robotizado-computerizado?”

Silencio. Silencio. Silencio mientras se intenta destruir lo humano del hombre, lo animal del hombre, que es justamente la esencia esencial de su naturaleza y convertirlo en otra cosa.Puesto que no puede cambiar por sí mismo, cambiémosle. “¿Quién quiere cambiarle, si ni siquiera Dios quiso? ¿Cambiar lo que no quiere cambiarse-se, exigir a lo que no quiere exigir-se, mejorar a lo que se niega a mejorar-se? ¿Quién es esta vez?”, pregunto entre asombrada e indignada.

Silencio. Los científicos no tienen tiempo para hablar. Para hablar sólo tienen tiempo los locos. Los locos hablan, difaman, juegan con los pensamientos, con los valores, van, vienen, entretienen, se entretienen. Funámbulos de las palabras más elevadas; más altisonantes, quiero decir. Acróbatas de las acciones más intrépidas, más descabelladas; más inservibles, quiero decir. Y al final, tras muchos cadáveres y litros de sangre derramados, consiguen sacar del sombrero del prestigitador un ramo de flores, primero y un conejo, después, imprimiendo en el ambiente la sensación de que lo imposible se ha hecho realidad. Pero es todo un espejismo, una simple y mera quimera. Las estructuras siguen siendo las mismas. Lo seguirán mientras el hombre siga siendo hombre y no un hombre-robot. Y aún en ese caso es muy problable que las estructuras entre los hombres-hombres, esos que se dedican a crear, manejar, reparar y destruir a los hombres-robot, sigan siendo las mismas.

Tenemos que crear las facultades de Filosofía, de Sociología, de Politología, de Pedagogía, de Psicología, de Antropología, de Arqueología, de Historia, de Filología y no sé cuántas facultades más para terminar concluyendo que las estructuras básicas de comportamiento y organización humanas no han variado lo más mínimo. Unos trabajos han sido sustituidos por otros, unos reyes han sido derrotados por otros, pero la esencia se mantiene intacta.

Estoy en el túnel.

El túnel es largo.

Le prometí a Carlota que escribiría Trescientos sesenta y cinco artículos.

¿La segunda razón?

Olvídenla. No es importante.

El tiempo apremia.

La bruja ciega.

Y yo que quería hablar del Dalai Lama...


No comments:

Post a Comment