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Thursday, March 3, 2016

Donald Trump. ¿Pato trampa?

Lo confieso: yo, la bruja ciega, no sentía en absoluto ningunas ganas de escribir sobre este tema. Pero salgo del bosque que me protege, me dirijo al pueblo en busca de lo imprescindible y es entonces cuando, por más que yo desearía permanecer ajena a las conversaciones que entretienen a los lugareños agrupados en corro y seguir mi camino, me veo envuelta en el tumulto. “Vieja bruja”, me grita uno con gesto altivo, al par que cerrándome el paso se planta frente a mí, “¡Ten cuidado por dónde pisas y deja de empujar a la gente decente! “¡Esa vieja bruja está ciega! –grita otro desde la esquina con ánimo de mantener la paz y conseguir acabar sus negocios sin más incidentes que los necesarios- ¿es que no lo ves?” “Con estas viejas brujas nunca se sabe” –murmulla el bravucón apartándose con desgana. “¡Eh, vieja bruja!” - Me grita uno que todavía no ha tenido suficiente espectáculo – “¿Qué opinas de Trump? ¿Crees que ganará? ¡Una bruja como tú debería saberlo...!” Pero antes de que yo pueda reaccionar, un par de espontáneos no pueden resistir por más tiempo la tentación a dar su propia opinión al respecto y yo aprovecho ese momento para regresar lo antes posible a mi cabaña en el bosque.
Es un milagro que todavía no la hayan encontrado pero aún lo es más que ni siquiera se les haya ocurrido el intentarlo. Tal vez porque, excepto cuando hace su aparición el vampiro, ni es una cabaña, ni está en el bosque.

Pero eso es ya otra historia...

Entro en casa y me preparo un café. Los periódicos, la televisión e incluso el ciudadano de a pie no dejan de abordar el mismo tema, tratarlo, considerarlo, hasta un punto que empieza a ser excesivo. El asunto tiene nombre de candidato republicano: Donald Trump. Medio mundo anda sumamente preocupado por su éxito mientras el otro medio se dedica a votarlo. El problema es que el medio mundo que lo critica, el mundo racional y sensato, no es el mismo medio mundo que lo vota. El medio mundo que siente una inevitable repulsión por el candidato republicano se lanza a elucubrar en febril carrera a ver si a fuerza de elucubrar sucede lo que en la teoría de la relatividad: que alguna vez se cumpla la probabilidad y se termine acertando.

¿Por qué medio mundo vota a Trump? Se interrogan perplejos. Y por más que buscan una explicación a tal dilema no la encuentran. Y mientras buscan y buscan, yo recuerdo con humor aquélla vez en que mi chófer, en una de las calles que cruzan el centro de Delhi, señalaba con visible emoción una determinada dirección y yo, por más que miraba, no veía nada. Absolutamente nada. El hombre no cejaba en su empeño y yo seguía sin percibir aquéllo que se supone que era tan digno de atención. Finalmente desconsolado al comprender que mi ceguera no era ni fingida ni producto de la arrogancia sino real y bien real, apuntó en la misma dirección y dijo: “Maam, an elefant!; an elefant! maam!”
 Sólo, y sólo entonces, se desveló ante mis ojos la enorme pared gris que había permanecido alzada todo ese tiempo en medio de la acera, a escasos dos metros –quizás menos- de donde yo me encontraba. Sobre aquella pared gris descansaba un hombre delgado, casi esquelético, coronado con un turbante rojo, mientras contemplaba divertido la surrealista escena de una mujer que por más que lo intentaba era incapaz de ver el gran elefante que tenía – y nunca mejor dicho- delante de sus narices.
Tal anécdota sigue generando grandes risas, lo reconozco; y mi intento de disculparme sólo consigue aumentarlas. “Que no veas a un elefante, vale. Conociéndote como te conocemos, no es que nos lo creamos, es que sabemos que es total y absolutamente cierto.” – afirman divertidos - pero que encima digas que no lo veías porque estaba demasiado cerca.... “Sí.” –intento explicarles- “Un elefante es como un cuadro impresionista. Tienes que alejarte para apreciarlo en su justa medida”. Nuevas risas. “¡Un elefante impresionista!”, carcajean alegres. E intento, de puntillas, que el asunto se olvide lo más rápidamente posible para no convertirme en la diana nocturna de sus irónicos comentarios...

Hasta hoy.

A veces tengo la impresión de que el medio mundo que atónito busca aclaraciones al éxito de Trump en las votaciones, tiene un elefante demasiado cerca y por eso, justamente por eso, no aciertan a verlo.

Que los empresarios en general no suelen ser buenos administradores públicos es de sobra conocido. Ahí tenemos la terrible maraña de corrupciones que creó el famoso Gil y Gil en Marbella y cuyas consecuencias llegan hasta nuestros días; los escándalos de Berlusconi en Italia y las dificultades a las que más de un presidente de club de fútbol ha de hacer frente por  sus equivocadas gestiones. Sin embargo, en su momento, cada uno de ellos fue  – no sólo votado- sino aclamado por los electores y alzado al Poder en olor de multitud.

Ello determina la apremiante necesidad de responder a dos grandes cuestiones:

La primera: ¿es válida la democracia como sistema de gobierno? ¿Está siempre el elector –igual que el cliente- en posesión de la razón? ¿Pase lo que pase hay que eximirle siempre de las consecuencias de su estupidez y de su necedad a la hora de ejercer su derecho y libertad de elección y culpar de ello a la propaganda, a las malas condiciones económicas, al regionalismo o al globalismo –según la perspectiva-  y a la incapacidad de los otros?

La segunda: si se considera que el elector está siendo engañado por las palabras del candidato ¿es legítimo retirar al candidato? ¿es necesario imponer un control a la moralidad, a la capacidad de los candidatos y al programa que van a defender - control que ha de caracterizarse por ser férreo y anterior al proceso de elección-, de manera similar al control de calidad que están obligados a pasar los productos antes de ser puestos en venta y que aún entonces, caso de que se demuestren defectuosos, no sólo pueden ser retirados del mercado sino que además han de serlo?

Encontrar la respuesta adecuada es más importante de lo que muchos están dispuestos a conceder. El fenómeno Trump no es un fenómeno aislado. Es más bien la continuación de lo que ya empieza a convertirse en una rutina: la amenaza que de un tiempo a esta parte sufren los partidos tradicionales, y los candidatos “políticamente correctos” por nuevas agrupaciones políticas al frente de nuevos líderes que ni son correctos, ni lo pretenden y que no ocultan que lo que en última instancia pretenden es acabar con las viejas instancias. “Renovación”, es la palabra. 
Lástima que ello no implique “Elevación”. ¿Pero quién quiere elevarse hoy en día si hasta la Iglesia habla de justicia social y no de justicia divina, habla de caridad y no de Fe? ¿Quién quiere elevarse en tiempos de barbarie cómo la que se acerca? A lo más a lo que se aspira es a sobrevivir en ella; en la barbarie, me refiero. Luego, en un segundo momento, tal vez se pueda hablar de elevación y de la escalera de Jacob y qué se yo. Pero de momento, lo que urge es la supervivencia en un estado de naturaleza en el que el hombre es un lobo para el hombre y la sociedad no puede corromperle sencillamente porque no hay sociedad, ni siquiera comunidades. Sólo –a lo sumo- clanes...

Pero como ya digo, el mundo racional, el respetable mundo, ése que hoy como ayer vive en una torre de márfil pero que a diferencia de la anterior, es una torre digitalizada, virtual e interactiva, se reúne en sus redes digitalizadas virtuales e interactivas y se pregunta consternado cómo es posible que Trump, un ser grotesco cómo ese, dicen, esté ganando. Y ridiculizan su tupé, sus palabras, sus gestos, sus modos de vida, y no sé cuántas cosas más. No obstante Trump sigue cosechando éxitos en las urnas. Y el medio mundo racional, sensato y cuerdo busca explicaciones pseudo-racionales. “Pseudo” por pretender aparecer como auténticamente racionales, cuando están buscadas para satisfacer la propia razón subjetiva de ese medio mundo y no la razón real; “Pseudo” también por servirlas como “explicaciones” (racionales y objetivas) cuando todos sabemos que el término “explicación” encubre una contra-campaña de los poderes y los medios de comunicación establecidos dirigia a dinamitar a los incorrectos e inadmisibles recién llegados al club político que se apoyan en la escalera de la democracia, que ellos mismos, según afirma el medio mundo racional, ése que no les vota,  no tardarán en destruir para que ningún otro pueda volver a utilizarla en cuanto se hagan con el Poder. Esto es: en cuanto consigan los votos del medio mundo no racional (más el voto de algún despistado). No sería la primera vez que sucediera. Tampoco será la última.

Pero todas estos intentos de apelar a la cordura no van a servir de nada mientras no se conteste, como digo, a las dos preguntas anteriores que pueden resumirse en una sola: ¿Es necesario imponer nuevos límites a la democracia?

Y la contestación a esta pregunta, a esta simple y sencilla pregunta ha de ser radical y sincera porque de ella depende no sólo el futuro de todos esos nuevos candidatos que ningún hombre del medio mundo racional desea, sino el futuro total y absoluto de la maltrecha sociedad europea. 
Preguntar “¿Es necesario imponer nuevo límites a la democracia?”equivale a preguntar “¿Vale tu opinión, cualquier opinión, lo mismo que la mía?” Y según lo que se conteste habremos de dejar las cosas como están o re-introducir la jerarquización, la meritocracia y todos esos conceptos que en los últimos tiempos han sido considerados anticuados y obsoletos debido, afirma el medio mundo racional, al grado de desarrollo alcanzado por el hombre moderno.

Pero los que atacan a Trump no se deciden a entrar en tales profundidades metafísicas. Demasiado tiempo, demasiado esfuerzo, demasiado complicado, demasiado profundo. Y se contentan con aportar un par de pseudo-explicaciones pseudo-racionales que satisfacen a los racionales y reflexivos espectadores del medio mundo racional y que son recibidas en medio de grandes muestras de asentimientos y sonoros aplausos de ese mismo medio mundo. 
Hasta hace pocos días la pregunta que una y otra vez repetían consternados era por qué los electores votaban a Trump. Ahora la cuestión a dirimir es quién vota a Trump. 
Los electores votaban a Trump, decían, porque Trump les ofrecía soluciones sencillas para asuntos complejos y porque les prometía una América fuerte y dominante. Esto era poco menos que considerar que los electores compran el producto por lo que se les promete en el cartón, sin importarles lo que vayan a encontrar dentro. La contestación a la nueva cuestión es que le votan los hombres blancos amargados. Por los resultados, parece que hay muchos blancos y muchos amargados. 
¿Qué pasa?, me pregunto ¿con los hombres negros y amargados? ¿qué pasa?, me pregunto, ¿con los hombres latinos y amargados? ¿A quién votan? ¿Es que acaso no hay hombres negros y latinos amargados, incluso con más razones para estarlo que el hombre blanco? ¿Es que de repente las votaciones en los Estados Unidos son un problema racial y de género? ¿Qué pasa con las mujeres blancas, negras y latinas amargadas? ¿Realmente votarán esas mujeres a Hillary Clinton? ¿De verdad que las infidelidades y vejaciones que esas mujeres blancas, negras y latinas que han sufrido y que han terminado por convertirlas en mujeres blancas, negras y latinas amargadas pueden compararse a las infidelidades y vejaciones que ha sufrido Hillary Clinton y que son de sobras conocidas?

Pero sigamos, sigamos. ¿Realmente es Trump el único capaz de ofrecer consuelo al hombre blanco amargado? ¿Por qué no lo han conseguido los otros republicanos? ¿Por qué la pregunta es por qué votan a Trump y quién lo vota y no por qué el elector no vota a los otros candidatos y quiénes son los electores que no votan a los otros candidatos? ¿Qué pasa con aquéllos que se abstienen?

Las preguntas que se formulan, tal y como son formuladas y tal y como son contestadas, no van a aportar ninguna solución y sí, en cambio, grandes dolores de cabeza a las personas reflexivas. Esas, que al igual que Benedicto XVI, deciden retirarse de la arena pública para ser sustituidas por personas que predican caridad, escriben best-seller sobre la caridad y terminan gritando “no seas egoista, no seas egoista”. Esas que van a Cuba a dar un beso a su homólogo de la Iglesia Ortodoxa pero no pierden un minuto en criticar la política cubana. Esas que se preocupan del muro que piensa poner Tramp pero no abre sus puertas a los miles de refugiados que lo requieren por aquello de que “no todos son trigo limpio pero perdón por decir que no todos son trigo limpio y además la razón también cuenta.”

La Iglesia, sabia en su sabiduría milenaria, ya ha elegido.

Lamentablemente su elección sigue sin contestar a las dos preguntas que tan imperiosamente se hace obligatorio contestar.

No importa. Otros, con los hechos, la contestarán por nosotros.

Y no. No estoy a favor de Trump, pero es importante, esencial, comprender y admitir que Trump no es un fenómeno aislado ni un fenómeno propiamente americano sino global y universal, con todo lo que esto conlleva.

Pido encarecidamente que aquéllos que se decidan a pensar, piensen hasta el final.

Y que aquéllos que se empeñan en ver más allá del horizonte, vean también lo fantasmas que pululan delante de sus narices y no sólo los que aporrean la puerta de su vecino.

La bruja ciega.




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