Por motivos que no vienen al caso me he visto obligada a dejar mi soledad y
unirme al mundanal mundo que precisamente por ser mundanal parece real. Gente
de toda clase y condición, gente de todos los lugares de este mundo, nos
reunimos todos los días y a la misma hora por un motivo que es diferente según
cada individuo. Llegamos, hablamos de nuestras vidas, de nuestros sueños, de
nuestras frustaciones, de nuestros planes y después de tres horas de una
conversación casi ininterrumpida, volvemos a separarnos. Hablamos pero no sé si
dialogamos. Transmitimos información pero no estoy segura de que eso sea
exactamente comunicación. Un desconocido no sabría muy bien de qué tipo de
grupo se trata: ¿de autoayuda? ¿alguna terapia? ¿una nueva asociación?
Probablemente ni nosotros mismos seríamos capaces de determinarlo con
seguridad. Quizás lo más apropiado sería llamarlo encuentro de nómadas matinal;
pero tal vez, en el fondo, y aún sin nosotros mismos saberlo, se trata de un
grupo de terapia destinado a mostrarnos que no somos los únicos, que no estamos
solos, que nuestra inseguridad es innecesaria; que no somos los únicos que
estamos en constante construcción; que todavía hay quienes siguen aprendiendo,
esforzándose por continuar un viaje que parece inacabable y que nos obliga a
pensar en cualquier cosa que no sea cómo empezó todo y cómo terminará. Nómadas
por elección y por castigo divino, ¡quién lo sabe! Pero incluso en esos
círculos de máximo dinamismo y movilidad, se encuentra siempre a un par de
hijos nacidos y criados en el bonito jardin de una casa en la que vivieron sus
padres y abuelos y en la que muy posiblemente también vivirán las generaciones
futuras. Y ellos, los hijos del jardín, se sienten un tanto desconcertados ante
tanto alboroto y tanta voz extraña, ante esos nuevos tonos y modulaciones de
voz. Y los nómadas, siempre sonrientes, por desconfiados siempre al acecho, por
siempre al acecho siempre en posición de firmes sin bajar la guardia y por
siempre en posición de firmes sin bajar la guardia siempre emanando un extraño
vaho no se sabe si de temor o de agresividad, les miran dudando entre
envidiarlos o despreciarlos. A los hijos del jardín las historias de nómadas no
les interesan. Los nómadas buscan un lugar en el que asentarse y ellos temen
que el lugar elegido sea precisamente su jardín. Los nómadas buscan un lugar en
el que descansar y a veces, es cierto, les gustaría que fuera ese jardín. Pero
los nómadas siguen su camino porque son conscientes de que el camino es largo y
siempre sigue y sigue y termina dejando atrás el jardín. El nómada es un
nómada. Envidia al hijo del jardín, pero únicamente un instante. Y sin embargo,
siempre hay algún nómada que más que nómada es termita: devora todo cuanto
encuentra a su paso y así el nómada termina va al hijo del jardín a decirle que
otro nómada ha criticado al jardín del hijo del jardín. Y en el estómago siento
una patada porque aunque yo no tenga nada que ver con la historia, no soporto
que nadie critique a un tercero cuando con ese tercero no les une más que tres
horas de la mañana en las cuales nadie le obliga a relacionarse con ese tercero
y que por eso tampoco es necesario que vaya malmetiendo y criticando. ¿Qué
pretenden esas personas? ¿que los hijos del jardín linchen al que ha criticado
su jardín? Los hijos del jadrín se miran consternados y preocupados. Y entonces
yo, la bruja, he de sacar la estrella para que la nómada termita que acaba de
hablar no destruya todo. “No hay que hacer mucho caso de lo que diga. Es lo
mismo que cuando un niño dice “ odio el colegio”. Eso no significa nada. Sólo
que ha tenido un mal día.” ¿Me habrán oído? ¿Me habrán entendido? A veces los
hijos del jardín oyen sin escuchar.... La nómada termita se va en silencio a
seguir destruyendo a otro sitio.
El nómada encuentra a otro nómada y hablan y ríen y se cuentan sus vidas.
Dialogar no dialogan. Comunicar no comunican. Un solitario no puede comunicar
con otro solitario.
Digan lo que digan, en este instante el problema más grave al que se
enfrenta la sociedad occidental no es la crisis económica.
El problema más grave no es uno sino dos.
El primero, la sobreproducción de palabras, voces y sonidos.
El segundo, la sobreproducción de emociones.
Un grupo de hombres y mujeres que habla y habla y habla y habla y habla y
habla y habla.....
Sin tener nada que decirse realmente.
¿Es este el mundo real?
El dolor en el estómago persiste.
Creo que prefería mis dolores de cabeza.
Al fin y al cabo ya me había acostumbrado a padecerlos.
La bruja ciega.
En honor al grupo de mi curso de inglés
En honor al grupo de mi curso de inglés
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