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Friday, June 3, 2016

Una salida al mundanal ruido

Por motivos que no vienen al caso me he visto obligada a dejar mi soledad y unirme al mundanal mundo que precisamente por ser mundanal parece real. Gente de toda clase y condición, gente de todos los lugares de este mundo, nos reunimos todos los días y a la misma hora por un motivo que es diferente según cada individuo. Llegamos, hablamos de nuestras vidas, de nuestros sueños, de nuestras frustaciones, de nuestros planes y después de tres horas de una conversación casi ininterrumpida, volvemos a separarnos. Hablamos pero no sé si dialogamos. Transmitimos información pero no estoy segura de que eso sea exactamente comunicación. Un desconocido no sabría muy bien de qué tipo de grupo se trata: ¿de autoayuda? ¿alguna terapia? ¿una nueva asociación? Probablemente ni nosotros mismos seríamos capaces de determinarlo con seguridad. Quizás lo más apropiado sería llamarlo encuentro de nómadas matinal; pero tal vez, en el fondo, y aún sin nosotros mismos saberlo, se trata de un grupo de terapia destinado a mostrarnos que no somos los únicos, que no estamos solos, que nuestra inseguridad es innecesaria; que no somos los únicos que estamos en constante construcción; que todavía hay quienes siguen aprendiendo, esforzándose por continuar un viaje que parece inacabable y que nos obliga a pensar en cualquier cosa que no sea cómo empezó todo y cómo terminará. Nómadas por elección y por castigo divino, ¡quién lo sabe! Pero incluso en esos círculos de máximo dinamismo y movilidad, se encuentra siempre a un par de hijos nacidos y criados en el bonito jardin de una casa en la que vivieron sus padres y abuelos y en la que muy posiblemente también vivirán las generaciones futuras. Y ellos, los hijos del jardín, se sienten un tanto desconcertados ante tanto alboroto y tanta voz extraña, ante esos nuevos tonos y modulaciones de voz. Y los nómadas, siempre sonrientes, por desconfiados siempre al acecho, por siempre al acecho siempre en posición de firmes sin bajar la guardia y por siempre en posición de firmes sin bajar la guardia siempre emanando un extraño vaho no se sabe si de temor o de agresividad, les miran dudando entre envidiarlos o despreciarlos. A los hijos del jardín las historias de nómadas no les interesan. Los nómadas buscan un lugar en el que asentarse y ellos temen que el lugar elegido sea precisamente su jardín. Los nómadas buscan un lugar en el que descansar y a veces, es cierto, les gustaría que fuera ese jardín. Pero los nómadas siguen su camino porque son conscientes de que el camino es largo y siempre sigue y sigue y termina dejando atrás el jardín. El nómada es un nómada. Envidia al hijo del jardín, pero únicamente un instante. Y sin embargo, siempre hay algún nómada que más que nómada es termita: devora todo cuanto encuentra a su paso y así el nómada termina va al hijo del jardín a decirle que otro nómada ha criticado al jardín del hijo del jardín. Y en el estómago siento una patada porque aunque yo no tenga nada que ver con la historia, no soporto que nadie critique a un tercero cuando con ese tercero no les une más que tres horas de la mañana en las cuales nadie le obliga a relacionarse con ese tercero y que por eso tampoco es necesario que vaya malmetiendo y criticando. ¿Qué pretenden esas personas? ¿que los hijos del jardín linchen al que ha criticado su jardín? Los hijos del jadrín se miran consternados y preocupados. Y entonces yo, la bruja, he de sacar la estrella para que la nómada termita que acaba de hablar no destruya todo. “No hay que hacer mucho caso de lo que diga. Es lo mismo que cuando un niño dice “ odio el colegio”. Eso no significa nada. Sólo que ha tenido un mal día.” ¿Me habrán oído? ¿Me habrán entendido? A veces los hijos del jardín oyen sin escuchar.... La nómada termita se va en silencio a seguir destruyendo a otro sitio.

El nómada encuentra a otro nómada y hablan y ríen y se cuentan sus vidas. Dialogar no dialogan. Comunicar no comunican. Un solitario no puede comunicar con otro solitario.

Digan lo que digan, en este instante el problema más grave al que se enfrenta la sociedad occidental no es la crisis económica.

El problema más grave no es uno sino dos.

El primero, la sobreproducción de palabras, voces y sonidos.

El segundo, la sobreproducción de emociones.

Un grupo de hombres y mujeres que habla y habla y habla y habla y habla y habla y habla.....

Sin tener nada que decirse realmente.

¿Es este el mundo real?

El dolor en el estómago persiste.

Creo que prefería mis dolores de cabeza.

Al fin y al cabo ya me había acostumbrado a padecerlos.


La bruja ciega.

En honor al grupo de mi curso de inglés

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