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Tuesday, July 5, 2016

Gerontocracia o Gerontofobia

Es el nuevo tema que al parecer ocupa a una gran parte de la población. Mientras unos se quejan del poder económico y social del que gozan las viejas generaciones, otros lamentan la ausencia de atención que sufren “nuestros mayores.”

En primer lugar, creo que deberíamos primero establecer qué edad tiene la vetusta generación a la que nos referimos. Si los datos de los periódicos no falla son los nacidos en la década de mediados de los cuarenta, o sea, los que en estos momentos tienen unos setenta y cinco años, los que han cogido ahora las riendas del poder en España. Y esa generación, lo aviso de antemano, es una generación sumamente peligrosa tanto para sus hijos: los “viejos” de cincuenta años, como para los más jóvenes. Digo “viejos” porque para todos los veinteañeros e incluso treinteañeros, los de cincuenta ya son viejos. Incluso se ofertan clases de idiomas, clases de deporte  y viajes especialmente pensados para ellos.

Sí. En España esa generación que nació en la década de los cuarenta es sumamente peligrosa por varios motivos. En primer lugar porque quieren aparecer como los que vivieron la guerra, cuando la realidad es que ni siquiera los que tienen ochenta y cinco años y pertenecen a una década anterior la vivieron realmente porque cuando dicen “vivir” muchos quieren dar a entender “hacer” y no. Ni siquiera los nacidos en la década de los treinta la hicieron. La padecieron, eso sí, como niños de seis años que eran y no seré yo quien niegue las dimensiones de ese sufrir, de ese perder a los padres, a la familia, a la casa, de ese mamar el miedo a las bombas, a los soldados, a la muerte, a las amputaciones, a las desapariciones... La guerra terminó en el 39 y todo eso lo sufrieron los que hoy tienen ochenta y cinco años pero no los que hoy tienen setenta y cinco y que son, según los rotativos, los que hoy dirigen la sociedad. Los de esta edad vivieron, entre comillas, la posguerra pero no sólo la nacional sino también la europea. La pobreza de cada uno de ellos era la pobreza de todos y  por tanto la pobreza que todos compartían. Unas medias cosidas para ocultar el roto, pongo por caso, no era cosa de una chica, era cosa de la generalidad de chicas. Hoy le pasaba a una y mañana a otra. Y digo "entre comillas" porque incluso la posguerra fue padecida durante un tiempo relativamente breve por los nacidos a mediados de la década de los cuarenta. 

En efecto, durante los años cincuenta tanto Europa como España empezarón a experimentar el nacimiento de un bienestar que alcanzó su cénit en la época de los sesenta. Quiero decir que a sus penurias generalizadas, penurias que en ningún modo podían compararse a los que habían hecho la guerra y a los que la habían vivido, siguió una época de prosperidad como nadie antes había visto. Esa generación es la generación no sólo del baby boom; es también la primera generación que envió a sus padres a las residencias de ancianos o les cogió las rentas, caso de que convivieran con ellos; dejó de amamantar a sus hijos y en vez de eso les dió el biberón, les mandó a las guarderías tan pronto como pudo, gozó de coche, de lavadora y de "Petra, muchacha para todo" y fue también la primera que disfrutó de la ley del divorcio, de las cuantiosas rentas de jubilación, como nunca antes se había visto, de la jubilación anticipada y asegurada, de los viajes del Inserso, de las salidas al Bingo con las amigas, la generación cuyas mujeres no sólo acudían a la peluquería todas las semanas, sino que abrían boutiques o simplemente salían diariamente a tomar un café con las amigas, después de asistir al gimnasio. Es también la generación que pensó – y dijo a sus hijos- que si estudiaban y se concentraban en las profesiones teóricas tendrían un porvenir asegurado, con lo cual se desprestigió la formación profesional que quedó arrinconada para “los que no servían para estudiar”; la generación que confundió la permisividad en la educación con indiferencia y chantaje emocional hacia los hijos, de modo que dejó todo el peso de la formación en la escuela y ellos se quedaron con “el respeto a los padres y a los maestros”, en donde “respeto” significa sumisión total y absoluta;  la generación que asistió con desesperación a que muchos de sus retoños se metieran en la droga, y que sus hijos se vieran abocados al paro de los noventa, con Felipe González al frente del gobierno. El éxito de Aznar se debió, justamente, a que por primera vez encontraron trabajo muchos de los que hoy tienen cincuenta años y que a pesar de tener carreras universitarias no encontraban un puesto de trabajo, eso sin hablar de fijo y bien remunerado. Esa generación de hombres y mujeres que hoy tienen setenta y cinco años son los padres de los que hoy tienen cincuenta y que tienen que enfrentarse al hecho de que ellos, - al contrario de sus progenitores -, no han tenido la posibilidad de hacerse con un patrimonio como el que tienen sus progenitores, que sus puestos de trabajo – a menos que sean funcionarios- peligran constantemente desde que terminaron esos estudios por los que sus benditos padres tanto lucharon y se sacrificaron. La generación de los que nacieron a mediados de los sesenta y setenta, representan  la inestabilidad, la adolescencia eterna, la dependencia emocional respecto a sus padres y que lo único que históricamente han hecho ha sido asistir a la transición hacia la democracia y a la incorporación de la mujer al mercado labora. O sea: la generación a la que se les ha dado todo hecho. Eso, al menos, dicen los padres de setenta y cinco años y más a los que hoy tienen cincuenta años y menos. 

Y ahora llegan las nuevas generaciones. Las nuevas generaciones llegan a familias en las que muchos de sus tíos de cincuenta años son los “coleguis solteros eternos adolescentes”, otros incluso siguen viviendo en la casa familiar – al estilo de las antiguas casas de labradores, con la única diferencia que ahora no es una casa de labradores sino un piso de la época industrial en la que el tío soltero no cumple más función que la de tío soltero-hijo-adolescente-parado eterno y por eso condenado eternamente a la frustración que saca de una manera u otra, otros tienen sus parejas pero no tienen hijos porque para qué tener hijos que no van a encontrar trabajo y a los que se ha de mantener constantemente a ellos, y a su libertad y para eso es mejor vivir bien. Las nuevas generaciones llegan a familias en las que hay varios hijos de varios matrimonios o relaciones anteriores y sólo, sólo a veces, según las estadísticas cada vez menos, llegan a familias estables o tradicionales –como ustedes prefieran denominarlas – que sufren el acoso y derribo de todos los demás. Si los de setenta años querían unos estudios teóricos para sus hijos a toda costa, los de cincuenta años quieren un aprobado general a toda costa porque total, dicen, con estudios o sin estudios no van a tener un trabajo y por tanto, para qué fastidiarles y fastidiarnos la vida.
No. La generación que ahora rondan los cincuenta no pueden ser héroes de nada. De lo más que pueden alardear es de haber sido la primera generación que salió al extranjero a aprender idiomas y la primera que tuvo relaciones prematrimoniales y utilizó los anticonceptivos.

Por su parte, la nueva generación – la de los nietos- ve en sus abuelos un dominio del poder, una seguridad en su estar, que no ven de ninguna manera en sus adolescentes, inseguros, sobreesforzados y derrotistas progenitores. Los nietos ven o creen ver en esos abuelos, (que como ya digo, nacieron durante la posguerra y la vivieron en sus últimos años, solidariamente con el resto de la población europea pero que no fueron ellos quienes construyeron Europa y España sino sus propios padres y sus propios abuelos –o sea, las generaciones anteriores a ellos mismos- y que lo que ellos en realidad construyeron fue la democracia, el igualitarismo y el hedonismo consistente en desear una jubilación anticipada y un viaje con el inserso y que a sus hijas trabajadoras les decían aquéllo de “yo ya he críado a mis hijos, ahora cría tú a los tuyos.” y que allanaron el camino para que los tradicionales refranes se convirtieran en las frases-slogan de la actualidad) los héroes que toda generación precisa para elevarse. Héroes a falta de dioses y a falta de Dios. Y cuando digo Dios no me refiero al Dios religioso – sea cuál sea su religión- sino al Dios-Axioma, al Principio Primero que todo ser ha de poseer en su interior para poder elevarse por encima de sus propias miserias y que por tanto ha de ser superior a un Dios meramente laico, porque el Dios meramente laico termina tarde o temprano convirtiéndose irremediablemente en material y por material pesado y por pesado, o en ley positivista o en incontrolado- incontrolable hedonismo.

Las nuevas generaciones buscan héroes y en sus padres no los encuentran. 

A los que tienen cincuenta años y menos los medios de comunicación los han convertido en memos que tienen que aprender de sus padres o de sus hijos pero a los que les resulta imposible enseñar algo porque ni siquiera son dueños de su propia existencia. Que conste que intentar ser héroes, lo que se dice intentarlo, lo intentan. He oído a algún vasco de cincuenta años contar los peligro que pasó para aprender el vasco porque la policía se presentaba en casa y ellos tenían que esconderse debajo de la cama. Sería debajo de la cuna, digo yo. Franco se murió cuando él tenía ocho o nueve años y a sus catorce, o incluso antes, el vasco ya formaba parte importante del plan curricular.

Los nietos giran sus rostros a los abuelos y los admiran. Los admiran igual que los admiran sus tíos solteros, sus tíos sin hijos, los tíos que todavía viven con ellos, sus abuelos, y practican libremente su libertad sin frenos. Los nietos admiran a los abuelos y los abuelos no sólo se dejan admirar sino que exigen la admiración porque saben que la admiración es una pura cuestión emocional y que son las emociones las que llevan a los hombres al Poder y los mantienen en él.

Esta forma de admiración que tiene más de psicológica y chantaje emocional que de consecuciones reales, es justamente la espada de Damocles a las que esta generación de abuelos ha de hacer frente.
En primer lugar porque sus hijos van entrando ellos mismos en una ancianidad que no sabe si va a disponer de una renta de jubilación; 
En segundo lugar porque una cosa es que reciban la admiración y otra cosa que puedan recurrir a la ayuda de los hijos eternos adolescentes y de los nietos ocupados en asegurar su propia existencia, -una existencia cada vez más precaria- que habrán de ayudar también a sus propios padres llegado el momento; en tercer lugar, y como consecuencia de lo anterior, porque el chantaje emocional individual va a tener que convertirse en presión social para poder seguir siendo ejercido...
En tercer lugar porque esta generación de ancianos quiere la admiración gratuita pero anclados en sus propias necesidades y exigencias, en el chantaje emocional que han aprendido de los seriales sin fin y de las telenovelas, son pocos los valores que pueden ofrecer.

Mi sospecha: La generación de abuelos actuales ejercerá la gerontocracia en los nietos. 

Sus hijos padecerán la gerontofobia, que aumentará conforme se extienda la pobreza y la longevidad de los ancianos.

¿No me creen? Pregunten a los hombres y mujeres de cincuenta años y menos, cuánto tiempo están dispuestos a vivir. La mayoría no quiere pasar de los setenta y cinco. Pregunten cuántas mujeres han dejado de hacerse los reconocimientos de prevención del cáncer. A medida que los servicios sanitarios desciendan, mayor será el control a la hora de utilizarlos. El desfile de gentes que van al hospital porque les ha salido una pequeña peca, o tienen un pequeño dolor en la punta del dedo gordo del pie, es cada vez más reducido. En Alemania, la prensa ha tenido incluso que aconsejar que los trabajadores no acudan al puesto de trabajo en caso de gripe, para evitar el contagio, porque casi nadie se atrevía a coger un par de días por enfermedad, no fueran a pensar que se trataba de absentismo laboral – o algo por el estilo.

Sus nietos... habrán de padecer el desorden y tener la fuerza necesaria para dar las pautas necesarias para restablecerlo.

Al final es lo de siempre: Muchos son los que destruyen y pocos los que construyen. Y de esos pocos, menos los que pueden disfrutar de su obra. Pregúntenselo a Moisés.

La bruja ciega.

En cuanto a los twitters que dicen eso de “hay que matar a los viejos”, yo no les prestaría demasiada atención. Los mismos que hoy escriben eso, son los que ayer  cantaban, en las manifestaciones a las que iban, las canciones de antes de la guerra y hablaban de sus abuelos en la guerra, - con lo cual confundían a sus abuelos con sus bisabuelos y tatarabuelos - , o alababan a voz en grito a sus abuelos porque estaban convencidos de que eran sus abuelos los que habían luchado contra Franco, cuando justamente habían sido sus abuelos los que le habían dejado morir tranquila y pacíficamente en la cama y que incluso habían acudido en masa a rendirle los últimos respetos, cuando yacía en el féretro. 
Con todo esto quiero decir que los que escriben “hay que matar a los viejos” no saben ni a qué viejos se refieren.

En fin....

Gerontocracia o Gerontofobia, lo único que yo pido es lo que decía la canción: “que cuando me llegue la muerte, no me llegue vacía y triste sin haber hecho lo suficiente.”

Lo suficiente para construir.

Para destruir ya hay bastantes.

Y hablando de destruir.

No quería tratar el tema pero como acabo de hablar con Jorge, lo comentaré someramente. Según acaba de leer el tranquilo Jorge en la prensa, los jóvenes que han perpetrado el atentado en Bangladesh pertenecían a buenas familias. Antes de que haya terminado le he dicho: “Malasia”. 
Pero Jorge, el tranquilo Jorge, no entiende mis conexiones intuitivas. No lo ha entendido en treinta años, imagínense ustedes ahora. Así que tranquilamente me ha explicado que Bangladesh está cerca de India, no cerca de Malasia.

Bien, quizás me equivoque. Pero si eran de buenas familias y hablaban perfectamente el inglés, no me puedo imaginar que no estén de alguna manera conectados con Malasia.
Seguramente ustedes ya lo saben pero si no lo saben hora es de que lo sepan. En Malasia se celebran no buenas, sino brillantes reuniones de brillantes hombres que brillantemente tratan temas relativos a la religión musulmana desde un punto de vista que, al menos desde el punto de vista intelectual, podrían considerarse fundamentalistas. Cuando digo “brillante” me quedo corta. La fuerza de los argumentos, el nivel analítico de la exposición es de tal embergadura que –francamente – independientemente de que se esté de acuerdo o no con lo que allí se dice, sólo cabe admirar y alabar la calidad y lamentar que en Occidente no haya lugar para ese tipo de congresos ni en el plano teológico ni en el filosófico. No sólo eso: es que incluso su dominio de la lengua inglesa llama la atención. Es un bello, tranquilo y elegante inglés como cada vez más raramente se tiene ocasión de oir. Es un inglés melodioso que nada tiene que ver con el inglés tosco y grosero. Cualquier persona culta dentro de determindos círculos sabe a qué me refiero cuando digo Malasia. Posiblemente esos chicos no tenían ninguna misión suicida, posiblemente sólo tenían que haber seguido formándose y haber creado, más tarde, sus propios círculos de influencia, de adeptos, o como ustedes lo quieran llamar... No es que eso lo hagan el islam y los islamistas, es que lo hacen todas las religiones y corporaciones de este mundo. Sólo Jorge, el tranquilo Jorge, no tenía ni idea del asunto.

Probablemente no se lo tendría que haber dicho. Pero cada cual tiene su propio deporte y el mío consiste en romper la tranquilidad del tranquilo Jorge.

Si les sirve de consuelo: todavía no lo he conseguido.


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