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Sunday, July 17, 2016

No es asombro. Es parálisis.

Los últimos días han sido sumamente conflictivos, violentos y sangrientos, a qué negarlo. Cuando supe lo de Niza no hubo forma de contener las lágrimas que se precipitaron al exterior de mis ojos sin avisar, al tiempo que un dolor asfixiante y seco oprimía mi corazón. Quizás porque no hace mucho, allá por Febrero, yo me encontraba paseando por la Promenade des Anglais y tomando café en la Plaza Garibaldi, al tiempo que disfrutaba de los dulces y tímidos rayos de sol del final del invierno, esos que anuncian que ya no falta mucho para que llegue la primavera y con ella los acostumbrados turistas, y yo no me podía imaginar que la belleza serena, el espíritu ligero, el azul esperanzador de esos parajes se hubieran teñido de rojo sangre, de dolor profundo, de gritos desgarrados. Quizás porque una, que soy yo, no se acostumbra a las muertes inútiles e insensatas; a esas que no hubieran debido de ser pero son. Quizás porque ni siquiera a mi edad puedo comprender que alguien decida subirse a un camión y arrollar a una multitud que no ha cometido más error que el de decidirse a ser multitud en un día que está hecho y pensado para ser multitud porque conmemora ni más ni menos la Revolución francesa que por mucho que se apellide “francesa” es la revolución de todos los europeos.
Después de llorar desconsoladamente escribí a Carlota: “Espero que no vuelvan a decir aquéllo de que estaba loco.” Pero efectivamente, aquel mismo día en uno de los rotativos internacionales aparecía el consabido: “El autor del hecho era un desequilibrado mental.” Lo aseguró un único periódico (alemán) y solamente una vez. Pero, francamente, ¿quién hubiera podido creer semejante afirmación? Bastante difícil resulta aceptar algo así incluso en el caso del piloto alemán que se suicidó con centenares de pasajeros a bordo del avión que pilotaba. Es difícil creer, realmente difícil, que una persona es depresiva, tan profundamente depresiva como para cometer semejante acción, y que nadie de su entorno más inmediato –ni familiares, ni amigos, ni conocidos- se hayan dado cuenta de su estado anímico y psicológico, que no hayan sido capaces de percibirlo hasta un punto en que ni siquiera cuando se ha producido el desastre puedan comprender lo que ha pasado, atar cabos sueltos, algo. Pero nos dicen que el accidente del avión ha sido causado por un demente del que nadie se había percatado que era un demente y todos lo aceptamos. Lo aceptamos porque en un mundo como el nuestro los únicos que corren el peligro de ser considerados dementes son los seres racionales mientras que los dementes deambulan a sus anchas. Lo aceptamos porque somos tan tolerantes que aceptamos como normales las raras ideas, las conductas extrañas que observamos en el día a día porque al fin y al cabo cada uno dice y hace lo que quiere. Lo aceptamos porque no hemos conocido al piloto y nunca se sabe cuánto de Mr. Hyde y de Mr.Jekyll esconde cada uno. Lo aceptamos porque además nos lo demuestran con pruebas que nosotros nunca hemos visto pero que estamos seguros de que otros las han visto porque esos otros nos han dicho que no sólo las han visto sino que también las han estudiado, analizado y sopesado.

Pero luego se produce un siguiente atentado. Y resulta que el que lo comete es también un desequilibrado mental. Y luego otro, cometido también por un loco. Y otro más, y otro más, y otro más. Y una, que soy yo, empieza a pensar si más que de una conspiración de los locos – al modo de “locos del mundo uníos” – para acabar con los últimos seres racionales, se trata de una conspiración contra los locos para acabar con todo aquél que tenga ideas distintas de las de Fuenteovejuna y se comporte de forma distinta a la de Fuenteovejuna. Porque una, que soy yo, no termina de ver claro el asunto de los locos metidos a terroristas, de los locos que nadie nota que están locos, y por eso escribo en uno de mis artículos que es preciso ser comedido con esa nueva argumentación, esa según la cual, el asesino es un loco. ¡Hombre!, para matar, salvo supongo si se mata en la guerra, muy cuerdo no se puede estar. Incluso si se asesina en afecto se habla de locura transitoria. Pero de todas formas tendremos que seguir definiendo el límite entre loco y asesino, de tal manera que a unos se les trate de una manera y a otros de otra. Los franceses, sin embargo, y esto les honra, no están dispuestos a considerar a los terroristas que actúan en solitario ni locos ni lobos solitarios. Los franceses saben que el lobo solitario por muy solitario que sea actúa al servicio de una causa y es la causa lo que le convierte en terrorista y por eso es muy probable que ese terrorista metido a loco, - ese loco que en realidad no es un loco porque no ha sido loco hasta ese instante porque una cosa es ser un delincuente de medio pelo y otra muy distinta ser un loco - , haya sido presionado por el medio en que se mueve al modo de “o lo haces o matamos a tu familia”. Eso, tal vez, es lo que quieran dar a entender las investigaciones galas cuando anuncian aquello de “se ha convertido a la causa muy rápidamente”. El “muy rápidamente” es lo verdaderamente interesante.

En cualquier caso, la afirmación de aquel único periódico nacía de las primeras manifestaciones públicas de los propios familiares de ese loco que, como digo, nunca antes había sido considerado loco y no tardó en ser desestimada por la realidad y por las autoridades, que han puesto las cosas en su sitio. No estaba loco. Las investigaciones apuntan a que se trataba de un terrorista y no de un loco. Ello implica que por mucho que todos los terroristas estén locos, es claro que no todos los locos son terroristas. 
Los locos pueden respirar aliviados. Quién sabe lo que en caso contrario hubiera podido pasarles a los pobres locos y desequilibrados mentales: una redada mundial contra ellos, una vendetta, una noche de San Bartolomé. Gracias a los investigadores galos que no se han dejado impresionar por las declaraciones de quienes afirmaban que aquel individuo estaba loco, pueden volver los locos a dormir tranquilos, signifique lo que signifique el término “tranquilos”.

Quizás ustedes piensen que estoy intentando ser graciosa. Nada más lejos de mi intención. Estoy intentando hacerles comprender lo que ya apuntaba en un artículo anterior: un terrorista es un terrorista, con independencia de su grado de equilibrio o desequilibrio mental. Un loco no es un terrorista, por más que se le haya declarado psíquicamente inestable. En este sentido he de dar las gracias a las autoridaes galas por no haberse dejado arrastrar por la espiral en la que se estaba cayendo y atreverse a llamar a las cosas por su nombre. Un terrorista es un terrorista. Esto es: una persona que mata a inocentes en nombre de una causa. Esto es algo que distingue al piloto alemán de cualquier otro terrorista. El piloto alemán es un asesino pero no es un terrorista en tanto en cuanto actuó impelido por una cuestión privada y no por “una causa”, sea cual sea esa “cuestión privada” y sea cual sea esa “causa”.

Hora es, de que recordemos estas diferencias. Mi agradecimiento, nuevamente, a las autoridades francesas por haberlo puesto de manifiesto tan rápida y claramente.

No nos habíamos recuperado de Niza cuando ya estábamos enfrentándonos a Turquía.

Y yo, francamente, supuse que no haría falta escribir sobre este tema porque repetir lo ya dicho no es mi estilo. Pero leo y releo las noticias y los comentarios, y al parecer nadie se asombra de un asunto que a mi me paraliza. He hablado al respecto durante horas y horas con el tranquilo Jorge que me lo ha intentado explicar tranquilamente hasta tranquilamente llegar a la tranquila desesperación de la que únicamente los tranquilos hombres como Jorge el tranquilo pueden hacer gala. Si él no ha conseguido que yo comprendiera el asunto, dudo mucho que otros puedan lograrlo.

El problema que me paraliza es el siguiente: ¿cómo es posible que la población de un país en el que las protestas son cada vez menos protestables por censuradas, un país en el que diariamente son recortadas las libertades públicas, se limita la posibilidad de expresar la opinión individual y las minorías han de gritar, cuando no luchar, para reclamar unos derechos de los que a grito limpio, cuando no a tiro limpio y sucio, aseguran que les han sido arrebatados, se lance, todos a una, a la calle para apoyar a Erdogán? ¿Cómo es posible que ese apoyo sea unánime? ¿Un apoyo que no ha sido únicamente prestado por los turcos y turcas de Turquía y de Alemania, independientemente de su ideología política sino, hasta donde he podido leer, incluso por los mismísimos kurdos?

Y sí. Ya sé. Ya sé. La población turca se ha declarado a favor de la democracia y en contra de un golpe militar. Lo sé. Me lo ha repetido el tranquilo Jorge tranquilamente cien veces en las últimas horas. Pero lo que yo no entiendo, lo siento pero no lo entiendo, es que defender a Erdogan sea sinónimo de apoyar a la democracia por muy democráticamente que haya sido elegido Erdogan, sobre todo cuando el muy democráticamente elegido Erdogán está llevando a cabo una serie de reformas nada democráticas en su país, amparándose en su carácter de presidente democráticamente elegido.

Mi problema que es, desde luego, mío y solo mío: Desde la pasada noche el democrático Erdogán es, no sólo un presidente democráticamente elegido sino un presidente democráticamente aclamado. Eso significa que a partir de ahora cualquier detención que lleve a cabo, cualquier limitación de las libertades democráticas que determine, cualquier reforma encaminada a anular el laicismo que regía a Turquía hasta hace poco, habrá de ser aceptada sin protestar.

Aquéllas cuestiones acerca de la democracia que planteé en uno de mis artículos a raíz de la polémica por la elección de Trump siguen presionando mi cerebro tanto como la matanza de Niza presiona mi corazón.

Yo, lamento decirlo, no entiendo a Fuenteovejuna. No la he entendido nunca. Pero en el caso de Turquía y Erdogán, y por mucho que no escucho más que decir que se trata del apoyo de un pueblo a su democracia, a su presidente democráticamente elegido, mucho menos.

Y sí, ya sé que me dirán que se trataba de un golpe militar. Pero yo, lo lamento, me considero incapaz de aceptar ese terrible Principio de Identidad según el cual “a” es “a”. Puede ser que en España y en otros muchos países la dictadura viniera de mano de los militares; pero en Alemania, los que una y otra vez se atrevieron a intentar acabar con su dictador, cada uno a su modo y manera, desde Walther von Brauchitsch hasta el más conocido Claus von Stauffenberg, fueron, justamente militares.

Lo siento. Siento profundamente no poder entender el tema. No me lo tomen a mal y tampoco me malinterpreten. Nada más lejos de mis propósitos que defender golpes militares. Lo que estoy públicamente confesando es mi incapacidad total y absoluta pese a los esfuerzos que he hecho para intentar comprender las disquisiciones, explicaciones y argumentaciones al respecto, la aclamación popular a Erdogan; los niveles que ese aclamación popular ha alcanzado.

Honestamente, lo confieso, la parálisis no me deja moverme.  

Los que ahora se asombran de la reacción de Erdogán que ha seguido al golpe militar me asombran. No sé, francamente, qué otra cosa se podía esperar de alguien que dice que el golpe militar "ha sido un regalo del cielo". Los espanoles vivieron un golpe militar al poco de su estrenada democracia que sirvió para que supiéramos que no estábamos dispuestos a que los tanques nos arrebataran nuestra libertad, pero desde luego nadie, absolutamente nadie, exclamó que aquello fuera un regalo del cielo. Es que ni se nos ocurrió pensarlo. Pero de habérsele ocurrido decir a alguien no sé, francamente, cómo le habrían mirado los otros ni a qué conclusiones hubieran llegado.

Creo que, lo queramos o no, ha llegado el momento de detenernos a hablar de la democracia, las bases de la democracia, los requisitos que ha de cumplir un individuo y un pueblo para ejercer su derecho a la democracia más allá del de la simple edad de dieciocho años. No es sólo Turquía, es Gran Bretaña y Escocia con sus Referéndums, con sus idas y venidas, es el triunfo de los argumentos que ya no son demagógicos sino cínicos, del mainstream organizado y del organizado antimainstream... Y todo ello, digo, no para cuestionar a la democracia sino justamente para defenderla.

Es hora, realmente es hora, de empezar a reflexionar adónde se dirige la Fuenteovejuna global, globalmente organizada, globalmente pensada. Mi problema sin embargo, no es tanto adónde se dirige sino si al menos lo sabe.

La bruja ciega.





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