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Saturday, July 2, 2016

Hay que animar a las chicas a dedicarse a las matemáticas

Y una que soy yo, se sube por las paredes cada vez que escucha decir una cosa así. Se sube por las paredes de su casa, claro. Subirse afuera sería poco menos que un acto suicida porque me habrían condenado antes incluso de haberme permitido explicar mis razones. El simple hecho se subirme a los muros de la plaza pública supondría irremediable y firmemente mi sentencia. Así que no me queda más remedio que subirme a las paredes de mi casa cada vez que escucho decir, especialmente en la última semana, que las chicas han de dedicarse a las matemáticas.

No a la Filosofía, no a la Historia, no a la Literatura, no al Arte, no a la música.

No. Las chicas han de ser animadas a dedicarse a  las matemáticas.

Y suena, suena tan bien.... que sonaría aún mejor si la premisa fuera cierta y las consecuencias derivadas no tan terribles. En suma: si no se tratara de una nueva escenificación, de la puesta en marcha de una nueva emoción al estilo de “fumar es perjudicial para la salud”, sin que, curiosamente, dicho axioma, - porque de todos es sabido que esa frase ha pasado a convertirse en un axioma cívico-moral - , aparezca en las botellas de whisky, tequila y ron. O sea, un axioma-advertencia para encauzar a los ciudadanos a un determinado comportamiento y no a otro. “a” no es igual a “a” pero“a” es igual a “b”.

Las niñas tienen que ser animadas a dedicarse a las matemáticas.

Un nuevo slogan.

Y por favor, comprendan: un slogan no es un razonamiento, un slogan no es ni siquiera una frase hecha. Un slogan es, ni más ni menos, un conjuro.

Desde Esopo sabemos que el lenguaje es el mayor don del hombre y su mayor enemigo. El lenguaje permite la comunicación y el razonamiento tanto como la manipulación y la demagogia. Y esto porque la fuerza del lenguaje, de las palabras, lo convierten en un puente entre el mundo mágico-energético elevado y el mundo mágico-energético- de los avernos. Pero una cosa son los vendedores y otra, muy distinta, los compradores. El vendedor de oro y el vendedor de bronce fijan un precio distinto a su mercancía y en función de esta diferencia de precio puede el comprador reconocer si lo que está adquiriendo es oro o es bronce. Pero si el comerciante de bronce vende el bronce al precio de oro,  independientemente de que se trate de una estafa, se harán imprescindibles la experiencia y el buen conocer del comprador para que éste pueda descubrir el engaño. El problema surge cuando un cliente tiene su bolsa llena pero desconoce la verdadera naturaleza de la mercancía y es incapaz por tanto de distinguir entre el oro y el bronce, o cuando es tan crédulo que compra el saco cerrado sin abrir su interior. No se rían. Es lo que en estos instantes estamos haciendo la mayoría de los usuarios cuando vamos al supermercado y compramos un kilo de cerezas en una caja, un par de lechugas en una bolsa, unos kilos de fresas en una cartón.. Sin contar con que en más de una ocasión y en más de dos, el envoltorio produce más volumen que el producto que contiene.

Eso es lo que en general es toda frase slogan que se precie: una frase que parece contener más de lo que en realidad contiene y que vende bronce a precio de oro y todo porque, sencillamente, el consumidor no sabe – no tiene ni la más remota idea- de lo que está “comprando.”

En resumen: que el discurso - ya sea positivo o negativo –  influya en la sociedad no depende únicamente de la sinceridad o no del emisor sino también de la cordura y conocimiento del receptor.
El emisor dice “es esencialmente necesario que a las chicas se les anime a aprender  y a dedicarse a las matemáticas.”
Y el receptor compra ese slogan, tan bello, tan rebelde y revolucionario, tan novedoso, sin pensar que ese slogan no es más que un conjuro mágico, destinado a provocar una serie de consecuencias y efectos a cuál más negativo. Y una, que soy yo, lo sabe – lo sé porque hay cosas que se saben- y no puede por menos que subirse por las paredes – de su casa, digo – si no quiere verse expuesta a la exposición y posterior ejecución en la plaza pública. Pero no contenta consigo misma, casi decepcionada consigo misma, y como por estos lares no pasa mucha gente, se decide a escribir un artículo, un panfleto casi, para explicar su punto de vista. Quizás alguien recoja esta botella lanzada a un océano lleno de botellas con mensajes en forma de blogs. Quizás sea Moriarty quien lo recoja; quizás Sherlock Holmes. Todo con tal de no sucumbir a la mentalidad eichmanniana que nos rodea. (¡Ah! Hanna Arendt ¡cuántas sabias observaciones hemos aprendido de tí!)

Y es que primer lugar, este empeño casi obsesivo de algunos por dirigir a las chicas a los campos científicos no sólo obvia la realidad sino que encima ha cobrado la forma de un nuevo mandato-mandamiento de la diosa Opinión Pública a Fuenteovejuna. En segundo lugar, este constante estribillo –cada vez más constante y cada vez más estribillo- nos sume aun más – digan lo que digan los que  niegan sus consecuencias - en la barbarie.

Sin embargo, en vez de detenerse a analizar detenidamente el significado y consecuencias de esta frase, resulta mucho más liberal, abierto y democrático (democrático por contribuir a la igualdad entre los géneros), afirmar que es necesario que las chicas se dediquen a las matemáticas y dar los consejos necesarios para que, en efecto, esas chicas –que por sí mismas son incapaces de saber qué es lo que quieren y qué es lo que les gusta, porque están tan condicionadas, dicen, por la sociedad machista, por los prejuicios, por los juguetes que se les regala y por qué se yo cuántas negativas influencias más.

Si las emociones me aburren, este tipo de disparates me matan.

Empecemos.

En primer lugar, una que soy yo, que anda ya por la quinta década de existencia aunque el tiempo –con tantas idas y venidas- se le haya pasado tan sin sentir, estudió en un colegio femenino para féminas desde su escolarización, a los tres o cuatro años, hasta los dieciocho. 

Durante ese tiempo, he de agradecer a mis monjas, - a mis monjas, más que a mis profesoras seglares - que me sostuvieran emocional e intelectualmente en una época en la que muy bien hubieran podido dejarme caer. Gracias a ellas descubrí el placer del teatro, gracias a ellas descubrí a Pearl S.Buck y a las protagonistas de sus novelas, gracias a ellas descubrí mi amor a la música, al baile y a la escritura. Gracias a ellas, en definitiva, vislumbré que en el mundo también existe un espacio para las personas sensibles, distintas o como ustedes quieran llamarlas y que serlo no es ni mejor ni peor, sino una forma de vida y de ser que hay que aceptar. Créanme: si mi destino no hubiera sido el de ser una bruja solitaria, me habría ido gustosa al convento con ellas. 

El convento, hasta donde yo acerté a ver, no era un cárcel: era un lugar de pensamiento, diálogo y comunicación. Yo era una humanista nata y aquellas monjas me proporcionaron grandes dosis de humanismo y humanidad. Pero aquellas monjas también incentivaron la adquisición de conocimientos matemáticos para alegría de mis compañeras científicas y hoy, muchas de aquellas escolares se dedican a carreras puramente científicas. 

Una vez ya en el Instituto – en mi caso también femenino – las posibilidades a elegir en aquel entonces eran “letras puras”, “ciencias puras” y “mixtas” y hasta donde yo sé, la elección de las alumnas alcanzaba un tercio para cada opción. Incluso yo, que ya digo que nací humanista, estuve tentada de inclinarme a las ciencias habida cuenta de las presiones paternas al respecto, que sentía un inconfesado desdén por las humanidades.
 Y  ciertamente, hubo una fase -la que siguió a mis estudios universitarios - en la que lamenté  – para qué lo voy a negar –  haber hecho caso omiso de los sabios consejos de mi progenitor a la vista del uso y abuso de los argumentos pseudo racionales que se utilizaban en disciplinas tales como la Filosofía, y las incomprensibles justificaciones que pretendían explicar determinados hechos y conexiones históricas. Parecía además que cualquiera, con un poco de información, podía alardear de conocimiento y presentar sus opiniones como exposiciones dignas del más docto erudito en la materia y que convertía nuestro esfuerzo en baladí por inútil.

Pero como ya digo, durante mi adolescencia las divisiones femeninas en lo que a las secciones "letras", "ciencias" y un tercer curriculum compuesto de asignaturas tanto humanistas como científicas, fueron bastante equilibradas.

De lo que se deduce que: en primer lugar la historia de que la mayoría de las chicas se dedican a las letras, no es cierta y no lo es, mi experiencia al menos dice otra cosa, desde hace al menos cuarenta años.

En segundo lugar, la historia de que las chicas son apartadas de las ciencias u obstaculizadas en su interés por la educación que reciben en el colegio es, y mi experiencia vuelve a repetirlo, falsa o, por lo menos no tan contundentemente cierta y real como se quiere presentar el panorama. En la educación femenina que yo recibí, como ya digo hasta los dieciocho años, los experimentos científicos en el colegio (tengo que decir que nuestra profesora de Química y Física era una monja) formaron parte de nuestro plan de estudios. Otra cosa sería, supongo, el equipamiento del laboratorio que en aquella época nos parecía inmejorable pero que hoy, seguramente, sería considerado como totalmente insuficiente.

Una cosa, no obstante es cierta: de las chicas que eligieron la opción de Ciencias muy pocas –por no decir ninguna- eligió estudiar ingenieria. Conozco a doctoras en Matemáticas, Biología y Medicina, tanto como a licenciadas en Arquitectura, Química, Física, Farmacia, Psicología y Ciencias Económicas, pero como ya digo, ingenieras –que es la rama a la que se pretende llevarlas a partir de ahora. no conozco a ninguna. ¿A qué se debe esto? ¿A la educación recibida en el hogar?
En absoluto. Con respecto a la educación que el género femenino lleva recibiendo dentro de la familia –y esto nos adentra en la tercera puntualización-  resulta igualmente equivocada la afirmación de que a las niñas sólo se les regalan muñecas y juguetes femeninos. En una casa con varios hermanos, niños y niñas, todos terminan jugando juntos a todo. En las guarderías los juguetes están a disposición de todos o, por lo menos a disposición del primero que se haga con ellos. Y hay incluso familias, como las de mi amiga Carlota, que cuando nació su hija ni siquiera disponían de juguetes femeninos porque los hermanos mayores eran chicos. Más aún, todavía me acuerdo la energía que Carlota desplegó en intentar conseguir que su hija Verónica se interesara por el Lego para de esta forma integrarla en la fortaleza inexpugnable en la que se habían convertido los dos mayores. Doy fe de que todos sus esfuerzos resultaron en vano. Verónica no demostró jamás interés alguno ni por los coches de bombero, ni por las estaciones de policía, ni por las construcciones de Lego que había en su casa desde antes de su nacimiento. Fueron Jorge y su mujer Paula los que le hicieron comprender  a Carlota la cruda realidad: su hija era una hija interesada por el mundo que tradicionalmente ha interesado a las féminas: el de los roles. Nunca olvidaré el día en que Jorge y Paula aparecieron por la puerta con una caja por la que Verónica no mostró en principio ningún interés, -seguramente pensaba que se trataba de un nuevo Lego- pero de la que después, al descubrir lo que encerraba, no se separó nunca: Un coche con ocupantes de Play Mobil.  Allí, creo, se inició la amistad entre Verónica y sus hermanos. Estos le construían casas, aviones, camiones con piezas Lego y con ellos se encaminaban a visitar el mundo Play Mobil de Verónica. Carlota, sin embargo, no dejó de preocuparse por el tema hasta que descubrió que en la guardería – y pese al celo de las cuidadoras por conseguir el comportamiento contrario – los niños, salvo contadas excepciones y excepcionales momentos, solían jugar con niños a juegos de niños y las niñas, salvo contadas excepciones y excepcionales momentos, solían jugar con las otras niñas a juegos de niñas.
Hechas las siguientes apreciaciones, ¿a qué se debe pues, que las mujeres no se hayan dedicado a la ingenieria?
Desde mi punto de vista, ello se debe a dos razones:
La primera que la elección principal y más existencialista para la mujer no era letras o ciencias, porque eso –ya digo- era tomada libremente en función de sus gustos y preferencias, sino la de la profesión a desempeñar en el futuro de manera que fuera posible compatibilizarla con la formación de una familia y la educación de los futuros retoños. Ésa era la principal razón para que muchas eligieran actividades ligadas a la enseñanza o a las profesiones libres. Una mujer que estudiara Farmacia, por ejemplo, podía optar entre trabajar en un laboratorio –con un horario fijo-, abrir una farmacia –caso de que pudiera adquirirla, o dedicarse a la actividad docente. En cualquier caso, lo importante era que las salidas laborales que el estudio de Farmacia le ofrecía, no sólo aseguraba su independencia  económica sino que además le permitía experimentar y gozar de la maternidad y de la familia.
La segunda posible razón a por qué las chicas no eligen ingeniería descansa en la misma respuesta que explica por qué Verónica nunca jugó con Lego – pese, doy fe de ello,- a las tentativas de su madre: a que sencillamente no les interesa. A la mayoría no les interesa la ingeniería del mismo modo que sólo a unas pocas les interesa detenerse a observar cómo funcionan las gruas de las construcciones, o cómo se manejan las locomotoras de trenes. Es una simple cuestión de interés. Es lo mismo que sucede con deportes como boxeo. Haber mujeres boxeadoras las hay y no pongo en duda que mejores incluso que muchos de sus colegas masculinos, pero aceptémoslo: el boxeo en su versión clásica no es el deporte que más interesa practicar a las mujeres; del mismo modo que tampoco es el ballet la primera elección (ni la segunda) en la que los chicos piensan a la hora de dedicarse a alguna actividad, por más que haya bailarines de reconocido prestigio, mérito y valía. A lo que me refiero no es a la existencia o no, ni a si debería haber más o menos, ingenieras y bailarines en este mundo. Lo que afirmo es que – se quiera o no- y este “se quiera o no” es sumamente importante, porque en estos momentos se trata justamente de eso, de “se quiera o no” – las chicas sí se interesan por las ciencias pero no especialmente por la ingenieria y a los chicos les gusta la música y bailar pero no especialmente el ballet.
Ahora bien, nos encontramos con ese subliminar “se quiera o no”, con ese subliminar “es fuerza que se interesen”, con ese subliminar “nueva misión a conseguir cueste lo que cueste, y el razonamiento desaparece, y el diálogo resulta imposible, y tratar de explicar la realidad nos convierte en sospechosos de ser conservadores extremos y de pretender negar el conocimiento físico-matemático-científico al género femenino; de ser una mujer con síndrome de estocolmo por machista y yo qué se cuantas barbaridades más.
No. Vuelvo a repetirlo. Si algo queda por conseguir es que las mujeres de las nuevas generaciones comprendan lo importante, lo fundamental, lo esencial, que resulta el conocimiento para ellas. Lo que sí digo, afirmo y sentencio es que la conquista de las  mujeres no occidentales descansa en la posibilidad de adquirir conocimientos y  por tanto la premisa de que “las chicas tienen que ser animadas a dedicarse a las matemáticas” resulta insuficiente, mientras que la conquista de las mujeres occidentales ha de centrarse en continuar la tarea ya iniciada por las generaciones anteriores de aprehender conocimiento y no sólo en la tarea de recoger la corona de it girl, y consiguientemente el axioma “las chicas tienen que ser animadas a dedicarse a las matemáticas” resulta a) superfluo, porque ya tienen esas posibilidad (o tienen esa posibilidad o es que no tienen en absoluto la oportunidad de ir a la escuela); b) falso, porque presupone que se les impide adquirir tales conocimientos; c) dictatorial, porque supone una imposición de la diosa Opinión Pública que no permite atender a los deseos individuales de cada chica que no tenga ningún interés por las cuestiones científicas; y d) peligroso para una sociedad porque además de enviar al destierro, a la pobreza, a la miseria, a las mujeres humanistas que se nieguen a utilizar su inteligencia en aras de la ciencia, condena a esa sociedad a la barbarie más absoluta.
¿Por qué la condena a la más terrible de las barbaries?
Porque el comerciante vende joyas, pero quien las lleva principalmente es la mujer. Porque el comerciante vende bolsos pero quien antes los luce es la mujer. Porque no niego que los escritores sean en su mayor parte varones –debido entre otras cosas a la dependencia jurídica y económica que tradicionalmente ha sufrido la mujer con respecto al hombre- pero quienes mayoritariamente han leído, quienes han organizado los más ilustres salones, quienes han encumbrado y arrojado al olvido a esos escritores, quienes los han leído y ensalzado o vituperado han sido, ni más ni menos, que las mujeres. ¿No se lo creen? Hombres de Dios, vayan a los museos y comprueben la cantidad de cuadros que encontrarán mostrando a mujeres y cuántos a hombres leyendo. El número de pinturas que ofrece escenas de mujeres concentradas en su lectura es innumerablemente mayor que el de hombres. El hombre escribe. La mujer lee. La mujer lee para matar el aburrimiento de una existencia burguesa pero vacía; la mujer lee para olvidar su condición de criada y soñar que algún día, quizás, el amor la encumbrará a la gloria; la mujer lee para afirmarse en sus creencias, sean éstas las que sean; la mujer lee para introducirse en el mundo secreto de los hombres y de este modo comprenderlos y controlarlos mejor; la mujer lee para apaciguar sus propias ansias de saber, sus propios deseos de lanzarse al mundo, ¡qué se yo!. La mujer lee y con sus lecturas y sus conclusiones educa a sus retoños y dirige su hogar. Por este motivo ha sido la mujer francesa, desde al menos la Ilustración, reverenciada por todos sus congéneres masculinos. Por ese motivo Moliére y compañía animaban a que se permitiera a la mujer a aprender y se advertía de los peligros que para un matrimonio, para una sociedad, suponía desatender los consejos y las consideraciones de una mujer prudente, discreta y letrada.
Ahora, sin embargo, estamos ante una situación que a mí, ya digo, me asusta. Se le deja estudiar pero se le advierte; se le recomienda; se le ordena, casi, que dedique su interés a las matemáticas.
Y ello, permítanme decirlo, supone la declaración de defunción de las Humanidades y con ello de nuestra cultura y yo me atrevería incluso que a decir de nuestra civilzación. Si las mujeres no siguen conservando la antorcha de la palabra, ¿quién va a hacerlo?. Si las mujeres olvidan la fuerza de la discusión, del diálogo acerca de buenas obras de la literatura, de la historia, de la música ¿quién va a tomar el relevo? ¿Quién se dedicará a leer las obras que hoy en día publican las mujeres porque escribir se ha convertido, quién lo iba a decir, en una nueva fuente de ocupación por ser una nueva fuente de ingresos, y a la autora de Harry Potter me remito? ¿Quién se adentrará en los clásicos? ¿Quién inventará cuentos nunca escritos y nunca publicados en un momento de búsqueda desesperada para conseguir atraer la atención de esos jovencitos que no quieren quedarse quietos y que además ya han declarado que se conocen todos los cuentos del mundo? ¿Quién desarrollará el juicio crítico, que en la mujer humanista adquiere siempre tintes de juicio desconfiado? ¿Quién escudriñará en el verdadero sentido y alcance de las palabras y de los discursos? ¿Quiénes se dedicarán a desarrollar el pensamiento y a dirigirlo en un determinado camino y no en otro? ¿Y no les parece un tanto sorprendente que por un lado se hable de la feminización de la sociedad, de la necesidad de cuotas para las mujeres en los cargos directivos y representativos de la sociedad y por otro lado se determine encauzarlas por el camino de las ciencias – porque según dicen esos nuevos gurús de la educación si las chicas no se han dedicado a las ciencias es porque no se les ha permitido, porque –pobres chicas- prácticamente les ha sido negado por la educación recibida en el colegio y en el hogar?
Ese es el discurso, el estribillo, el axioma de la diosa Opinión Pública que Fuenteovejuna no tardará en repetir en letanía incansable en vez de pensar que: en primer lugar las chicas se han dedicado a las ciencias, al menos se han dedicado desde el momento en que las han dejado dedicarse a estudiar y segundo si no se han dedicado a la ingeniería es porque la ingeniería, en general, no les ha interesado pero que cuando les ha interesado se han dedicado a ello y tercero que si ahora empiezan a dedicarse a la ingeniera eso se deberá, no a un cambio de perspectiva en lo que a la relación chicas-educación-matemáticas, se refiere, sino a un cambio de perspectiva en los estudios de ingeniería, que son cada vez menos ingeniería y cada vez más marketing-venta de productos tecnológicos.
El axioma “Que las niñas sean animadas a dedicarse a las matemáticas” es peligroso. Peligroso porque a) no expresa la verdadera situación; b) porque resulta capcioso al sugerir que hasta ahora, en los planes de estudio las matemáticas han ocupado un lugar poco privilegiado en el plan curricular de las chicas porque bien en los colegios femeninos no se enseñaba adecuadamente o ahora, en los colegios mixtos se la imparte con más entusiasmo a los varones que a sus compañeras –a pesar de que todos asistan a la misma clase- lo cual es insultar a la labor de los pedagogos, o que en los hogares se evita a toda costa que las niñas se interesen por las matemáticas, lo que representa un insulto a los padres que animan a que sus hijas estudien matemáticas (aunque en muchos casos no sea ni por las matemáticas ni por las ciencias en sí mismas sino sencilla, llana y lisamente, porque ofrecen mejores perspectivas de trabajo) y c) es ignorar, obviar, negar el interés que las mujeres han sentido por la literatura, el arte, la historia y la música, intereses todos ellos que han contribuido al enriquecimiento de la cultura de las sociedades en las que han vivido por ser guías y antorchas de la palabra y sabias aunadoras, por tanto, de lo que significa el sentimiento, el pensamiento y la acción para una sociedad humana.
Al paso que vamos las Humanidades se van a convertir en una nueva forma de alquimia: o sea, una actividad a la que uno únicamente puede dedicarse dentro de la soledad de sus cuatro paredes, durante la noche, con las cortinas cerradas, mientras se deja la televisión encendida para que nadie sospeche que se está absorto en la lectura de alguna obra de Erasmus de Rotterdam o en el análisis de alguna obra histórica, por poner un ejemplo.
Y pido, por Dios Santo, que no lean este artículo en diagonal sino línea por línea. La mujer tiene el derecho a aprender. Tiene el derecho a recibir enseñanzas de Ciencias y Humanidades. Pero también tiene el derecho a poder interesarse por las Humanidades y a hacerlo en un plano de igualdad, tanto que hablamos de igualdad, con las Ciencias. 
La premisa de “las niñas tienen que ser animadas a dedicarse a las matemáticas” no resulta beneficiosa ni para las niñas ni para las matemáticas a no ser que exista una relación natural y amorosa entre ellas. Y en esto - en lo de poseer una naturaleza humanista o una naturaleza científica dominante- sucede igual que sucede en la conciencia de la propia condición sexual: los niños conocen la suya bastante pronto y como alguien dijo:  “Y así está bien.”
Teniendo en cuenta el estado de miseria en el que se encuentra hoy en día la educación y las protestas de los padres –centradas no es que se aumente el nivel de exigencia sino en que se supriman los deberes escolares a realizar en casa, para no entorpecer –dicen- la vida familiar – creo que no estaría de más que el axioma fuera el siguiente: “Los chicos y las chicas tienen que aprender humanidades y ciencias, tienen que aprender a redactar textos sin faltas de ortografía, fomentar su juicio crítico a base de reflexiones individuales sobre lo leído, y a leer en horizontal y no en diagonal y  al tiempo que descubren sus talentos artístico, musicales, sociales y deportivos han de aprender a entender problemas, desarrollar el lenguaje abstracto de las matemáticas y potenciar el conocimiento referente a la biológica, a la informática, a la química y a la física, para terminar descubriendo que todo está unido con todo aunque el Todo no sea Uno ni el Uno sea el Todo, salvo a la hora de la muerte. Amén.”
Es cierto. Esto no es una frase slogan. Es una propuesta de vida para la vida escolar, de modo que los humanistas puedan sentirse tan a gusto en su piel como los científicos, y las mujeres y hombres que eligen la vida contemplativa, tan auténticos y enteros como los que se inclinan por la vida activa. Pero si tanto se empeñan en un axioma, en un slogan, que al menos sea uno con sentido de eternidad:
“Ora et Labora”
La bruja ciega.
Si fuera proclive a las teorías conspiracionistas sospecharía que alguien está empeñado en destruir a la mujer o, al menos, en doblegarla a su modo. Dejen, por Dios, a las mujeres científicas seguir siendo científicas y a las mujeres humanistas, seguir siendo humanistas. No sé por qué ese empeño de algunos en machacar a las mujeres que trabajan, cuando ellos quieren que la mujer se quede en los fogones y en nuevamente machacarlas cuando renuncian a su actividad laboral y ellos han decidido que tienen que dedicarse a trabajar, al ver que muchas de ellas –por cuestiones varias- deciden colgar el mono de trabajo para ponerse el delantal.
Si de verdad quieren que las mujeres sean felices, acepten su naturaleza y sus decisiones y promuevan la educación de las chicas (tanto como la de los varones) y la enseñanza de las humanidades tanto como la de las ciencias.


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