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Tuesday, July 12, 2016

La Nueva Era

Y hoy al parecer, no hay ninguna noticia interesante en el mundo. Los periódicos pasan de puntillas sobre los temas importantes para detenerse sobre los temas que no lo son tanto o que  no lo son en absoluto. Quizás lo más interesante son sus comentarios respecto a Rusia. Unos afirman que los rusos reciben muchas bajas en su intervención en Siria, bajas que cuentan en voz baja para que nadie les escuche y otros aseguran que mientras la OTAN tiene cuatro mil soldados estacionados en las fronteras del Este, Rusia tiene doscientos cincuenta mil. Y los lectores como Jorge leen ambas noticias y no ven ninguna contradicción en ellas. No ven nada extraño en ellas. No se dan cuenta de que unos hacen aparecer a los rusos como débiles y los otros como  bravucones. No se dan cuenta de que en una guerra, en cualquier guerra, las bajas son inevitables y que, en efecto, no gusta hablar de ellas más de lo necesario para no desmoralizar a la tropa. Lo hacen los rusos, lo hacen los americanos, lo hace cualquier ejército que se precie. En la guerra, cualquier guerra, lo importante no son las víctimas – si no, no se haría la guerra- son las victorias. Que lo sepa yo, que no he vivido ninguna guerra y que me gustaría, francamente, morirme sin vivirla y no lo sepan los periodistas, me asombra. Pero ustedes ya saben lo propensa que soy al asombro. Y tampoco se dan cuenta las gente como Jorge, que si los rusos tienen doscientos cincuenta mil hombres mientras los de la OTAN sólo tienen cuatro mil, eso no significa –al menos no únicamente- que los rusos tenga muchos, demasiados, hombres, que los rusos tengan muchos, demasiados, soldados, sino que los de la OTAN no tienen en absoluto soldados. Y esto, a la hora de sopesar un posible enfrentamiento que “Nadie” desea pero que “Todos” temen es sencillamente trágico. La OTAN, en estos momentos, no tiene ni armas, ni soldados, ni una población dispuesta a perder sus vacaciones por una contienda y eso, independientemente de que moralmente considerado sea total y absolutamente loable, a efectos defensivos, tácticos y estratégicos resulta realmente peligroso... para la OTAN, claro. Especialmente para los aliados europeos que no sé cómo se las van a arreglar con una población envejecida y una deuda de espanto. Los jóvenes belicosos se entrenan, a falta de mejor lugar, en las calles y esos que han crecido sin que los Reyes Magos se atrevieran a regalarles ni una pistola de agua por prohibición paterna, o sea, prohibición social, por lo que de violencia representaban, se inscriben en los clubs de caza o en los recónditos lugares que los proscritos gustan de tener, para habituarse a las armas. O simplemente, a falta de licencias y de munición, se arman con piedras y palos y linchan al primero que pasa por la esquina.

Pero esto claro, son cosas que suelen pasar desapercibidas por la simple y sencilla razón de que al principio suelen ser “cosas de jóvenes borrachos”. Y no. No lo son. No es normal que un grupo de borrachos se lancen contra un joven indefenso y lo maten a golpes. No es normal que un grupo de jóvenes se lancen en plenas fiestas a violar en grupo a una mujer. No es normal que un grupo de jóvenes se dedique a un juego llamado K.O, o algo por el estilo, que consiste en pegar al primero que pase, sea quien sea el primero que pase: mujer, hombre, niño, anciana. No es normal que un grupo de jóvenes se lancen a pegar a otro en pleno día simplemente porque ese otro, teniendo la misma edad que ellos, es un rostro conocido. Conocido gracias a la televisión, claro. No es normal que un joven mate a sus compañeros de estudio, y luego sea otro, y luego otro, y luego otro más y todavía se quiera pensar y hacer pensar que se trata de casos tan lamentables como aislados. No es normal que las matanzas, la violencia, los golpes, los conflictos cada vez más sangrientos, se sigan considerando casos aislados, únicos e individuales. Mucho menos en una sociedad que cada vez se caracteriza por ser menos aislada, menos única, menos individual. Los video juegos han cobrado una vida propia dentro de la existencia vacía –vacía de conocimiento, vacía de sueños, vacía de Fe,- de muchos jóvenes. Cuanto más violento, cuanto más sangriento, mejor. Aunque se trate de una realidad virtual, aunque se trate de una sangre ficticia, de un arma ficticia. Unan esto a las redes sociales, al lenguaje, a las formas que allí se aprecian. Si, como ya he apuntado en más de una ocasión, el diablo de Goethe le dijo a su Fausto que donde no tuviera una idea, pusiera una palabra, ahora a mí no me queda más remedio que constatar que donde no se tiene una palabra, se tiene un insulto, una palabrota. ¿Qué otra cosa si no se podía esperar? La gente no lee y esto no sólo significa que escriban con faltas de ortografía sino que además tampoco tienen un vocabulario que poder utilizar adecuadamente. Por eso aprenden frases hechas, frases slogan, de esas que se pueden intercambiar y ser utilizadas para casi cualquier situación, o aprenden palabras rimbombantes que se convierten en estribillos, en sentencias, en aquellas ocasiones en las que no hay nada que decir pero tampoco se quiere permanecer callado. Pero cuando se enfrentan a situaciones nuevas, situaciones en las que ni las frases hechas ni las “coletillas” sirven de algo, entonces sólo les queda el insulto. El insulto es la violencia más utilizada por Fuenteovejuna, hasta el punto de que son incapaces de creer que hay personas que raramente, y sólo y únicamente en situaciones límite, utilizan el insulto. El insulto es lo que pulula en las redes sociales sin que ni siquiera los que insultan sean conscientes de que están insultando porque piensan que lo que en realidad están haciendo es expresar su libre opinión. Y lo peor: no mienten. Eso, el insulto, es la única forma que, a falta de otro vocabulario, tienen para expresar lo que piensan. La policía que investiga qué opiniones son insulto y cuáles no lo son, lo va a tener difícil, la verdad. Lo va a tener difícil incluso cuando tales opiniones incluyen amenazas de muerte, deseos de destrucción y similares.  Lo va a tener difícil porque ese, mal que nos pese, es el modo en el que se expresa la Fuenteovejuna de la Nueva Era, que no es –pese a las profecías de mucho- una Era más elevada de la que lo fue la Era anterior sino más bárbara todavía porque la Era anterior había conservado la fuerza de la palabra en medio del caos en que se había sumido y esta, la Nueva Era, se sumergirá en el mismo –o todavía peor- caos sin ni siquiera poder aferrarse a la palabra. No tiene palabra porque no tiene lectura. No tiene lectura porque no tiene pensamiento. No tiene pensamiento porque no tiene palabra. Pero de este círculo ya he hablado y no tengo muchas ganas de volver a hablar de él.

Después del insulto llegan las maneras agresivas, las maneras agresivas que se hacen necesarias para imponerse en un mundo de insultos e insultantes que no tienen otras palabras ni otros medios para expresarse. Y en medio de todo ello el cinismo, las medias verdades, las medias mentiras, las difamaciones, los dires y diretes, de todos esos que aún saben hablar, que aún tienen las palabras. Pero la palabra ha dejado de ser un modo de comunicación para convertirse, simplemente, en un medio de expresión individual, un medio de imposición o justificación individual, no un modo de pensamiento ni de razonamiento auténtico. Después de esto, cuando ni siquiera el cinismo puede conseguir imponerse, no queda otra solución que recurrir a las maneras agresivas para hacer prevalecer su derecho a la hora de ocupar una mesa en un restaurante, o un determinado lugar en una fila, o un sitio para dejar la toalla en la playa. Maneras agresivas para que el camarero no se vaya a pensar que uno se deja tratar de cualquier manera, maneras agresivas para que el cliente no crea que allí puede comportarse como en su casa. Después de las maneras agresivas: el empujón, el botón roto de la camisa, el tirón de pelos.Y de ahí se llega a pinchar la rueda del otro, a rayar el coche del otro, a dejar la basura delante de su puerta. Todo esto ha pasado siempre, no lo dudo. El problema es cuando incluso pasear por la calle sin conflicto se hace difícil porque uno tiene que apartarse constantemente para dejar paso al que no cede ni un milímetro de su camino. Uno termina hartándose. Y empiezan a sucederse las escenas surrealistas entre dos viandantes que permanecen frente a frente mirándose retadores a ver quién es el primero en ceder y cómo el que cede insulta al otro que o bien, contento con su victoria sigue su paso en silencio y deja gritar al insultante, o se detiene, porque no tiene otra cosa mejor que hacer, y se lía con el otro.

De estas situaciones a pasar a coger el estoque, falta poco. Los jóvenes son los que más insultan, los que más pegan, por la sencilla razón de que son, todavía, los que menos dominan el arte del cinismo, de las medias palabras, de las medias mentiras, de los dires y diretes. Los jóvenes que los dominan introducen en sus círculos la violencia a su modo y manera.

La violencia callejera es lo que se impondrá poco a poco. La violencia en grupo. La histeria en grupo. Licencia de armas o no licencia de armas influye a nivel individual. Al grupo, no tanto. El grupo que no tiene licencia de armas, las roba o las construye en el sótano de su casa, al tiempo que fabrica droga cristal en sus cocinas para ganar un sueldo y planta marihuana en la maceta de su balcón para consumo privado. Ese es el mundo que se acerca peligrosamente. Ese es el estado de hecho en el que muchos ya viven. 

Los rusos tienen doscientos cincuenta mil soldados en la frontera. 

La OTAN tiene a cuatro mil soldados en la frontera y a los revolucionarios sin causa, dentro.

¿Todavía hay alguien que aún crea que el tema de la cultura, de las Humanidades y de la Filosofía es  cuestión baladí?

La bruja ciega.




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