Y hoy al parecer, no hay ninguna noticia interesante en el mundo. Los
periódicos pasan de puntillas sobre los temas importantes para detenerse sobre
los temas que no lo son tanto o que no
lo son en absoluto. Quizás lo más interesante son sus comentarios respecto a
Rusia. Unos afirman que los rusos reciben muchas bajas en su intervención en
Siria, bajas que cuentan en voz baja para que nadie les escuche y otros
aseguran que mientras la OTAN tiene cuatro mil soldados estacionados en las
fronteras del Este, Rusia tiene doscientos cincuenta mil. Y los lectores como
Jorge leen ambas noticias y no ven ninguna contradicción en ellas. No ven nada
extraño en ellas. No se dan cuenta de que unos hacen aparecer a los rusos como
débiles y los otros como bravucones. No
se dan cuenta de que en una guerra, en cualquier guerra, las bajas son
inevitables y que, en efecto, no gusta hablar de ellas más de lo necesario para
no desmoralizar a la tropa. Lo hacen los rusos, lo hacen los americanos, lo
hace cualquier ejército que se precie. En la guerra, cualquier guerra, lo
importante no son las víctimas – si no, no se haría la guerra- son las
victorias. Que lo sepa yo, que no he vivido ninguna guerra y que me gustaría,
francamente, morirme sin vivirla y no lo sepan los periodistas, me asombra.
Pero ustedes ya saben lo propensa que soy al asombro. Y tampoco se dan cuenta
las gente como Jorge, que si los rusos tienen doscientos cincuenta mil hombres
mientras los de la OTAN sólo tienen cuatro mil, eso no significa –al menos no
únicamente- que los rusos tenga muchos, demasiados, hombres, que los rusos
tengan muchos, demasiados, soldados, sino que los de la OTAN no tienen en
absoluto soldados. Y esto, a la hora de sopesar un posible enfrentamiento que “Nadie”
desea pero que “Todos” temen es sencillamente trágico. La OTAN, en estos
momentos, no tiene ni armas, ni soldados, ni una población dispuesta a perder
sus vacaciones por una contienda y eso, independientemente de que moralmente
considerado sea total y absolutamente loable, a efectos defensivos, tácticos y
estratégicos resulta realmente peligroso... para la OTAN, claro. Especialmente
para los aliados europeos que no sé cómo se las van a arreglar con una
población envejecida y una deuda de espanto. Los jóvenes belicosos se entrenan,
a falta de mejor lugar, en las calles y esos que han crecido sin que los Reyes
Magos se atrevieran a regalarles ni una pistola de agua por prohibición
paterna, o sea, prohibición social, por lo que de violencia representaban, se
inscriben en los clubs de caza o en los recónditos lugares que los proscritos
gustan de tener, para habituarse a las armas. O simplemente, a falta de
licencias y de munición, se arman con piedras y palos y linchan al primero que
pasa por la esquina.
Pero esto claro, son cosas que suelen pasar desapercibidas por la simple y
sencilla razón de que al principio suelen ser “cosas de jóvenes borrachos”. Y
no. No lo son. No es normal que un grupo de borrachos se lancen contra un joven
indefenso y lo maten a golpes. No es normal que un grupo de jóvenes se lancen
en plenas fiestas a violar en grupo a una mujer. No es normal que un grupo de
jóvenes se dedique a un juego llamado K.O, o algo por el estilo, que consiste
en pegar al primero que pase, sea quien sea el primero que pase: mujer, hombre,
niño, anciana. No es normal que un grupo de jóvenes se lancen a pegar a otro en
pleno día simplemente porque ese otro, teniendo la misma edad que ellos, es un
rostro conocido. Conocido gracias a la televisión, claro. No es normal que un
joven mate a sus compañeros de estudio, y luego sea otro, y luego otro, y luego
otro más y todavía se quiera pensar y hacer pensar que se trata de casos tan
lamentables como aislados. No es normal que las matanzas, la violencia, los
golpes, los conflictos cada vez más sangrientos, se sigan considerando casos
aislados, únicos e individuales. Mucho menos en una sociedad que cada vez se
caracteriza por ser menos aislada, menos única, menos individual. Los video
juegos han cobrado una vida propia dentro de la existencia vacía –vacía de
conocimiento, vacía de sueños, vacía de Fe,- de muchos jóvenes. Cuanto más
violento, cuanto más sangriento, mejor. Aunque se trate de una realidad
virtual, aunque se trate de una sangre ficticia, de un arma ficticia. Unan esto
a las redes sociales, al lenguaje, a las formas que allí se aprecian. Si, como
ya he apuntado en más de una ocasión, el diablo de Goethe le dijo a su Fausto
que donde no tuviera una idea, pusiera una palabra, ahora a mí no me queda más
remedio que constatar que donde no se tiene una palabra, se tiene un insulto,
una palabrota. ¿Qué otra cosa si no se podía esperar? La gente no lee y esto no
sólo significa que escriban con faltas de ortografía sino que además tampoco
tienen un vocabulario que poder utilizar adecuadamente. Por eso aprenden frases
hechas, frases slogan, de esas que se pueden intercambiar y ser utilizadas para
casi cualquier situación, o aprenden palabras rimbombantes que se convierten en
estribillos, en sentencias, en aquellas ocasiones en las que no hay nada que
decir pero tampoco se quiere permanecer callado. Pero cuando se enfrentan a
situaciones nuevas, situaciones en las que ni las frases hechas ni las “coletillas”
sirven de algo, entonces sólo les queda el insulto. El insulto es la violencia
más utilizada por Fuenteovejuna, hasta el punto de que son incapaces de creer
que hay personas que raramente, y sólo y únicamente en situaciones límite,
utilizan el insulto. El insulto es lo que pulula en las redes sociales sin que
ni siquiera los que insultan sean conscientes de que están insultando porque
piensan que lo que en realidad están haciendo es expresar su libre opinión. Y
lo peor: no mienten. Eso, el insulto,
es la única forma que, a falta de otro vocabulario, tienen para expresar lo que
piensan. La policía que investiga qué opiniones son insulto y cuáles no lo son,
lo va a tener difícil, la verdad. Lo va a tener difícil incluso cuando tales
opiniones incluyen amenazas de muerte, deseos de destrucción y similares. Lo va a tener difícil porque ese, mal que nos
pese, es el modo en el que se expresa la Fuenteovejuna de la Nueva Era, que no
es –pese a las profecías de mucho- una Era más elevada de la que lo fue la Era
anterior sino más bárbara todavía porque la Era anterior había conservado la
fuerza de la palabra en medio del caos en que se había sumido y esta, la Nueva
Era, se sumergirá en el mismo –o todavía peor- caos sin ni siquiera poder
aferrarse a la palabra. No tiene palabra porque no tiene lectura. No tiene
lectura porque no tiene pensamiento. No tiene pensamiento porque no tiene
palabra. Pero de este círculo ya he hablado y no tengo muchas ganas de volver a
hablar de él.
Después del insulto llegan las maneras agresivas, las maneras agresivas que
se hacen necesarias para imponerse en un mundo de insultos e insultantes que no
tienen otras palabras ni otros medios para expresarse. Y en medio de todo ello
el cinismo, las medias verdades, las medias mentiras, las difamaciones, los
dires y diretes, de todos esos que aún saben hablar, que aún tienen las
palabras. Pero la palabra ha dejado de ser un modo de comunicación para
convertirse, simplemente, en un medio de expresión individual, un medio de
imposición o justificación individual, no un modo de pensamiento ni de
razonamiento auténtico. Después de esto, cuando ni siquiera el cinismo puede
conseguir imponerse, no queda otra solución que recurrir a las maneras
agresivas para hacer prevalecer su derecho a la hora de ocupar una mesa en un
restaurante, o un determinado lugar en una fila, o un sitio para dejar la
toalla en la playa. Maneras agresivas para que el camarero no se vaya a pensar
que uno se deja tratar de cualquier manera, maneras agresivas para que el
cliente no crea que allí puede comportarse como en su casa. Después de las
maneras agresivas: el empujón, el botón roto de la camisa, el tirón de pelos.Y
de ahí se llega a pinchar la rueda del otro, a rayar el coche del otro, a dejar
la basura delante de su puerta. Todo esto ha pasado siempre, no lo dudo. El
problema es cuando incluso pasear por la calle sin conflicto se hace difícil
porque uno tiene que apartarse constantemente para dejar paso al que no cede ni
un milímetro de su camino. Uno termina hartándose. Y empiezan a sucederse las
escenas surrealistas entre dos viandantes que permanecen frente a frente
mirándose retadores a ver quién es el primero en ceder y cómo el que cede
insulta al otro que o bien, contento con su victoria sigue su paso en silencio
y deja gritar al insultante, o se detiene, porque no tiene otra cosa mejor que
hacer, y se lía con el otro.
De estas situaciones a pasar a coger el estoque, falta poco. Los jóvenes
son los que más insultan, los que más pegan, por la sencilla razón de que son,
todavía, los que menos dominan el arte del cinismo, de las medias palabras, de
las medias mentiras, de los dires y diretes. Los jóvenes que los dominan
introducen en sus círculos la violencia a su modo y manera.
La violencia callejera es lo que se impondrá poco a poco. La violencia en
grupo. La histeria en grupo. Licencia de armas o no licencia de armas influye a
nivel individual. Al grupo, no tanto. El grupo que no tiene licencia de armas,
las roba o las construye en el sótano de su casa, al tiempo que fabrica droga
cristal en sus cocinas para ganar un sueldo y planta marihuana en la maceta de
su balcón para consumo privado. Ese es el mundo que se acerca peligrosamente. Ese
es el estado de hecho en el que muchos ya viven.
Los rusos tienen doscientos
cincuenta mil soldados en la frontera.
La OTAN tiene a cuatro mil soldados en la
frontera y a los revolucionarios sin causa, dentro.
¿Todavía hay alguien que aún crea que el tema de la cultura, de las
Humanidades y de la Filosofía es cuestión baladí?
La bruja ciega.
La bruja ciega.
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