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Sunday, July 31, 2016

Un asunto personal

Me había propuesto escribir acerca de Kierkegaard e incluso había ya empezado, pero abandono la tarea. El vampiro acaba de entrar en la estancia. Hace unos minutos que aguarda paciente a que me detenga. Supongo que su visita significa que ha llegado la hora de hablar de mi amiga Carlota porque presiento que es de ella de quién quiere hablar. 

La energía tiene cortocircuitos. El espíritu dormía. Yo sabía que Carlota dormía pero no sabía por qué dormía. Verónica su hija pensaba que era depresión. ¡Depresión! ¡Qué extraña palabra para designar a lo que no es más que desesperación! Pero no. Carlota no estaba desesperada. Carlota dormía y ninguno de sus amigos podíamos explicarnos qué es lo que le sucedía. Así que aguardábamos a su despertar. Aguardábamos como aguarda la noche a la mañana, como espera Deméter a Perséfone: con el alma cubierta de nieve y oscuridad esperando a que aquélla que con tanto desconsuelo esperamos, regrese de nuevo a nosotros.


Y de repente... Es extraño que el vampiro se empeñe en que sea hoy, precisamente hoy que yo quería hablar de Kierkegaard, cuando explique los acontecimientos pasados y ya casi olvidados. Recuerdo ese día entre nieblas dispuestas a borrar cualquier vestigio. De repente Carlota se despierta a gritos, descompuesta, aúllando en medio de su sueño, como si estuviera sumergida en la pesadilla más terrible de cuántas se pueda uno imaginar y es llevada inmediatamente al hospital. Su marido que, como de costumbre, se encuentra de viaje, es inmediatamente informado, no sé por quién, la verdad; quizás por su hija Verónica o alguno de sus otros cuatro hijos. No sé. Y Carlos, nuestro misántropo Carlos, Carlos el médico, el dueño de una de esas clínicas privadas, se entera sin que nadie se lo comunique. Es el primero, no sé ni cómo, en enterarse y en volar a los Estados Unidos antes que cualquiera de nosotros. Vuela, maldiciendo seguramente al marido de Carlota que ha decidido llevársela a los Estados Unidos porque allí los negocios marchan viento en popa, maldiciendo al marido de Carlota, que nunca está cuando se le necesita porque su hobby, su amante, su Axioma Primero, es la actividad empresarial. Vuela temblando por la vida de nuestra amiga Carlota: la única que le mantiene unido al mundo de los mortales. Pero ¿por qué el vampiro quiere que cuente todo esto ahora, precisamente ahora? Ya les dije en otra ocasión que los vampiros no pueden ordenar nada a las brujas; las brujas “vemos” sus almas negras y sin fondo y sabemos cuán poca galantería se esconde detrás de su seducción; por eso que el vampiro es consciente igualmente de que resulta imposible engañarme entraña su deseo unas gotas de súplica y es justamente esta carencia de orgullo lo que me lleva a concedérselo. ¿Por qué ahora? Pero por más que indago no veo más que oscuridad y silencio.

Carlos, igual que su marido, llega poco antes de que introduzcan a Carlota en el quirófano. ¿Quién es aquí el tercero en discordia? ¿Quién es aquí el yo desesperado? Miro al vampiro. Contrario a su costumbre se mantiene en silencio. No hace falta que hable. Quizás ni siquiera hace falta decirlo. Dos hombres frente a frente. El marido a un lado, Carlos al otro. Padre de sus cinco hijos, el uno; guardián del Espíritu, el otro. Carlota luchando a muerte contra un basilisco que se la está comiendo viva, que la está devorando. Y en esos momentos, ni el Padre ni el Guardián sirven de mucho. En esos momentos es la Energía, la única que puede infundirle el aliento que el Espíritu necesita. Es Deméter la que lucha porque Perséfone le sea devuelta. Es la Energía la que combate con el Inframundo para que el Espíritu regrese. ¡Ah! Pero el Inframundo exige su parte. El Inframundo, dueño y padre del basilisco que devora al Espíritu, no quiere dejar partir al Espíritu. Ahora que el Inframundo ha compartido la vida con el Espíritu, no permite que el Espíritu le abandone. Y Carlota ha de pelear a vida y muerte. Y la vida triunfa pero dejándole una parte de vida, de su vida, a la muerte. El basilisco se ha ido llevándose una parte de Carlota. Y el vampiro está aquí, contemplándome en silencio. Él que no deja nunca de hablar, está a mi lado en silencio. Y no sé, por primera vez no acierto a distinguir, si está triste o furioso porque el Espíritu haya triunfado, aunque una parte de él le haya sido arrebatada. “Vampiro”, le digo, “Has de temerme sí. Has de temerme. Si piensas que voy a dejar al Espíritu sin resguardo, pensando que ya todo ha pasado, te equivocas. Si piensas que voy a dejar que el Espíritu siga dormido temiendo que suban desde el Inframundo nuevos basiliscos dispuestos a devorarlo, vuelves a fallar. Su marido es el Padre de sus hijos y Carlos es su guardián pero yo, yo querido vampiro, soy su Energía y para matarla a ella, antes tendréis que destruirme a mí y para cuando lo hayáis conseguido, el Espíritu habrá conseguido imponerse en este mundo, en el Inframundo y en el Supramundo.”

Pero el Vampiro continúa de pie en silencio. Su única intención es que termine de contar la historia de Carlota. ¿Qué historia? El Padre a un lado, el guardián al otro. El Padre tiene que atender a los preocupados retoños, tanto como a los preocupantes negocios. El guardián se queda a su lado día y noche sin que nadie se atreva a contrariarlo. El guardián permanece en silencio, como si de una sombra inmóvil se tratara, igual que calla el sombrío vampiro hoy a mi lado. Carlos y el vampiro... Nada en común y sin embargo, a veces, tan semejantes en su proceder.... ¿Qué querrá decirme hoy el vampiro que todavía no ha despegado sus labios; él, que nunca los cierra? Pero prosigo. El guardián observa cada uno de sus movimientos, cada uno de sus gestos. Y el Espíritu apenas es capaz de balbucir unas palabras para pronunciar mi nombre. Y a pesar de que me he quedado en Europa, Carlos se las ingenia para ponernos en contacto a través de una video conferencia. “Mi Carlota, mi querida Carlota. Ya todo ha terminado. Estás a salvo”. Y Carlota me contempla sin apenas verme, sin fuerzas. “Ven”, me dice. “Ya sabes que eso no es posible” – le digo. Y mis lágrimas empañan mis ojos. ¡Ah! Si a Deméter le hubiera sido dado el ir a buscar a su adorada Perséfone... Pero ella, como yo, hubo de aguardar a que le fuera devuelto el Espíritu. El Espíritu iluminó el Hades con su sueño y la Energía de Deméter quedó inservible, apagada. Deméter hubo de esperar, esperar el regreso de su Perséfone desde el Hades, igual que yo espero el regreso de mi preciosa amiga Carlota. Y es Carlos, Carlos el guardián, Carlos el misántropo, Carlos el Orfeo que ha ido a buscarla y ha estado velándola día y noche, sin permitir que ningún otro, ni siquiera sus hijos, se acercaran a ella pero que al final tendrá que resignarse a que le sea nuevamente arrebatada. “¿Qué derecho le respalda a quedarse a su lado?”, ha preguntado alguien. Y es entonces cuando han hecho acto de presencia, anunciándose con una sonrisa en el rostro y una tarjeta de abogados en la mano, Jorge y Paula que no han dudado en dejar sus retoños para ir a visitar a su amiga. Y el preguntón se ha ido con un cierto mohín en la boca. “¿Qué derecho les avala a todos ellos?” Nuestra amistad de décadas, nuestros sueños de juventud, nuestras aventuras de universidad, nuestras andanzas por Sevilla, nuestras conversaciones, nuestras discusiones... La unión que ni siquiera ha conseguido romper el transcurso de los años y el discurrir de cada una de nuestras vidas. El marido de Carlota nunca llegó a estar dentro, aunque hubiera podido estarlo. En aquél tiempo, el tranquilo Jorge que tranquilamente se ocupaba de las cosas importantes ya nos avisó de que en comparación con el novio de Carlota, él era un aficionado. La única pausa que el marido de Carlota ha hecho en sus negocios ha sido para enamorar a Carlota, casarse con ella y tener cinco preciosos hijos. “Los hay con suerte”, dicen algunos. Y todos callamos. Callamos porque sabemos de la soledad silenciosa de nuestra amiga, de su paciente espera, cual Penélope ocupada en la educación de Telémaco y cuatro más. Callamos porque él tiene la suerte de tener a Carlota pero nosotros de disfrutarla. Y he aquí que Carlota, Carlota, ha despertado. El Espíritu ha despertado.

Y es entonces cuando el vampiro con los ojos inflamados en fuego me pregunta.

“¿Y qué sabes del basilisco vieja bruja ciega?”

“El basilisco ha muerto”, le digo tranquila.

“¿Muerto? ¿Muerto dices?” Y ahora el vampiro parece que ríe. “!Qué poco conoces al Inframundo, vieja bruja ciega! La vida y la muerte que tú tan neciamente separas están unidas inseparablemente como si de dos gemelos se tratara. El basilisco, bruja ciega, no ha muerto. El basilisco, espera durmiendo. Cuando despierte, tu amiga volverá a dormir. El Espíritu, vieja bruja, es arriba como abajo; por eso el Inframundo ha de ceder mal que le pese a Perséfone a Deméter y Deméter ha de conceder, aunque le duela, a Perséfone al Hades.”

El vampiro desaparece.

Y yo estoy tan cansada, tan terriblemente cansada, que no puedo pensar en otra cosa que en irme a dormir. La energía sufre en este momento grandes cortocircuitos.

Ustedes seguramente estarían esperando a que hoy les hablara de la desesperación...


La bruja ciega

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