Me había propuesto escribir acerca de Kierkegaard e incluso había ya empezado, pero abandono la tarea. El vampiro acaba de entrar en la estancia. Hace unos
minutos que aguarda paciente a que me detenga. Supongo que su visita significa que ha llegado la
hora de hablar de mi amiga Carlota porque presiento que es de ella de quién
quiere hablar.
La energía tiene cortocircuitos. El espíritu dormía. Yo sabía que Carlota dormía pero no sabía por qué dormía. Verónica su hija pensaba que era depresión. ¡Depresión! ¡Qué extraña palabra para designar a lo que no es más que desesperación! Pero no. Carlota no estaba desesperada. Carlota dormía y ninguno de sus amigos podíamos explicarnos qué es lo que le sucedía. Así que aguardábamos a su despertar. Aguardábamos como aguarda la noche a la mañana, como espera Deméter a Perséfone: con el alma cubierta de nieve y oscuridad esperando a que aquélla que con tanto desconsuelo esperamos, regrese de nuevo a nosotros.
La energía tiene cortocircuitos. El espíritu dormía. Yo sabía que Carlota dormía pero no sabía por qué dormía. Verónica su hija pensaba que era depresión. ¡Depresión! ¡Qué extraña palabra para designar a lo que no es más que desesperación! Pero no. Carlota no estaba desesperada. Carlota dormía y ninguno de sus amigos podíamos explicarnos qué es lo que le sucedía. Así que aguardábamos a su despertar. Aguardábamos como aguarda la noche a la mañana, como espera Deméter a Perséfone: con el alma cubierta de nieve y oscuridad esperando a que aquélla que con tanto desconsuelo esperamos, regrese de nuevo a nosotros.
Y de repente... Es extraño que el vampiro se empeñe en que sea hoy,
precisamente hoy que yo quería hablar de Kierkegaard, cuando explique los acontecimientos pasados y ya casi olvidados. Recuerdo ese día entre nieblas dispuestas a borrar cualquier vestigio. De repente Carlota se despierta a gritos, descompuesta, aúllando en medio
de su sueño, como si estuviera sumergida en la pesadilla más terrible de
cuántas se pueda uno imaginar y es llevada inmediatamente al hospital. Su
marido que, como de costumbre, se encuentra de viaje, es inmediatamente
informado, no sé por quién, la verdad; quizás por su hija Verónica o alguno de
sus otros cuatro hijos. No sé. Y Carlos, nuestro misántropo Carlos, Carlos el
médico, el dueño de una de esas clínicas privadas, se entera sin que nadie se
lo comunique. Es el primero, no sé ni cómo, en enterarse y en volar a los
Estados Unidos antes que cualquiera de nosotros. Vuela, maldiciendo seguramente
al marido de Carlota que ha decidido llevársela a los Estados Unidos porque allí los
negocios marchan viento en popa, maldiciendo al marido de Carlota, que nunca está cuando
se le necesita porque su hobby, su amante, su Axioma Primero, es la actividad
empresarial. Vuela temblando por la vida de nuestra amiga Carlota: la única que le mantiene unido al mundo de los mortales. Pero ¿por qué el vampiro quiere que cuente todo esto ahora, precisamente ahora? Ya les dije en otra ocasión que los
vampiros no pueden ordenar nada a las brujas; las brujas “vemos” sus almas
negras y sin fondo y sabemos cuán poca galantería se esconde detrás de su
seducción; por eso que el vampiro es consciente igualmente de que resulta imposible
engañarme entraña su deseo unas gotas de súplica y es justamente esta carencia
de orgullo lo que me lleva a concedérselo. ¿Por qué ahora? Pero por más que
indago no veo más que oscuridad y silencio.
Carlos, igual que su marido, llega poco antes de que introduzcan a Carlota
en el quirófano. ¿Quién es aquí el tercero en discordia? ¿Quién es aquí el yo
desesperado? Miro al vampiro. Contrario a su costumbre se mantiene en silencio.
No hace falta que hable. Quizás ni siquiera hace falta decirlo. Dos hombres
frente a frente. El marido a un lado, Carlos al otro. Padre de sus cinco hijos,
el uno; guardián del Espíritu, el otro. Carlota luchando a muerte contra un
basilisco que se la está comiendo viva, que la está devorando. Y en esos
momentos, ni el Padre ni el Guardián sirven de mucho. En esos momentos es la
Energía, la única que puede infundirle el aliento que el Espíritu necesita. Es
Deméter la que lucha porque Perséfone le sea devuelta. Es la Energía la que
combate con el Inframundo para que el Espíritu regrese. ¡Ah! Pero el Inframundo
exige su parte. El Inframundo, dueño y padre del basilisco que devora al
Espíritu, no quiere dejar partir al Espíritu. Ahora que el Inframundo ha
compartido la vida con el Espíritu, no permite que el Espíritu le abandone. Y
Carlota ha de pelear a vida y muerte. Y la vida triunfa pero dejándole una
parte de vida, de su vida, a la muerte. El basilisco se ha ido llevándose una
parte de Carlota. Y el vampiro está aquí, contemplándome en silencio. Él que no
deja nunca de hablar, está a mi lado en silencio. Y no sé, por primera vez no acierto
a distinguir, si está triste o furioso porque el Espíritu haya triunfado,
aunque una parte de él le haya sido arrebatada. “Vampiro”, le digo, “Has de
temerme sí. Has de temerme. Si piensas que voy a dejar al Espíritu sin
resguardo, pensando que ya todo ha pasado, te equivocas. Si piensas que voy a
dejar que el Espíritu siga dormido temiendo que suban desde el Inframundo
nuevos basiliscos dispuestos a devorarlo, vuelves a fallar. Su marido es el
Padre de sus hijos y Carlos es su guardián pero yo, yo querido vampiro, soy su Energía y para matarla a ella, antes tendréis que destruirme a mí
y para cuando lo hayáis conseguido, el Espíritu habrá conseguido imponerse en
este mundo, en el Inframundo y en el Supramundo.”
Pero el Vampiro continúa de pie en silencio. Su única intención es que
termine de contar la historia de Carlota. ¿Qué historia? El Padre a un lado, el
guardián al otro. El Padre tiene que atender a los preocupados retoños, tanto
como a los preocupantes negocios. El guardián se queda a su lado día y noche
sin que nadie se atreva a contrariarlo. El guardián permanece en silencio, como
si de una sombra inmóvil se tratara, igual que calla el sombrío vampiro hoy a
mi lado. Carlos y el vampiro... Nada en común y sin embargo, a veces, tan
semejantes en su proceder.... ¿Qué querrá decirme hoy el vampiro que todavía no
ha despegado sus labios; él, que nunca los cierra? Pero prosigo. El guardián observa
cada uno de sus movimientos, cada uno de sus gestos. Y el Espíritu apenas es
capaz de balbucir unas palabras para pronunciar mi nombre. Y a pesar de que me
he quedado en Europa, Carlos se las ingenia para ponernos en contacto a través
de una video conferencia. “Mi Carlota, mi querida Carlota. Ya todo ha
terminado. Estás a salvo”. Y Carlota me contempla sin apenas verme, sin
fuerzas. “Ven”, me dice. “Ya sabes que eso no es posible” – le digo. Y mis
lágrimas empañan mis ojos. ¡Ah! Si a Deméter le hubiera sido dado el ir a
buscar a su adorada Perséfone... Pero ella, como yo, hubo de aguardar a que le
fuera devuelto el Espíritu. El Espíritu iluminó el Hades con su sueño y la
Energía de Deméter quedó inservible, apagada. Deméter hubo de esperar, esperar
el regreso de su Perséfone desde el Hades, igual que yo espero el regreso de mi
preciosa amiga Carlota. Y es Carlos, Carlos el guardián, Carlos el misántropo,
Carlos el Orfeo que ha ido a buscarla y ha estado velándola día y noche, sin
permitir que ningún otro, ni siquiera sus hijos, se acercaran a ella pero que
al final tendrá que resignarse a que le sea nuevamente arrebatada. “¿Qué derecho
le respalda a quedarse a su lado?”, ha preguntado alguien. Y es entonces cuando
han hecho acto de presencia, anunciándose con una sonrisa en el rostro y una
tarjeta de abogados en la mano, Jorge y Paula que no han dudado en dejar sus
retoños para ir a visitar a su amiga. Y el preguntón se ha ido con un cierto
mohín en la boca. “¿Qué derecho les avala a todos ellos?” Nuestra amistad de décadas,
nuestros sueños de juventud, nuestras aventuras de universidad, nuestras
andanzas por Sevilla, nuestras conversaciones, nuestras discusiones... La unión
que ni siquiera ha conseguido romper el transcurso de los años y el discurrir
de cada una de nuestras vidas. El marido de Carlota nunca llegó a estar dentro,
aunque hubiera podido estarlo. En aquél tiempo, el tranquilo Jorge que tranquilamente
se ocupaba de las cosas importantes ya nos avisó de que en comparación con el
novio de Carlota, él era un aficionado. La única pausa que el marido de Carlota
ha hecho en sus negocios ha sido para enamorar a Carlota, casarse con ella y
tener cinco preciosos hijos. “Los hay con suerte”, dicen algunos. Y todos
callamos. Callamos porque sabemos de la soledad silenciosa de nuestra amiga, de
su paciente espera, cual Penélope ocupada en la educación de Telémaco y cuatro
más. Callamos porque él tiene la suerte de tener a Carlota pero nosotros de
disfrutarla. Y he aquí que Carlota, Carlota, ha despertado. El Espíritu ha
despertado.
Y es entonces cuando el vampiro con los ojos inflamados en fuego me
pregunta.
“¿Y qué sabes del basilisco vieja bruja ciega?”
“El basilisco ha muerto”, le digo tranquila.
“¿Muerto? ¿Muerto dices?” Y ahora el vampiro parece que ríe. “!Qué poco
conoces al Inframundo, vieja bruja ciega! La vida y la muerte que tú tan
neciamente separas están unidas inseparablemente como si de dos gemelos se
tratara. El basilisco, bruja ciega, no ha muerto. El basilisco, espera
durmiendo. Cuando despierte, tu amiga volverá a dormir.
El Espíritu, vieja bruja, es arriba como abajo; por eso el Inframundo ha de
ceder mal que le pese a Perséfone a Deméter y Deméter ha de conceder, aunque le
duela, a Perséfone al Hades.”
El vampiro desaparece.
Y yo estoy tan cansada, tan terriblemente cansada, que no puedo pensar en
otra cosa que en irme a dormir. La energía sufre en este momento grandes
cortocircuitos.
Ustedes seguramente estarían esperando a que hoy les hablara de la
desesperación...
La bruja ciega
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