A veces uno se cansa de escribir. Se cansa porque tiene la impresión de que
diga lo que diga nada va a cambiar. Ni él mismo. Ese fue el tema que nos
mantuvo ocupados ayer a Carlota, a Jorge y a mí: el de por qué se escribe.
Carlota ama sus diarios tanto como Jorge sus escritos jurídicos; en la una es
necesidad sentimental, en el otro es devoción cívica y espiritual a los asuntos
importantes. En cuanto a mí...creo que hay dos tipos de personas que escriben
de los asuntos mundanos, que es al fin y al cabo de lo que yo escribo: aquellos
para los que componer una frase medianamente inteligible para la audiencia les
resulta una tarea sumamente embarazosa porque sencillamente no se les ocurre
nada que decir y no se les ocurre nada porque la presión que sienten al estar
obligados a decir algo interesante y genial les bloquea no sólo el pensamiento
sino incluso la dicción y no aciertan más que a proferir un “eh...”, “uh...”
para desconcierto de sus oyentes. Ese tipo de escritores necesitan del silencio
de la estancia y del transcurso del tiempo en soledad para expresar con
claridad y nitidez sus ideas. Sin embargo hay otra clase completamente distinta
de la anterior. Esa a la que yo pertenezco. Nosotros hablamos tanto como
escribimos por la sencilla razón de que hablar y pensar constituyen la misma
actividad: hablamos mientras pensamos, pensamos mientras hablamos. Pueden
ustedes imaginar que encontrar personas dispuestas a atender nuestros argumentos
desde el principio hasta el final, incluyendo paréntesis, ejemplos y diversificaciones
varias, es prácticamente imposible; ello exige una paciencia notoria, amén de
mucho tiempo libre. Así que no nos queda más remedio que escribir a la velocidad
del pensamiento si queremos seguir “vivos”. Tal vez esta fue la razón por la
que Carlota me obligó a prometerle que escribiría trescientos sesenta y cinco
artículos: para impedir que yo muriese de un empacho de ideas sin tener que
soportar ella mis interminables consideraciones...
A la primera clase de autores pertenece Houellebecq; a la segunda, Oscar
Wilde.
Pero en realidad no es de esto de lo que yo quería hablar. En lo que he
estado pensando desde ayer es en la cantidad de razonamientos y argumentos
ilógicos que se publican sin considerarlas contradicciones; más bien todo lo
contrario: considerándolas razonables y dignas de consideración.
Uno de ellas, por ejemplo, tiene que ver con la señora de sesenta y cuatro
años a la que su familia, - es decir, sus hermanos y hermanas, - le quieren
quitar – nuevamente- la custodia de sus hijas recién nacidas con la afirmación
de que no está en condiciones de ser una buena madre. Y yo me pregunto, sólo me
pregunto: no está en condiciones de ser una buena madre ¿pero estaba en
situación de ser una buena hija y de ocuparse de su propia madre enferma y
vieja? ¿No es más difícil ocuparse de una persona mayor que de un bebé, sobre
todo teniendo en cuenta que la persona mayor pesa más, sus defecaciones huelen
peor y cada vez tiene más achaques mientras que el bebé coge fuerza constantemente?
Se ha pasado de repetir hasta la saciedad que los niños lo aguantan todo:
divorcios de los padres, mudanzas, cambios de ciudad... a sentenciar que no
soportan ni siquiera ir sucios cuando vienen del parque o cuando acaban de
jugar con la tierra del jardín. Que le pregunten a Tom Sawyer si le importaba
mucho o poco ir sucio. Pero claro esos eran otros tiempos... En fin, la señora –dicen
los buenos hermanos de la señora- no está en situación de ocuparse de sus
propios hijos pero curiosamente sí podía atender a su propia madre. ¿Alguien
puede explicarme cómo es esto posible? Si está mal de la cabeza ahora, también
lo estaría entonces. Vamos, digo yo.
Todavía estoy esperando a que algún periódico se haga esta pregunta.
Hay más asuntos sin lógica. Detienen al yerno de una mujer asesinada. De
repente y por obra de gracia y de los medios de comunicación, la mujer fuerte y
dura dueña de una empresa, que quiere ceder todo el poder a su único hijo, se
convierte en una dulce y tierna abuelita vilipendiada por los sms de sus
nietos. ¿Quiere alguien decirme qué tiene que ver en este asunto la relación
sentimental entre abuela y nietos? Esos nietos, se dice, habían crecido en el
odio hacia su abuela. Y digo yo: no habría tanto odio cuando estaban todos
juntos en whatsapp. Cosa que, francamente, a mí –y digan lo que digan los
sacrosantos medios de comunicación – sí me parece digna de elogio porque es
bien sabido que hoy en día los padres tienen grandes y enormes problemas a la
hora de comunicarse con sus hijos. O bien tienen el móvil desconectado, o no
tienen batería, o se lo han dejado olvidado Dios sabe dónde... y cuando llegan
a casa entre el ordenador, la televisión y la videoconsola, el diálogo se
limita a un par de frases sueltas. Con un panorama como éste que los nietos
mantengan las relaciones que los sacrosantos medios exigen que se mantengan con
los abuelos, me parece un milagro mayor que los de Lourdes y Fátima.
Pero es que aún hay más. El yerno, el presunto asesino de su suegra, en
pleno funeral se dedica a criticarla. A decir que había perdido el juicio y qué
se yo qué más. ¿Y esto es prueba evidente de que es un asesino? ¿Un indicio? Si
acaso un indicio de la necedad del yerno, pero no de su naturaleza criminal.
Vamos, vamos. Un hombre que mata a otro no se dedica a criticarlo en pleno
entierro. Más bien al contrario: es el que más llora. Yo conozco a madres que
en privado abofetean psicológicamente a sus hijas y en público no paran de
repetir aquello de “mi niña, mi niña, cuánto te necesitamos todos”. Y díganme ¿cómo
demuestra la hija el acoso del que está siendo víctima? A los primeros a los
que recurre es a los familiares más próximos y estos o bien le contestan que
algo habrá hecho mal, o le aconsejan caridad y comprensión o bien le dicen que
ellos no conocen esa faceta de la acosadora, que son cosas que han pasado hace
muchos tiempo o que el conocimiento está sobrevalorado. En cualquier caso,
suerte tendrá si no le llegan con aquello de “son imaginaciones tuyas”. Quiero
decir con esto que el verdadero criminal no sólo no acepta su culpa sino que
mucho menos critica al muerto que acaba de asesinar.
Pero esta pregunta tampoco la veo expuesta en ningún lado.
El tercer tema carente de lógica es esa identificación de la espiritualidad
con la comida. De repente ser vegano o ser vegetariano no tiene únicamente que
ver con la salud corporal sino que es un modo de conexión metafísica con el
universo. Y sí, ya sé que “mens sana in corpore sano”, pero en esa frase lo
importante no es tanto el cuerpo sino la mente. La mente puede ser vigorosa
cuando el cuerpo lo es; el cuidado del cuerpo está pues justificado en tanto
que ello permite intensificar la fuerza de la mente. El problema hoy en día es
que se está dando una relevancia exagerada al cuerpo, hasta el punto de que es
imposible cultivar las facultades del alma. Las atenciones que se dedican al
cuerpo –tanto en su dimensión exterior como orgánica- ocupan las veinticuatro
horas del día, de modo y manera que apenas queda tiempo para cualquier asunto
relacionado con la espiritualidad. Esta, hoy en día, se encuentra
indefectiblemente unida al cuerpo de modo que podemos hablar de una
espiritualidad material. La espiritualidad se centra en la comida y en el yoga.
La meditación, vuelvo a repetir, para unos es sinónimo de descanso, para otros
elucubración, y para otros maquinación. La reflexión es reflexión sobre la
situación del individuo en relación a los aspectos mundanos que le rodean, no
respecto a Dios, el Universo y él; sobre todo porque cuando en alguna ocasión
lo intenta, observa con espanto que no sabe de Dios más que las tres ideas
infantiles que aprendió de niño y en lo que al Universo se refiere, ha
aprendido más por los videos pseudo-científicos de youtube que por él mismo. En
vez de leer a Pico della Mirandola, Ficino y Giordano Bruno, por poner un
ejemplo, se dedican a visionar teorías rocambolescas y esperpénticas acomodadas
a los gustos de la nueva incultura que cree poder hablar de todo sin saber de
nada o peor aun: esos que sabiendo lo mucho que saben, se dedican a hablar de tonterías
para sanear sus cuentas bancarias.
En fin...
Ayer conversé tanto con mis amigos, que hoy no me quedan muchos asuntos
sobre los que pensar-hablar.
Es Domingo y está nublado.
Un perfecto día para caminar un par de horas.
Seguramente ustedes esperaban algo del caso Noos, de las tarjetas Black y
todos esos asuntos.
Ni lo sueñen.
En primer lugar no soy jurista; en segundo lugar no conozco los hechos ni
he leido el sumario; en tercer lugar comprendo perfectamente que la infanta
Cristina no tuviera ni idea de los asuntos empresariales a pesar de que firmara
dónde le dijeran que firmara. Lo comprendo porque conozco el caso de Carlota y
de su marido. En cuarto lugar, no dudo que uno utilizara de su nombre y
apellido pero tampoco dudo de que el mundo empresarial, sea el de los negocios
o el de la moda, es una red de relaciones. Y en quinto lugar, a la vista de
cómo está el panorama en la sociedad española me parece injusto que
Fuenteovejuna arremeta contra unos en vez de entonar el mea culpa por su eterna
letanía “si no lo haces tú, otro lo hará”. Fuenteovejuna somos todos a las
duras y a las maduras, pero no para las maduras sí y para las duras, no.
Y por último, estoy cansada, literalmente cansada, de que en España se haya
abolido a Dios como supremo Guía y Juez para darle el supremo mando a la
Justicia de los Tribunales. Hace un par de días leí como un articulista se
preguntaba cómo era posible que nadie hubiera acudido a los tribunales penales
por el modo en que se calificaba a los niños pequeños cuando los adultos se
dirigían a ellos: monstruos, enanos, renacuajos... y se preguntaba cuánto
tiempo se tardaría en hacerlo. El articulista pretendía ser gracioso. A mí el
corazón me dio un vuelco. ¿A la justicia hay que acudir? ¿También en este caso?
¿No sería mucho más sensato que la sociedad comprendiera que tales
calificativos atentan contra la integridad de la persona, que no son “cosas que
se dicen”, como muchos justifican el tema, que no son “bromas”, como aseguran
otros, sino que son realmente insultos? ¿No sería mucho más adecuado que fuera
la propia sociedad la que tomara conciencia de la importancia que tiene educar
a los niños en las formas y en el respeto, en vez de en la violencia aunque sea
oral? Pero el problema es que las formas y el respeto en España son vistas como
muestras de la dinámica: poder-sumisión. Los adultos no tienen obligación de
ser respetuosos ni con los infantes ni con los adultos inferiores a ellos –o que
ellos consideran inferiores a ellos. Los infantitos y los inferiores han de
mostrar sumisión y respeto a los adultos y a los superiores.
Hace poco también leí que un juez se preguntaba cómo era posible educar a
un niño sin un cachete. Por esa regla de tres, me dije, habría que preguntar
entonces cómo es posible educar a una madre sin darle un cachete. Soy
consciente de que esta pregunta causará grandes escándalos y revueltas. Pero
díganme ¿a dónde creen ustedes si no que conducen argumentos y razonamientos
como el del juez llevados hasta sus últimas consecuencias lógicas?
Me voy a pasear.
Un día nublado es para una bruja ciega un precioso día de sol.
Ah... Estas contradicciones de la lógica.
La bruja ciega.
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