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Friday, February 3, 2017

Un descenso a los subterráneos

Hoy es uno de esos días en los que en realidad no se sienten muchas ganas de escribir. Entre otras cosas porque uno sabe, realmente sabe, que no tiene nada importante que decir. “Nada importante que decir” significa “ningún mensaje trascendente”, o para ser más exactos: “ningún mensaje que le trascienda a él”.

No. Mi intención no es hoy reflexionar sobre el mundo. El mundo tal y como está organizado en estos momentos no admite reflexión. Ni siquiera responsabilidad. Ustedes, claro, no comprenden por qué escribo “reflexión”, justo al lado de “responsabilidad” y entre medio ese “ni siquiera”. Ese “ni siquiera” expone que la responsabilidad es anterior a la reflexión. La responsabilidad es siempre anterior al acto mismo del pensar sobre algo. El acto de pensar ya impone una responsabilidad previa. La responsabilidad es lo primero y lo primario. Esto que seguramente ustedes ya sabían, ha sido el descubrimiento de la semana. Uno de esos descubrimientos que cambia la vida, no la trascendente sino la más inherente a uno mismo. Fue mientras leía “El resto indivisible” de Slavoj Zizek. (Traducción de Ana bello, con corrección de Gimena Riveros. Ediciones Godot Argentina, 2013) Allí Slavoj cita un pasaje de Schelling. “Cuán a menudo sucede que un hombre ya desde la infancia, es decir, a una edad en la que considerándolo empíricamente no le suponemos apenas libertad ni reflexión, muestra una tendencia al mal de la que se puede prever que no cederá ante ninguna educación ni enseñanza, y que, por consiguiente, hará madurar los malos frutos que ya se habían previsto en el germen! Y sin embargo, nadie duda de la responsabilidad propia de él, sino que todos están convencidos de la culpa de esta persona, como sólo lo podrían estar si hubiera sido dueña de todos y cada uno de sus actos singulares.”

Slavoj explica que Schelling “siguiendo los pasos de Kant, explica la paradoja de la libertad apelando a un acto de postulación de sí, nouménico y extratemporal, mediante el cual un hombre se crea a sí mismo, elige su carácter eterno.”

Lo que Slavoj Zizek omite, seguramente para no salirse del tema que le interesa - la interpretación de la obra de Schelling -, es que justamente esto  - el que nadie dude de la responsabilidad de esa persona, de que todos estén convencidos de su culpa como si hubiera sido plenamente consciente de sus actos singulares - es justamente lo que la psicología freudiana, la psicología social y todas las psicologías de ese estilo, le han arrebatado al individuo moderno. Ellas son las que lo han desposeído de su responsabilidad, las que le han despojado de su culpa y por tanto le han negado la posibilidad de elegir su carácter eterno. La única tarea que le han dejado, la única responsabilidad, por así decirlo, es, si acaso, la de buscar al responsable de su miseria. Díganme ¿no es terrible? Junto a esos que rechazan toda culpa, porque se niegan a aceptar cualquier responsabilidad que no sea la de encontrar al responsable de sus contradicciones, errores y pecados, encontramos a esos que aceptan cualquier culpa precisamente porque son conscientes de que la culpa les restablece esa responsabilidad originaria que los tiempos modernos le han robado; es decir, lo que buscan a través de la culpa es poder nuevamente elegir su carácter eterno..

Interesante. Interesante porque no he terminado de comprender si Zizek soporta o no a Freud. Lo que parece seguro es que Schelling no lo hubiera soportado porque Schelling no se hubiera en absoluto avenido a bajar al sótano oscuro; y ya somos tres: él, Guenon y yo. Y curiosamente por los mismos motivos: porque bajar al infierno no es tarea ni fácil, ni aconsejable ni útil. El descenso de Dante a los infiernos es quizás la excepción que confirma la regla, pero incluso en ese caso es necesario observar que el guía del infierno no le acompaña a las esferas más elevadas y que además hay alguien que le espera en las alturas celestiales. Dante no es un Orfeo. Y si Orfeo se queda sin su Eurídice ello se debe a que ha mirado hacia atrás. Ese mirar hacia atrás nunca trae buenas consecuencias. A Orfeo desde luego sólo consiguió causarle un terrible disgusto. A la mujer de Lot, ni les cuento. Ese descenso a las capas más profundas es simplemente un modo de distraer al individuo de su responsabilidad de dirigirse a las más altas, una manera de impedir que el individuo pueda aceptar lo que es –da igual por qué- y luchar contra sí mismo por sí mismo. En conclusión: con filosofías de este tipo lo que se consigue es que el individuo sienta lástima de sí mismo, resentimiento contra los que le impiden ser “él mismo” y le “han impedido” ser el que podría haber sido. En una situación así, de eso estoy segura, difícilmente se encuentran fuerzas para ascender en el propio desarrollo personal. Sobre todo tratándose de causas tan generales e impersonales como los traumas de la infancia (e incluso prenatales), las circunstancias medio-ambientales, y no sé cuántas cosas más. Las consecuencias no se hacen esperar: en las novelas pre-freudianas el héroe o la heroína de turno consiguen gracias a su esfuerzo personal, al ejercicio de la virtud, a la fe inquebrantable en la moral y en Dios, salir adelante. A partir del nacimiento de todas estas psicologías sociales y del trauma, el individuo es un ser encarcelado entre unas rejas de las que por muy consciente que sea a duras penas puede liberarse.

Interesante porque Zizek ve en la psicología freudiana -y si no lo ve, lo disimula bastante bien - lo mismo que yo: un instrumento de poder. De repente los moralmente débiles encuentran una excusa para seguir siendo débiles, para explicar y disculpar la situación a la que su debilidad le ha llevado y que es a todas luces injusta puesto que no ellos sino algo o alguien externo a él la ha creado. A partir de ese momento, se despoja a los hombres de mérito de su mérito y se les devuelve sólo y sólo si, sirven incondicionalemente a esos débiles morales.

Sí. No crean. No sólo sucede a nivel social. También en el terreno familiar: una hija llega más alto que su abnegada madre, y ésta lamenta no haber podido estudiar en su tiempo. Lo terrible aquí no es la imposibilidad de la madre de haber estudiado sino la culpabilización a la hija por haber hecho lo que ella misma no pudo hacer. O si una hermana consigue un mejor puesto de trabajo, o, o, o...  Y cito a mujeres porque son ellas las que educan a las familias. Ellas las que cuando se dirigen a un hijo lo hacen calificándolo de “pobre crio” y a la hija “de mala bruja”. A ese “pobre crio” esas santas madres lo acaban de despojar de su responsabilidad más profunda. Y no será muy extraño que ese “pobre crio” sea un “pobre hombre resentido y frustrado” que lo único que habrá aprendido habrá sido a explotar el sentimiento de culpabilidad de sus congéneres hacia él, claro. Y es muy posible que esa “mala bruja” desarrolle un sentido de culpabilidad que no la abandone nunca y que lo más que pueda hacer, una vez que ha tomado conciencia de este problema, - conciencia de lo real, no conciencia de su inconsciente, que eso se lo ha dejado a Dios – es o aceptar la autoinmolación, o ponerse una funda hasta donde alcance la funda y una vez que ésta se haya gastado, darse a la fuga.

No cabe duda: la popularización de la psicología no ha traido más que caos y quebraderos de cabeza. Muchos pensaban que con decir “pobre, pobre” el “pobre” en cuestión sanaría de su falta de fuerza moral. No ha sido así: ni en las familias ni en la sociedad y el resultado ha sido un considerable aumento de frustrados, resentidos y violencia callejera al estilo de “tu cara no me gusta” o sea: “porque me lo pide el cuerpo”, donde “cuerpo” es sinónimo de trauma inconsciente o marginalización social. En un mundo así, Oliver Twist está muerto y enterrado.

A la vista de todo ello, la psicologia popularizada publica nuevos libros. ¿Cuál es el mensaje? El mensaje es que la familia es una jerarquía y que en casa mandan los padres.

Y yo, claro, me descompongo y pienso que en efecto Franco sólo podía morir donde murió: en la cama y que Franco ha muerto pero el fascismo franquista, también llamado democracia orgánica, no.

“Mandar” , “Jerarquía”: eso es lo único que se le ocurre a la nueva psicología popularizada.

¡Y venderán libros! ¡Los venderán! No se pueden ustedes ni imaginar cuántos les dan la razón y afirman lo necesario que es introducer nuevamente el orden, la moral... Y como ejemplo ponen, no podía ser de otro modo, la generosidad, por ser éste el valor que mejor suena, y con el que creen que todos estarán de acuerdo. Todos excepto una bruja ciega como yo, claro.

 ¡La generosidad! ¿De verdad piensan que de todos los valores es éste realmente: el de la generosidad el más importante, el que primero hay que inculcar?¿De verdad piensan que éste, precisamente éste valor, carece de complicaciones?¿Sinceramente lo creen?

¡A mí me da un ataque! Pero no un ataque trascendental sino un ataque aquí y ahora. Uno de esos ataques gascones mosqueteros.

¡Generosidad!

Bien. En primer lugar, la psicología popularizada debería saber que la generosidad es de todos los valores, uno de los más complicados que existen a la hora de ser practicados y desde luego no es uno de los primeros que debería ser enseñado a los niños. ¿Por qué? Porque entre generosidad, tacañería y prodigalidad, hay un buen trecho. Y para que este “buen trecho” sea caminado adecuadamente el niño ha de saber primeramente el valor de las cosas con las que ser generoso. Uno puede dar un poco de su pan pero ¿cuánto y a cuántos? Imaginen: un chico tiene un bocadillo de chocolate; llega uno y otro y otro y otro. Al final del recreo todos han probado de su bocadillo; todos menos él. ¿Puede llamarse esto generoso? Vayamos un poco más lejos: el padre de ese niño ha trabajado sin descanso para procurarle ese bocadillo. ¿Cómo creen ustedes que se siente cuándo su hijo alborozado le cuenta que ha sido tan generoso que ha dado todo su bocadillo?

Pero es que encima últimamente el calificativo de “generosidad” no alude sólo a lo material sino también a lo espiritual: cuando se refiere a la entrega del “perdón”. Ser “generoso” en este caso implica otorgar la indulgencia, conceder la absolución a aquél que nos ha ofendido y además sin contrapartida. Con lo cual los débiles morales abandonan los traumas para pedir, que más que pedir es un exigir, el perdón acompañado generalmente de un “cuánto te quiero”, que es justamente donde se asienta la exigencia de obtener el perdón incondicional, sin ánimo de contricción y a olvidar el tema.

Díganme: ¿Esta es la generosidad que han de aprender los niños? Aprender eso resulta más difícil que la física cuántica gravitatoria. No dudo de la inteligencia de los infantitos. Sólo constato la complejidad del asunto.

La nueva psicología popularizada introduce una nueva forma de educación basada en jerarquías, en mandar, en enseñar valores como la generosidad. Y afirma y sentencia que todo esto ayuda a que los niños sean autónomos. Eso si, asegura esta nueva psicología popularizada, hay que repetir a los niños cuánto se les quiere.

Franco murió en la cama por alguna razón distinta a la de la dura represión. Lo he sospechado siempre; ahora cada día lo veo más claro.

Todavía no he leido que esa nueva psicología popularizada escriba “respeto mutuo entre padres e hijos”; todavía no he leído la importancia de construir, edificar y fortalecer el valor de la responsabilidad antes de pensar, antes de decidir, antes de todo.

¡¿Quieren ustedes decirme que en una atmósfera así es posible pensar, reflexionar, desarrollarse y ser?!

La nueva psicología popularizada es una nueva forma de poder.

Dejemos el tema.

Después de todo yo sólo soy una simple bruja ciega.

La bruja ciega.

Notas:

1) En realidad no quería escribir sobre esto. Debe haber sido el inconsciente.

2) Si les interesa Schelling, les recomiendo el libro de Zizek. Independientemente de que estén a favor o en desacuerdo con él, es un libro que abre al pensamiento y a la reflexión.

3) No sé si tienen hijos. Pero caso de que los tengan les pido, porque no soy nadie para decirles a ustedes qué es lo que ustedes tienen qué hacer,  que no los eduquen desde el mando ni desde las jerarquías ni llevados de esa terrible convicción según la cual cuando los niños cogen una rabieta o se obcecan en un testarudo "no" es porque están midiendo sus fuerzas con las nuestras. El director de cine chileno Alejandro Jodorowsky contaba que una vez, desesperado, gritó a su hija: "Hija, !creced!" y su hija, sin dudarlo ni un momento le contestó: !Papá, decreced!" Pues eso.

 Tampoco hace falta que hagan lo que hace poco he leido: repetir a sus infantes cuánto les quieren, mucho menos después de haberlos castigado, porque esto, justamente esto, es el método típico que utiliza el maltratador. Y si tienen que prohibirles algo, con razones de peso y no con ese terrible "porque lo digo yo" y si lo tienen que decir al menos con humor: "porque más sabe el diablo por viejo que por sabio"; lo cual indica una cierta experiencia y no un "ordeno y mando", que es la propuesta de estas nuevas psicologías popularizadas.
Tomen a sus hijos en consideración, respeten sus decisiones e incluso sus experimentos, pero háganlos responsables tanto de sus decisiones como de sus experimentos. Eso ya será mucho. Devuélvanles su responsabilidad y trátenlos con respeto. No hagan mucho caso de una generación de abuelos que - independientemente de sus ideas políticas- dejó morir a Franco en la cama y que sólo empezó a poner bombas cuando llegó la democracia. Ni siquiera mi generación, que ya ha cumplido los cincuenta, está libre de los terribles estragos que la dictadura, cualquier dictadura, causa. 

Cuarenta años son muchos años.

Y si quieren hacer a alguien autónomo a base de demostrarles quién es el que manda, comiencen por esta generación de abuelos que creció y prosperó en el franquismo, trató a sus propios padres como si fueran imbéciles, les llevó a las residencias de ancianos o se quedó con sus pensiones si les cuidaba y que son los que gustan de decir que "la letra con sangre entra" y que "quien bien te quiere, te hará sufrir"; una generación que cuando vió cómo sus hijas formaban la primera generación de incorporación en masa de la mujer a la vida laboral, con todas las complicaciones de organización y de conciliación que ello causa, no tuvo ningún problema en indicarles que "ellas ya habían educado a sus hijos y ahora les tocaba a sus hijos educar a los suyos" para así poder seguir reuniéndose con sus amigas en el café;una generación que conservó la infancia y la adolescencia de sus hijos en formol para conservar ellos su juventud y, lo que más les importaba: el poder ; abuelos que han perdido el fondo pero conservan la forma, y son especialistas en el arte de fingir, de liar, de excusar-se, de justificar-se y de presentarse como víctimas y hacer sentir culpables a los buenos hijos, especialmente a los buenos hijos, y de llevarlos si es preciso, y es preciso en el momento en que esos buenos hijos se atreven a hacer algo que les molesta, y les molesta casi todo, sobre todo la felicidad de los buenos hijos, al patíbulo para que vean "lo que es bueno".

Hay que educar a los hijos y hay que educar a los padres. Es cierto: no todos los padres son iguales, no todos los abuelos lo son y por tanto tampoco es posible idear pedagogías para "los hijos".

No obstante algo es seguro: que anto el sentimentalismo de las viejas psicologías popularizadas como el "ordeno y mando" de las nuevas, resultan perniciosas para el individuo y la sociedad y ello porque ambas niegan la responsabilidad del sujeto. La diferencia entre la vieja y la nueva es que la primera despoja al sujeto de la culpa y en la segunda la culpa depende de la obediencia o la desobediencia a las normas que los superiores imponen. Mientras esos superiores sepan adónde ir, es posible seguir esas normas. El problema es cuando lo único que mueve a esos superiores es la conservación de la dinámica: "poder-obediencia", sin más objetivo que la pervivencia de dicha dicotomía.

Al menos piénsenlo.






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