Hoy es uno de esos días en los que en realidad no se sienten muchas ganas
de escribir. Entre otras cosas porque uno sabe, realmente sabe, que no tiene
nada importante que decir. “Nada importante que decir” significa “ningún
mensaje trascendente”, o para ser más exactos: “ningún mensaje que le
trascienda a él”.
No. Mi intención no es hoy reflexionar sobre el mundo. El mundo tal y como
está organizado en estos momentos no admite reflexión. Ni siquiera
responsabilidad. Ustedes, claro, no comprenden por qué escribo “reflexión”,
justo al lado de “responsabilidad” y entre medio ese “ni siquiera”. Ese “ni
siquiera” expone que la responsabilidad es anterior a la reflexión. La
responsabilidad es siempre anterior al acto mismo del pensar sobre algo. El
acto de pensar ya impone una responsabilidad previa. La responsabilidad es lo
primero y lo primario. Esto que seguramente ustedes ya sabían, ha sido el
descubrimiento de la semana. Uno de esos descubrimientos que cambia la vida, no
la trascendente sino la más inherente a uno mismo. Fue mientras leía “El resto
indivisible” de Slavoj Zizek. (Traducción de Ana bello, con corrección de
Gimena Riveros. Ediciones Godot Argentina, 2013) Allí Slavoj cita un pasaje de
Schelling. “Cuán a menudo sucede que un
hombre ya desde la infancia, es decir, a una edad en la que considerándolo
empíricamente no le suponemos apenas libertad ni reflexión, muestra una
tendencia al mal de la que se puede prever que no cederá ante ninguna educación
ni enseñanza, y que, por consiguiente, hará madurar los malos frutos que ya se
habían previsto en el germen! Y sin embargo, nadie duda de la responsabilidad
propia de él, sino que todos están convencidos de la culpa de esta persona,
como sólo lo podrían estar si hubiera sido dueña de todos y cada uno de sus
actos singulares.”
Slavoj explica que Schelling “siguiendo los pasos de Kant, explica la
paradoja de la libertad apelando a un acto
de postulación de sí, nouménico y extratemporal, mediante el cual un hombre se
crea a sí mismo, elige su carácter eterno.”
Lo que Slavoj Zizek omite, seguramente para no salirse del tema que le
interesa - la interpretación de la obra de Schelling -, es que justamente esto - el que nadie dude de la responsabilidad de
esa persona, de que todos estén convencidos de su culpa como si hubiera sido
plenamente consciente de sus actos singulares - es justamente lo que la
psicología freudiana, la psicología social y todas las psicologías de ese estilo,
le han arrebatado al individuo moderno. Ellas son las que lo han desposeído de
su responsabilidad, las que le han despojado de su culpa y por tanto le han
negado la posibilidad de elegir su carácter eterno. La única tarea que le han
dejado, la única responsabilidad, por así decirlo, es, si acaso, la de buscar
al responsable de su miseria. Díganme ¿no es terrible? Junto a esos que
rechazan toda culpa, porque se niegan a aceptar cualquier responsabilidad que
no sea la de encontrar al responsable de sus contradicciones, errores y
pecados, encontramos a esos que aceptan cualquier culpa precisamente porque son
conscientes de que la culpa les restablece esa responsabilidad originaria que
los tiempos modernos le han robado; es decir, lo que buscan a través de la culpa es poder nuevamente elegir su carácter eterno..
Interesante. Interesante porque no he terminado de comprender si Zizek soporta o no a Freud. Lo que parece seguro es que Schelling no lo hubiera soportado porque Schelling no se hubiera en absoluto avenido a bajar al sótano oscuro; y ya
somos tres: él, Guenon y yo. Y curiosamente por los mismos motivos: porque
bajar al infierno no es tarea ni fácil, ni aconsejable ni útil. El descenso de
Dante a los infiernos es quizás la excepción que confirma la regla, pero
incluso en ese caso es necesario observar que el guía del infierno no le acompaña
a las esferas más elevadas y que además hay alguien que le espera en las
alturas celestiales. Dante no es un Orfeo. Y si Orfeo se queda sin su Eurídice
ello se debe a que ha mirado hacia atrás. Ese mirar hacia atrás nunca trae
buenas consecuencias. A Orfeo desde luego sólo consiguió causarle un terrible
disgusto. A la mujer de Lot, ni les cuento. Ese descenso a las capas más
profundas es simplemente un modo de distraer al individuo de su responsabilidad de
dirigirse a las más altas, una manera de impedir que el individuo pueda aceptar lo que es –da
igual por qué- y luchar contra sí mismo por sí mismo. En conclusión: con
filosofías de este tipo lo que se consigue es que el individuo sienta lástima de
sí mismo, resentimiento contra los que le impiden ser “él mismo” y le “han
impedido” ser el que podría haber sido. En una situación así, de eso estoy
segura, difícilmente se encuentran fuerzas para ascender en el propio
desarrollo personal. Sobre todo tratándose de causas tan generales e
impersonales como los traumas de la infancia (e incluso prenatales), las
circunstancias medio-ambientales, y no sé cuántas cosas más. Las consecuencias
no se hacen esperar: en las novelas pre-freudianas el héroe o la heroína de
turno consiguen gracias a su esfuerzo personal, al ejercicio de la virtud, a la
fe inquebrantable en la moral y en Dios, salir adelante. A partir del nacimiento
de todas estas psicologías sociales y del trauma, el individuo es un ser
encarcelado entre unas rejas de las que por muy consciente que sea a duras
penas puede liberarse.
Interesante porque Zizek ve en la psicología freudiana -y si no lo ve, lo disimula bastante bien - lo mismo que yo: un
instrumento de poder. De repente los moralmente débiles encuentran una excusa
para seguir siendo débiles, para explicar y disculpar la situación a la que su
debilidad le ha llevado y que es a todas luces injusta puesto que no ellos sino
algo o alguien externo a él la ha creado. A partir de ese momento, se despoja a
los hombres de mérito de su mérito y se les devuelve sólo y sólo si, sirven
incondicionalemente a esos débiles morales.
Sí. No crean. No sólo sucede a nivel social. También en el terreno
familiar: una hija llega más alto que su abnegada madre, y ésta lamenta no
haber podido estudiar en su tiempo. Lo terrible aquí no es la imposibilidad de
la madre de haber estudiado sino la culpabilización a la hija por haber hecho
lo que ella misma no pudo hacer. O si una hermana consigue un mejor puesto de
trabajo, o, o, o... Y cito a mujeres
porque son ellas las que educan a las familias. Ellas las que cuando se dirigen
a un hijo lo hacen calificándolo de “pobre crio” y a la hija “de mala bruja”. A
ese “pobre crio” esas santas madres lo acaban de despojar de su responsabilidad
más profunda. Y no será muy extraño que ese “pobre crio” sea un “pobre hombre
resentido y frustrado” que lo único que habrá aprendido habrá sido a explotar
el sentimiento de culpabilidad de sus congéneres hacia él, claro. Y es muy
posible que esa “mala bruja” desarrolle un sentido de culpabilidad que no
la abandone nunca y que lo más que pueda hacer, una vez que ha tomado
conciencia de este problema, - conciencia de lo real, no conciencia de su
inconsciente, que eso se lo ha dejado a Dios – es o aceptar la autoinmolación,
o ponerse una funda hasta donde alcance la funda y una vez que ésta se haya
gastado, darse a la fuga.
No cabe duda: la popularización de la psicología no ha traido más que caos
y quebraderos de cabeza. Muchos pensaban que con decir “pobre, pobre” el “pobre”
en cuestión sanaría de su falta de fuerza moral. No ha sido así: ni en las
familias ni en la sociedad y el resultado ha sido un considerable aumento de
frustrados, resentidos y violencia callejera al estilo de “tu cara no me gusta”
o sea: “porque me lo pide el cuerpo”, donde “cuerpo” es sinónimo de trauma
inconsciente o marginalización social. En un mundo así, Oliver Twist está
muerto y enterrado.
A la vista de todo ello, la psicologia
popularizada publica nuevos libros. ¿Cuál es el mensaje? El mensaje es que la
familia es una jerarquía y que en casa mandan los padres.
Y yo, claro, me descompongo y pienso que en efecto
Franco sólo podía morir donde murió: en la cama y que Franco ha muerto pero el
fascismo franquista, también llamado democracia orgánica, no.
“Mandar” , “Jerarquía”: eso es lo único que se le
ocurre a la nueva psicología popularizada.
¡Y venderán libros! ¡Los venderán! No se pueden
ustedes ni imaginar cuántos les dan la razón y afirman lo necesario que es
introducer nuevamente el orden, la moral... Y como ejemplo ponen, no podía ser
de otro modo, la generosidad, por ser éste el valor que mejor suena, y con el que creen que todos estarán de acuerdo. Todos excepto una bruja ciega como yo, claro.
¡La generosidad! ¿De verdad piensan que de todos los valores es éste realmente: el de la generosidad el más importante, el que primero hay que inculcar?¿De verdad piensan que éste, precisamente éste valor, carece de complicaciones?¿Sinceramente lo creen?
¡A mí me da un ataque! Pero no un ataque
trascendental sino un ataque aquí y ahora. Uno de esos ataques gascones
mosqueteros.
¡Generosidad!
Bien. En primer lugar, la psicología popularizada
debería saber que la generosidad es de todos los valores, uno de los más
complicados que existen a la hora de ser practicados y desde luego no es uno de
los primeros que debería ser enseñado a los niños. ¿Por qué? Porque entre generosidad,
tacañería y prodigalidad, hay un buen trecho. Y para que este “buen trecho” sea
caminado adecuadamente el niño ha de saber primeramente el valor de las cosas
con las que ser generoso. Uno puede dar un poco de su pan pero ¿cuánto y a
cuántos? Imaginen: un chico tiene un bocadillo de chocolate; llega uno y otro y
otro y otro. Al final del recreo todos han probado de su bocadillo; todos menos
él. ¿Puede llamarse esto generoso? Vayamos un poco más lejos: el padre de ese
niño ha trabajado sin descanso para procurarle ese bocadillo. ¿Cómo creen
ustedes que se siente cuándo su hijo alborozado le cuenta que ha sido tan
generoso que ha dado todo su bocadillo?
Pero es que encima últimamente el calificativo de “generosidad”
no alude sólo a lo material sino también a lo espiritual: cuando se
refiere a la entrega del “perdón”. Ser “generoso” en este caso implica otorgar la indulgencia, conceder la absolución a aquél que nos ha ofendido
y además sin contrapartida. Con lo cual los débiles morales abandonan los
traumas para pedir, que más que pedir es un exigir, el perdón acompañado
generalmente de un “cuánto te quiero”, que es justamente donde se asienta la exigencia de obtener el perdón incondicional, sin ánimo de contricción y a olvidar el tema.
Díganme: ¿Esta es la generosidad que han de
aprender los niños? Aprender eso resulta más difícil que la física cuántica gravitatoria. No dudo de la inteligencia de los infantitos. Sólo constato la complejidad del asunto.
La nueva psicología popularizada introduce una
nueva forma de educación basada en jerarquías, en mandar, en enseñar valores como
la generosidad. Y afirma y sentencia que todo esto ayuda a que los niños sean
autónomos. Eso si, asegura esta nueva psicología popularizada, hay que repetir
a los niños cuánto se les quiere.
Franco murió en la cama por alguna razón distinta a la de la dura represión. Lo he sospechado siempre; ahora cada día lo veo más claro.
Todavía no he leido que esa nueva psicología popularizada escriba “respeto mutuo entre padres e
hijos”; todavía no he leído la importancia de construir, edificar y fortalecer
el valor de la responsabilidad antes de pensar, antes de decidir, antes de
todo.
¡¿Quieren ustedes decirme que en una atmósfera así
es posible pensar, reflexionar, desarrollarse y ser?!
La nueva psicología popularizada es una nueva forma de poder.
Dejemos el tema.
Después de todo yo sólo soy una simple bruja
ciega.
La bruja ciega.
Notas:
1) En realidad no quería escribir sobre esto. Debe haber sido el inconsciente.
2) Si les interesa Schelling, les recomiendo el libro de Zizek. Independientemente de que estén a favor o en desacuerdo con él, es un libro que abre al pensamiento y a la reflexión.
3) No sé si tienen hijos. Pero caso de que los tengan les pido, porque no soy nadie para decirles a ustedes qué es lo que ustedes tienen qué hacer, que no los eduquen desde el mando ni desde las jerarquías ni llevados de esa terrible convicción según la cual cuando los niños cogen una rabieta o se obcecan en un testarudo "no" es porque están midiendo sus fuerzas con las nuestras. El director de cine chileno Alejandro Jodorowsky contaba que una vez, desesperado, gritó a su hija: "Hija, !creced!" y su hija, sin dudarlo ni un momento le contestó: !Papá, decreced!" Pues eso.
Tampoco hace falta que hagan lo que hace poco he leido: repetir a sus infantes cuánto les quieren, mucho menos después de haberlos castigado, porque esto, justamente esto, es el método típico que utiliza el maltratador. Y si tienen que prohibirles algo, con razones de peso y no con ese terrible "porque lo digo yo" y si lo tienen que decir al menos con humor: "porque más sabe el diablo por viejo que por sabio"; lo cual indica una cierta experiencia y no un "ordeno y mando", que es la propuesta de estas nuevas psicologías popularizadas.
Tomen a sus hijos en consideración, respeten sus decisiones e incluso sus experimentos, pero háganlos responsables tanto de sus decisiones como de sus experimentos. Eso ya será mucho. Devuélvanles su responsabilidad y trátenlos con respeto. No hagan mucho caso de una generación de abuelos que - independientemente de sus ideas políticas- dejó morir a Franco en la cama y que sólo empezó a poner bombas cuando llegó la democracia. Ni siquiera mi generación, que ya ha cumplido los cincuenta, está libre de los terribles estragos que la dictadura, cualquier dictadura, causa.
Tampoco hace falta que hagan lo que hace poco he leido: repetir a sus infantes cuánto les quieren, mucho menos después de haberlos castigado, porque esto, justamente esto, es el método típico que utiliza el maltratador. Y si tienen que prohibirles algo, con razones de peso y no con ese terrible "porque lo digo yo" y si lo tienen que decir al menos con humor: "porque más sabe el diablo por viejo que por sabio"; lo cual indica una cierta experiencia y no un "ordeno y mando", que es la propuesta de estas nuevas psicologías popularizadas.
Tomen a sus hijos en consideración, respeten sus decisiones e incluso sus experimentos, pero háganlos responsables tanto de sus decisiones como de sus experimentos. Eso ya será mucho. Devuélvanles su responsabilidad y trátenlos con respeto. No hagan mucho caso de una generación de abuelos que - independientemente de sus ideas políticas- dejó morir a Franco en la cama y que sólo empezó a poner bombas cuando llegó la democracia. Ni siquiera mi generación, que ya ha cumplido los cincuenta, está libre de los terribles estragos que la dictadura, cualquier dictadura, causa.
Cuarenta años son muchos años.
Y si quieren hacer a alguien autónomo a base de demostrarles quién es el que manda, comiencen por esta generación de abuelos que creció y prosperó en el franquismo, trató a sus propios padres como si fueran imbéciles, les llevó a las residencias de ancianos o se quedó con sus pensiones si les cuidaba y que son los que gustan de decir que "la letra con sangre entra" y que "quien bien te quiere, te hará sufrir"; una generación que cuando vió cómo sus hijas formaban la primera generación de incorporación en masa de la mujer a la vida laboral, con todas las complicaciones de organización y de conciliación que ello causa, no tuvo ningún problema en indicarles que "ellas ya habían educado a sus hijos y ahora les tocaba a sus hijos educar a los suyos" para así poder seguir reuniéndose con sus amigas en el café;una generación que conservó la infancia y la adolescencia de sus hijos en formol para conservar ellos su juventud y, lo que más les importaba: el poder ; abuelos que han perdido el fondo pero conservan la forma, y son especialistas en el arte de fingir, de liar, de excusar-se, de justificar-se y de presentarse como víctimas y hacer sentir culpables a los buenos hijos, especialmente a los buenos hijos, y de llevarlos si es preciso, y es preciso en el momento en que esos buenos hijos se atreven a hacer algo que les molesta, y les molesta casi todo, sobre todo la felicidad de los buenos hijos, al patíbulo para que vean "lo que es bueno".
Hay que educar a los hijos y hay que educar a los padres. Es cierto: no todos los padres son iguales, no todos los abuelos lo son y por tanto tampoco es posible idear pedagogías para "los hijos".
No obstante algo es seguro: que anto el sentimentalismo de las viejas psicologías popularizadas como el "ordeno y mando" de las nuevas, resultan perniciosas para el individuo y la sociedad y ello porque ambas niegan la responsabilidad del sujeto. La diferencia entre la vieja y la nueva es que la primera despoja al sujeto de la culpa y en la segunda la culpa depende de la obediencia o la desobediencia a las normas que los superiores imponen. Mientras esos superiores sepan adónde ir, es posible seguir esas normas. El problema es cuando lo único que mueve a esos superiores es la conservación de la dinámica: "poder-obediencia", sin más objetivo que la pervivencia de dicha dicotomía.
Y si quieren hacer a alguien autónomo a base de demostrarles quién es el que manda, comiencen por esta generación de abuelos que creció y prosperó en el franquismo, trató a sus propios padres como si fueran imbéciles, les llevó a las residencias de ancianos o se quedó con sus pensiones si les cuidaba y que son los que gustan de decir que "la letra con sangre entra" y que "quien bien te quiere, te hará sufrir"; una generación que cuando vió cómo sus hijas formaban la primera generación de incorporación en masa de la mujer a la vida laboral, con todas las complicaciones de organización y de conciliación que ello causa, no tuvo ningún problema en indicarles que "ellas ya habían educado a sus hijos y ahora les tocaba a sus hijos educar a los suyos" para así poder seguir reuniéndose con sus amigas en el café;una generación que conservó la infancia y la adolescencia de sus hijos en formol para conservar ellos su juventud y, lo que más les importaba: el poder ; abuelos que han perdido el fondo pero conservan la forma, y son especialistas en el arte de fingir, de liar, de excusar-se, de justificar-se y de presentarse como víctimas y hacer sentir culpables a los buenos hijos, especialmente a los buenos hijos, y de llevarlos si es preciso, y es preciso en el momento en que esos buenos hijos se atreven a hacer algo que les molesta, y les molesta casi todo, sobre todo la felicidad de los buenos hijos, al patíbulo para que vean "lo que es bueno".
Hay que educar a los hijos y hay que educar a los padres. Es cierto: no todos los padres son iguales, no todos los abuelos lo son y por tanto tampoco es posible idear pedagogías para "los hijos".
No obstante algo es seguro: que anto el sentimentalismo de las viejas psicologías popularizadas como el "ordeno y mando" de las nuevas, resultan perniciosas para el individuo y la sociedad y ello porque ambas niegan la responsabilidad del sujeto. La diferencia entre la vieja y la nueva es que la primera despoja al sujeto de la culpa y en la segunda la culpa depende de la obediencia o la desobediencia a las normas que los superiores imponen. Mientras esos superiores sepan adónde ir, es posible seguir esas normas. El problema es cuando lo único que mueve a esos superiores es la conservación de la dinámica: "poder-obediencia", sin más objetivo que la pervivencia de dicha dicotomía.
Al menos piénsenlo.
No comments:
Post a Comment