Acabo de leer que Trump ha ofrecido a Erdogan colaborar estrechamente. ¿Colaborar
en qué?, me pregunto. “En debilitar a Europa”, oigo que responde Jorge en algún
lugar de mi cerebro. “¿En debilitar a Europa?” repito asombrada. “Que eso lo
diga yo, que siento una terrible desconfianza por Erdogan, pase; pero desde
luego no creo que los otros estén de acuerdo con esta perspectiva. No desde luego aquellos que han estado haciéndole la corte a Erdogán. Mucho menos los periódicos que han gastado y malgastado semanas enteras en criticar a un Trump
que ni siquiera había tomado posesión de su cargo mientras silenciaban
a bajo mínimos las restricciones de la libertad en el país turco a causa
seguramente de la raison d´etat, de
l´etat européen se entiende.
Ahora de repente parecen salir de su letargo y gritan nuevamente ¡qué viene
el lobo! Y esta vez no es que venga un lobo, es que vienen ¡dos! Lo único que
falta para que terminen de desmayarse es una foto con el tercero que falta y el
cuarto que todavía no ha llegado pero que no tardará en aparecer. Y si no, al
tiempo. Y lo único, lo único que se les ocurre gritar es ¡que viene el lobo!
Y avisan y enseñan al pueblo inculturizado qué es la libertad y la
democracia, como si eso importara mucho al pueblo inculturizado. El pueblo
inculturizado no distingue entre mentiras de uno y gafas con realidad virtual
de otro. Díganme ¿cuál es la diferencia entre las teorías de la conspiración y la realidad virtual?. Que las teorías de la conspiración son mentira pero que pasan por serlo ¿y la realidad virtual? ¿y los hologramas? Y ese
constante ¿tu mundo es el que tú creas con tu mente? ¡Con tu mente y no con tu
esfuerzo! Para el pueblo inculturizado el esfuerzo es cosa de tontos, o de
pobres de espíritu, lo que a efectos prácticos viene a ser lo mismo. Para el
pueblo inculturizado lo importante es conseguir un puesto de trabajo si puede
ser con recomendación mejor, y a partir de ahí, la lucha de todos contra
todos. Al trabajo no se va a trabajar: Se va a triunfar, poco importa los medios que se utilicen para conseguirlo. El triunfador es el
que cuenta porque es el triunfador el que impone sus valores. Vamos, vamos, no
me digan que ustedes todavía no se habían enterado de cómo estaba el patio. Y
luego critican a los pobres infantitos que reproducen en el colegio los mismos
esquemas invisibles que dirigen la sociedad. ¡Generosos! Los niños tienen que
aprender a ser generosos cuando los padres discuten por quién paga el colegio
de quién y los abuelos por un lado no paran de repetir el canto de las sirenas “te
quiero, te quiero” y por el otro amenazan con desheredar al hijo que no se comporte
como Dios manda, o sea: cómo ellos dicen. Eso sin contar las recaudaciones de
hacienda, los pagos al banco, la solidaridad/caridad para las ONG/Vaticano,
etc. ¿Y han de aprender a ser los niños generosos? ¿Con qué? ¿Con el perdón? ¿Cómo?
¿Han visto ustedes las venganzas solapadas a las que se dedica el pueblo
inculturizado? “Este me la paga”, “Este se va a enterar de lo que es bueno”,
donde ese “bueno” no es nunca bueno sino todo lo contrario. Así que por delante
un “cuánto te quiero” mientras clavan el puñal en mitad del corazón sin temor a ser vistos porque hoy en día
cada cual va a su aire y no se van a detener a contemplar cuidadosamente lo que
aparentemente es sólo un abrazo de hombres que se aprecian profundamente y que se prodigan mutuas palabras de afecto.
¿Y han de aprender los niños a ser generosos? ¡No me hagan reir!
¿Y han de aprender los niños a ser generosos? ¡No me hagan reir!
Un pueblo inculturizado es un pueblo rebelde y soberbio. ¿Por qué se creen
ustedes que las teorías de la conspiración han resultado ser bestsellers? No
eran más que la constatación de lo que el pueblo inculturizado ya suponía: que
alguien o algunos les habían usurpado lo que les correspondía por derecho
propio: el Poder.
El problema es que el Poder que reclama como suyo es un Poder carente de objetivos, carente de reflexión, carente de sentimientos, por más que el pueblo inculturizado finja opiniones y utilice el sentimentalismo hasta un punto que raya la teatralidad cómica. El Poder que el pueblo inculturizado detenta se caracteriza siempre por ser un Poder vacio, egoista, circunstancial y momentáneo, sujeto no a la voluntad sino a las pasiones, no a la razón sino a las ocurrencias.
El problema es que el Poder que reclama como suyo es un Poder carente de objetivos, carente de reflexión, carente de sentimientos, por más que el pueblo inculturizado finja opiniones y utilice el sentimentalismo hasta un punto que raya la teatralidad cómica. El Poder que el pueblo inculturizado detenta se caracteriza siempre por ser un Poder vacio, egoista, circunstancial y momentáneo, sujeto no a la voluntad sino a las pasiones, no a la razón sino a las ocurrencias.
Mucha realidad virtual, mucha tecnología, mucha información al tiempo que
se desvaloraba a la cultura y a los
intelectuales. Se responsabilizaba a los intelectuales de las guerras de este
mundo. Por esa regla de tres también tendrían que desaparecer los científicos.
Los buenos intelectuales, en nada parecidos a los petrimetres y pedantes, leen y escriben pero no para
decir lo que debe hacerse sino para denunciar lo que no les gusta, que en general suele
ser casi todo, y sobre todo para intentar encontrar un motivo por el que permanecer en
un mundo del que, como ya digo, casi nada les gusta. O sea: para seguir vivos y
no tener que suicidarse.
Suele decirse que los intelectuales cambian de ideas según quien les pague.
Pero los científicos sirven hoy a unos y mañana a otros ¿dónde está la
diferencia? Yo no la encuentro por ninguna parte. La diferencia es que a los
intelectuales se les llama “chaqueteros” y a los científicos “neutrales”. Algo
de esto debió ver Schmitt cuando al hablar de la “tirania de los valores” afirmaba que éstos, los valores, no eran nunca neutrales. No. No lo son nunca. Por eso seguramente cuando Hobbes se encontró en la tesitura de tener que elegir entre arrojar al fuego a su persona o a sus escritos, se decantó por estos últimos. Lo escrito era parte de él, pero no
era él.
Esto es algo que muchos suelen confundir cuando aseguran que su obra es
su vida. Menuda vida, pues. La vida ha de ser algo más profundo y más sentido
que una simple obra. Uno construye una casa pero si la casa permanece vacía ¿de
qué sirve?. La obra es generalmente la muerte y por eso los faraones y los
gobernantes de la lejana Asia mandaban construir los monumentos más bellos y
excelsos para una vez acabada la vida; no antes. La vida es movimiento y
marcha. Los generales estaban hoy aquí y mañana allá; hoy ganan una batalla y
mañana la pierden; hoy son laureados y antes de que hayan transcurrido
veinticuatro horas han sido ejecutados. No. La obra no puede ser la vida. La obra
es el monumento en el que reposa el muerto.
Y ustedes, claro, no comprenden por qué tantos pensamientos inconexos; por
qué no critico (todavía) a Trump y sin embargo siento un terrible malestar ante Erdogán. Mi actitud no tiene nada que ver ni con conservador ni con ideología ni con nada que se le
asemeje. La razón es una pura cuestión “psicológica” por llamarla de alguna
manera. Trump no me da miedo y Erdogán, sí. Conozco a los ilustrados
americanos, hemos asistido a los problemas americanos y los hemos visto reflejados en películas de
mejor o peor gusto, sabemos de su hedonismo y de su narcisismo tanto como de su
deseo de una vida sencilla, de su búsqueda de Dios unas veces como el buen
Jesús y otras como el terrible y estricto, casi cruel Padre; les hemos visto
presos de sectas de toda clase y condición, rodeados de extraterrestres y
monstruos varios, admiramos a sus héroes y a sus anti-héroes; en fin: los
americanos nos han mostrado que no hay una “América” sino muchos americanos y
que cada cual cuenta su historia según le va y según le place. Por eso no me extraña
que lo que se lleve ahora en literatura sea que los escritores cuenten su vida y no la vida; mucho
menos las vidas – soñadas o no- de los otros. La propia vida, cuando uno está
rodeado de tantas vidas, ha de ser lo suficientemente apasionante como para que
le resulte amena al menos a uno en este mundo: al que la vive y al que la
escribe.
¿Son ése que vive la vida y ese que escribe la vida vivida la misma persona? Quizás no. Quizás uno la vive, otro la
reflexiona y otro, finalmente, la escribe y la saborea. No es una cuestión de
personalidad múltiple. Es una cuestión de la infinitud del ser jugando consigo
mismo en diversos planos y niveles.
¿Por qué escribo todo esto?
¿Acaso yo lo sé?
No. No lo sé. Empiezo a escribir sencillamente porque
siento la necesidad de hablar conmigo misma. Cada uno de estos artículos no
estan escritos para nadie que no sea yo misma. Si desaparecieran del ordenador,
como sucedió hace un par de días, yo sentiría la misma desolación que experimentaría si se perdieran mis diarios. Hay días en los que uno se levanta con la nostalgia de
encontrarse con el que era en el pasado, de sentir lo que en el pasado sintió; uno entonces se arregla con esmero, se prepara un café humeante y lo sirve en una
de esas tazas de exquisita porcelana que sólo se emplean cuando vienen invitados
distinguidos y con un movimiento delicado, casi ritual, abre el diario y
empieza a leer aquello que una vez escribió porque una vez fue pero que ya no
podría volver a escribir por la sencilla razón de que ya no es lo que un día, ese día, fue.
Antiguamente los diarios no se publicaban. Se guardaban en los sitios más
recónditos como si de exquisitos y costosos diamantes se tratara. Hoy en cambio
se publican y curiosamente: tienen éxito.
¿Por qué?
La razón la ignoro. No sé si los lectores encuentran allí directrices para
su vida o son simples voyeurs de la vida de los otros. No sé si es que sus
experiencias son tan interesantes y tan extraordinarias que sirven para amenizar
las largas tardes del otoño o justamente todo lo contrario: tan terribles que
pueden sustituir a los relatos de terror que suelen contarse junto al fuego en
las gélidas noches del invierno. Para mí, insisto, es un misterio.
Quiero decir: hombres que escribieron sus aventuras siempre hubo. Pero eran
sus aventuras lo que narraban, no sus vidas. Hay una gran diferencia en ello.
Cuando Thoreau escribe acerca de su vida en el bosque, lo que está contando es
lo feliz que se siente al conseguir hacer realidad sus proyectos. Hay pasajes
en los que esta felicidad es más propia de un adolescente que de un hombre
hecho y derecho. Hay instantes en los que nos parece que Thoreau se muestra demasiado
contento de sí mismo y estamos un poco hartos de escucharle repetir lo
maravillosa que es su vida y lo bien que sabe dirigirla. Thoreau es, en efecto,
un hombre satisfecho. Y esto para el lector que en absoluto lo está es un
desafío a serlo y para el que ya lo está no es más que un compartir
experiencias. Sin embargo, admitámoslo: la obra de Thoreau no es, en absoluto,
un diario. Es más bien una agradable conversación con el lector, convertido en
inesperado vecino.
Ahora son diarios, auténticos diarios lo que se están publicando. Lo que
antes se escondía bajo siete candados sale a la luz. ¿Es eso trasparencia o
deseo de autoafirmación? ¿Cumplen la publicación de esos diarios en forma de
novela la misma función que las fotos que se introducen en Instagram o los
comentarios personales que se confiesan en Facebook? ¿Es el último intento por
afirmarse y re-afirmarse del individuo desesperado por ver cómo su existencia
se diluye en medio de las otras existencias sin que él pueda hacer nada por
evitarlo? ¿Es el deseo de mostrarse, de exhibirse, de ser visto en una
sociedad que no ve nada que no sea él mismo? ¿Es el deseo de ser admirado o más bien el intento de realización de aquella promesa de “tener un hijo, plantar un árbol, escribir un
libro” y a falta de otra cosa, uno escribe sobre lo que tiene y lo único que
tiene es su vida?
Pero me asombra saber que en tiempos en los que se aconseja, se anima, se
exige casi, el mantenimiento y cuidado de la vida social porque ello –dicen-
conserva la juventud, sean justamente los libros intimistas y personales los
que tantos éxitos cosechan, mientras que novelas como las de Julio Verne y
Dumas, que mantienen en vilo el alma del lector, prácticamente ya no se leen.
No lo sé. Quizás el hecho de escribir un diario para ser publicado forme
parte de la contradicción entre el deseo individualista y el ansia social y
responde a la misma contradicción que se observa entre ese constante salir y
estar rodeado de gente por un parte, y el intimismo de la vida en soledad o la
sencillez de la vida campestre, que nos presentan los medios de comunicación, por otra; o
esa que existe entre el deseo de esterilización de los que pueden procrear y la
fiebre por tener un hijo de aquellos que no pueden. Como si Dios (o la
Naturaleza) hubiera dado a cada uno lo que cada uno no quería. O la
contradicción entre la mujer bella que nunca se ve bella y la mujer fea que se
siente feliz de ser cómo es porque no se imagina siendo de otra manera. Quiero
decir: quizás la contradicción entre el ser y el no ser y el querer ser pero no
querer ser forme parte de nuestra naturaleza.
Junto a los hombres que escriben diarios en forma de novela están aquellos
que escriben novelas de misterio. Cualquiera de los dos formatos sería
magnífico para efectuar una reflexión acerca del tiempo actual. El problema es
que uno encuentra pocas, muy pocas buenas novelas negras. Si además se les
exige que sirvan de crítica social, el panorama se complica.
Lo mismo sucede con las novelas románticas-eróticas.
Lo mismo sucede con las novelas románticas-eróticas.
En este sentido hay que reconocer que la genialidad de Jane Austen y de todas sus
contemporáneas, no consiste en la publicación de sus diarios sino
justamente en la presentación de sus vidas ocultadas tras el rostro de los
personajes. Sus vidas se muestran envueltas en el halo de la neblina que
confunde lo pensado, lo vivido, lo sentido, lo imaginado, lo soñado, lo
deseado, lo buscado, lo amado, lo odiado. Nada es verdad y nada es mentira. Y
en eso, justamente, radica su atemporalidad. Lo importante de Jane Austen no es
la historia de amor en sí. Eso, claro, llama la atención a las jovencitas de
quince años. Ni siquiera lo es el mensaje subliminar que ella expresa a lo
inglés y los mejicanos cantan: “cuidado dónde pones los ojos, cielito lindo, no
llores luego”. Sabio consejo para advertir que a la hora de establecer una
relación es necesario comprender la seriedad del asunto para poder tratarla con
el debido respeto. Si esto es así en las asociaciones mercantiles y de negocios,
en las cuestiones amorosas mucho más y ello porque en tales enlaces lo que está
en juego no es sólo el dinero sino la propia vida. Lo que Jane Austen viene a
decir es que un matrimonio se establece sobre unos términos económicos y
personales (dentro de los cuales están las afinidades comunes, las virtudes, etc)
y que ambos tienen que estar en equilibrio si se desea una existencia feliz.,
tanto en su aspecto personal como en el económico.
Pero nada de esto es realmente fundamental en Jane Austen. Las novelas de
Jane Austen son, es verdad, novelas de educación amorosa para jovencitas. Pero
no es esto, no es esto en absoluto lo que las convierte en clásicas, en
atemporales, en eternas. Es justamente esa combinación de niveles y dimensiones
entre lo real y lo irreal y lo pensado y lo deseado, lo que determina que las
generaciones de jovencitas se sumerjan en su lectura y no puedan dejar de
leer. Lo que allí se contienen son vidas vividas como las vidas se viven: en
esa franja entre el ensoñamiento y la realidad y es allí, justamente allí,
donde las almas se encuentran y se liberan del tiempo y del espacio.
Hoy en día y salvo excepciones Jane Austen no suele ser tomada en serio. O se
unen las fortunas, o se unen las afinidades; ambas, pocas veces. Por otra parte
las relaciones no matrimoniales son cada vez más frecuentes porque suponen
menos problemas: tanto en la cuestión económica como en la personal. Ninguna
atadura, se dice.
Mi problema, que es mío y sólo mío, es que yo nunca he llegado a comprender si realmente la falta de estabilidad puede proporcionar equilibrio y mucho menos la felicidad y si uno puede entregar su personalidad –si es sentato siquiera- en una relación establecida desde el primer momento bajo las premisas de “un vamos a ver cuánto aguanta”, porque al principio, al menos al principio, uno no sólo ha de pensar, ni siquiera creer, sino estar total y absolutamente convencido de que va a durar para siempre, donde ese “siempre” traspasa la existencia y alcanza la eternidad. Si no ¿para qué?
Mi problema, que es mío y sólo mío, es que yo nunca he llegado a comprender si realmente la falta de estabilidad puede proporcionar equilibrio y mucho menos la felicidad y si uno puede entregar su personalidad –si es sentato siquiera- en una relación establecida desde el primer momento bajo las premisas de “un vamos a ver cuánto aguanta”, porque al principio, al menos al principio, uno no sólo ha de pensar, ni siquiera creer, sino estar total y absolutamente convencido de que va a durar para siempre, donde ese “siempre” traspasa la existencia y alcanza la eternidad. Si no ¿para qué?
Pero entonces se aproxima alguien y me susurra aquello de que vivimos
sabiendo que vamos a morir lo que no sabemos es cuándo; del mismo modo se
inician relaciones que se saben que van a terminar, sólo el momento de la
conclusión se ignora.
Y es entonces cuando comprendo, finalmente comprendo, por qué hay tantos
escritores que se lanzan imbuidos de ese terrible frenesí a escribir diarios para a
continuación publicarlos: porque ellos se niegan a morir, porque ellos toman en
serio su vida y su existencia y no están en absoluto dispuestos a que ésta
acabe sin más; porque muy probablemente ellos son los únicos que todavía creen
en la eternidad.
Y sí, desde este nuevo punto de vista ya es posible enfrentarse a todos
aquéllos que pronostican el fin del mundo, el apocalipsis y yo qué sé. Se acaba
el mundo pero no la eternidad. Los desastres que vienen y vienen, porque rara es
la generación que se libra de ellos, serán el desafio que inviten a uno mismo a tomarse en serio. Y es innegable: el individuo que escribe diarios y los publica no se considera como un
momento incomunicado e incomunicable sino justamente como todo lo contrario:
como un momento unido e inseparable en dirección a la eternidad, con independencia de los vaivenes que haya que soportar.
Sin embargo a mi modo de ver el gran, terrible, problema de los escritores
que publican sus diarios, aunque sea en forma de relato, y que en cambio no tiene Jane
Austen, es que por lo general únicamente
son capaces de ver y pensar sobre su
propio mundo. Únicamente ellos son los que superan el nihilismo con respecto a
sí mismos pero no con respecto al mundo que les rodea y del que se sienten tan
separados, tan ajenos a él, como el resto de los lectores que les leen.
Logran
desencandenarse de su enajenación sólo para descubrir que no pertenecen al
mundo en el que habitan. Y yo creo, me parece, que este descubrimiento ha de
ser todavía mucho más atroz, mucho más destructivo, que el permanecer
incomunicado consigo mismo. Imagínense: uno se libera de las cadenas que le
aprisionaban únicamente para averiguar que el mundo en el que vive es un mundo
inhóspito y solitario poblado por fantasmas, por rostros sin alma. Uno consigue
deshacerse de las correas que le ataban para comprender horrorizado que está en
la Nada.
¿No es una sensación trágica?
Este es, en efecto, el peor de los escenarios posibles pero no el único: Imaginen
que uno escribe sus diarios, los publica y es vilipendiado, descuartizado por
el público; o simplemente ignorado; o simplemente recibe una carta con el
consabido: “yo también estuve, yo también lo tengo, yo también soy.”
Por eso me parece tan arriesgado escribir diarios y publicarlos. La
intimidad es más íntima y más eterna cuando se mantiene íntima. En mi opinión
donde mejor están los diarios es guardados bajo siete llaves y siete candados y
en caso de peligro no dudar en echarlos al fuego.
No sé qué tiene que ver esto con Trump y Erdogan. Posiblemente nada. Me
aburren los acontecimientos. Paradójicamente: por demasiado previsibles y por demasiados
confusos. Jorge carga contra los enemigos de Europa y yo me pregunto si los
enemigos de Europa no seremos los europeos mismos; entonces Jorge estalla y
dice que eso justamente es lo que quieren los enemigos de Europa: debilitarnos
haciéndonos sentir débiles.
Y es ahí donde empiezo a comprender a Jorge; porque esa, precisamente esa, es la
estrategia que muchos utilizan hoy en día para conseguir que los fuertes se
sientan menos fuertes y los hombres de mérito menos meritorios.
¿Cómo conseguir
salvarnos?
Teniendo conciencia de nosotros; donde ese “nosotros” es el principio
de una identidad común: la de ser europeos. Esa conciencia de identidad común
de europeos nos permite en efecto afianzar nuestras posiciones. La cuestión a
resolver, sin embargo, es la de quiénes son europeos en esa identidad europea. Y
teniendo en cuenta que Europa se caracteriza por albergar diversas razas,
religiones, lenguas y culturas, la única posibilidad de contestar es afirmando
que Europeo es todo aquél que vive en Europa y que está dispuesto a defenderla;
donde “defenderla” tiene en primer lugar una connotación espiritual: se trata
de proteger la pluralidad. Europeo es el que defiende la identidad de Europa y
la identidad de Europa es la pluralidad; donde “pluralidad” no significa
desconexión sino conciencia de distinción y desde esa conciencia de distinción se establecen unos patrones mínimos de comportamiento y gestión. Volvemos, en
efecto, al liberalismo y a la Ilustración.
No. No es la tradición pre-ilustrada la que hay que recuperar. Eso es lo que los defensores del Orden Inmutable y Eterno, sea cuál sea - de extrema izquierda o de extrema derecha, de una religión o de otra, - quieren hacernos creer. Pero lo que se hace imprescindible recuperar es el Espíritu dormido y la Energía rota de la Ilustración. Es
justamente la tradición ilustrada la que hay que volver a limpiar y a
recomponer si queremos salir adelante. Esa terrible tradición ilustrada que
sospechaba de todos los poderes, tanto religiosos como económicos como
políticos por la sencilla razón de que el individuo ilustrado sospechaba de
todos y de todo: incluso de sí mismo.
No. No es la Nada la que nos espera. Es la eternidad la que se abre ante
nosotros. No es el Orden Inmutable el que ha de alzarse sino la curiosidad, la
conversación y la reflexión crítica. No son los diarios personales lo
importante sino la comunicación epistolar, lo relevante. No es la afirmación y
reafirmación del individuo en forma de diarios publicados sino la afirmación y
reafirmación del individuo a través de sus hechos. De ahí que hayamos de vivir
nuestras existencias como vivas; donde “vivas” significa la capacidad y el
deseo, el afán incluso, por reflexionar, sentir, soñar, pensar y sobre todo:
tomarnos en serio y por tomarnos en serio exigirnos seriamente la obligación de
culturizarnos.
Trump y Erdogán van a colaborar estrechamente juntos. Los mismos que
criticaban a gritos a Trump y hablaban en voz baja cuando se trataba de Erdogán
se encuentran ahora ante un grave problema. Europa se encuentra en una gran
encrucijada.
¿Somos Europa o simplemente estamos en Europa?
Si Europa no se da prisa en contestar a esta pregunta, los acontecimientos
no tardarán en contestar por ella.
Las elecciones francesas van a ser una respuesta nítida a lo que se
aproxima. La razón de Estado es en Francia una forma de ser. Lo que se decide
estas elecciones no es simplemente un nuevo gobierno sino la definición de “Estado”
en la expresión “Razón de Estado”. Según
qué significado tome el concepto “Estado” así será la “Razón” francesa y yo me
atrevería a decir que incluso la europea.
Me encantaría gritar aquello de “Ilustrados del mundo, uníos”
Basta con que lo hagan los ilustrados europeos.
El Orden Inmutable y Eterno parece más seguro y hoy en día las apariencias se han convertido en la realidad. La apariencia de la teoría de la conspiración como la apariencia de la realidad virtual como la apariencia de los hologramas en sus múltiples variedades: en forma de foto o de comentario, qué mas da. Y es tal vez por eso por lo que el pueblo inculturizado sigue incuturizándose y los ilustrados son cada vez menos.
No me tomen a mí por una de ellos.
Lamentándolo mucho, yo sólo soy una pobre vieja bruja ciega.
La bruja ciega
Nota.
Cuando he escrito "los ilustrados son cada vez menos" no sabía que eran realmente cada vez menos.
Acabo de conocer a Tzvetan Todorov. Acabo de conocerlo justo al tiempo que me enteraba de su muerte. No he leido ninguno de sus escritos pero tengo la impresión de que es algo que no hay que dejar pasar. Descanse en paz.
Nota.
Cuando he escrito "los ilustrados son cada vez menos" no sabía que eran realmente cada vez menos.
Acabo de conocer a Tzvetan Todorov. Acabo de conocerlo justo al tiempo que me enteraba de su muerte. No he leido ninguno de sus escritos pero tengo la impresión de que es algo que no hay que dejar pasar. Descanse en paz.
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