Lo normal es escribir los artículos empezando por
el principio. Este, en cambio, ha sido iniciado por la mitad. La verdad es que
siempre me resulta complicado hablar de temas personales conflictivos así que
por lo común suelo abordarlos desde la perspectiva más nimia, más superficial y
termino dando la impresión de que no son tan preocupantes como parecen, o
incluso de que yo, y sólo yo, soy la auténtica culpable de la deplorable
situación. Ello se debe sin duda a que mi condición de bruja me hace más
proclive a considerarme culpable de todo o casi todo. Es normal. Las brujas
hemos sido educadas para aceptar, en el sentido de “comprender”, nuestra culpa y
ello exige la pérdida en su mayor parte de los instintos de supervivencia. El
destino de una bruja es morir o “librarse”, pero este “librarse” no le exonera
de su "culpa", mucho menos de su complejo de culpabilidad. Hasta cierto punto este comportamiento, esta actitud, que es
también un rasgo de la personalidad común a todas las brujas, es tan normal como
lógico: desde los tiempos más remotos, posiblemente desde que Dios obligó a
Abraham a perdonar a Isaac, las brujas
han sido las verdaderas víctimas propiciatorias de la historia. “Si Dios no
quiere víctimas inocentes, démosle pues víctimas malvadas. Busquémoslas si es
necesario.” ¿Quién pues mejor que las brujas? Mejor brujas que herejes. Los herejes tienen trato con el
diablo; pero las brujas, además, son mujer.
¡Acabáramos!
Sí. Acabáramos con ellas. El problema que ya en su día vió Arthur Miller cuando escribió su famosa obra “Caza de brujas”, es que las verdaderas brujas, las verdaderas y no las sentenciadas a serlo, las verdaderas y no las declaradas como tales, poseen la natural “virtud” de la sugestión (mucho más efectiva que la manipulación) y es por ello por lo que no tienen grandes dificultades en ser consideradas tiernas inocentes por la sociedad en la que viven, mientras que el calificativo de “brujas” - sin querer creerme más de lo que soy - suele otorgarse a aquéllas mujeres de elevada virtud y aún más elevada inteligencia pero sin gracia, ni estilo y sin gusto ni tiempo para el ardid y las maquinaciones. Así pues son las mejores las que acaban, si la suerte no las ampara, en la hoguera mientras las auténticas brujas, como el autor americano se encargó de mostrar, huyen llevándose hasta la colecta de la parroquia – y no les extrañe si incluso lo hacen con su beneplácito y bendición.
¡Acabáramos!
Sí. Acabáramos con ellas. El problema que ya en su día vió Arthur Miller cuando escribió su famosa obra “Caza de brujas”, es que las verdaderas brujas, las verdaderas y no las sentenciadas a serlo, las verdaderas y no las declaradas como tales, poseen la natural “virtud” de la sugestión (mucho más efectiva que la manipulación) y es por ello por lo que no tienen grandes dificultades en ser consideradas tiernas inocentes por la sociedad en la que viven, mientras que el calificativo de “brujas” - sin querer creerme más de lo que soy - suele otorgarse a aquéllas mujeres de elevada virtud y aún más elevada inteligencia pero sin gracia, ni estilo y sin gusto ni tiempo para el ardid y las maquinaciones. Así pues son las mejores las que acaban, si la suerte no las ampara, en la hoguera mientras las auténticas brujas, como el autor americano se encargó de mostrar, huyen llevándose hasta la colecta de la parroquia – y no les extrañe si incluso lo hacen con su beneplácito y bendición.
Ustedes siguen leyendo posiblemente más por
costumbre que porque encuentren sentido al texto.
No lo tiene. Probablemente no lo tiene.
Habré de comenzar por el principio.
El principio... Bien.
Hay días en los que una que soy yo se levanta, se
prepara un café humeante, echa un vistazo a las noticias y se topa con la
aparición de una nueva serie en la que al parecer la protagonista, una agradable
madre y esposa, es canibal. No queda ahí la cosa: su familia la ayuda a
alimentarse a base de proporcionarle víctimas... “malvadas, claro” – dice el
comentarista.
Y yo, lógicamente, leo ese “malvadas, claro”,
empiezo a pensar en mi condición de bruja y me asusto. Comprendan la gravedad de
mi situación.
Vuelvo a pensar en la nueva serie.
Mi miedo no desaparece pero por si fuera poco una
duda me asalta: si la canibal es una mujer ¿quiénes seran los malvados? ¿Hombres
o mujeres?
Y a partir de aquí es donde he empezado a escribir
a la velocidad del pensamiento el texto que viene a continuación y que no habré
corregido cuando ustedes lo lean, no por la impaciencia del publicar –que es lo
acostrumbrado- sino porque necesito serenar mi ánimo. Pueden imaginarse que en
días como estos lo de “Feliz día de San Valentín” suena a pitorreo.
Lo interesante, interesante por paradójico, es lo
siguiente: a medida que la sociedad se feminiza, a medida que se elevan al
altar los valores tradicionalmente considerados “femeninos” y se androginizan,
crece la violencia en las series.
Primero fue la exposición de órganos humanos: hígados, corazones, intestinos, cabezas cortadas porque al parecer mostrar la investigación patológica en todo su realismo era imprescindible para detener al culpable, entretener al espectador y de paso educarle en la crudeza de las pesquisas policiales. A esto le siguieron las epidemias, las guerras y las catástrofes nucleares que habían transformado a la serie humana en zombis, destino del que muy pocos se habían podido librar. Lo último es la canibalización de los pequeños burgueses.
Primero fue la exposición de órganos humanos: hígados, corazones, intestinos, cabezas cortadas porque al parecer mostrar la investigación patológica en todo su realismo era imprescindible para detener al culpable, entretener al espectador y de paso educarle en la crudeza de las pesquisas policiales. A esto le siguieron las epidemias, las guerras y las catástrofes nucleares que habían transformado a la serie humana en zombis, destino del que muy pocos se habían podido librar. Lo último es la canibalización de los pequeños burgueses.
A muchos esto les parece gracioso.
A mí no.
¿Esto es todo lo que ha traido la
feminización de la sociedad? ¿Sangre y violencia? ¿A esto conduce una mayor
primacía de los valores femeninos? ¿A mobbing, rumores, críticas y critiqueos,
cotilleos y maledicencias en las redes sociales?
Y por favor, por favor, no me vengan con que esto ya existía antes. Esto,
lo sabemos todos, ha existido desde que el tiempo es tiempo.
La diferencia es la de que antes existía una gran abismo entre “chismorreo de viejas” y “argucias femeninas”, por una parte; “maquinaciones políticas” y “estrategias comerciales”, sexualmente neutras porque aunque fueran firmadas y presentadas por los hombres, no era infrecuente que estos se dejaran aconsejar por mujeres especialmente cultas o especialmente astutas, por otra; y en último lugar, estrategias y tácticas militares, de carácter esencialmente masculino.
La diferencia es la de que antes existía una gran abismo entre “chismorreo de viejas” y “argucias femeninas”, por una parte; “maquinaciones políticas” y “estrategias comerciales”, sexualmente neutras porque aunque fueran firmadas y presentadas por los hombres, no era infrecuente que estos se dejaran aconsejar por mujeres especialmente cultas o especialmente astutas, por otra; y en último lugar, estrategias y tácticas militares, de carácter esencialmente masculino.
Esto era lo tradicional. Los hombres eran unos brutos y las mujeres eran
delicadas; los hombres eran groseros y las mujeres, educadas; los hombres se
dedicaban a matar y las mujeres a llorar, aunque fueran llantos de plañidera, y
a enterrar, no a los muertos, sino a sus
muertos; los hombres se dedicaban a conquistar y las mujeres a proteger las
posesiones.
No digo que fuera lo idóneo. Someter a las mujeres a la patria potestad de padres, hermanos y parientes, prohibirles el estudio, censurarles y castigar cualquier intención de independencia, no era en absoluto una situación con la que las mujeres pudieran mostrarse de acuerdo por mucho que más de una y más de dos se prestara a apoyar tal status quo basándose en la tradición, en la necesidad de la paz social o simplemente llevada del deseo inconsciente de querer hacer pasar a la hija por lo mismo que ella había pasado o justamente por todo lo contrario, para evitar perderla impidiendo que sus fuerzas de juventud la arrastraran a una lucha perdida de antemano.
En tales circunstancias era lógico que las mujeres desarrollaran artimañas y tretas que las ayudaran a conseguir sus objetivos (nobles o innobles) sin riesgo de ser condenadas al ostracismo social.
No digo que fuera lo idóneo. Someter a las mujeres a la patria potestad de padres, hermanos y parientes, prohibirles el estudio, censurarles y castigar cualquier intención de independencia, no era en absoluto una situación con la que las mujeres pudieran mostrarse de acuerdo por mucho que más de una y más de dos se prestara a apoyar tal status quo basándose en la tradición, en la necesidad de la paz social o simplemente llevada del deseo inconsciente de querer hacer pasar a la hija por lo mismo que ella había pasado o justamente por todo lo contrario, para evitar perderla impidiendo que sus fuerzas de juventud la arrastraran a una lucha perdida de antemano.
En tales circunstancias era lógico que las mujeres desarrollaran artimañas y tretas que las ayudaran a conseguir sus objetivos (nobles o innobles) sin riesgo de ser condenadas al ostracismo social.
Compréndanme en la justa medida: no estoy defendiendo el pasado; mucho menos
aún una vuelta al pasado. Como bruja, eso es imposible. Lo que me acongoja, lo
que me preocupa sobremanera es el saber qué diantres es lo que está
sucediendo en la sociedad actual y agradecería que alguien me lo explicara, caso de que haya alguna persona
sensata en este mundo que pueda entenderlo.
Imaginen: un mundo empeñado en separar a la mujer de la cultura, - porque,
se dice, la cultura es tradicionalmente femenina- y la mujer ha de abandonar los roles tradicionalmente femeninos para en su lugar acercar la al mundo masculino que es, dicen, técnico-tecnológico-científico porque, se dice, aunque este mundo no interese a la mujer lo suficiente ha de llegar a interesarla, se repite, para que la mujer termine de abandonar definitivamente
ese mundo femenino que, se dice, la oprime.
Así pues la mujer se encuentra dentro de un mundo obsesionado por conseguir que las mujeres ocupen cargos directivos y no duda en convencerlas de que alcanzarlos es más importante que la maternidad y que por tanto, o bien dejan a los bebés en manos de cuidadoras-no directivas pero trabajadoras, o congelan sus óvulos para empezar a ser madre a los cuarenta, con o sin menopausia, porque a esa edad –dicen- ya se ha consolidado el puesto profesional y porque,- se dice-, -y se dice porque se piensa-, que la menopausia no representa más que unos desarreglos sin importancia, cuando no simples imaginaciones psicológicas o incluso culturales.
Crucial, dicen, es que a los cuarenta años la situación laboral en las grandes alturas está asegurado y es entonces cuando una mujer puede ser madre cómodamente.
Así pues la mujer se encuentra dentro de un mundo obsesionado por conseguir que las mujeres ocupen cargos directivos y no duda en convencerlas de que alcanzarlos es más importante que la maternidad y que por tanto, o bien dejan a los bebés en manos de cuidadoras-no directivas pero trabajadoras, o congelan sus óvulos para empezar a ser madre a los cuarenta, con o sin menopausia, porque a esa edad –dicen- ya se ha consolidado el puesto profesional y porque,- se dice-, -y se dice porque se piensa-, que la menopausia no representa más que unos desarreglos sin importancia, cuando no simples imaginaciones psicológicas o incluso culturales.
Crucial, dicen, es que a los cuarenta años la situación laboral en las grandes alturas está asegurado y es entonces cuando una mujer puede ser madre cómodamente.
¡Aseguradas las altas esferas!
¡Menopausia una chiquillada similar a la pubertad!
¡Ja!
¡No me hagan reir!
En primer lugar el Olimpo no se caracteriza precisamente por su
estabilidad; allí los conflictos cuando no las luchas, están a la orden del
día. Más de uno ha sido arrojado sin contemplaciones desde sus elevadas cimas y
si no se ha roto la crisma, ello ha sido únicamente debido a su condición divina, no
a la laxitud del golpe.
En segundo lugar, la menopausia es, en efecto, inexistente para algunas
mujeres mientras que para otras representa el inicio de un sinfín de problemas.
Se trata de una cuestión tan individual como lo es la constitución del cuerpo y
de la personalidad, pero desde luego no se puede anticipar que una persona vaya
a tener su existencia “hecha” y “firmemente establecida” a los cuarenta años,- ahora al parecer son los cincuenta- , porque ello sólo significaría que esa
persona está muerta.
No nos engañemos: a partir de los cuarenta, se sea hombre o mujer, con o sin
menopausia, empieza una verdadera guerra, no por la carrera profesional, sino
por alcanzar el Poder. Y si no comienza la guerra por el Poder, entonces es que uno ya ha
llegado al nivel máximo al que podía llegar y el sujeto ha de empezar a
luchar no para expandirse sino para defender su posición a capa y espada frente
a las nuevas generaciones que se aproximan cargadas, no sé si de más sabiduría
y conocimiento, pero desde luego sí con la fuerza de los arribistas y
conquistadores.
Y no obstante, la idea de que la mujer ha de desprenderse de la cultura –
la mujer y no el hombre que es el que, tradicionalmente, ha hecho la cultura, o
por lo menos, el que tradicionalmente ha ganado dinero, poder y honor con
ella,- para en vez de ello dedicarse a la ciencia –aunque
la ciencia, como ya digo que se dice, no le interesa pero, como digo que se dice, ha de conseguir que llegue a
interesarle para desprenderse del lastre de la feminidad tradicional- y que ha de
preferir llegar a las cumbres heladas del poder en vez dedicarse a criar a sus
bebés está sumamente predicada y proclamada por los medios sociales.
Para demostrarle a la mujer la indubitable razón de esta premisa se le muestra la vida sometida, aburrida y gris de la mujer dedicada a los suyos, además de insegura a causa del divorcio y del recorte de pensiones, en vez de exigir –tanto que se exige al Estado- que se creen sueldos para las mujeres que trabajan en casa y pensiones para ellas –no de viudedad- sino de verdaderas asalariadas por el trabajo educador y organizador que realizan no sólo para la familia sino para la sociedad, en tanto en cuanto educan con determinados valores y permiten que las empresas introduzcan mayor movilidad, e incluso que el trabajar unas horas de más no suponga –por más que sean remuneradas como extraordinarias- grandes dosis de problemas organizatorios dentro de la familia.
El tema del sueldo para las mujeres que deciden trabajar en casa se considera hoy en día patético y sólo levanta sonrisas de conmiseración.
“En tiempos de crisis como éste...”, se dice.
Si los tiempos son de crisis, mucho más aún para los altos cargos, digo yo.
Para demostrarle a la mujer la indubitable razón de esta premisa se le muestra la vida sometida, aburrida y gris de la mujer dedicada a los suyos, además de insegura a causa del divorcio y del recorte de pensiones, en vez de exigir –tanto que se exige al Estado- que se creen sueldos para las mujeres que trabajan en casa y pensiones para ellas –no de viudedad- sino de verdaderas asalariadas por el trabajo educador y organizador que realizan no sólo para la familia sino para la sociedad, en tanto en cuanto educan con determinados valores y permiten que las empresas introduzcan mayor movilidad, e incluso que el trabajar unas horas de más no suponga –por más que sean remuneradas como extraordinarias- grandes dosis de problemas organizatorios dentro de la familia.
El tema del sueldo para las mujeres que deciden trabajar en casa se considera hoy en día patético y sólo levanta sonrisas de conmiseración.
“En tiempos de crisis como éste...”, se dice.
Si los tiempos son de crisis, mucho más aún para los altos cargos, digo yo.
Pero nada de esto se piensa; nada de esto se desea. Paradójicamente las
mujeres siguen viéndose obligadas por los medios sociales a pensar en su cuerpo
y en su apariencia y así dedican más tiempo a pensar en el botox y en “su chico” de cincuenta años, que a
reflexionar en todas estas cuestiones. Bien. Pero la paradoja subsiste.
Paralelamente, mientras a las mujeres se les aconseja, por no decir obliga,
a desprenderse de sus valores femeninos, se insta a los hombres a adquirir los
valores considerados “femeninos”.
Mientras a las mujeres se las anima a dedicarse a las profesiones tradicionalmente masculinas, se exigen a los hombres conductas softies, se les ofrecen perfumes, cremas, se recomienda la depilación... En definitiva se les apremia a adoptar comportamientos y estrategias históricamente propias del sexo débil.
Mientras a las mujeres se las anima a dedicarse a las profesiones tradicionalmente masculinas, se exigen a los hombres conductas softies, se les ofrecen perfumes, cremas, se recomienda la depilación... En definitiva se les apremia a adoptar comportamientos y estrategias históricamente propias del sexo débil.
Tiempos femeninos para tiempos antifemeninos.
El objetivo, piensan algunos, es la androginización de la sociedad.
Y a mí, bruja ciega, no me importaría que éste fuera el objetivo último, si antes me dijeran qué significa exactamente andrógino: asexuado, bisexual, homosexual, herosexual oculto, o qué. Porque "andrógino" es, lo reconozco, uno de esos conceptos que no dejo de escuchar, leer y ver escrito y que todo el mundo utiliza como si fuera el término más claro y diáfano de todos los existentes en la sociedad, pero yo no termino de comprenderlo. Ya saben ustedes que yo nunca entiendo lo que tan clara e inteligiblemente se muestra al resto de mis congéneres.
Una cosa sin embargo es cierta: no; no me importaría en absoluto que dejaran de existir las
diferencias entre hombres y mujeres. Una de las cosas que más me molesto de mi
niñez fue el que se dudara de mi feminidad por el hecho de que me gustara jugar
al fútbol. “Chicazo”, me llamaban. Como si por el hecho de jugar al fútbol a los diez años una
hubiera de ser menos mujer. Por otra parte, ustedes ya lo saben: yo fui, desde
el mismo momento de mi nacimiento declarada “brujita”; al crecer adquirí el
status de “bruja” (y en ocasiones hasta el de “mala bruja”), que ya no he
perdido. Quizás después de todo las brujas sean menos mujeres que las otras
mujeres por el simple hecho de ser brujas y por tanto más andróginas y por tanto más modernas y actuales. ¡Quién
lo sabe!
En cualquier caso y volviendo al tema que nos ocupa, repito que la cuestión
andrógina no es la que me preocupa.
Lo que me preocupa es la paradoja.
A las mujeres se las educa como tradicionalmente a los hombres, pero nunca
han estado tan sexualizadas como ahora.
A los hombres se les educa como tradicionalmente a las mujeres, pero nunca
hay tantos “machos” democráticamente elegidos en el Poder como ahora.
Lo que me preocupa es la paradoja.
Se educa en la feminización y se producen películas y series a cual más
violenta y más sangrienta.
Se educa en la feminización y lo que se muestra no son las “argucias”,
tradicionalmente femeninas, las elucubraciones del pensar, sino los
comportamientos brutales - tradicionalmente masculinos.
Mi problema:
No veo por ningún lado que nos dirijamos hacia la androginización.
Más bien a la deshumanización, a la animalización o,
por movimiento pendular,
a la tradición tradicional más tradicional de la mujer “con la pata
quebrada y en casa”,
por decirlo de algún modo.
Creo, realmente lo creo, que los productores de cine, los guionistas, los
actores, los productores, los espectadores, los ciudadanos, deberían detenerse
a pensar seriamente el asunto a la hora de contestar a cuatro cuestiones
realmente esenciales y acuciantes:
a.
¿Qué
es la cultura?
b.
Cultura
¿qué cultura?
c.
¿Quién
hace la cultura?
d.
¿Cómo
se hace la cultura?
S
SSilencio en el foro.
Debe ser que todos están celebrando San Valentin; unos a lo andrógino, otros a lo zombi y otros a lo canibal.
Creo que me hace falta un nuevo café.
La bruja ciega.
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