La siguiente frase podría muy bien resumir a los que día tras día se acercan a las fronteras europeas.
“Ni son todos los que están ni están todos los que son”.
“Ni son todos los que están ni están todos los que son”.
¿Debe un continente acoger a los que huyen de la violencia,
de la guerra, del horror? Sí. Debe.
¿Tiene obligación un continente de acoger a todos los que llegan en busca de trabajo? No. No la tiene. La responsabilidad de un Estado consiste en cuidar de sus ciudadanos, de protegerlos frente a las catástrofes naturales, frente a las catástrofes político-sociales y frente a las catástrofes económicas, pero dicha responsabilidad no incluye la de resolver las dificultades normales a las que otros ciudadanos de otros países se enfrentan y que han de ser solucionadas por sus respectivos gobiernos y estructuras.
¿Tiene obligación un continente de acoger a todos los que llegan en busca de trabajo? No. No la tiene. La responsabilidad de un Estado consiste en cuidar de sus ciudadanos, de protegerlos frente a las catástrofes naturales, frente a las catástrofes político-sociales y frente a las catástrofes económicas, pero dicha responsabilidad no incluye la de resolver las dificultades normales a las que otros ciudadanos de otros países se enfrentan y que han de ser solucionadas por sus respectivos gobiernos y estructuras.
Desde hace meses, la deuda europea crece sin parar a ritmos alarmantes. Se
cierra una brecha y se abre otra. Incluso la hasta ahora denominada “locomotora
alemana” ha de hacer frente a gastos que no había previsto en un principio y
cuya proporción va en aumento sin que nada ni nadie pueda hacer gran cosa para
solucionarlos. El desarrollo de las energías renovables exige esfuerzos en
todos los estamentos de la sociedad. Los contribuyentes alemanes han de
contribuir con ingentes sumas al cierre de las centrales atómicas y a la
construcción de líneas subterráneas por las que discurran los nuevos tipos de
energía alternativa y que en un primer momento, todo hay que decirlo, no habían sido previstas. Pero la sociedad ha protestado contra los postes de cables que habían de colocarse en sus jardines. A los alemanes no les importa pagar, pero no están dispuestos
a encontrarse en su terreno postes de cables; mucho menos cuando ni siquiera
soportan que el balón de los hijos de su vecino se les cuele en su jardín cuando
juegan al fútbol.
Los problemas de VW tampoco les van a dejar indiferentes. Si VW recorta la
plantilla de trabajadores, el paro aumentará en un sector en el que empieza a
ser preocupante. De los trabajadores de Opel que han perdido su empleo sólo uno
de cada diez ha vuelto a encontrar uno nuevo. La crisis de los grandes
almacenes tampoco es tema baladí y la situación de precariedad de muchas
comunas es un tema que se agrava a medida que pasa el tiempo. Creo que lo dije
en uno de mís artículos de “Idas y venidas”: que algunos Länder alemanes estén
pensando en unificarse, ellos: tan amantes de su independencia y de sus señas
de identidad, es que las complicaciones
han alcanzado tales proporciones que les resulta imposible solucionarlas por
separado.
Hace poco escuché en una tertulia de la televisión alemana decir “que había que querer al
prójimo como a uno mismo” y la incombustible Désirée Nick, que se encontraba presente, añadió con el ácido humor que la caracteriza: “Pero no más.”
Le pese a quién le pese este “pero no más”, es una de las frases más
inteligentes jamás pronunciadas. No somos santos, no somos ángeles. Somos
hombres trabajando en el intento de construir una vida que sirva a la sociedad
en la que habitamos y en la que las generaciones futuras puedan participar.
“Hay que querer al prójimo como a uno mismo” invita a amarnos a nosotros
mismos primero, para poder amar al otro después. Esos que dicen odiarse y no
gustarse me parecen aprendices de psicópata. El que no se ama a sí mismo no puede
amar a nadie. Lo mismo sucede con esos que pretenden amar al prójimo más que
a sí mismos. Esa falta de cariño por la propia piel nunca resulta saludable.
Aunque dichos individuos pongan al servicio del otro la negación que de
sí mismos hacen, uno nunca puede estar seguro de lo que harán a continuación: si
estarán dispuestos a morir estoicamente por el otro o serán como la bruja de
Hansel y Gretel, que primero les muestra la casita de chocolate y luego el
horno.
La generalmente sensata pero no siempre cómoda Désirée Nick afirma que hay
que querer al prójimo como a uno mismo, pero no más que a uno mismo. De Maizière
está convencido de la veracidad de dicho enunciado. El problema al que se ha
estado enfrentando hasta ahora era cómo explicárselo a una sociedad deseosa de
elegir entre los contrarios extremos “bueno”- “malo”, y a sus colegas políticos,
siempre propensos a decantarse por conceptos políticos contrarios extremos: “factible”-“no
factible.”
De Maizière propone implantar una solución intermedia: la zona tránsito.
Quiere ayudar a los demás porque quiere al prójimo. Pero se opone a admitir que
esa ayuda signifique su propia ruina.
De Maiziére es generoso pero se niega a permitir que esa generosidad desborde el cubo de problemas que ya tiene y que cada día se llena un poco más-
De Maiziére es generoso pero se niega a permitir que esa generosidad desborde el cubo de problemas que ya tiene y que cada día se llena un poco más-
Cuando la razón se impone nunca hay mucho que decir. Y la razón, esta vez, parece querer imponerse.
La zona de tránsito puede, tal vez, no ser humana. Pero mucho menos lo son
la guerra y la violencia que ha traído a esos hombres hasta aquí. La zona de
tránsito no será una solución de santos pero sì, en cambio, la mejor solución
de hombres de buena voluntad que quieren ayudar sin perecer en el intento.
Contribuirá a diluir los miedos de la sociedad de acogida, ayudará a concentrar
los esfuerzos de auxilio y permitirá decidir rápida y eficazmente quién tiene
el derecho de asilo y quién, no. Evitará tener que ceder al chantaje de otros países, o al menos, a ceder a todas y cada una de sus exigencias; permitirá controlar el dinero que se emplea para atender a los refugiados-emigrantes, en vez de dejarlo en manos de otros gobiernos o de otras asociaciones. En fin, las ventajas son muchas.
En cualquier caso, la zona de tránsito no es una invención ni de De
Maizière ni de Alemania. Los Estados Unidos también la tuvieron. Concretamente
en la isla Ellis. Aquéllos lectores que conozcan el alemán pueden leer el
siguiente link:
Admitámoslo: No establecer una zona de tránsito implica abrir la
puerta a la lucha eterna entre ángeles y demonios. Con ello se cierra, al mismo tiempo, la que posibilita a los
hombres construir una sociedad humana.
La bruja ciega.
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