A los periodistas alemanes les preocupan las intenciones de Putin al
bombardear Siria. En este sentido he de decir que muchas de las opiniones de
los lectores resultan más clarificadores y sensatas que las de los propios
articulistas movidos por miedos, prejuicios o noticias sacadas de no se sabe
dónde y proporcionada por no se sabe quién. El articulista de turno sospecha en
privado que la opinión de los lectores está contaminada por la propaganda rusa
que últimamente parece envolver el ambiente de internet. Ignoro si tiene razón.
De lo que sí estoy segura es de que los americanos han cometido tantos errores
en las últimas décadas que resulta prácticamente imposible no interesarse por
la política exterior rusa, a ver si ellos lo hacen un poco mejor. Que los rusos
son agresivos lo sabemos todos. Que ante su amabilidad hay que reaccionar con
precaución y serenidad, también. Igualmente conocemos la corrupción de los
oligarcas rusos que se extiende hasta enraizar en la población rusa. La misma
corrupción que les permitió sobrevivir en los momentos más terribles de la
dictadura, y la dictadura en la que han vivido se prolonga a lo largo de
siglos, es la misma corrupción que les impide salir adelante. Los problemas
provocados por el alcohol, las drogas, la miseria, la falta de libertad, el
miedo a la iniciativa, obstaculizan cualquier posible desarrollo. La Iglesia en
la que confía Putin no proveerá ninguna ayuda porque la virtud ha de ser
individual, autónoma y crítica. Y la moral de la Iglesia tiende siempre a
subyugar al prójimo a fin de conseguir la universalidad. Desde un punto de
vista político la Iglesia puede ser útil como instrumento de cohesión social,
así como una inspiración para el valor y el trabajo pero no deja de ser cierto
que la Iglesia es al mismo tiempo un nuevo elemento que ayuda al Estado a
controlar a la población, no a incentivar su desarrollo. Mark Twain en su biografía
escribió que a la Iglesia le preocupaba la moral por encima de la
intelectualidad porque era a través de la moral como se llegaba al Paraíso. Ello
significaba, afirmaba Twain, que si un individuo decidía desarrollar la
intelectualidad sólo le quedaría la posibilidad del infierno puesto que únicamente
la moral estaba reservada al Paraíso. Sabias palabras de un sabio hombre, tan
sabio que dispuso que no se publicara su autobiografía hasta pasados cien años
de su muerte.
Sí. Los rusos tienen grandes dificultades internas que superar y la más
importante de todas quizás sea aprender a ser libre. No es fácil. En un sistema
industrial, financiero global, mucho menos. Pero al menos ha de permitir una
esfera de libertad y ella incluye no tener miedo a expresar opiniones, no tener
miedo a experimentar aún a sabiendas de que es posible que no se alcance el
éxito y aprender a afrontar la individualidad en individual y no en colectivo,
no en clan, no en comunidad. Es el individuo el que se salva o se condena y
ningún humano tiene derecho a decirle lo que tiene que hacer o cómo ha de
interpretar las Sagradas Escrituras, provengan éstas de la religión que
provengan. Lo que Rusia necesitaría son un Kant y un Lutero, además de un Mark
Twain y un Huxley. Hombres que creen en el individuo y en las posibilidades que dicho individuo puede desarrollar en libertad en vez de aspirar a estructuras que transformen a los hombres en
robots que se encienden y se apagan.
Pero ahora, justo cuando se trataba de aprender a ser libre, el mundo ha
decidido lanzarse a jugar el juego de la guerra, en el que uno de los requisitos
necesarios es la carencia de individualidad, el cumplimiento ciego de las
órdenes, etc. Malos tiempos, malos tiempos, para las innovaciones sociales en
un país que tanto precisa de ellas. Malos tiempos no sólo en Rusia, en el mundo
entero. Medio mundo se ha lanzado al juego de la guerra contra el otro medio. Y
al parecer ni los Unos ni los Otros, ni los de Aquí ni los de Allá, lo saben. Todavía ignoran que ésto es ya una guerra mundial, al estilo de las dos anteriores aunque se hayan incorporado nuevos actores y se libre en un territorio distinto.
Al menos no están dispuestos a admitirlo. No estamos dispuestos a admitirlo.
Creemos que son los rusos de Putin y los americanos de Obama y los franceses de Holande –de los que apenas sí se habla- y que eso no tiene nada que ver con Europa porque Europa anda ocupada con los refugiados-emigrantes y por tanto no dispone ni de tiempo, ni de fuerzas, ni de dinero para ocuparse de juegos que no le van ni le vienen excepto a los periódicos, que así ganan un titular más. Pero es inútil permanecer sordo. Los tambores de la guerra resuenan con cada vez más fuerza. Les escuchamos tronar sin furia, sin rabia. Son tambores-robot. Detrás no hay hombres. Detrás hay drones. Tambores robot de guerra que han de enfrentarse con tambores hombres, que no son hombres sino bestias. No se sabe muy bien si por lo sufrido y padecido en las guerras a las que llevan sobreviviendo desde su nacimiento o si por unas creencias religiosas mal aprendidas y peor practicadas. Tambors robot contra tambores hombre. En cualquier caso, la guerra.
Al menos no están dispuestos a admitirlo. No estamos dispuestos a admitirlo.
Creemos que son los rusos de Putin y los americanos de Obama y los franceses de Holande –de los que apenas sí se habla- y que eso no tiene nada que ver con Europa porque Europa anda ocupada con los refugiados-emigrantes y por tanto no dispone ni de tiempo, ni de fuerzas, ni de dinero para ocuparse de juegos que no le van ni le vienen excepto a los periódicos, que así ganan un titular más. Pero es inútil permanecer sordo. Los tambores de la guerra resuenan con cada vez más fuerza. Les escuchamos tronar sin furia, sin rabia. Son tambores-robot. Detrás no hay hombres. Detrás hay drones. Tambores robot de guerra que han de enfrentarse con tambores hombres, que no son hombres sino bestias. No se sabe muy bien si por lo sufrido y padecido en las guerras a las que llevan sobreviviendo desde su nacimiento o si por unas creencias religiosas mal aprendidas y peor practicadas. Tambors robot contra tambores hombre. En cualquier caso, la guerra.
Y una piensa que Rusia va a enviar la infantería a combatir. Pero Rusia no
envia a la infantería. No la envía ni la enviará. Acaso unos cuantos soldados
por aquéllo del “hacer ver”. Al contrario de lo que sucede en Ucrania, los
soldados rusos no conocen la zona, no tienen simpatizantes dispuestos a
ayudarles en un contexto en el que “ayuda” significa “dar la vida por ellos y
por su causa”. Los rusos reconocen sus debilidades y saben que les falta lo que
en este momento les falta a todo ejército del mundo occidental: un equipo
humano bien adiestrado y disciplinado que confía en la sensatez de la
jerarquía, en su capacidad de análisis de la situación y que acepta matar por
la causa.
A los americanos les acucian problemas similares. No es de extrañar que en las
últimas películas de Hollywool se hayan decidido a convertir a los anti héroes en
héroes, a los asesinos en guerreros. Pero eso, claro, son simplemente
películas. Un asesino en serie no resulta aprovechable para un ejército porque
carece de un requisito básico: la disciplina. Un asesino en serie supone un
peligro incluso para sus compañeros, que nunca pueden estar seguros de dormir a
su lado.
La solución cinematográfica, por tanto, no sirve.
Europa acoge a unos cuantos miles de refugiados a la espera de que entre
ellos no haya enemigos infiltrados y que, llegado el momento de la invasión
real, puedan ayudar a los desentrenados y despistados europeos a salvar su
territorio. Muchos creen que los refugiados-emigrantes son la invasión. ¡ja! ¡Qué
más quisiéramos nosotros! Si acaso serán la salvación, entre otras cosas porque
conocen al enemigo mejor que cualquiera
de nosotros. El IS crece y crece. Ese es el problema. Lo dije, lo digo y lo
repito. El IS es una fuerza integradora de miles y miles de personas que ven en
dicho movimiento la posibilidad de vengarse de todos los males padecidos, de
todas las muertes de sus seres queridos. El IS es una fuerza de hombres
destrozados liderados por la Verdad Religiosa Absoluta y el afán de Poder. Dos elementos que unidos son temibles. No va a ser fácil combatirlos.
Vencerlos, tampoco. Ser conscientes de ello es imprescindible a fin de
establecer fria y serenamente una estrategia conjunta.
Una estrategia
conjunta ¿de quién? Las alianzas establecidas por los Estados Unidos con otros
países se han revelado como ineficaces, lo cual no es sorprendente. Ahora
entran nuevos actores en escena. Uno de ellos es Rusia. El otro es Irán, que tiene
graves problemas con Israel. O al revés. Las grandes incógnitas siguen siendo
Arabia Saudi y Dubai. Dron aquí, dron allá; refugiado aquí, refugiado allá,
ellos siguen con sus decapitaciones y sus modos de vida medievales ayudados por
técnicas futuristas. El mundo occidental preocupado por la inestabilidad en la
zona y ellos, que viven en mitad del tumulto, ni se inmutan. A los periodistas
les irrita que no recojan a ningún refugiado-emigrante. A mí me molesta su
impasibilidad, la tranquilidad de la que hacen gala y de que en Europa,
silenciosa y sin grandes escándalos, se introduzca la banca Árabe que, como
todos sabemos, es justamente desde Dubái, desde donde se dirige. Si se trata de
contrarrestar a las élites financieras occidentales, siento avisarles de que
tal estrategia resultará ineficaz. Las élites financieras occidentales son
mundiales y globales y no tienen problemas de raza, ni de religión, ni de
nacionalidad. Las élites financieras son tal vez el mejor ejemplo para explicar
aquéllo de “Todo en el Uno y el Uno en Todo” ¿recuerdan?
La estrategia conjunta continúa siendo un enigma.
El otro problema son los métodos. Llevan años bombardeando la zona. La
bombardean porque, como ya hemos dicho anteriormente, la infantería se ha
revelado como ineficaz. La infantería ni conoce el terreno ni la población ni
está lo suficientemente disciplinada ni lo bastante entrenada para luchar con
hombres-fantasma. Esto es: guerreros que se esconden disfrazados de población
civil. Cualquiera es un enemigo: una mujer, un abuelo, un niño, incluso. Sin
declaración de guerra: ninguna regla. Más o menos esa es la consigna. El
enemigo llega sin avisar. Allí, cada familia es un enemigo. Distinguir entre
guerreros y población civil se hace altamente complicado. Incluso los mandos
mayores del ejército alemán lo saben. Lo han vivido en primera persona. Uno de
esos militares sensatos, prudentes, uno de esos alemanes que nunca se deja
llevar por la emociones, ni por el odio, entre otras cosas porqe un militar
profesional nunca odia. El odio le conduce a la muerte segura. Y recibe una
noticia fiable, plenamente fiable. El militar se decide a atacar. A la mañana
siguiente el militar aparece en los periódicos pero no como héroe sino como
asesino. Los que han muerto eran población civil. Al menos, eso dicen. Y es el
militar, entonces, el que ha de enfrentarse a un tribunal. Eso es lo que sucede
en las guerras entre soldados y guerreros-fantasma. Un soldado mata a una mujer
y la sociedad occidental ve a una mujer muerta. El soldado ha visto a una mujer
que estaba organizando un ataque a una unidad. El soldado no puede probarlo. La
familia de la mujer llora su muerte delante de las cámaras y por detrás unos
cuantos parientes se están reuniendo para organizar un nuevo ataque. Las capturas de
fuerzas enemigas que los soldados occidentales se han producido,en su mayor
parte, gracias a traiciones internas que alguna pelea o rencilla ha provocado.
En un escenario así, los términos “inocente”, “culpable” dejan de tener
sentido. No hay inocentes, no hay culpables. Lo único que hay es un Infierno:
confusión, caos, calor, frío. Soldados occidentales que terminan viendo en cada
ser un enemigo. Enemigos que no distinguen entre soldados y ayuda
internacional. Lo único que quieren es dinero. Les han acostumbrado a eso: a
que se les pague por mantener la paz. La paz cuesta millones. Cada vez más. En
estos instantes muchos ya no saben qué es mas costoso: la paz o la guerra.
Ése es el panorama real. No suena bien. Soy consciente de ello. La mayoría
preferiríamos reglas, como las que se utilizan en los combates de boxeo. Pero
no las hay. Aunque nosotros las tengamos y hayamos de responder ante ellas, en
una guerra nunca hay reglas y en una guerra, como ésta, contra hombres
fantasma, mucho menos. Por eso Rusia no envía ninguna infantería. No quiere
cometer el mismo error que cometieron los Estados Unidos. No quiere pagar por
la paz pero tampoco está dispuesta a sacrificar a soldados que no luchan contra
otros soldados. Soldados que han de matar a una población civil cuyos
componentes son guerreros desde su nacimiento porque en otro caso estarían muertos
o habrían intentado huir a Europa pero cuya auténtica naturaleza no pueden
filmar las cámaras porque las cámaras sólo son capaces de filmar lo que aparece
y no lo que verdaderamente es.
Si Rusia utiliza aviones y drones sólo conseguirá hacer un par de agujeros más en el suelo. ¿Cuántos agujeros más van a hacer falta para detener la guerra? Y luego ¿qué?
Si se decide a utilizar la infantería, ésta habrá de matar todo lo que encuentre a su paso porque todo lo que encuentre a su paso es un posible enemigo y es, además, un verdadero posible enemigo. Pero algo así sólo lo hacen los locos o los desesperados y los rusos no son ni lo uno ni lo otro.
Se diga lo que se diga, tampoco lo fueron los americanos, aunque es cierto que más de uno terminó desequilibrado. ¿Quién puede reprocharlo? Vivimos en un mundo en el que convergen los selfies con las grabaciones de imágenes y de conversaciones de los otros. Pero criticar y exigir sólo criticamos y exigimos al otro.
Los rusos han decidido actuar. Pero no lo tienen fácil. No lo tienen fácil.
La bruja ciega.
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