El espectador mira al cielo. Es un cielo de otoño: nublado y fresco. Los
geranios rojos muestran el último esplendor antes de que el invierno los
condene al sueño. El espectador no sabe muy bien qué hacer para conseguir que
la hibernación sea temporal y no eterna. El año pasado, siguiendo el consejo de
uno de los vecinos, los llevó al sótano. De sus espléndidos geranios sólo uno
logró sobrevivir sin jamás recuperar su inicial brillo. Este invierno, el
espectador ha decidido que seguirá su instinto. Los cobijará dentro de casa con la esperanza de que sus nunca bien aisladas
ventanas sirvan de algo más que para obligarle a llevar dos recios jerseys de
lana y gastar ingentes sumas en calefacción.
El espectador medita sobre sus geranios, sobre el invierno, sobre la vida y
sobre la supervivencia. Luego, agotado de tanta reflexión, se acomoda en su
sillón favorito y enciende la televisión. Las noticias son confusas. Ayer, desde la simbólica verja humana que se formó en algún lugar de la frontera con la República Checa se dispararon una cuantas balas que han producido, claro, sus consecuencias. Resulta irónico, piensa el espectador, desde que en Occidente el fallecimiento de Dios ha sido declarado y certificado, las élites y Fuenteovejuna andan buscando como desesperados nuevos axiomas por los que vivir y... por los que morir. Y hete aquí que la oposición a los refugiados debe ser considerada lentamente como un nuevo factor de reunificación social, igual que lo son la oposición a la energía nuclear o el movimiento para detener el cambio climático.
Vivir para ver, musita el espectador; para ver cómo los hijos de los que ayer destruían verjas hoy las restablecen. Algo parecido pasó con las tarimas de madera desde las que los maestros impartían antiguamente sus clases. Aquí no hubo necesidad de cambio generacional. El mismo individuo que en uno de los Institutos luchó a brazo partido para que desaparecieran, alegando que eran símbolo de la dictadura y del autoritarismo de viejos tiempos pasados, fue el mismo sujeto que exigió en el siguiente Instituto al que fue destinado el restablecimiento de las viejas palestras porque así todos los alumnos, incluso los de las últimas filas, podrían ver al profesor y atenderían mejor a las explicaciones.
Sí. Vivir parar ver, repita el espectador. Para ver cómo de rápidos cambian los argumentos, las posiciones y las perspectivas...
Y todo ello, sin necesidad de moverse del sillón, se dice satisfecho.
Vivir para ver, musita el espectador; para ver cómo los hijos de los que ayer destruían verjas hoy las restablecen. Algo parecido pasó con las tarimas de madera desde las que los maestros impartían antiguamente sus clases. Aquí no hubo necesidad de cambio generacional. El mismo individuo que en uno de los Institutos luchó a brazo partido para que desaparecieran, alegando que eran símbolo de la dictadura y del autoritarismo de viejos tiempos pasados, fue el mismo sujeto que exigió en el siguiente Instituto al que fue destinado el restablecimiento de las viejas palestras porque así todos los alumnos, incluso los de las últimas filas, podrían ver al profesor y atenderían mejor a las explicaciones.
Sí. Vivir parar ver, repita el espectador. Para ver cómo de rápidos cambian los argumentos, las posiciones y las perspectivas...
Y todo ello, sin necesidad de moverse del sillón, se dice satisfecho.
El espectador es incapaz de dilucidar si Rusia es buena, mala o regular. Y tampoco está seguro de que
la OTAN esté absolutamente al corriente de la verdadera situación. Muchos espías,
sí; pero también muchos contraespías. Muchas escuchas telefónicas, sí; pero en
una realidad virtual las escuchas telefónicas terminan resultando de muy poca validez
para un análisis fiable. Muchos confidentes, sí; pero los dobles y los falsos
agentes causan verdaderos quebraderos a los grandes imperios. El último: el
ataque de los Estados Unidos a un hospital. Nadie quiere creer que dicho ataque se haya debido a
los falsos informes que el ejército americano ha recibido. Nadie excepto el espectador, que está
convencido de que ésa, justamente, ha sido la causa. Y lo está porque ya ha
leído algo acerca de los guerreros fantasma en su blog favorito y porque sabe que no es al primer
país al que le sucede algo parecido.
¿El inicio de una tercera
guerra mundial? Sería de necios negarlo. El mayor problema consiste en determinar
quién contra quién. Las alianzas, tal y como le son mostradas al espectador, le
resultan meros espejismos. Una Europa debilitada económica, social y moralmente no
sabe, o no puede decidir, a qué aliados ayudar. Los Estados Unidos con sus
escándalos de espionajes y con las sanciones a VW no resultan gratos compañeros
de batalla. Los rusos van a lo que van: o sea a los suyo. Y los turcos juegan
un doble juego que no gusta nada en absoluto a los rusos. Los rusos, - el
espectador no sabe por qué los periódicos tardan siempre más tiempo en comprender la realidad real que la realidad virtual -, quieren acabar con los rebeldes y pacificar a Siria aunque
ello exija mantener en el poder un dictador que será lo que sea pero que al día
de hoy no parece ser un posible aliado del IS.
Los rusos esperan, elucubra el somnoliento espectador en su sillón, que una vez que la situación en Siria se haya apaciguado, - y el apaciguamiento ruso, el espectador lo intuye, significa un apaciguamiento a las buenas o a las malas, en donde “a las malas” es sinónimo de “a lo bestia” por aquéllo de “para bestia tú, más bestia yo”, - puedan pasar a destruir al IS.
Así pues, concluye el espectador, la estrategia rusa es doble: por un lado intenta destruir a los rebeldes; por otra afianzar su preeminencia sobre un gobierno turco que no se sabe si va o si viene.
A los rusos, eso de que la OTAN corra enfurecida a defender a un aliado tan enigmático como el turco le produce una risa parecida a la risa jocosa del diablo, que sabe más por viejo que por sabio. Con tantas hazañas indignas de caballeros pero propias de fuerzas decididas a imponerse en la zona e incluso a extenderse por el resto de los países del planeta gracias a la indecisión de sus respectivos dirigentes políticos que siguen sin decidir qué medidas tomar, los rusos atacarán en una segunda fase a los del IS y a éstos no les quedará otra alternativa que utilizar a todos sus guerreros, -fantasmas o no -, por la sencilla razón de que los rusos podrán tener muchos defectos pero el de la discriminación, desde luego, no: un enemigo es siempre un enemigo con independencia de su raza, religión, sexo y estado. “¿Queréis igualdad?” Pregunta el ruso sin odio ni rencor, sin ni siquiera mostrar enfado, más bien todo lo contrario. “Pues lo váis a tener”, dice. Y acto seguido dispara a todos sin ningún sentimiento de culpa moral porque la culpa en Rusia, - ya lo dijo Spengler, recuerda el espectador-, es horizontal y sabe que la comparte con todos sus compatriotas; tampoco le invade el sentimiento de injusticia, al fin y al cabo no se puede negar que ha tratado a todos de igual manera.
Los rusos esperan, elucubra el somnoliento espectador en su sillón, que una vez que la situación en Siria se haya apaciguado, - y el apaciguamiento ruso, el espectador lo intuye, significa un apaciguamiento a las buenas o a las malas, en donde “a las malas” es sinónimo de “a lo bestia” por aquéllo de “para bestia tú, más bestia yo”, - puedan pasar a destruir al IS.
Así pues, concluye el espectador, la estrategia rusa es doble: por un lado intenta destruir a los rebeldes; por otra afianzar su preeminencia sobre un gobierno turco que no se sabe si va o si viene.
A los rusos, eso de que la OTAN corra enfurecida a defender a un aliado tan enigmático como el turco le produce una risa parecida a la risa jocosa del diablo, que sabe más por viejo que por sabio. Con tantas hazañas indignas de caballeros pero propias de fuerzas decididas a imponerse en la zona e incluso a extenderse por el resto de los países del planeta gracias a la indecisión de sus respectivos dirigentes políticos que siguen sin decidir qué medidas tomar, los rusos atacarán en una segunda fase a los del IS y a éstos no les quedará otra alternativa que utilizar a todos sus guerreros, -fantasmas o no -, por la sencilla razón de que los rusos podrán tener muchos defectos pero el de la discriminación, desde luego, no: un enemigo es siempre un enemigo con independencia de su raza, religión, sexo y estado. “¿Queréis igualdad?” Pregunta el ruso sin odio ni rencor, sin ni siquiera mostrar enfado, más bien todo lo contrario. “Pues lo váis a tener”, dice. Y acto seguido dispara a todos sin ningún sentimiento de culpa moral porque la culpa en Rusia, - ya lo dijo Spengler, recuerda el espectador-, es horizontal y sabe que la comparte con todos sus compatriotas; tampoco le invade el sentimiento de injusticia, al fin y al cabo no se puede negar que ha tratado a todos de igual manera.
El espectador apaga la tele preocupado. ¿Está enfermo? No sabe por qué pero
desde hace unos días le resulta prácticamente imposible controlar el humor
sarcástico que de un tiempo a esta parte padece. El espectador se mide la
temperatura. No tiene fiebre. Deben ser las ondas electromagnéticas las que lo
están afectando. Va a la cocina, se prepara un té y vuelve al sillón pero no
enciende la televisión. El espectador entiende a los rusos. El espectador, en
cambio, no entiende a la OTAN y tampoco entiende a los turcos. Los rusos, sospecha el
espectador, seguirán invadiendo el espacio aéreo turco. Los rusos desconfían de
los turcos y de sus intenciones. A los rusos los dobles juegos no les resultan desconocidos
y en el caso turco en concreto, el doble juego se huele desde hace años. Los rusos no entienden
cómo Europa y la OTAN le han permitido a Turquía jugarlo durante tanto tiempo y desde
luego entienden mucho menos aún cómo es posible que los europeos se hayan prestado a aceptar el chantaje con
el tema de los refugiados: “O seguís mis normas u os mando más refugiados”, dicen los turcos. Y los europeos aceptan cualquier condición con tal de quitarse de en medio una papeleta como la de los refugiados, que les va a obligar incluso sus leyes y todavía peor: los principios que creían tan sagrados. Lo sagrado acaba allá donde las condiciones reales se imponen y las condiciones reales vienen determinadas siempre por la necesidad. A estas alturas, los
rusos están que trinan por haber creído a esos debiluchos países del Oeste,
cansados y viejos, más fuertes de lo que en realidad eran y son. A los rusos no
les va a parar nadie. Puede ser que Putin, como dice algún comentarista del “Der
Spiegel” tenga un sentido creativo de la realidad. Pero entre “creativo” y “virtual”,
concluye el espectador, va un abismo. El espectador tiene un espíritu
artístico, no puede negarlo. Es justamente este espíritu el que le inclina a
creer que los rusos llevan demasiado tiempo esperando el momento propicio para
que ahora un par de gritos enfurecidos provenientes de naciones incapaces de
solucionar los problemas que llevan años intentando solucionar les vayan a
parar. Rusia está harta de naciones que se dedican a ver y a analizar la paja en
el ojo ajeno, mientras descuidan la viga en el suyo propio.
¿Y eso es lo que los periódicos todavía no comprenden?
El espectador no sale de su asombro. ¿Cómo es posible?
¿Cómo es posible también que únicamente sea él quien muestre su
desconfianza ante el escándalo de VW? ¿Cómo es posible que únicamente él sienta
y presienta que se trata de una conspiración, de una lucha de poderes y de
fuerzas económicas? Una estafa de esas proporciones no puede quedar cubierta y
desconocida durante tanto tiempo, piensa el desconcertado espectador. ¡Un país
en el que las empresas deben incluso avisar a los compradores de microondas que no utilicen los microondas para secar a sus gatitos, a fin de evitar demandas (apoyadas en la intolerancia frente a la falta de información del vendedor y en la disculpa de la falta de sentido común, por no decir, estupidez, del comprador), lo cual ha causado estragos insospechados a las empresas por las fuertes cantidades que han de abonar a los perjudicados...!
El ejemplo del microondas y los gatitos tal vez sea una exageración, recapacita el espectador, pero no se separa demasiado de la realidad.
El ejemplo del microondas y los gatitos tal vez sea una exageración, recapacita el espectador, pero no se separa demasiado de la realidad.
El espectador contempla sus geranios. Tendrá que meterlos en casa antes de que
llegue la primera helada; mientras tanto esperará, esperará hasta que el
momento oportuno se presente.
Algo así, cree él, ha pasado con VW: que alguien ha estado esperando el momento oportuno para dejar estallar el escándalo. "¿No resulta gracioso que un meteorito
le caiga a VW justo el día en que todos los videos
pseudo-espirituales-alienígenas-astrológicos-astronómicos han augurado que un
meteorito va a caer de lleno justo en el país en el que en ese preciso instante se encuentran reunidos los
poderes del planeta político-religiosos concentrados?", se pregunta el espectador.
El espectador no cree que el humor sea casual. El humor pertenece a los dioses. Los dioses no juegan a los dados pero se divierten viéndolos caer. Y sus risas trascienden el Olimpo. En el caso del VW, el espectador escucha las risas, cada vez más fuertes, más burlonas, de los dioses. “Aquí hay gato encerrado”, se dice el espectador tocándose la barbilla en un gesto que quiere indicar perspicacia pero que no es más que ignorancia. “¿Cómo es posible que un defecto, un error o una manipulación querida y consentida, haya tardado tanto tiempo en salir a la luz y cuando lo ha hecho ha sido en tales proporciones planetarias?” El espectador es un hombre sencillo. Sus fronteras empiezan y terminan en las cuatro paredes de su casa y cuando se abren no llegan más allá de unas cuantas calles amuebladas con edificios grises y silenciosos.
El espectador no cree que el humor sea casual. El humor pertenece a los dioses. Los dioses no juegan a los dados pero se divierten viéndolos caer. Y sus risas trascienden el Olimpo. En el caso del VW, el espectador escucha las risas, cada vez más fuertes, más burlonas, de los dioses. “Aquí hay gato encerrado”, se dice el espectador tocándose la barbilla en un gesto que quiere indicar perspicacia pero que no es más que ignorancia. “¿Cómo es posible que un defecto, un error o una manipulación querida y consentida, haya tardado tanto tiempo en salir a la luz y cuando lo ha hecho ha sido en tales proporciones planetarias?” El espectador es un hombre sencillo. Sus fronteras empiezan y terminan en las cuatro paredes de su casa y cuando se abren no llegan más allá de unas cuantas calles amuebladas con edificios grises y silenciosos.
Un meteorito ha caído sí. Ha caído en VW el mismo día en que se estaba esperando su caída en el Planeta Tierra y no en el Planeta VW. Posiblemente sus efectos se
expandan a la todo poderosa industria del automóvil alemán, a la todo poderosa
industria alemana.
¿A quién le beneficia semejante desastre? El espectador ha oído decir que al coche eléctrico.
El espectador se ha informado. La mayor empresa de coches eléctricos es americana. ¿Significa esto algo?
Meras especulaciones, se dice a sí mismo el espectador.
Lo cierto es que el espectador tiene miedo de que su humor sarcástico termine por desbordarse más allá de los límites admitidos.
¿A quién le beneficia semejante desastre? El espectador ha oído decir que al coche eléctrico.
El espectador se ha informado. La mayor empresa de coches eléctricos es americana. ¿Significa esto algo?
Meras especulaciones, se dice a sí mismo el espectador.
Lo cierto es que el espectador tiene miedo de que su humor sarcástico termine por desbordarse más allá de los límites admitidos.
“¡Qúe temporada llevo!”, farfulla
resignado. “Debe ser el otoño,” suspira.
La bruja ciega
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