Me aburro. Realmente me aburro. La estupidez se expande al tiempo que las
depresiones juveniles escondidas tras intoxicaciones etílicas y enfermedades
figuradas llenan los hospitales. De cada tres pacientes que pasan allí la
noche, dos lo hacen por estrés, depresión, alcoholismo o porque los padres,
vista la llegada de las vacaciones, intentan adelantar la extracción de una
apendicitis que de todas formas ya causa molestias a su hijo. En medio de tal
atmósfera el único enfermo que ocupa una cama por padecer una enfermedad real y
bien real es del que los otros pacientes sospechan que no tiene nada. La extrema
delgadez que su dolencia le ha causado es sentenciada por los progenitores de
los otros pacientes como anorexia masculina. Uno de los pacientes-sanos corrige
tal afirmación: “No”, asegura convencido, “Si se tratara de eso estaría en otro
tipo de hospital”. Y se refiere, claro, al psiquiátrico. Al ritmo en el que
vamos terminarán en el psiquiátrico, los enfermos que acaban de superar una
terrible operación. Al hospital, en cambio, irán todos los jóvenes atacados por
el estrés o por las vacaciones de sus padres. Vivir para ver y, peor aún, para
oir... insensateces.
En fin... Mientras en Europa y posiblemente en medio mundo la gran cuestión
de la semana es el Brexit, a mí lo que me asombra es la rápida expansión de la
estupidez humana. Y va en ascenso. Los que intentan ayudar de buena fe son
sospechosos y los que ocultan sus oscuras intenciones son considerados personas
brillantes, siempre dispuestas a ayudar al prójimo. Llega un momento en que las
buenas personas terminan por creerse culpables de delitos que no han cometido e
incluso aceptando la sentencia. Encima de apaleadas, condenadas. La estupidez
de los estúpidos y la ingenuidad de los buenos. Al final todo viene a ser lo
mismo.
Me aburro. Lo único que me libra del aburrimiento es el empeño que muchos
muestran en echar sobre mí a los perros de su rabia, de su frustración y de su
resentimiento. Tal vez eso me libra de la indolencia porque estoy acostumbrada
a ello desde los tiempos más remotos. Tal vez porque esconderse siempre nos
impulsa a encontrar nuevos mundos, nuevas ideas, nuevos territorios. Tal vez
porque correr mantiene despejada la mente. ¡Quién lo sabe!
Europa grita mientras yo intento en vano que los estúpidos me dejen en paz.
Los estúpidos son siempre resentidos, frustrados, indolentes, en busca de
víctimas propiciatorias, en busca de una bruja a la que quemar. No. No son los
malvados los que a lo largo de los siglos se han dedicado a quemar a brujas y a
libros. No han sido tampoco los santos. Han sido, son y serán los estúpidos,
los cuales, curiosamente, tienen un instinto de supervivencia mucho más
agudizado que el resto de los mortales, qué le vamos a hacer.
Me aburro. Me aburro porque los periódicos no dejan de dar noticias
contradictorias y todo porque los articulistas no son capaces de sentarse
tranquila y pacíficamente a reflexionar sobre la situación. Y por eso en el
mismo periódico pueden leerse noticias
absolutamente contradictorias, de modo que arriba de la página el asunto
principal es que una parte de los electores que han votado el Brexit se arrepienten
de haberlo hecho y piden nuevas elecciones para votar de manera distinta
mientras que un poco más abajo se informa de la preocupación de los políticos y
de la sociedad europea por el efecto dominó del Brexit. Eso sin contar con las
iras escocesas, irlandesas y gibraltareñas, que por muchas iras que sean son todas
ellas de calibre distinto y bien distinto.
“What´s the point?”
El punto es la expansión de la estupidez. Los mismos escoceses que hace
poco tiempo votaron No a la Independencia, hoy la exigen afirmando que votaron
engañados y que necesitan nuevas elecciones. El Brexit es sólo una excusa, admitámoslo.
Los escoceses se arrepintieron de su No al día siguiente de haber votado, en
cuanto supieron que el resultado había sido No. El miedo a la crisis económica,
a la huida de las pocas empresas y de las entidades financieras de Escocia les
impulsaron a votar un No, olvidando las batallas históricas que se habían
librado por conseguir la separación de Inglaterra. ¿Engaño de los políticos o
estupidez del votante? Quizás un poco de todo. Pero cuando una persona va a
votar algo tan realmente trascendente como es la independencia de su pueblo de
otro del que se considera sometido a lo largo de los siglos, ha de hacerlo
lúcida y críticamente. La libertad cuesta dinero y dinero, justamente es lo que
los escoceses votaron que no estaban dispuestos a ceder cuando votaron No a la
Independencia escocesa. No que por cierto fue mayoritario.
Los londineses, en cambio, votaron como alcalde a un inglés de origen
paquistaní. Y vuelvo a repetir, lo trascendental no era esto. Lo realmente
importante es que le habían negado el voto a un político estrechamente
vinculado a los Rothschild y con ello, al poder financiero, al poder bancario.
Ni a los londinenses ni a los ingleses les importaba el dinero de los bancos y
por eso, la advertencia de que la City financiera les abandonaría en caso de Brexit,
les importaba muy poco. Ahora, a la vista de las consecuencias económicas,
algunos se arrepienten de su voto al Brexit y lo extraordinario, lo asombroso,
lo impresionante, es que se arrepienten apenas un par de días después de haber
votado. Y una, que soy yo, piensa: ¿Cómo es posible semejante insensatez? En
tiempos de narcisistas psicopáticos y convulsivos algunos electores aseguran
ignorar que su voto fuera tan importante. Que no lo sabían, dicen. ¿Pero cómo
es posible semejante absurdo? Hasta en el campo se sabe que “un grano no hace
granero pero ayuda al compañero”; cualquier comerciante conoce la importancia
de un céntimo; cualquier ama de casa tiene la experiencia de lo valiosa que
puede llegar a ser su hucha de monedas e incluso los niños valoran cada cromo
que les ayudan a completar su album. ¿Y los electores no son conscientes del
valor de su voto? ¿Y votan cualquier cosa y al día siguiente quieren cambiar su
decisión?
¡Hay cosas que claman al cielo!
Pero no por injustas sino ¡por estúpidas! Y de todo, esto es lo peor.
¡Cuánto me acuerdo de Hanna Arendt! ¡Cuánto me acuerdo! He de confesar que
nunca hasta hoy la había valorado en su justa medida pero es en momentos como
estos cuando uno ha de recordar la
lucidez de la que hizo gala a la hora de teorizar sobre la maldad y la
estupidez. ¡Es en momentos como estos cuando uno comprende su sensatez y lo
único que lamenta es que fuera tan comedida, tan académica, a la hora de
hablar! Pero pese a todo, pese a que lo que dijera lo dijera en el tono
equilibrado y sereno de la inteligencia, lo cierto es que sus consideraciones
acerca de la estupidez y de la maldad son tan ciertas que los niños tendrían
que aprenderlas de memoria, igual que aprenden –o aprendían- el padrenuestro.
Debajo del arrepentimiento por el voto al Brexit aparece lo ya dicho: el
efecto contagio de los países que quieren abandonar la Unión Europea y cuyos
votantes, tanto si votan Sí como si votan No, se arrepentirán de sus votaciones,
visto lo visto, a la mañana siguiente de
los comicios. ¿Por qué quieren abandonar la Unión Europea? Porque la Unión
Europea fue sobre todo una Unión Económica. Lo de cultural y social vino
después y tuvo que ser apoyado por proyectos, intercambios, cooperaciones y
becas varias. Le quitaron lo de “económico” como si ocultando el apellido
pudiera olvidarse el origen y como si a base de fomentar viajes por aquí y por
allá, viajes que por cierto incrementaron los matrimonios entre personas de
diferentes países y que son los que en estos momentos están manteniendo la
antorcha del europeísmo por lo que de vida les va en ello. Pero ahora las
naciones, en bancarrota todas ellas, están inseguras y buscan culpables. Y
claro, culpar a Europa resulta más cómodo que culpar a su propia estupidez. Por
otra parte, las sociedades igualitarias que reclaman cada vez más más
igualitarismo incluso en los méritos porque el triunfo es al fin y al cabo,
dicen, cuestión de suerte, no se han dado cuenta de que son cada vez más
estúpidas por iletradas, por bajar el nivel en los colegios, por no conceder
importancia a las faltas de ortografía, por exigir y conseguir menos deberes
para los infantes; por “darle al pico” y no a la pala. Y cuando digo “pico”, me
refiero a la lengua, a la palabrería, a las conversaciones insulsas y sin sentido,
a las reuniones de “café con mala leche”, como las llamaba hace años un amigo
mío. Encuentros en los que se puede hablar de todo menos decir algo porque entonces ya se ha encontrado un tema:
destrozar ese “algo”, así que uno se dedica a hablar de superficialidades: el
mejor restaurante de la ciudad, el último viaje, el perfume más erótico y qué
se yo. Y va a las librerías y uno encuentra en las estanterías novelas rosas
para ellas y crimis para ellos y ellas. Supongo que esa es la idea. No creo que
ellos se dediquen a leer los panfletos amorosos que se publican. Antiguamente
las chicas de quince y dieciséis años compraban las novelitas rosas en los
kioskos. Yo nunca compré ninguna porque tuve la suerte de que me las prestaran.
Al menos leí una veintena de ellas y a eso hay que sumarle la veintena de
novelitas del Oeste de Marcial Lafuente Estefanía que también leí y en las que
sistemáticamente aparecían opuestas al malo malísimo el bueno guapísimo y la
preciosa chica en apuros. Pero compréndanme: eran novelitas de kiosko de los
que todos nosotros sabíamos que carecían de cualquier validez literaria y que
se trataba de un mero entretenimiento; la continuación de los tebeos, por así
decirlo, que nuestros padres nos compraban de niños cada domingo y que sabíamos
que no tenían nada que ver con el tomo de “Cuentos de los Hermanos Grimm” que
nos habían traído los Reyes Magos las últimas Navidades. Sabíamos que las
novelitas rosas y las novelitas del oeste eran simples novelitas de kiosko, no
de librería. Pero hete aquí que la estupidez se expande al tiempo que el pudor
se esconde y las novelitas ya no son novelitas sino tochos de trescientas o
cuatrocientas páginas, y no se compran en los kioskos sino que inundan las
librerías más prestigiosas de la ciudad. Y no aparecen en la secciónn “jovencitas
románticas e ilusas” sino en la sección “adultos y best-seller”.
What´s the point?
Los que ayer votaron Brexit Sí, quieren hoy Brexit No.
Los que votaron No a la Independencia escocesa, exigen hoy el Sí. Y por
favor, dejen de decir, que se debe al Brexit. A los escoceses les pasó igual
que a los ingleses: quisieron el Sí en cuanto hubieron votado el No.
Los irlandeses del Norte, a quienes nadie ha propuesto un Referendum porque
todos conocen la respuesta, ven una luz en el horizonte y gritan alegres “¡A
río revuelto, ganancia de pescadores!”
No es el caso de los gibraltareños. Los del Peñón lucharán por quedarse: temen
las largas filas de espera a las que estaban acostumbrados pero ni se les
ocurre plantear la independencia. Una cosa es ser británicos de segunda clase y
otra, españoles de La Línea. ¡Hasta ahí podríamos llegar!
Por otra parte, muchos de los países que siguen en la Unión Europea están
pensando en su propia salida de ella. Salida que lamentarán en cuanto la hayan
conseguido. Permanencia de la que se quejarán mientras la mantengan.
Y las instituciones europeas no saben qué es mejor: si conseguir que Gran
Bretaña salga lo antes posible de la Unión Europea o hacer su salida lo más
dolorosa posible para dar un escarmiento a los británicos, favorecer la
secesión en la isla y ofrecer un ejemplo de lo que les sucederá a aquellos que
osen abandonar la Unión que de Unión tiene cada vez menos y más de
desconfianza, reproche y miedo. En algún artículo he escrito que el cisma de
Enrique VIII libró a Gran Bretaña de la terrible guerra europea de los Treinta
Años pero no de la Guerra Civil y me preguntaba cuál es el precio que tendría que
pagar ahora la Isla por negarse a aceptar, nuevamente, la Universalidad.
En esas estamos.
En esas y en una crisis económica cuya deuda nadie puede pagar, una crisis
espiritual porque hay creencias y opiniones y radicalismos colectivos pero no
Fe radicalmente individual, una crisis intelectual porque hay teorías de la
conspiración pero no reflexión ni juicio crítico, una crisis de la reflexión y
del juicio crítico porque no se lee, porque los que leen buena literatura, realmente
buena, y eso de buena alcanza, por lo menos, hasta Homero, permanecen escondidos
en sus despachos o en sus habitaciones sin atreverse casi a hablar de los temas
que tratan porque o bien no tienen interlocutores o bien no quieren pasar por
aburridos y así, las novedades literarias que se publican no son literarias
sino mercantiles. No están creadas para incitar al pensamiento ni tan siquiera
al inteligente divertimento sino simplemente para una consumición rápida y
eficaz, con todos los aditivos y colorantes necesarios para incentivar el sabor
y favorecer el nuevo consumo. Si antiguamente había quienes se escandalizaban
por la aparición de los folletines, no sé qué dirían ahora cuando las obras
aparecen en sagas de once y doce y quince tomos. Y por más que busco entre
ellas un nuevo Dumas igual que Diógenes buscaba un hombre en sus ideas, mucho
me temo que el Dumas moderno, al igual que el hombre de Diógenes, debe estar
oculto y bien oculto en la gran montaña de las publicaciones actuales porque el
caso es que encontrarlo no lo encuentro.
What´s the point?
El punto es que la democracia está en crisis, no porque haya una serie de
hombres y grupos que conspiran en la sombra contra la democracia persiguiendo
la instauración de una dictadura de corte universal. El punto es que la
democracia va a a ser demolida pero no por élites hambrientas de poder. El
punto es que la democracia está siendo erosionada por la estupidez de los
votantes que o bien no saben qué votan o bien se arrepienten de lo que han
elegido, esto es: de su decisión, en el mismo instante en que han depositado su
voto. ¿Tiene valor el voto de un elector que se arrepiente de su resolución al
día siguiente de haberla tomado? Y lo
mismo va a pasar con Trump y con Hillary. Gane quien gane, los votantes
asegurarán haberse arrepentido de su elección al día siguiente de conocido el
ganador. Como si el simple arrepentimiento nos librara de las consecuencias
negativas de nuestros actos y de nuestras decisiones. Es mejor declararse
arrepentido, por lo que pueda pasar. Para evitar responsabilidades. Es mejor
manifestarse equivocado. Fuera compromisos y obligaciones derivados de la
decisión tomada. Los estúpidos, sean éstos cuales sean, se harán con el Poder porque son los estúpidos
los que los votan, y ellos sin necesidad de manipulaciones, ni de estrategias,
ni tan siquiera de maquinaciones. En una época en la que el internet nos ofrece
la posibilidad de la información más variada y de las mejores obras de la
Humanidad gratis y accesibles al menos en el mundo que llamamos
tecnológicamente desarrollado, la gente prefiere dedicarse a consumir ocio
ocioso para terminar afirmando que la cultura es muy cara. ¿Cara? ¡Pero si las
obras de alguien supremo y magistral como es Hobbes cuestan en el e.book poco
más de un euro y la mayoría de los clásicos son gratis!
Díganme ¿no encuentran el panorama actual terrible, verdaderamente terrible, por estúpido
y por estúpido aburrido? ¡Si Richelieu, Mazarin y Fouché levantaran la cabeza! ¡Si
la levantaran los Borgia!
La reflexión que hice sobre la democracia hace unos meses a la hora de hablar de Trump como candidato y del valor de los votos que recibía ha de verse ampliada por una tercera cuestión que surge a raíz de los últimos sucesos: ¿Es válida la democracia en un sistema en el que los votantes se arrepienten de sus propios juicios al día siguiente de haberlos expresado en un acto formal? ¿Tan cínicos somos que hasta en los asuntos que más nos afectan e incumben hemos olvidado "un hombre, una palabra"? ¿Tan flexibles y zappeantes que no podemos quedarnos en un sitio determinado, aunque ese sitio lo hayamos escogido nosotros solos libre y voluntariamente? ¿Se puede llamar democracia a
un sistema en el que los votantes no quieren aceptar la responsabilidad de sus
decisiones? ¿No son esos mismos votantes los que con su actitud irresponsable
están llamando a gritos a la misma dictadura que dicen aborrecer y a los mismos
tiranos que dicen despreciar? Y si las cabezas huecas que aseguran deplorar su elección
justo al día siguiente de haberla depositado en la urna se tratan de contados
casos aislados ¿Son conscientes los periodistas de su participación y
responsabilidad en la destrucción de la democracia al conceder la importancia
que conceden a noticias de esta índole, siendo casos meramente anecdóticos,
simple y llanamente porque los resultados no se ajustan a sus personales expectativas privadas?
Ahora más que nunca, han de demostrar los rotativos y sus articulistas la
independencia de criterio y la serenidad de espíritu en sus publicaciones, y
ello exige, como ya dije en su momento, aminorar el peso de las emociones y
avivar el sentido común, crítico y reflexivo, así como profundizar en el
conocimiento para ver más allá de lo que los hechos aparentan revelar.
He encontrado al vampiro en mi sofá.
Seguramente a él le sucede lo mismo que a mí: está aburrido y quizás por
eso mismo también duerme, cosa rara en él, a pierna suelta.
Le dejo reposar. Necesitará sus fuerzas para cuando despierte y tenga que
enfrentarse a mí.
Él y yo tenemos una conversación pendiente: Carlota. El espíritu.
Un basilisco la estaba devorando y yo quiero saber si él tiene algo que ver
con el asunto.
Afuera, las espadas en alto.
Adentro, mi estrella reluce temblando de ira.
La bruja ciega.
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