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Sunday, June 26, 2016

Unas pocas palabras de justa indignación

Me aburro. Realmente me aburro. La estupidez se expande al tiempo que las depresiones juveniles escondidas tras intoxicaciones etílicas y enfermedades figuradas llenan los hospitales. De cada tres pacientes que pasan allí la noche, dos lo hacen por estrés, depresión, alcoholismo o porque los padres, vista la llegada de las vacaciones, intentan adelantar la extracción de una apendicitis que de todas formas ya causa molestias a su hijo. En medio de tal atmósfera el único enfermo que ocupa una cama por padecer una enfermedad real y bien real es del que los otros pacientes sospechan que no tiene nada. La extrema delgadez que su dolencia le ha causado es sentenciada por los progenitores de los otros pacientes como anorexia masculina. Uno de los pacientes-sanos corrige tal afirmación: “No”, asegura convencido, “Si se tratara de eso estaría en otro tipo de hospital”. Y se refiere, claro, al psiquiátrico. Al ritmo en el que vamos terminarán en el psiquiátrico, los enfermos que acaban de superar una terrible operación. Al hospital, en cambio, irán todos los jóvenes atacados por el estrés o por las vacaciones de sus padres. Vivir para ver y, peor aún, para oir... insensateces.

En fin... Mientras en Europa y posiblemente en medio mundo la gran cuestión de la semana es el Brexit, a mí lo que me asombra es la rápida expansión de la estupidez humana. Y va en ascenso. Los que intentan ayudar de buena fe son sospechosos y los que ocultan sus oscuras intenciones son considerados personas brillantes, siempre dispuestas a ayudar al prójimo. Llega un momento en que las buenas personas terminan por creerse culpables de delitos que no han cometido e incluso aceptando la sentencia. Encima de apaleadas, condenadas. La estupidez de los estúpidos y la ingenuidad de los buenos. Al final todo viene a ser lo mismo.

Me aburro. Lo único que me libra del aburrimiento es el empeño que muchos muestran en echar sobre mí a los perros de su rabia, de su frustración y de su resentimiento. Tal vez eso me libra de la indolencia porque estoy acostumbrada a ello desde los tiempos más remotos. Tal vez porque esconderse siempre nos impulsa a encontrar nuevos mundos, nuevas ideas, nuevos territorios. Tal vez porque correr mantiene despejada la mente. ¡Quién lo sabe!

Europa grita mientras yo intento en vano que los estúpidos me dejen en paz. Los estúpidos son siempre resentidos, frustrados, indolentes, en busca de víctimas propiciatorias, en busca de una bruja a la que quemar. No. No son los malvados los que a lo largo de los siglos se han dedicado a quemar a brujas y a libros. No han sido tampoco los santos. Han sido, son y serán los estúpidos, los cuales, curiosamente, tienen un instinto de supervivencia mucho más agudizado que el resto de los mortales, qué le vamos a hacer.

Me aburro. Me aburro porque los periódicos no dejan de dar noticias contradictorias y todo porque los articulistas no son capaces de sentarse tranquila y pacíficamente a reflexionar sobre la situación. Y por eso en el mismo periódico pueden leerse  noticias absolutamente contradictorias, de modo que arriba de la página el asunto principal es que una parte de los electores que han votado el Brexit se arrepienten de haberlo hecho y piden nuevas elecciones para votar de manera distinta mientras que un poco más abajo se informa de la preocupación de los políticos y de la sociedad europea por el efecto dominó del Brexit. Eso sin contar con las iras escocesas, irlandesas y gibraltareñas, que por muchas iras que sean son todas ellas de calibre distinto y bien distinto.

“What´s the point?”

El punto es la expansión de la estupidez. Los mismos escoceses que hace poco tiempo votaron No a la Independencia, hoy la exigen afirmando que votaron engañados y que necesitan nuevas elecciones. El Brexit es sólo una excusa, admitámoslo. Los escoceses se arrepintieron de su No al día siguiente de haber votado, en cuanto supieron que el resultado había sido No. El miedo a la crisis económica, a la huida de las pocas empresas y de las entidades financieras de Escocia les impulsaron a votar un No, olvidando las batallas históricas que se habían librado por conseguir la separación de Inglaterra. ¿Engaño de los políticos o estupidez del votante? Quizás un poco de todo. Pero cuando una persona va a votar algo tan realmente trascendente como es la independencia de su pueblo de otro del que se considera sometido a lo largo de los siglos, ha de hacerlo lúcida y críticamente. La libertad cuesta dinero y dinero, justamente es lo que los escoceses votaron que no estaban dispuestos a ceder cuando votaron No a la Independencia escocesa. No que por cierto fue mayoritario.

Los londineses, en cambio, votaron como alcalde a un inglés de origen paquistaní. Y vuelvo a repetir, lo trascendental no era esto. Lo realmente importante es que le habían negado el voto a un político estrechamente vinculado a los Rothschild y con ello, al poder financiero, al poder bancario. Ni a los londinenses ni a los ingleses les importaba el dinero de los bancos y por eso, la advertencia de que la City financiera les abandonaría en caso de Brexit, les importaba muy poco. Ahora, a la vista de las consecuencias económicas, algunos se arrepienten de su voto al Brexit y lo extraordinario, lo asombroso, lo impresionante, es que se arrepienten apenas un par de días después de haber votado. Y una, que soy yo, piensa: ¿Cómo es posible semejante insensatez? En tiempos de narcisistas psicopáticos y convulsivos algunos electores aseguran ignorar que su voto fuera tan importante. Que no lo sabían, dicen. ¿Pero cómo es posible semejante absurdo? Hasta en el campo se sabe que “un grano no hace granero pero ayuda al compañero”; cualquier comerciante conoce la importancia de un céntimo; cualquier ama de casa tiene la experiencia de lo valiosa que puede llegar a ser su hucha de monedas e incluso los niños valoran cada cromo que les ayudan a completar su album. ¿Y los electores no son conscientes del valor de su voto? ¿Y votan cualquier cosa y al día siguiente quieren cambiar su decisión?

¡Hay cosas que claman al cielo!

Pero no por injustas sino ¡por estúpidas! Y de todo, esto es lo peor.

¡Cuánto me acuerdo de Hanna Arendt! ¡Cuánto me acuerdo! He de confesar que nunca hasta hoy la había valorado en su justa medida pero es en momentos como estos cuando uno ha de recordar  la lucidez de la que hizo gala a la hora de teorizar sobre la maldad y la estupidez. ¡Es en momentos como estos cuando uno comprende su sensatez y lo único que lamenta es que fuera tan comedida, tan académica, a la hora de hablar! Pero pese a todo, pese a que lo que dijera lo dijera en el tono equilibrado y sereno de la inteligencia, lo cierto es que sus consideraciones acerca de la estupidez y de la maldad son tan ciertas que los niños tendrían que aprenderlas de memoria, igual que aprenden –o aprendían- el padrenuestro.

Debajo del arrepentimiento por el voto al Brexit aparece lo ya dicho: el efecto contagio de los países que quieren abandonar la Unión Europea y cuyos votantes, tanto si votan Sí como si votan No, se arrepentirán de sus votaciones, visto lo visto,  a la mañana siguiente de los comicios. ¿Por qué quieren abandonar la Unión Europea? Porque la Unión Europea fue sobre todo una Unión Económica. Lo de cultural y social vino después y tuvo que ser apoyado por proyectos, intercambios, cooperaciones y becas varias. Le quitaron lo de “económico” como si ocultando el apellido pudiera olvidarse el origen y como si a base de fomentar viajes por aquí y por allá, viajes que por cierto incrementaron los matrimonios entre personas de diferentes países y que son los que en estos momentos están manteniendo la antorcha del europeísmo por lo que de vida les va en ello. Pero ahora las naciones, en bancarrota todas ellas, están inseguras y buscan culpables. Y claro, culpar a Europa resulta más cómodo que culpar a su propia estupidez. Por otra parte, las sociedades igualitarias que reclaman cada vez más más igualitarismo incluso en los méritos porque el triunfo es al fin y al cabo, dicen, cuestión de suerte, no se han dado cuenta de que son cada vez más estúpidas por iletradas, por bajar el nivel en los colegios, por no conceder importancia a las faltas de ortografía, por exigir y conseguir menos deberes para los infantes; por “darle al pico” y no a la pala. Y cuando digo “pico”, me refiero a la lengua, a la palabrería, a las conversaciones insulsas y sin sentido, a las reuniones de “café con mala leche”, como las llamaba hace años un amigo mío. Encuentros en los que se puede hablar de todo menos decir algo  porque entonces ya se ha encontrado un tema: destrozar ese “algo”, así que uno se dedica a hablar de superficialidades: el mejor restaurante de la ciudad, el último viaje, el perfume más erótico y qué se yo. Y va a las librerías y uno encuentra en las estanterías novelas rosas para ellas y crimis para ellos y ellas. Supongo que esa es la idea. No creo que ellos se dediquen a leer los panfletos amorosos que se publican. Antiguamente las chicas de quince y dieciséis años compraban las novelitas rosas en los kioskos. Yo nunca compré ninguna porque tuve la suerte de que me las prestaran. Al menos leí una veintena de ellas y a eso hay que sumarle la veintena de novelitas del Oeste de Marcial Lafuente Estefanía que también leí y en las que sistemáticamente aparecían opuestas al malo malísimo el bueno guapísimo y la preciosa chica en apuros. Pero compréndanme: eran novelitas de kiosko de los que todos nosotros sabíamos que carecían de cualquier validez literaria y que se trataba de un mero entretenimiento; la continuación de los tebeos, por así decirlo, que nuestros padres nos compraban de niños cada domingo y que sabíamos que no tenían nada que ver con el tomo de “Cuentos de los Hermanos Grimm” que nos habían traído los Reyes Magos las últimas Navidades. Sabíamos que las novelitas rosas y las novelitas del oeste eran simples novelitas de kiosko, no de librería. Pero hete aquí que la estupidez se expande al tiempo que el pudor se esconde y las novelitas ya no son novelitas sino tochos de trescientas o cuatrocientas páginas, y no se compran en los kioskos sino que inundan las librerías más prestigiosas de la ciudad. Y no aparecen en la secciónn “jovencitas románticas e ilusas” sino en la sección “adultos y best-seller”.

What´s the point?

Los que ayer votaron Brexit Sí, quieren hoy Brexit No.

Los que votaron No a la Independencia escocesa, exigen hoy el Sí. Y por favor, dejen de decir, que se debe al Brexit. A los escoceses les pasó igual que a los ingleses: quisieron el Sí en cuanto hubieron votado el No.

Los irlandeses del Norte, a quienes nadie ha propuesto un Referendum porque todos conocen la respuesta, ven una luz en el horizonte y gritan alegres “¡A río revuelto, ganancia de pescadores!”

No es el caso de los gibraltareños. Los del Peñón lucharán por quedarse: temen las largas filas de espera a las que estaban acostumbrados pero ni se les ocurre plantear la independencia. Una cosa es ser británicos de segunda clase y otra, españoles de La Línea. ¡Hasta ahí podríamos llegar!

Por otra parte, muchos de los países que siguen en la Unión Europea están pensando en su propia salida de ella. Salida que lamentarán en cuanto la hayan conseguido. Permanencia de la que se quejarán mientras la mantengan.

Y las instituciones europeas no saben qué es mejor: si conseguir que Gran Bretaña salga lo antes posible de la Unión Europea o hacer su salida lo más dolorosa posible para dar un escarmiento a los británicos, favorecer la secesión en la isla y ofrecer un ejemplo de lo que les sucederá a aquellos que osen abandonar la Unión que de Unión tiene cada vez menos y más de desconfianza, reproche y miedo. En algún artículo he escrito que el cisma de Enrique VIII libró a Gran Bretaña de la terrible guerra europea de los Treinta Años pero no de la Guerra Civil y me preguntaba cuál es el precio que tendría que pagar ahora la Isla por negarse a aceptar, nuevamente, la Universalidad.

En esas estamos.

En esas y en una crisis económica cuya deuda nadie puede pagar, una crisis espiritual porque hay creencias y opiniones y radicalismos colectivos pero no Fe radicalmente individual, una crisis intelectual porque hay teorías de la conspiración pero no reflexión ni juicio crítico, una crisis de la reflexión y del juicio crítico porque no se lee, porque los que leen buena literatura, realmente buena, y eso de buena alcanza, por lo menos, hasta Homero, permanecen escondidos en sus despachos o en sus habitaciones sin atreverse casi a hablar de los temas que tratan porque o bien no tienen interlocutores o bien no quieren pasar por aburridos y así, las novedades literarias que se publican no son literarias sino mercantiles. No están creadas para incitar al pensamiento ni tan siquiera al inteligente divertimento sino simplemente para una consumición rápida y eficaz, con todos los aditivos y colorantes necesarios para incentivar el sabor y favorecer el nuevo consumo. Si antiguamente había quienes se escandalizaban por la aparición de los folletines, no sé qué dirían ahora cuando las obras aparecen en sagas de once y doce y quince tomos. Y por más que busco entre ellas un nuevo Dumas igual que Diógenes buscaba un hombre en sus ideas, mucho me temo que el Dumas moderno, al igual que el hombre de Diógenes, debe estar oculto y bien oculto en la gran montaña de las publicaciones actuales porque el caso es que encontrarlo no lo encuentro.

What´s the point?

El punto es que la democracia está en crisis, no porque haya una serie de hombres y grupos que conspiran en la sombra contra la democracia persiguiendo la instauración de una dictadura de corte universal. El punto es que la democracia va a a ser demolida pero no por élites hambrientas de poder. El punto es que la democracia está siendo erosionada por la estupidez de los votantes que o bien no saben qué votan o bien se arrepienten de lo que han elegido, esto es: de su decisión, en el mismo instante en que han depositado su voto. ¿Tiene valor el voto de un elector que se arrepiente de su resolución al día siguiente de haberla tomado?  Y lo mismo va a pasar con Trump y con Hillary. Gane quien gane, los votantes asegurarán haberse arrepentido de su elección al día siguiente de conocido el ganador. Como si el simple arrepentimiento nos librara de las consecuencias negativas de nuestros actos y de nuestras decisiones. Es mejor declararse arrepentido, por lo que pueda pasar. Para evitar responsabilidades. Es mejor manifestarse equivocado. Fuera compromisos y obligaciones derivados de la decisión tomada. Los estúpidos, sean éstos cuales sean,  se harán con el Poder porque son los estúpidos los que los votan, y ellos sin necesidad de manipulaciones, ni de estrategias, ni tan siquiera de maquinaciones. En una época en la que el internet nos ofrece la posibilidad de la información más variada y de las mejores obras de la Humanidad gratis y accesibles al menos en el mundo que llamamos tecnológicamente desarrollado, la gente prefiere dedicarse a consumir ocio ocioso para terminar afirmando que la cultura es muy cara. ¿Cara? ¡Pero si las obras de alguien supremo y magistral como es Hobbes cuestan en el e.book poco más de un euro y la mayoría de los clásicos son gratis!

Díganme ¿no encuentran el panorama actual  terrible, verdaderamente terrible, por estúpido y por estúpido aburrido? ¡Si Richelieu, Mazarin y Fouché levantaran la cabeza! ¡Si la levantaran los Borgia!

La reflexión que hice sobre la democracia hace unos meses a la hora de hablar de Trump como candidato y del valor de los votos que recibía ha de verse ampliada por una tercera cuestión que surge a raíz de los últimos sucesos: ¿Es válida la democracia en un sistema en el que los votantes se arrepienten de sus propios juicios al día siguiente de haberlos expresado en un acto formal? ¿Tan cínicos somos que hasta en los asuntos que más nos afectan e incumben hemos olvidado "un hombre, una palabra"? ¿Tan flexibles y zappeantes que no podemos quedarnos en un sitio determinado, aunque ese sitio lo hayamos escogido nosotros solos libre y voluntariamente? ¿Se puede llamar democracia a un sistema en el que los votantes no quieren aceptar la responsabilidad de sus decisiones? ¿No son esos mismos votantes los que con su actitud irresponsable están llamando a gritos a la misma dictadura que dicen aborrecer y a los mismos tiranos que dicen despreciar? Y si las cabezas huecas que aseguran deplorar su elección justo al día siguiente de haberla depositado en la urna se tratan de contados casos aislados ¿Son conscientes los periodistas de su participación y responsabilidad en la destrucción de la democracia al conceder la importancia que conceden a noticias de esta índole, siendo casos meramente anecdóticos, simple y llanamente porque los resultados no se ajustan a sus personales expectativas privadas?

Ahora más que nunca, han de demostrar los rotativos y sus articulistas la independencia de criterio y la serenidad de espíritu en sus publicaciones, y ello exige, como ya dije en su momento, aminorar el peso de las emociones y avivar el sentido común, crítico y reflexivo, así como profundizar en el conocimiento para ver más allá de lo que los hechos aparentan revelar.

He encontrado al vampiro en mi sofá.

Seguramente a él le sucede lo mismo que a mí: está aburrido y quizás por eso mismo también duerme, cosa rara en él,  a pierna suelta.

Le dejo reposar. Necesitará sus fuerzas para cuando despierte y tenga que enfrentarse a mí.

Él y yo tenemos una conversación pendiente: Carlota. El espíritu.

Un basilisco la estaba devorando y yo quiero saber si él tiene algo que ver con el asunto.

Afuera, las espadas en alto.

Adentro, mi estrella reluce temblando de ira.

La bruja ciega.






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