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Wednesday, October 26, 2016

La victoria del absurdo.

En España, padres y estudiantes instan a los alumnos a no asistir a clase en protesta por la existencia de unos exámenes de fin de ciclo a los que han llamado reválidas. Curiosamente, por lo que he podido  leer, los resultados de esas pruebas carecen de toda relevancia y son más bien indicativas. A los padres y los estudiantes lo que les molesta, sin embargo, no es su alcance sino su mera existencia porque,- aseguran esos democráticos padres y estudiantes-, dichas reválidas son “franquistas”. Franquistas porque en tiempos de Franco el sistema educativo español, - más europeo, por cierto, que el actual, y bastante más sensato a la hora de dividir entre intereses teóricos y prácticos, aunque mucho más elitista en lo que a clases sociales y pudientes se refiere y por tanto mucho más injusto, todo hay que decirlo -, contemplaba unas pruebas intermedias que posibilitaban (o no) el paso al siguiente estadio y eran conocidas bajo el mismo nombre: "reválidas".
Curiosamente esos padres y estudiantes, tan democráticos que no soportan ni siquiera un término fascista: “reválidas”, no están luchando para que se cambie el vocablo por otro más acorde con los tiempos actuales. Eso sería hasta comprensible. Pero no. Lo que esos democráticos padres y estudiantes exigen es su total y absoluta desaparición.

Hoy los democráticos padres y estudiantes protestan por la existencia de pruebas intermedias que, curiosamente, existen en media Europa, - al menos en la media Europa que yo conozco, Francia y Alemania.
Ayer esos democráticos  padres y estudiantes salían a las barricadas a reclamar la supresión de los deberes escolares porque los pobres y tiernos infantitos no se levantan de la mesa de estudio y no tienen tiempo para jugar en el parque, para ver la televisión, para disfrutar de la videoconsola último modelo, para enviar mensajes por twitter, facebook y similares, para escuchar música por spotify, ni para introducir fotos en instagram, ni para seguir (espiar) a sus amigos y enemigos en las redes sociales, ni, ni, ni... Y lo peor, aseguran compungidos esos benefactores padres, lo peor –repiten llorosos- es que no pueden disfrutar de una vida familiar adecuada. Adecuada para quién, me pregunto. Porque yo he visto la casa de Carlota. El conocimiento allí no es algo aparte de la vida familiar. Es la vida familiar. Incluso su marido, el hombre eternamente ocupado en y con sus negocios, utiliza la cultura aunque sea de la forma más utilitarista, materialista y pragmática que pueda pensarse: para hacer negocios. Uno no puede ganar dinero sin conocer un poco de la historia del comercio desde los tiempos de los primeros banqueros y comerciantes y mucho menos sin conocer la historia y las formas de pensar de las personas con las que pretende entablar firmes y beneficiosas relaciones. Un hombre apático e insensible nunca es un buen hombre de negocios. El marido de Carlota se pasa la vida combinando sus balances con los libros de política, historia y sociología. Y en cuanto a Carlota, creo que es una persona más dada aún que yo al asombro pero como hada aplicada que es, no se queda en el asombro sino que intenta resolverlo. En esa casa no hay deberes que terminar aprisa y corriendo antes de ir a la diversión. Es que la diversión son los deberes. Lo aburrido es todo lo demás: la televisión, las redes sociales, las videoconsolas y por eso que son aburridas, no las tienen (o al menos no las tenían la última vez que los visité).

Lo absurdo: Hoy los democráticos padres y estudiantes reclaman la desaparición de las "reválidas"; Ayer los democráticos padres y estudiantes luchaban por la "eliminación de los deberes" y Mañana esos mismos democráticos padres y estudiantes asaltarán las calles demandando a voz en grito "calidad de enseñanza".

¿Quién lo entiende?

En Estados Unidos los candidatos políticos hacen lo que en España: convertir la política en un espectáculo para atraer a más público. Algo así hizo ya en su día la Iglesia: decidió que ya estaba bien de cánticos gregorianos y que el pop en la liturgia movería a los jóvenes a la Fe. 
Y luego hay quien todavía se rasga las vestiduras porque a Bob Dylan le otorgan el Premio Nobel de Literatura... 

Así es el mundo de absurdo y de contradictorio.

En realidad es lo de costumbre: la Iglesia, que se las quiere dar de moderna, llega siempre tarde. Me pregunto qué pensarían esos modernos eclesiásticos, obsesionados por introducir el pop en las iglesias, al observar cómo renacía de repente el interés a nivel mundial por el cántico gregoriano y los monjes de Silos se convertían en los superventas de las Navidades. 
Resulta que el espectador actual necesita calma y recogimiento, y la única música a la que puede recurrir hoy en día para ayudarle a conseguirlo es la celta, la neo-mística druida-épica-forestal y similares, pero no hay ninguna, absolutamente ninguna buena música religiosa cristiana adaptada a la espiritualidad. La última música cristiana se detuvo en los tiempos hippys y se ha anquilosado en insulsas baladas o en una especie de rock de hombre con voz aguda, de mujer, al estilo de la voz de los castrati. Así pues, los hombres religiosos normales se ven obligados a recurrir al gregoriano medieval o a los coros de niños como Agnus Dei.
Y es que, se mire como se mire, el individuo necesita lugares de recogimiento y de meditación, igual que necesita la plaza del pueblo para bailar hasta caer rendido de puro agotamiento. El hombre necesita su hoguera de San Juan tanto como la meditación en el desierto. Pero en la época postmoderna en la que vivimos se mezcla todo con todo y lo que se consigue es lo mismo que se logra al mezclar todos los colores: el negro; o sea: la Nada. Tanta química y se han olvidado de los conocimientos de la Alquimia, en la que la mezcla no es simplemente una mezcla sino “algo más” y ese “algo más” es lo que se ignora en días como los nuestros, tan productivos científicamente en los que, sin embargo, únicamente se pretende alcanzar “lo más”.

En fin.

Como absurdo resulta también ese constante propósito de iniciar una Nueva Guerra Fría entre los Estados Unidos y Rusia. Me pregunto, realmente me lo pregunto, a quién beneficia un absurdo de esas características, quién está detrás de todos aquéllos que colaboran a difundir algo que es, sencillamente, falso. Falso porque nunca jamás en la historia de ambas naciones habían sido sus intereses y sus problemas tan similares como lo son hoy en día. No lo entiendo, francamente no lo entiendo y me gustaría que alguien me lo explicara porque no sé, todavía no lo sé, quién es el beneficiario de este absurdo.

La sociedad americana está –por lo que me cuentan- sumamente dividida. Existe por un lado una élite intelectual constantemente renovada por la élite intelectual que les llega de afuera; hay una élite económica que es además de élite, nómada, global e internacional; hay una élite política y mediática que lucha constantemente por mantener su situación al precio que sea y ello le implica en las cuestiones político-socio-económicas de su comunidad al mismo tiempo que en su resolución. Y al lado de esto, una masa que lucha por sobrevivir en un día a día lleno de líos insustanciales, de dires y diretes, de incultura y de dramas propios, ajenos y televisados. 
Pero si somos sinceros, habremos de convenir que esa es la misma situación en la que se encuentra Rusia, excepto por el hecho de que la élite intelectual no se renueva por los recién llegados; primero porque la situación económica no es tan atractiva; segundo porque aprender ruso no es asunto fácil; tercero, porque los los milenios de opresión y autoritarismo que ha sufrido el pueblo termina por mermar y doblegar la voluntad del más fuerte o por conducirlo a conductas tan neuróticamente despóticas como imprevisibles y el recién llegado nota una atmósfera de desconfiada amabilidad que no le hace sentirse cómodo. Así que el esfuerzo que los ciudadanos rusos han de hacer por su país es doble, triple e incluso cuádruple que el que han de llevar a cabo los americanos por el suyo. Eso exige fuerza. Cuando encima los rusos han de recomponer los destrozos de las revoluciones y de las guerras, cuando han de superar los años no de la "Guerra Fria" de la que todos hablan, sino los de la “Guerra Civil Fría” entre los convencidos bolcheviques y los callados disidentes,  Guerra Civil Fría de la que no suele hablarse, porque resulta más interesante dedicarse a escribir, - porque vende más aunque esté basada en puras especulaciones-, sobre la gran política entre las grandes y poderosas naciones que sobre los incidentes en los pequeños pueblos, pero que existir ha existido y existe, pueden ustedes imaginarse las enormes energías que los hombres y mujeres rusos han de desplegar para mantener en pie a un país de la extensión del suyo.

Pero volviendo al tema: muchos pretenden hacer nacer una Neo Guerra Fría entre Estados Unidos y Rusia, igual que otros en España intentan re-iniciar la guerra civil entre fascistas y republicanos, al modo en que los científicos intentan re-vivir un mamut, esto es: tomando una prueba de adn y ya está. Como tenemos la “memoria genético-histórica” del mamut podemos re-producirlo en nuestros laboratorios y llenar el mundo de neo-mamuts.

Hmm.

La Guerra Fría terminó igual que los mamuts murieron: con el deshielo. 
La lucha actual por la hegemonía es una lucha por el Poder pero no está en absoluto marcada por la ideología como en su día lo estuvo la Guerra Fría por la simple y sencilla razón de que hoy la política real cuenta más que los principios, y la política real hoy en día se llama comercio. Comercio más que poder militar, por más que muchos lo quieran ignorar una y otra vez. La competencia entre Rusia y Estados Unidos es la misma lucha que puede existir entre dos países aliados a la hora de vender armamento militar a un tercero; la misma que puede existir en las Olimpiadas a la hora de competir por el primer puesto. Pero repito: “a” no es “a” y la competición entre los Estados Unidos y Rusia no es la que fue en la década de los 50 y siguientes. 
Lo siento por aquéllos que sueñan con intercambios de espías en los puentes de Berlín.

La distinción entre las actuaciones de unos y de otros, entre Alepo y Mosul es absurda. Igual que lo es esa división entre buenos (americanos) y malos (rusos). 

Es absurdo. 

En una guerra no hay ni buenos ni malos. Hay bestias luchando por sobrevivir. En una guerra de guerrillas como ésta en la que todos están contra todos, en la que cada uno de los componentes de la llamada “población civil” es al mismo tiempo un posible soldado, terrorista, militante, colaborador, o como ustedes quieran denominar, es complicadísimo decidir qué es mero ciudadano y ciudadano y algo más. Es algo que ni siquiera da tiempo a pensar. Lo escribí en su día. Lo repito ahora.


No. No he participado en ningún conflicto bélico. Pero sí en unas cuantas batallas de la vida cotidiana. Reflexionar adecuada y serenamente mientras se está dentro del combate es sumamente complicado y es justamente lo que más se valora. Algunos sólo son capaces de llevarse las manos a la cabeza y musitar “Dios mío”; otros gritan, lloran, vociferan pero no hacen nada; otros destrozan y rompen todo lo que tienen a mano; otros se esconden.... 
En esos momentos, sin embargo, el mayor problema lo representan los sociópatas que son los que menos miedo tienen a hacerse con las riendas. Y a causa seguramente de esos sociópatas son los hombres sensatos los que han de salir de su habitual recogimiento para alzar la voz en un intento, a veces desesperado e inútil, para que el resto de los miedosos, histéricos y coléricos recupere el juicio.

Eso en la vida normal. Imagínense ustedes en una guerra, y más en una guerra de fantasma. ¡Pero si hasta los Cascos Azules, los angelicales Cascos Azules, están envueltos en sangre y barro!

Los Estados Unidos y Rusia han de hacer frente común al problema del terrorismo islamista, (los rusos más que los americanos por la proximidad territorial); hacer frente a la debilidad de su economía (los rusos más que los americanos); a la debilidad de su sistema cultural (aquí los dos van a la par); a la corrupción (nuevamente a la par); al provincialismo (a la par); a mantener su área de influencia a través del comercio y del ejército (a la par y en colisión). 
La ideología que los mueve es la misma o parecida. 
Los métodos, parecidos o similares salvo en dos “pequeños” detalles, que son los que les conceden una gran ventaja a los rusos: el primero es que aunque los rusos escuchan y vigilan tanto o más que los americanos, son los americanos los que llevan la fama de escucha-conversaciones y segundo, que mientras los americanos, seguros de su posición, han descuidado la cuestión de la propaganda, los rusos les han tomado la delantera y han puesto en evidencia fallos que son innegables. Negar dichos fallos les ha concedido a los rusos la alabanza de muchos, especialmente de los que se consideran sometidos por las políticas de los "gringos" . Criticar a los rusos, en cambio, no les ha proporcionado a los americanos ninguna ventaja porque parecía más el resultado de una pataleta. 
Sí. La propaganda basada en la crítica veraz a los desaciertos ajenos es algo que ha cogido desprevenidos a los americanos, sobre todo porque aunque estaban acostumbrados a la crítica, porque la crítica forma parte del sistema democrático, nunca pensaron que dicha crítica podría venir de alguien tan criticable en su democracia como Rusia y mucho menos aún pensaron que las críticas provinientes de Rusia podrían ser tomadas tan en consideración como han sido. 
Cuando los americanos han querido reaccionar ha sido mal y tarde. 
Y desde luego esta historia de la Neo-Guerra Fria, sacada de no se sabe dónde y promovida por no se sabe quién, no les conduce a nada: ni a los americanos ni a los rusos.

En conclusión: ambos, americanos y rusos, han de resolver en estos momentos dos grandes conflictos y sólo unidos pueden lograrlo: el uno, ya lo hemos dicho, es el terrorismo-emigración-islamista; el segundo, es China. 
La influencia de China a escala mundial es cada vez mayor. Pero China, que ha abolido la ley del hijo único y cuyo desarrollo económico-intelectual-político-militar aumenta imparablemente no es simplemente un país. China es una civilización y una civilización prácticamente indestructible porque está basada en “la armonía de los contrarios”. Frente a una civilización así no hay nada que hacer. ¿Han visto ustedes las películas épicas chinas? Cada individuo un guerrero. El núcleo duro de las fuerzas efectivas no está formado por soldados sino por guerreros, cada uno de los cuales vale por un ejército y une sus fuerzas a otro guerrero por principios y por ideas eternas. Los soldados son peones y cualquier peón puede ser en un momento dado un soldado porque el soldado no sigue a la Patria, sigue al guerrero y a los principios del guerrero. 
Eso es la “armonía de los contrarios”: un país de millones de habitantes del que salen disciplinadamente miles de ellos para construir en un mes una central nuclear en algún sitio de África y que al mismo tiempo valora y fomenta la individualidad como virtud de virtudes. Es el guerrero el que decide entre "sí" o el "no". 
En una civilización de mil millones de ciudadanos que actúan en perfecta cohesión y se comportan con irreprochable disciplina es el individuo el que decide los principios que quiere seguir. 
Si esto sucede en el plano filosófico, por así decirlo, imagínense cuánta “armonia de los contrarios” no existirá en los niveles económico-político-socio-militares.

Pero como lo absurdo se impone, rusos y americanos siguen prefiriendo jugar a las guerras de antaño, que justamente porque pertenecen al ayer han quedado obsoletas para el hoy. Quizás se deba a la nostalgia otoñal. Recordar tiempos pasados por aquéllo de que “cualquier tiempo pasado fue mejor” y porque, desde un punto de vista subjetivo, tal vez incluso lo fueran. En aquel tiempo el mundo conocido estaba repartido en dos, siguiendo el código del equilibrio y de la armonía heracliteana, basada en una tensión y guerra entre los contrarios, ¿recuerdan?, tensión que estaba sometida al Logos, como unidad última, pero tensión al fin y al cabo, como en el arco y en la lira. Pueden ustedes imaginarse el asombro que debe causarles a todos ellos, rusos y americanos, ambos ilustrados de pro y firmes creyentes del Logos, (“En el principio fue el Logos”), que de repente y casi sin hacerse notar, venga Pitágoras, Pitágoras el Oriental, hasta el Centro de la Corte Mundial y les diga a rusos y a americanos que hay algo más allá de ese Logos, algo que supera a ese Logos, y que ese "algo" se llama “Armonía”. 
Muchos creen que la Armonía de los contrarios china se refiere simplemente a las cuestiones económicas, pero esto no es del todo cierto. Es verdad que las cuestiones económicas y políticas ocupan un importante espacio en esa armonía de los contrarios pero no es lo único.
La armonía de los contrarios china es pitagórica se mire por donde se mire porque la armonía de los contrarios pitagórica, igual que la china, se refiere también a la ética y a la metafísica. 
La armonía de los contrarios china es pitagórica porque al igual que ésta también se refiere a la Armonía de los contrarios en el número: entre lo limitado de la masa y lo ilimitado del individuo, entre lo ilimitado de la masa y lo limitado del individuo; entre lo macro y lo micro; entre lo que es el hombre como persona y lo que es el hombre en el cosmos.... 
La nueva idea en China - la de recuperar la tradición que el maoismo arrolló -, forma parte de esta armonía de los contrarios: la de aunar el progreso con el nuevo interés por la naturaleza, que representa aunque muchos lo ignoren, el interés por la tradición. 
Naturaleza, es sinónimo de Tradición.

Heráclito versus Pitágoras es lo que realmente interesa dirimir ahora en todos los planos y no sólo en el geopolítico sino también en el metafísico.

Pero como nada de esto es absurdo, los rusos y los americanos prefieren llenar hojas de papel couché y horas de reportajes hablando y elucubrando acerca de las diferencias irreconciliables entre los dos países porque esto sí es absurdo y lo absurdo, ya digo, es lo que se lleva este Otoño.

Como absurda es la abstención del PSOE para permitir que el PP gobierne por “el bien de la Patria”. En primer lugar, si de verdad es eso lo que pensaban, en vez de acordar una abstención mejor hubieran hecho en pactar una coalición: al menos hubieran estado en el Poder y hubieran podido promover más fácilmente sus propias ideas y sus propios principios políticos. Pero una coalición, dicen, no hubiera sido políticamente sensato porque se hubieran hecho cómplices, dicen, de las ideas y principios conservadores. ¿Cómplices? Absurdo. En todo caso co-víctimas de las críticas ciudadanas. Por otra parte ¿les hace una coalición “cómplices” y no les hace “cómplices” una abstención? Aún más si cabe: porque con su abstención los socialistas permiten la formación de un gobierno con cuyos principios no pueden acordar una coalición sin que además eso, la abstención, les permita compartir el poder con los conservadores para de este modo, lograr frenar lo antes posible las reformas y leyes que se oponen a sus auténticos principios. Y al mismo tiempo los socialistas siguen siendo co-víctimas porque han permitido la composición de un gobierno que introduce reformas y leyes que no convencen a una parte de la sociedad, que no sé si será mayoritaria o no, pero desde luego bastante gritona sí y que tradicionalmente les ha votado a ellos, los socialistas, porque defendían unos determinados principios. 
Así que el PSOE permitirá con su abstención la formación de un gobierno con el cual no ha podido acordar una coalición, negándose así a participar del Poder y sus suciedades, pero ha caído en el barro. Y eso tanto si se mantiene en la Oposición el próximo periodo como si se une a una posible futura moción de censura.

El PSOE se ha autoinmolado por la Patria, al menos hay algunos socialistas que afirman que la abstención del PSOE se debe a que la Patria está por encima del Partido, pero esa autoinmolación es absurda porque primero: no sé si la Patria necesita autoinmolaciones; porque, segundo, esa autoinmolación exige la traición a sus propios valores y criterios y tercero, porque no se sabe cuánto tiempo puede pasar antes de que los socialistas estén hartos de autoinmolaciones que traicionan sus principios políticos y que, además, únicamente encubren luchas de poder internas.

Una coalición en toda regla hubiera sido más sensato. La coalición no hubiera exigido la autoinmolación sino la colaboración, el diálogo y el consenso del que tanto suelen hablar cuando de lo que se trata es de que los demás acepten sus propuestas, y no hubiera supuesto una traición ni a la patria ni a sus principios sino una lucha desde dentro por la consecución de los propios valores e ideas político-económicas que consideran de vital importancia para el bienestar de la patria.
Pero si tanto tanto importaban los valores y los principios socialistas que acordar una coalición era imposible, desde luego el “no es un no” es lo más honesto.

Dado que ninguna de estas dos posibilidades era absurda, ninguna de las dos, por tanto, podía ser tenida en cuenta.

Hay más casos absurdos: como el de esos padres cuya hija ha desaparecido y después de buscarla mediáticamente, mediáticamente se pelean al modo de la “guerra de los Rose”; el de la construcción de campos de golf donde la carencia de agua es manifiesta; la cultura de la incultura; periódicos que escriben noticias pero que no informan; que ofrecen temas para el small talk pero que no explican qué sucede, de modo y manera que las teorías conspiracionistas son las que hoy en día tienen y mantienen el monopolio de la información, falsa o verdadera, acerca de la  política, la economía y el devenir de los acontecimientos; la existencia de literatura para hombres y literatura especialmente pensada para mujeres en tiempos de igualdad de géneros; publicar sin corregir, que es lo que yo una y otra vez hago...

Y aún hay todavía quién que se atreve a decir que la muerte es un absurdo....

¡Ja!

La bruja ciega.



Friday, October 21, 2016

Todo por amor

Cada persona tiene sus propias aficiones, esas que otorgan el halo de la divinidad a nuestras mortales existencias. Mi afición favorita consiste en caminar. “Walking”, le llamarían los modernos. Paseo por las calles, recorro los libros y me adentro en los senderos de las ideas con la pretensión de llegar hasta el final de la avenida, hasta el final de la obra y hasta el final de la vereda. Si lo consigo, eso es otra cosa. Al menos intentar lo intento, lo cual en los tiempos sedentarios en los que nos encontramos, ya es mucho.  Reconozco que entre aquéllos que se mueven, el “running” se practica más que el “walking”. A decir verdad no veo en el asunto una gran ventaja: se suda más y se pierden más kilos, es cierto, pero se sobreseen los árboles, los edificios, los ocultos rincones; en definitiva: llegan agotados a la meta sin haber tenido conciencia de otra cosa que no sea el número de kilómetros que han realizado en un determinado tiempo. Reconozcámoslo: entre el “running” y el “cuántos libros lee usted al año” no existe, francamente, una gran diferencia.

Por eso que yo prefiero el “walking” me siento tranquilamente a pensar en la afirmación que acabo de leer de una psicóloga según la cual las mujeres que practican el “todo por amor” suelen ser personas con baja autoestima generada por relaciones problemáticas con sus padres, etc. 

El discurso parece coherente.

Lamentablemente es falso.

Las relaciones problemáticas de los hijos con los padres son, verdaderamente un lastre. La mayoría de los jóvenes consiguen salvarse gracias a los libros y/o los amigos y muchos de ellos no son conscientes de las majaderías que han soportado de sus progenitores hasta bien entrada la madurez, cuando en general han de hacer frente a otros problemas. Sí. Eso es lo que tiene la vida, la construcción de la vida, nos proporciona unos cuantos quebraderos de cabeza para aliviar la carga que lleva el alma.  En esto, en realidad, se basa la estrategia de los llamados “workalholic”, que prefieren ocuparse de los asuntos de la empresa antes que de la tristeza de un corazón, aunque sea el suyo propio. De esta misma opinión era también, por cierto, Chejov, harto seguramente de ver cómo muchos de sus contemporáneos se enfrascaban en inútiles e interminables conversaciones acerca de insustanciales temas que no conducían a nada más que a hacer del mundo un lugar aún más incomprensible porque al consustancial sinsentido de la existencia se unía el de la barbarie de la necedad que la holgazanería provoca. 
Esta es en el fondo la crítica que todos los autores rusos hacen a sus coetáneos: que hablan más de lo que hacen, que elucubran pero no se mueven del sitio y cuando al final se levantan de la silla es para destruir a diestro y siniestro o para construir un régimen despótico y volver a sentarse, esta vez en silencio no vaya a ser que el vecino los escuche y los delate.
Así pues, no parece que las relaciones con los padres nos afecten más de lo que ellos mismos fueron afectados en las relaciones con los suyos. Es cierto que cada generación tiene que romper determinados círculos viciosos y que ello supone un gran esfuerzo emocional e intelectual. Intelectual para reconocer la existencia de dicho círculo y emocional para no quedarse anclado en el odio o en el segimundo-calderoniano “apurar cielos pretendo, ya que me tratáis así, qué delito cometí contra vosotros naciendo (...) ¿no nacieron los demás? Pues si los demás nacieron, ¿qué privilegios tuvieron que yo no gocé jamás?” Salir de esa prisión es, en efecto, asunto nada fácil; sobre todo porque la prisión libra de tenerse que ocuparse de asuntos más mundanos e intrascendentes. El esfuerzo emocional requiere una gran disciplina.

Si el individuo no ha comprendido intelectualmente que tiene un círculo que romper, seguirá felizmente anclado en dicho círculo vicioso al que seguramente denominará “tradición” o “así se hacen las cosas” o “es cosa de orden” o algo por el estilo.

E igualmente, aunque haya reconocido el quiz de la cuestión, mientras se mantenga encerrada en su dolor es prácticamente imposible que dicha persona pueda amar a nadie ni a nada que no sea su propio dolor. Se acerque quien se acerque, persistirá en su tristeza, en su melancolía y en su pena.

Los primeros aman como les enseñaron y su amor estarán por tanto revestido de las mismas características que las que ese individuo recibió.

Los segundos serán igualmente incapaces de amar porque se encuentran apresados en una oscura mazmorra de la que se sienten incapaces, o ni siquiera tienen ganas, de huir.

Y díganme: en circunstancias así ¿puede alguien creer, sinceramente, puede alguien creerlo, que ese individuo puede actuar llevado del “todo por amor”?

La psicóloga asegura que las personas que han sufrido conflictos con sus padres, requieren el reconocimiento externo y por tanto hacen lo que sea por esas personas.

Y yo sostengo que, o lo hacen, o no lo hacen.

Seamos sensatos. Las respuestas a determinados conflictos varían no sólo de individuo a individuo sino de momento a momento. Hay personas que han sufrido y ello les conduce a aumentar el grado de empatía por el sufrimiento ajeno; en cambio otras personas desean y se esfuerzan para que los otros pasen por el mismo calvario que ellas padecieron. Hay personas que se autodestruyen (y en esa autodestrucción hay que incluir las drogas, el alcohol, el deambular por los bajos fondos, pero también las relaciones amorosas sado-masoquistas y la apatía y, y..)  y personas que se lanzan a la conquista. Y hay personas que primero se lanzan a la conquista y luego se autodestruyen, o al revés si se trata de una autodestrucción simplemente aparente.

Pero la psicóloga obvia todos estas consideraciones y concluye que las personas que han sufrido conflictos en la familia tienen una baja autoestima y que esta baja autoestima les lleva a esforzarse por buscar el reconocimiento ajeno.

Y bien.

No.

En primer lugar porque la búsqueda del reconocimiento ajeno es propio de la especie humana. Esto es lo que normalmente se denomina: honor. Y más de uno y más de dos han muerto para ganar su honor, para  defenderlo o para que les fuera devuelto, caso de que les hubiera sido arrebatado sin justa causa. Hubo un tiempo en que el honor valía más que la vida; hasta que alguien fue lo bastante inteligente como para comprender que “perdida la fama, ganada la libertad” porque la virtud del honor era un concepto definido desde el exterior por los que detentaban el poder. Así que de lo primero que hubieron de deshacerse los hombres que querían vivir de forma distinta a lo exigido por el Orden Eterno e Inmutable fue del honor. 
La mayoría de los mortales, sin embargo, vivió y vive sometida a las exigencias de ese reconocimiento ajeno y el hecho de que en nuestras actuales sociedades no exista un único Orden Eterno e Inmutable no significa que no haya ningún Orden Eterno e Inmutable. Significa, simplemente, que existen varios Òrdenes Eternos e Inmutables y que cada cual decide su pertenencia a éste o al otro; y es en éste o en el otro donde busca lo que hoy se conoce bajo el nombre de "reconocimiento ajeno", y que en otros tiempos se conocía, como digo, bajo el término de “honor”.

En segundo lugar porque no conozco a nadie, absolutamente a nadie, que teniendo una baja autoestima sea capaz de practicar ese generoso “todo por amor”. Absolutamente a nadie. 
El “todo por amor” implica una autoestima de tal calibre que yo casi no conozco a nadie que sea capaz de llevarla a cabo. El amor suele consistir por lo general en un “Toma-Dame” y desde luego, cuanta menos autoestima más narcisista y menos generoso.

Una cosa es cierta: Muchas mujeres aman pensando que van a ser amadas en la misma proporción y manera, lo cual no es posible porque cada cual ama a su modo y manera y ello las sume en la frustración. Eso es cierto. Pero eso no depende ni de padres ni de auto-estima. Eso depende de los preconcepción del amor. Si una mujer puntual espera de su novio simpático pero impuntual que llegue a su cita a la hora convenida, ello le acarrerá grandes disgustos independientemente de cuál haya sido sus relaciones con su familia y de su autoestima. De hecho, es incluso probable que en caso de una baja autoestima lo tome como una afrenta y corte la relación en la segunda cita. Las mujeres con una alta estima suelen ser, al menos esa es mi experiencia, mucho más pacientes y comprensivas que aquéllas que tienen una baja consideración de sí mismas. 
Siguiendo el ejemplo, las mujeres que gozan de una gran confianza y autoestima son conscientes de que su novio es un hombre sumamente impuntual y no se lo tienen en cuenta. No se lo tienen en cuenta porque el novio impuntual llega cargado de una bandeja de pasteles que ha hecho él mismo y que ya quisieran muchas pastelerías... o porque escucha atento el tema de su próxima conferencia como si el tema le interesara sobremanera, o porque le abren la puerta al pasar o porque lo encuentran, sencillamente, encantador...

Existe otro tipo de “todo por amor” y el “todo por amor por tu salvación”. Y ahí, se necesita una gran autoestima, un gran coraje, una gran disciplina, una gran paciencia y yo me atrevería incluso que a decir que una gran cuenta corriente. De otro modo es imposible. 
El “todo por amor por tu salvación” termina abocando a la autodestrucción a no ser que se ejerciten adecuadamente las propias fuerzas y energías de que se disponen y se determine la estrategia más efectiva. Es lo mismo que se necesita hacer cuando alguien se tira a salvar a alguien. No sólo es imprescindible saber nadar, sino ser capaz, además, de llevar a alguien en la espalda amén de calcular la distancia que les separa de tierra firme o de algún bote salvavidas. De lo contrario, no será un cadáver el que termine flotando; serán dos.

¿Creen, de verdad, que personas con una baja autoestima se lanzan al agua?

Las que yo he conocido son o padres desesperados cuyas propias vidas les importaban menos que las de sus retoños o su amado y ahí es verdad que era “todo por amor” donde ese “todo por amor” significaba un “olvido del propio ser” porque la vida sin ese otro carecía no sólo de importancia sino de sentido y ahí no hay una baja autoestima sino, como ya digo, una auténtica desconsideración de sí mismo porque ese otro lo era todo para ellos.

Y díganme, ¿tengo que creer según la psicóloga que ese amor generoso, desinteresado, extremo es producto de la baja autoestima? ¿O es que sólo es producto de la baja autoestima el profundo amor que una mujer puede sentir por su amado? Una mujer que no se compra bellos vestidos, que no se acicala, que no va a la cafetería porque atiende a su marido, a sus hijos y a la economía familiar ¿tiene baja autoestima?

Al paso que vamos dentro de poco aparecerán manuales de “Cómo amar de forma sana” y el primer mandamiento para ellas será: Gane su propio dinero e inviértalo en sí misma, salvo el destinado a los gastos comunes; el segundo: vaya a la peluquería, regálese un bolso, salga con sus amigas a tomar un café, acuda al gimnasio y diviértase en grupos mixtos, que son más interesantes; el tercero, si cena con su marido llame a un catering para que su ropa no coja los molestos y desagradables olores que se desprenden al cocinar; si su marido está enfermo déle una aspirina y si persiste llame al médico; usted no puede hacer nada. Deje que descanse y duerma; mientras tanto usted puede reunirse con algunas amigas para liberarse de la tensión de tener a su marido enfermo; si su marido llega de viaje no es necesario que vaya a recogerlo: el taxi lo llevará a casa.

Para ellos, el primer mandamiento será lo mismo. Salvo que en vez de la peluquería y el bolso, será jugar a la playstation y marcharse de caza con los amigos.

Para madres, padres y niños lo mismo y además sin deberes en casa, ni padres que les exijan.

Ja, ja, ja, ja,

Este Otoño está siendo tan divertido, pero tan divertido…

La bruja ciega.

Y eso que yo hoy de lo que en realidad quería hablar era de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia; por divertido, claro.






Monday, October 17, 2016

La naturaleza del sociópata

Ustedes seguramente lo entenderán. Yo desde luego, no. Y de ahí mi asombro, ese perpetuo asombro por casi todo lo que me rodea.

El de hoy, el que me ha causado descubrir el aumento de la sociopatía; crecimiento proporcional, todo hay que decirlo, al éxito y reconocimiento que los sociópatas obtienen.

No es que antiguamente no existiera dicho fenómeno, pero además de que las formas y las “malas artes” del sociópata no eran apreciadas en una sociedad en la que había que trabajar con el sudor de la frente para conseguir medio alimentarse, su área de influencia no llegaba a extenderse tanto como puede conseguirlo hoy en día. Así que la sociopatía no era un fenómeno tan extendido como lo es en la actualidad.

Nuestra actualidad ha concedido el bastón de mando a los sociópatas en el mismo instante en que los  ha revestido de éxito social y de admiración; lo que importa no son sus conocimientos –de los que suelen carecer – ni de la cultura, ni de la profundidad de su alma. Lo que se premia es su capacidad para encontrar una justificación, un truco lingüístico, con la que derrotar al contrincante. Lo que se valora del sociópata es su facultad para confundir al oponente, para variar las fechas de los sucesos, para negar lo acontecido; en definitiva: lo que se valora es su innegable talento para imponerse sobre el adversario sin importarle ni los medios ni las formas para conseguirlo, de modo que al final, liada la verdad con la mentira, y el ser con el parecer, nadie sabe dónde se encuentra el principio del hilo, y como al final son los vencedores los que escriben la historia, el sociópata la escribe a su medida y los demás, envueltos ellos mismos en sus propios asuntos y líos, la escuchan, la suscriben y pasan a otra cosa.

Sin embargo y pese a todo lo dicho anteriormente, el grave problema que introducen los sociópatas en una sociedad no son los métodos. Cualquier guerra emplea métodos sucios. El grave problema de los sociópatas  – y por eso, supongo, se les llama sociópatas – es que dichos propósitos rara vez tienen más objeto que el de la destrucción por la mera y simple destrucción y por eso aunque alcancen sus objetivos no logran deshacerse de la sensación de frustración y desdicha que les acompaña en su eterno deambular envueltos en las más oscuras sombra de la razón dentro de los bosques más fantasmagóricos de las emociones. Por más que obtengan grandes victorias en el trabajo o incluso en el círculo social dentro del que se mueven y que tanto les importa, la satisfacción será pasajera y no tardará en desvanecerse.

Es lo que tiene el alma del sociópata: está abocada a la tristeza, a la melancolía y a la soledad y por eso su destrucción es simplemente destrucción, sin más objetivo que la destrucción misma. El éxito que alcanza no pretende nada más allá que el éxito mismo y por tanto no le aporta nada excepto una mera y breve satisfacción.

En esto, quizás, radica el arma de doble filo de los sociópatas.  La misma espada que consigue doblegar a los que le rodean a base de hipnotizarlos, de sugestionarlos, de condicionar su comportamiento, de influir en sus ideas y criterios es la misma espada que una vez conseguida la victoria se vuelve, cual rabioso boomerang, contra ellos penetrándose en lo más profundo de su corazón. Y sólo una nueva acción violenta hacia el exterior puede detener esa espada.

Esa espada es la espada de la empatía. La espada de la empatía conquista a los otros. Los otros “sienten” con un sentimiento primitivo, pre-racional, el sufrimiento interno del sociópata; y yo me atrevería incluso a decir que las personas emocionalmente más cercanas a él, incluso lo sufren literalmente. Estoy hablando de personas normales, de esas que en situaciones normales protestan porque Pepito ha olvidado tirar la bolsa de basura y la ha dejado en el rellano y Juanita se ha vuelto a dejar la puerta del edificio abierta. Y sin embargo, esas personas normales, se sienten sumamente “mal con ellas mismas” cuando recriminan al sociópata. Las personas normales intuyen la infelicidad sin remedio del sociópata. Este “intuir” ajeno es lo que el sociópata refuerza. El sociópata alienta la empatía hacia su infelicidad, el sociópata perfecciona su poder respecto al otro aumentando el nivel de empatía de ese otro hacia su dolor.

No. No es el sociópata el que tira la puerta.

Es la víctima, la misma víctima, la que sintiéndose fria y dura de corazón ante el terrible dolor, desesperación, que sabe que padece el sociópata, le abre la puerta; y abriéndole la puerta firma su sentencia de muerte.

Este es el modo de conquista del sociópata.

¿Puede pues afirmarse que es la víctima la culpable de su propia desgracia?

Sí. Por abrirle la puerta, invitarlo a pasar y ofrecerle la cena más exquisita, el asiento más cercano al fuego y la cama más confortable.

No obstante y para ser justo, hay que admitir que en un detalle, al menos, tenía razón la víctima: en el que se refiere al sufrimiento del sociópata. Dicho sufrimiento no es fingido. Justamente porque no es fingido puede el sociópata convencer y “mentir” tan bien y por eso cualquier persona normal abriría la puerta al sociópata, le ofrecería el asiento más cercano al fuego, le serviría la mejor comida que pudiera encontrar y le indicaría el lecho más cómodo. Cualquier persona normal, por muy inteligente y perspicaz que fuera, caería sin remedio en sus redes convirtiéndose en víctima.

Víctima por persona normal, no por ingenua.

Aunque a los sociópatas se les denomina mentirosos psicopáticos no son mentirosos psicopáticos. Los sociópatas no mienten. Ellos viven realmente en el mundo en que afirman vivir, dentro de esa realidad que es, en efecto, virtual: virtual para nosotros, realidad y bien realidad para ellos.
Antes morirían que admitirían que han mentido; porque lo cierto es que no han mentido en absoluto.
En un mundo postmoderno como el nuestro, en el que cada uno construye su realidad, en el que incluso se anima a que cada uno se convierta en creador de su mundo, de su vida y de su destino, -cuando todos sabemos que eso es imposible, que incluso ser el dueño de su vida es prácticamente imposible y en una sociedad como la nuestra aún más todavía, porque el mundo, la vida y el destino en el que nos movemos es hegeliano y bien hegeliano ya sea a la izquierda o a la derecha- resulta que son los sociópatas, mentirosos patológicos, los que se han eregido en los reyes por mérito propio de dicho universo de feudos.

Pero el grave problema para el sociópata no es, como digo, la conquista –harto fácil de conseguir con la espada de la empatía- sino la vida después de la victoria. De repente, la espada se vuelve contra él. Ha luchado, ha triunfado y ha saboreado el néctar de los dioses pero la noche en brazos de Dionisio se acaba y el dios Apolo llama a su puerta apenas raya el día. Y en cuanto los primeros brillos de la racionalidad acarician sus cabellos, el sociópata nota un terrible dolor de cabeza seguida de una sensación de vacío; más tarde un dolor punzante en el cuerpo le impide levantarse; el sociópata, dice con voz temblorosa y enferma que no sabe qué le pasa; que no lo sabe. Y es verdad que no tiene ni idea de lo que le está sucediendo. Ha desaparecido de su rostro la sonrisa que hasta ayer noche deleitaba a los presentes y éstos se sienten nuevamente inquietos y buscan complacerle a fin de disfrutar nuevamente de su sonrisa. La sonrisa del sociópata es especialmente seductora porque sólo seduce lo raro y es raro encontrar la sonrisa dibujada en el rostro del sociópata  –lo más que percibimos son muecas y grandes gestos tras los que intenta enmascarar su enfermiza falta de alegría y de felicidad- es infrecuente.

Los otros se esmeran en mantener la sonrisa porque lo que los otros sienten en su presencia es más bien la inconsolable melancolía, el profundo desasosiego que le invade y no atinan a comprender las causas que tan insólito, por abismal, dolor le pueden causar. Poco importa que ellos mismos tengan problemas y estén tristes. Los problemas de los otros y sus tristezas son humanas y mortales y pueden hacerles frentes; en cambio, piensan los otros al encontrarse frente a frente, el pesar que invade al sociópata es una pesada piedra que lo hunde y lo lleva a la más profunda de las fosas marinas; el dolor del sociópata –piensan los otros- es sublime.

Y por eso que los otros lo sienten sublime, que incluso pueden “ver” ese dolor más propio de dioses que de hombres, puede el sociópata vencer tan fácilmente a esos otros, que entre ellos no se ponen nunca de acuerdo porque cada uno defiende a uñas y dientes sus propios intereses.

 El sociópata triunfa sin grandes esfuerzos. La puerta se le abre como por arte de magia y la víctima no sabe ni cómo pudo engañarle.

Pero el sociópata no ha mentido a la víctima.

Su dolor es real y bien real. Su desesperación no tiene nada de virtual. Virtual es el mundo en el que vive, el mundo en el que se desarrolla su existencia; pero su frustración, su resentimiento, las consideraciones que tiene sobre él y su sociedad, eso son reales. Y por reales auténticas. Y por auténticas conquistan la fortaleza ajena y una vez conquistada dicha fortaleza, cambian la dirección y se lanzan, se revuelven, contra él. El sociópata nunca está satisfecho con ninguno de sus triunfos porque sus triunfos son efímeros y pasajeros, mientras su dolor y su frustración son una constante.

¿Quiénes son los que desenmascaran al sociópata?

¿Los otros sociópatas?

¿Los psicólogos?

¿Los hombres normales y sensatos?

No.

Las víctimas mismas.

Las víctimas conocen a sus verdugos más de lo que los verdugos se conocen a sí mismos. El animal herido por el escorpión sabe de su veneno más que el escorpión mismo, porque el escorpión lo inyecta y lo sabe inyectar pero lo hace automáticamente, sin pensar en ello: inyectar veneno es algo que pertenece a su naturaleza. Es la víctima la que ha de comprender la existencia de ese veneno, del grado de peligrosidad, para dominarlo; es la víctima la que ha aprendido qué cuidados hay que tomar para que el escorpión no le pique; la que ha de analizar en qué consiste ese veneno para intentar elaborar un antídoto; la que ha de establecer cuántas mordeduras soporta un cuerpo antes de que la cantidad sea mortal de necesidad (y la cantidad de veneno que aguanta una víctima varía según la persona. Algunos individuos son inmunes; otros soportan dos picaduras y algunos cuatro. Algunas víctimas consiguen huir y otras no tienen salida.

Y es la víctima –y no el escorpión- el que previene a los otros, aunque sea con su cadáver, de que tengan cuidado porque en esa zona hay escorpiones.

Es tiempo de estar prevenidos cuidado porque en estos momentos y por lo que me cuentan, tengo la impresión de que los escorpiones abundan y de que no hay un sólo escorpión sino varios y como todos ellos están escondidos bajo las piedras y actúan con nocturnidad y alevosía hay que andar precavidos y mirar antes de sentarse.

El grave problema es que en estos instantes coexisten los auténticos sociópatas, envueltos en dolor pese a sus conquistas, junto con los arribistas y los individuos que están tratando de hacerse un hueco en este mundo hegeliano.
Mientras los sociópatas sigan triunfando, los arribistas les emularán en sus tácticas y estrategias y a los individuos que en estos momentos están tratando de hacerse un lugar en el que construir una existencia tranquila y pacífica no les quedará más remedio que seguir los mismos métodos si quieren conseguirlo.

De esta manera, el mundo de los sociópatas va a dejar de convertirse en una realidad virtual para ser una realidad real y bien real. En un mundo así la palabra queda vacía de significado, el dolor queda relativizado a la propia percepción pero no al sentimiento empático que provoca en los demás. Cualquier comportamiento piadoso, si sincero, será considerado como un síntoma de debilidad o de idiotez.

Ese es el problema.

Si los sociópatas siguen obteniendo el éxito y consideración social de la que en estos momentos disfrutan, el mundo está condenado a un desastre de consecuencias terroríficas. Será un mundo regido por las emociones, un mundo en el que la razón estará puesta al servicio de las emociones y en el que las alianzas se harán en función de dichas emociones, pero puesto que son simples y meras emociones hoy serán unas y mañana serán otras. Y nada de lo que esta noche se afirme, se afirmará al rayar el día. En un mundo así, los perros perseguirán a las víctimas, acusadas de malvadas, frías e insensibles (malvadas, frías e insensibles porque no dominan el arte de la palabrería) y se les acusarán de los delitos más inimaginables; la palabra se habrá convertido en palabrería y la empatía no tendrá lugar.

¿De verdad siguen pensando los conspiracionistas que el mayor y más terrible mal que aguarda a la humanidad es una dictadura global?

Empecemos a pensar que el mayor problema del individuo no es un gobernante.

El mayor problema del individuo son las emociones envueltas en palabrería.

Terrible cosa cuando escucho llamar retórica a la palabrería emocional. 

No. La retórica, por más que ya no sea el digno arte que fue, no es palabrería, mucho menos emocional.

Ni siquiera la demagogia es palabrería emocional.

Ni siquiera lo es la propaganda.

Tanto la retórica expulsada del Olimpo, como la demagogia como incluso la propaganda, pretenden seguir manteniendo un cierto nivel cultural y de conocimiento.

La palabrería emocional no necesita ni a la cultura ni al conocimiento. 

Más aún: grita sin pudor que no las necesita para nada. Ni siquiera los intelectuales las necesitan, afirma contundente.

La palabrería emocional es el arma de los incultos para publicar éxito de ventas.

La palabrería emocional es el arma de los insensibles para convertirse en poetas.

La palabrería emocional es el arma de los necios para convertirse en jueces.

La palabrería emocional es la serpiente que se muerde la cola.

En un mundo de barbarie, la palabrería emocional en boca de los sociópatas es lo que queda.


La bruja ciega.

Friday, October 14, 2016

Bob Dylan Premio Nobel de Literatura

Hoy es uno de esos días mágicos, distintos, excitantes. Uno de esos días en los que uno siente y conoce el sentido de la vida, y ello porque aunque las sombras se paseen de un lado a otro de la estancia, aunque los ojos del vampiro me contemplen, la luz termina por inundar el espacio interior y exterior. Hoy el vampiro es menos vampiro y las sombras menos sombrías.

Bob Dylan ha sido nombrado Premio Nobel de Literatura

Hoy sólo los pedantes están tristes, sólo los pseudo-intelectuales, sólo los mediocres se sienten desgraciados y por eso, en vez de saborear el néctar de los dioses, néctar que por otra parte les está vedado porque no tienen la capacidad intelectual y mucho menos la espiritual para saborearlo, se reúnen en un oscuro rincón del salón de baile como si de una conjura se tratara. “La conjura de los necios”, pienso cuando los veo a todos juntos allí, tan apiñaditos, tan encerrados sobre su propio círculo, levantando de vez en cuando la vista a ver si alguien los contempla y como nadie parece preocuparse mucho de ellos ni de lo que cuchichean, se sienten muy mal y entonces empiezan a protestar a gritos que es un Premio mal dado, que se lo tenían que haber dado a otro, que los de la Academia son unos ineptos, que hay trampa y todo eso. Ellos, los que nunca conspiran; ellos, los que siempre critican a los conspiracionistas, imaginan conspiraciones y corrupciones cuando las cosas no salen como ellos querían que salieran.

Y así, a grito limpio, empiezan a exigir justicia para los candidatos  que ellos habían propuesto.

Ellos, que nunca se cuestionan a sí mismos, cuestionan, en cambio, todas y cada una de las decisiones de los otros y que consideren dichos juicios acertados o no, dependen de si se adecúan o no a sus propios gustos y consideraciones que son, como ya he dicho, incuestionables.

Los pedantes están convencidos de su intelectualidad porque afirman haber leído “lo último” , lo “más radical”, lo “más vanguardista”, porque ellos siempre leen “lo último”, “lo más radical”, “lo más”. Y claro no entienden que la Academia Sueca ignore a sus candidatos que son, claramente, “lo más” porque ellos nunca podrían soportar a otros candidatos que no fueran “lo más”, porque eso estaría por debajo de su nivel, que es, sin duda alguna, el más superior de todos los niveles intelectuales.

El problema, la tragedia incluso, es que todos esos candidatos que los pedantes nombran, quizás escriban bien, (yo incluso lo dudo), pero son candidatos todos ellos imposibles e impresentables. Candidatos terribles que algún día, no lo dudo, recibirán el Premio Nobel, pero ni siquiera entonces será porque se lo merezcan sino para no escuchar la letanía aburrida de los pseudo-intelectuales que se repite año tras año y  que ya aburre.
Si somos sinceros habremos de admitir que los candidatos de los pedantes únicamente muestran lo grotesco de la sociedad. En realidad más que mostrarlo se complacen en revolcarse literalmente en lo grotesco, en lo morboso, en lo sórdido de la sociedad.

Igual que el niño juega en un estadio de su infancia con su caca, ellos juegan y hacen albóndigas y albondiguillas con la caca de la sociedad y a eso: a hacer “albóndigas y albondiguillas con la caca de la sociedad”, algunos le llaman” original”, “genial” y “literatura” magistral.

“Puaff.” Eso es lo que los candidatos de los pedantes son: “Puaff.”

Los pedantes han leído y admirado a los “puaff” y como los han leído y admirado piensan que todo el mundo tiene que leerlos y admirarlos. Y exclaman joviales “¡Mira que albóndigas y albondiguillas de caca más geniales!” y se las comen igual que otros comen lombrices, saltamontes, escorpiones y cosas por el estilo: sin dejar de alabarla en voz alta y sonora, lo que –curiosamente- no hacen cuando se trata de unos espárragos con salsa holandesa, plato –para mi gusto- mucho más exquisito y elegante y desde luego, digestivo. Pero claro, como ellos se comen esas albóndigas y albondiguillas de caca, nosotros nos las tenemos que comer también. Y como a ellos les parecen magníficas a nosotros también tienen que parecernos magníficas porque si no nos parecen magníficas es que no somos bastante intelectuales ni bastante profundos para comprender el misterio de la vida que allí, sobre, entre y bajo las actitudes sucias y estúpidas, casi psicopáticas, de los personajes, se esconde.

Pues lo siento. Prefiero ser tachada de estúpida que comerme esas albondigas y albondiguillas de caca social.

-       Los “puaff” hacen albóndigas y albondiguillas de caca socia y a eso le llaman sociedad, pero todos sabemos que "eso" no es sociedad


-     Bob Dylan habla de Fe, lo cual hoy en día no es poco.

-       Los “puaff” se preocupan de la forma.

-       Bob Dylan cuida el fondo, sobre todo el fondo. El fondo de la sociedad. Y su crítica es una verdadera crítica social serena y auténtica. Nada que se parezca a ese "realismo histérico" del que algunos hacen alarde.

Pero lo más gracioso de todo es que una vez que los pedantes han digerido que la Academia Sueca ha premiado a Bob Dylan, en vez de pensar que lo que el jurado ha premiado ha sido a un POETA, creen que se ha premiado a un canta-autor y empiezan a proponer el nombre de otros cantautores que hubieran sido, según su alta autoridad de pedantes, más apropiados aunque la realidad sea –lo siento mucho- que esos candidatos cantautores no dan la talla de Bob Dylan. 
No. No todos los generales pueden ser César.
Ni siquiera todos los emperadores pueden serlo.

César es César.

¡Salve César!

Bob Dylan, lo sabemos todos, nunca ha sido un buen cantante.

Bob Dylan es un poeta que ha puesto música a sus letras porque sabía que  era la única manera de conseguir un poco de dinero para lograr comer todos los días. El alma de Bob Dylan era poesía y poesía emanaba de su boca y poesía escuchaban sus oyentes.

Si esos pedantes fueran realmente tan intelectuales como ellos se creen,  lo que deberían estar ahora preguntándose no es por qué la Academia Sueca no ha elegido a ninguno de los candidatos que ellos proponen.

Si esos pedantes fueran realmente tan intelectuales como piensan que son, lo que en estos instantes tendrían que cuestionar no es por qué la Academia Sueca no ha elegido a otro cantautor.

No.

Lo que en estos momentos todos esos pedantes deberían estar inquiriendo a gritos si su alma fuera tan superior como ellos afirman, es el por qué en esta sociedad ya no quedan POETAS

La bruja ciega.

Y sí, tienen razón en sospecharlo. Me unen lazos emocionales con este tema.
Yo fui la que les presentó a los hijos de Carlota - a los cinco, uno por uno- a Bob Dylan cuando apenas se tenían en pie.
Yo fui la que les hizo cantar una y otra vez "Blowing in the wind" hasta que la aprendieron.
Yo fui la que se obcecó en que conocieran lo mejor de un siglo que se iba y del que muchos pretendían que quedara en el olvido, enterrado en nuevas modas musicales.
Y hoy, hoy el teléfono no ha dejado de sonar porque lo que cada uno de esos jóvenes ha pensado al enterarse de la noticia es:
!Yo conozco al dios laureado!
Y lo primero que hacían cada uno de ellos conforme llamaban era cantar nuestra canción, nuestro himno:
 "Blowing in the Wind"






Saturday, October 8, 2016

Conversaciones para la tristeza

El tranquilo Jorge lee mi artículo anterior, el referente al dolor  - a mi dolor -  y claro, ni se molesta en llamar. En su opinión, yo soy uno de esos muñecos balancines que ora se inclinan a un lado, ora al otro, pero quedar tumbados, lo que se dice quedar tumbados, nunca quedan. Por otra parte los volcanes emocionales no son algo que atraigan al tranquilo Jorge. Así que hace lo que siempre hace en estos casos: esperar a que la tormenta amaine y yo me decida a regresar a mi equilibrio inicial. No cree que tarde más de un par de días en lograrlo. - “¿Y qué pasa si no lo consigo?”, le pregunté envuelta en lágrimas una de las veces en que creí morir. – “Lo conseguirás”, fue su tranquila respuesta. “Las personas como tú jamás se ahogan en sus lágrimas; sabéis nadar en ellas.”  
–“No son lágrimas, ¡es sangre!”- grité desesperada.  –“Más a mi favor”, contestó el tranquilo Jorge sin tan siquiera inmutarse,”Entonces no hará falta ni que aprendas a nadar. Bastará con que flotes.”
Lo curioso del caso es que  el tranquilo Jorge que tan tranquilo se muestra con mis lágrimas, es de los que corre apresuradamente y nervioso en cuanto Paula, su esposa, tiene un día de esos que suelen denominarse “bajos de ánimo” y no se separa de ella hasta estar convencido de que su humor es el comedido y sereno de siempre. En lo que a mí respecta, el tranquilo Jorge no muestra, como ya digo, ni el más mínimo rastro de compasión ni de empatía. Esa queda reservada única y exclusivamente para Paula, a la cual –claro- nunca se le ocurriría explotar la privilegiada situación de la que goza.
Las hay con suerte.

Carlos, en cambio, me llama en cuanto ha terminado de leer mi artículo y por un instante creo que voy a escuchar unas cuantas palabras de comprensión y  hasta pienso en la posibilidad, quién sabe, de que me ceda su hombro para que pueda desahogarme y llorar tranquilamente en él. Pero como digo, la esperanza de ser consolada desaparece en cuanto escucho el tono de su voz:  - “Por favor, discursos largos no”, me reprocha secamente. “Y menos cuando son lacrimógenos. Cada cual que aguante su vela en vez de ir mostrándola de esa forma tan trivial, casi vulgar. Estás viva y en perfecta posesión de todas tus facultades físicas y mentales ¿qué más quieres? Déjate de semejantes disquisiciones de heroína romántico-trágica  y en vez de concentrarte en tí y en tu doliente ombligo, céntrate en el comentario de la actualidad. Tu ombligo, créeme, no interesa a nadie. Tus comentarios tampoco, pero al menos su lectura rompe de vez en cuando la monotonía homogénea que caracteriza al resto de las publicaciones, que suelen decir “a” y “no a”, pero nunca “c”, que es lo que tú en general sí haces. Te recomiendo como médico dar un largo paseo al amanecer y otro al atardecer. Te refrescará la mente y posiblemente el alma. La distinción que estableces entre los efectos que producen la exteriorización de la alegría y la del dolor es interesante, no lo pongo en duda, - de hecho es lo único que me impide pedirte que borres el dichoso artículo -, pero para eso no hace falta lanzar un pregón desde el balcón de la plaza del pueblo, ¿no crees? Sobre todo porque ¿en qué quedamos? ¿quieres seguir con tu dolor o deshacerte de él? Ponte de acuerdo contigo misma antes de escribir y evitarás a tus lectores unos cuantos sobresaltos cardiacos. Gracias a que no son muchos. Lo dicho: unos cuantos paseos al día, más consideración hacia la sensibilidad ajena y menos por la propia. Un poco de contención en la expresión de las propias emociones nunca viene mal, sobre todo para los otros.
Y Carlos, ese mismo Carlos que se precipita a preguntar por Carlota en cuanto alguien le sugiere que la ha notado un tanto melancólica, cuelga casi enfadado.

“Tú lo que necesitas es amor”, deja caer Carlota sobre mis oídos igual que quien deja caer un cubo de agua fria: de sopetón y sin previo aviso.  – “No empecemos”, le contesto riendo. Y ella también se rie porque ambas sabemos que lo último que una bruja necesita es justamente eso: amor. Las brujas no han nacido precisamente para ser amadas así que por su propio bien y por su seguridad han de ser precavidas en los temas sentimentales. Lamentablemente el deseo de ser iguales al común de los mortales unido a la curiosidad de conocer qué se experimenta cuando se está enamorado las llevan a olvidar las consabidas precauciones.

Es difícil definir qué es el amor. A decir verdad resulta tan complicado definirlo como expresarlo. 
Es lo que tienen los sentimientos: son inefables y por inefables, divinos. Al menos cuando son auténticos. Es precisamente por este motivo por lo que los hombres precisan de poetas tanto como de santos: ellos son, de algún modo, los intermediarios entre lo eterno y lo mortal, entre lo infinito y lo finito, entre lo espiritual y lo material. Uno de los últimos escritores que he leído, Joël Dicker,  dice en su libro “La verdad sobre el caso Harry Quebert” que “Cada segundo que pasaba con ella era un segundo de vida vivido plenamente. Eso es lo que significa el amor, creo.” Eso es lo que dice Joël Dicker.

Bien. Seguramente para muchas personas en eso consiste el amor: en sentir plenamente su existencia cuando están al lado de la persona a la que ama y en sentirlo gracias a la existencia de esa persona. Pero como hoy en día se observa, la mayoría de las personas sólo son capaces de sentir plenamente su existencia cuando se concentran en su ombligo y únicamente llegan al éxtasis cuando consiguen que los otros se dediquen a admirar e incluso, por qué no, a idolatrar tan bello ombligo. Los narcisistas justifican su amor a sí mismos afirmando que una persona que necesita de otra para que cada segundo de su vida sea vivido plenamente no puede ser calificada más que de egoista; ellos en cambio no requieren más que de sí mismos y con eso dejan al resto del mundo en paz, sin escenas de celos y de reproches que tanto atormentan a las parejas normales. En cuanto al aprecio que sus ombligos obtengan de terceras personas eso más que amor, dicen los narcisistas, es el justo reconocimiento a la natural belleza de sus ombligos.  

En fin, ya saben ustedes que las interpretaciones acerca de lo inefable son innumerables; de ahí que cada uno elija a su particular poeta, como otros eligen a su particular profeta.

Sin embargo para las brujas, solitarias aisladas, el amor cobra tintes distintos. Por muy ciegas que sean, las brujas siempre ven el lado oscuro de las personas y no el luminoso; ello las convierte en seres huidizos y desconfiados. No las culpen. Las brujas son, justamente por su condición de brujas, personas que molestan con su presencia a los que las rodean desde el mismo instante de su nacimiento y los demás no pierden el tiempo en ocultarlo. Si al escuchar los reproches que los demás les hacen las brujas caen en la tristeza, las personas que se han sentido molestadas se sienten todavía más irritadas. ¿Dónde se ha visto que una bruja, aunque sea una bruja niña, pueda sentirse triste? “¡Pobrecita!”, se rien los molestados con risa burlona. Y no mienten. Ellos están convencidos de que las brujas son fuertes y únicamente sirven para poder desahogar las penas y los rencores en ellas. Una bruja triste no existe, piensan. Las brujas se quejan de vicio o por capricho, cuando se quejan; las brujas no están nunca enfermas así que cuando enferman no hay que preocuparse demasiado por ellas, ya sanarán; sanarán porque mala yerba nunca muere; las brujas no tienen buenos sentimientos y si los tienen es porque se hacen las “buenecitas” y cuando se enfadan es cuando se descubre su verdadera naturaleza: soberbias, rencorosas, y qué se yo que más... y por si fuera poco ni son bellas, ni tienen buen tipo; ni siquiera tienen caras de bebé cuando nacen ni rostro de niñas cuando son niñas; sus llantos son fuertes y desconsolados y provocan más a la risa que a la ternura; sus risas son fuertes y desafinadas y causan más irritación al oído que alegría al corazón.Quizás haya algo de cierto en todo eso. En cualquier caso, las brujas van construyendo su caparazón conforme cumplen años y como ustedes pueden imaginarse resulta complicado amar a una esfera cerrada. Lo más que se puede hacer con ellas es jugar al fútbol o al baloncesto y eso, claro, a las brujas-balones les duele.

Cuando se lo cuento a Carlota, Carlota ríe y su risa se eleva por el espacio infinito dejando una estela de luz a su paso. Carlota ríe y yo con ella, aunque mi risa suene a llanto y por eso Carlota nunca sepa con seguridad si cuando río, rio, o lloro, y si cuando lloro, lloro o estoy riendo. Pero a Carlota no le molesta ignorarlo. Ella corre hacia mí con su sonrisa de hada presta a acariciarme con su mirada. 
- “Lo más aconsejable para las brujas es procurarse el mismo antídoto con el que yo me vacuné.” le digo. 
–“¿Antídoto, vacuna?”, pregunta Carlota con asombro, “¿Y cuál es?”
 – “¡El amor ideal, claro!”, le contesto, “¡el amor platónico! ” 
–“¿Hacia quién?”, pregunta Carlota cada vez más perdida. 
– “Eso es lo bueno del asunto: hacia quién tu quieras,” respondo. 
–“¿No resulta frustrante?”insiste dubitativa.
–“Tan frustrante o tan excitante como pueda serlo una novela. Depende de tí. En cualquier caso, créeme a la larga resulta mucho más sano y reconfortante que una historia de amor fracasada. Mi amor ideal data de los quince años”, le digo. “Lamento decepcionarte: no era un amor erótico. Las brujas tardamos enormemente en madurar. A los quince años todavía estamos jugando, como quien dice, a las muñecas. Fue sobre todo un amor cerebral. Fíjate que digo “cerebral” y no “intelectual”. Las conversaciones de los adolescentes por muy intelectuales que pretendan ser, carecen –salvo contadas excepciones- de la adecuada profundidad. No sólo porque les faltan los conocimientos necesarios y la experiencia imprescindible para lograrlo, sino también porque les sobra emocionalidad; especialmente por esto, por el exceso de emocionalidad, es por lo que los adolescentes no pueden ser intelectuales auténticos, sólo intuitivos. Justamente por eso mi amor fue “cerebral” y no “intelectual.” Más que dos corazones que latían al unísono, que ya te digo que en el caso de las brujas resulta imposible, se trataba de dos neuronas funcionando al mismo compás. Era una sensación magnífica. No hacía falta hablar; las palabras sobraban. Fue durante esa época cuando aprendí qué significa la telepatía y cómo puede alcanzarse. Fíjate Carlota, o bien consiste en neuronas trabajando al mismo ritmo y en el mismo plano, o bien resulta de emociones que se comunican. En el primer caso la telepatía puede ser verdadera o falsa; en el segundo, manipulada o auténtica. Debo reconocer que fue un descubrimiento realmente interesante. Hubo un segundo hallazgo al que llegué mucho más tarde: el de que es más fácil encontrar emociones comunicables entre sí que neuronas que se encuentren en un mismo plano y actúen al mismo ritmo; de hecho, yo sólo lo he experimentado una única vez en mi vida: en aquél entonces. Y justamente fue ahí donde tuve que decidir entre aceptar mi naturaleza o empeñarme en correr tras una zanahoria que terminaría pudriéndose ella y agotándome a mí. Cuando aquél jovencito de quince años escuchó mi “no”, prometío solemne que me esperaría siempre; declaración proferida en el ocaso de la tarde, bajo las primeras estrellas de la noche como testigos y que yo, por cierto, acepté como la expresión de una promesa hecha en toda regla y al pie de la letra. Mi pobre galán no podía ni imaginar que yo era consciente de que aunque “siempre” en los adolescentes significa un mes, en las brujas ocupaba una eternidad y que por tanto no hacía falta darle más vueltas al tema: en la eternidad nos encontrariamos. Siempre era siempre. Años más tarde, y pretendiendo haber superado sus sentimientos hacia mí, aquél adolescente convertido en joven adulto, me saludó con una cierta frialdad y no perdió tiempo en declarar que yo “era una de esas personas curiosas de las que gusta saber de vez en cuando”. Sus descaradas palabras pretendían manifestarme con toda claridad la absoluta indiferencia que sentía por mí.

Lamentablemente para él sus palabras revelaron con lúcida nitidez lo que un comportamiento más prudente y caballeroso me hubieran sin duda logrado ocultar. En el preciso instante en que profería su contudente sentencia con una desfachatez tal que rayaba el insulto comprendí, en efecto, lo que ambos llegado ese punto ya conociamos: mi naturaleza de bruja, primero y que no había forma de solucionar el asunto, después. Sin embargo, y por sorprendente que pueda parecer, vislumbré al mismo tiempo algo inaudito, algo que ni en toda mi existencia de mortal bruja yo hubiera podido adivinar, ni tan siquiera sospechar: que su amor, aún sin él quererlo, contra su voluntad incluso, se había convertido en eterno. Una persona curiosa de la que gusta saber de vez en cuando es una persona por la cual uno jamás dejará de interesarse, por más que la vida las lleve por caminos tan separados como distintos. Y yo supe, lo supe con la misma claridad y distinción de las ideas cartesianas, que nunca estaría sola: resulta más fácil separar dos corazones que laten al unísono que dos neuronas que marchan al mismo ritmo.

Y Carlota ríe y su risa deja estelas de sueños en el aire cuando la conversación se acaba.

“Tres amigos y ninguno de ellos me ha preguntado ni tan siquiera qué es lo que me sucede” – pienso melancólica.

Afuera unos nudillos golpean la puerta pidiendo que le abran.

Me acerco sorprendida. Hoy no espero a nadie.  Los nudillos vuelven a sonar con fuerza.

Es el cartero con una misiva en mano. “Debería arreglar el timbre. No funciona” – dice con voz neutra antes de volver a desaparecer.

Abro la carta.

René Guenon me invita a  encontrarnos.

Y yo suspiro porque alguien me quiere a presentar a D´ors y a su "Biografía del silencio" y yo, la verdad,  todavía no sé qué hacer.

Ya saben ustedes: hay temas, sencillamente los hay, que me provocan un terrible dolor de cabeza.

Hmm.

Tantas emociones agotan.

De momento voy  a sublimarlas con William Gaddis. Leer un par de exabruptos contra nuestra civilización actual nunca viene mal cuando uno está triste. Quizás esto sea incluso preferible que dedicarse a ir de tiendas, que es lo que Paula hace, o que digerir las ingentes cantidades de chocolate que Carlota en situaciones así consume. (Un beso para cada una de ellas.)

La bruja ciega.