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Friday, October 21, 2016

Todo por amor

Cada persona tiene sus propias aficiones, esas que otorgan el halo de la divinidad a nuestras mortales existencias. Mi afición favorita consiste en caminar. “Walking”, le llamarían los modernos. Paseo por las calles, recorro los libros y me adentro en los senderos de las ideas con la pretensión de llegar hasta el final de la avenida, hasta el final de la obra y hasta el final de la vereda. Si lo consigo, eso es otra cosa. Al menos intentar lo intento, lo cual en los tiempos sedentarios en los que nos encontramos, ya es mucho.  Reconozco que entre aquéllos que se mueven, el “running” se practica más que el “walking”. A decir verdad no veo en el asunto una gran ventaja: se suda más y se pierden más kilos, es cierto, pero se sobreseen los árboles, los edificios, los ocultos rincones; en definitiva: llegan agotados a la meta sin haber tenido conciencia de otra cosa que no sea el número de kilómetros que han realizado en un determinado tiempo. Reconozcámoslo: entre el “running” y el “cuántos libros lee usted al año” no existe, francamente, una gran diferencia.

Por eso que yo prefiero el “walking” me siento tranquilamente a pensar en la afirmación que acabo de leer de una psicóloga según la cual las mujeres que practican el “todo por amor” suelen ser personas con baja autoestima generada por relaciones problemáticas con sus padres, etc. 

El discurso parece coherente.

Lamentablemente es falso.

Las relaciones problemáticas de los hijos con los padres son, verdaderamente un lastre. La mayoría de los jóvenes consiguen salvarse gracias a los libros y/o los amigos y muchos de ellos no son conscientes de las majaderías que han soportado de sus progenitores hasta bien entrada la madurez, cuando en general han de hacer frente a otros problemas. Sí. Eso es lo que tiene la vida, la construcción de la vida, nos proporciona unos cuantos quebraderos de cabeza para aliviar la carga que lleva el alma.  En esto, en realidad, se basa la estrategia de los llamados “workalholic”, que prefieren ocuparse de los asuntos de la empresa antes que de la tristeza de un corazón, aunque sea el suyo propio. De esta misma opinión era también, por cierto, Chejov, harto seguramente de ver cómo muchos de sus contemporáneos se enfrascaban en inútiles e interminables conversaciones acerca de insustanciales temas que no conducían a nada más que a hacer del mundo un lugar aún más incomprensible porque al consustancial sinsentido de la existencia se unía el de la barbarie de la necedad que la holgazanería provoca. 
Esta es en el fondo la crítica que todos los autores rusos hacen a sus coetáneos: que hablan más de lo que hacen, que elucubran pero no se mueven del sitio y cuando al final se levantan de la silla es para destruir a diestro y siniestro o para construir un régimen despótico y volver a sentarse, esta vez en silencio no vaya a ser que el vecino los escuche y los delate.
Así pues, no parece que las relaciones con los padres nos afecten más de lo que ellos mismos fueron afectados en las relaciones con los suyos. Es cierto que cada generación tiene que romper determinados círculos viciosos y que ello supone un gran esfuerzo emocional e intelectual. Intelectual para reconocer la existencia de dicho círculo y emocional para no quedarse anclado en el odio o en el segimundo-calderoniano “apurar cielos pretendo, ya que me tratáis así, qué delito cometí contra vosotros naciendo (...) ¿no nacieron los demás? Pues si los demás nacieron, ¿qué privilegios tuvieron que yo no gocé jamás?” Salir de esa prisión es, en efecto, asunto nada fácil; sobre todo porque la prisión libra de tenerse que ocuparse de asuntos más mundanos e intrascendentes. El esfuerzo emocional requiere una gran disciplina.

Si el individuo no ha comprendido intelectualmente que tiene un círculo que romper, seguirá felizmente anclado en dicho círculo vicioso al que seguramente denominará “tradición” o “así se hacen las cosas” o “es cosa de orden” o algo por el estilo.

E igualmente, aunque haya reconocido el quiz de la cuestión, mientras se mantenga encerrada en su dolor es prácticamente imposible que dicha persona pueda amar a nadie ni a nada que no sea su propio dolor. Se acerque quien se acerque, persistirá en su tristeza, en su melancolía y en su pena.

Los primeros aman como les enseñaron y su amor estarán por tanto revestido de las mismas características que las que ese individuo recibió.

Los segundos serán igualmente incapaces de amar porque se encuentran apresados en una oscura mazmorra de la que se sienten incapaces, o ni siquiera tienen ganas, de huir.

Y díganme: en circunstancias así ¿puede alguien creer, sinceramente, puede alguien creerlo, que ese individuo puede actuar llevado del “todo por amor”?

La psicóloga asegura que las personas que han sufrido conflictos con sus padres, requieren el reconocimiento externo y por tanto hacen lo que sea por esas personas.

Y yo sostengo que, o lo hacen, o no lo hacen.

Seamos sensatos. Las respuestas a determinados conflictos varían no sólo de individuo a individuo sino de momento a momento. Hay personas que han sufrido y ello les conduce a aumentar el grado de empatía por el sufrimiento ajeno; en cambio otras personas desean y se esfuerzan para que los otros pasen por el mismo calvario que ellas padecieron. Hay personas que se autodestruyen (y en esa autodestrucción hay que incluir las drogas, el alcohol, el deambular por los bajos fondos, pero también las relaciones amorosas sado-masoquistas y la apatía y, y..)  y personas que se lanzan a la conquista. Y hay personas que primero se lanzan a la conquista y luego se autodestruyen, o al revés si se trata de una autodestrucción simplemente aparente.

Pero la psicóloga obvia todos estas consideraciones y concluye que las personas que han sufrido conflictos en la familia tienen una baja autoestima y que esta baja autoestima les lleva a esforzarse por buscar el reconocimiento ajeno.

Y bien.

No.

En primer lugar porque la búsqueda del reconocimiento ajeno es propio de la especie humana. Esto es lo que normalmente se denomina: honor. Y más de uno y más de dos han muerto para ganar su honor, para  defenderlo o para que les fuera devuelto, caso de que les hubiera sido arrebatado sin justa causa. Hubo un tiempo en que el honor valía más que la vida; hasta que alguien fue lo bastante inteligente como para comprender que “perdida la fama, ganada la libertad” porque la virtud del honor era un concepto definido desde el exterior por los que detentaban el poder. Así que de lo primero que hubieron de deshacerse los hombres que querían vivir de forma distinta a lo exigido por el Orden Eterno e Inmutable fue del honor. 
La mayoría de los mortales, sin embargo, vivió y vive sometida a las exigencias de ese reconocimiento ajeno y el hecho de que en nuestras actuales sociedades no exista un único Orden Eterno e Inmutable no significa que no haya ningún Orden Eterno e Inmutable. Significa, simplemente, que existen varios Òrdenes Eternos e Inmutables y que cada cual decide su pertenencia a éste o al otro; y es en éste o en el otro donde busca lo que hoy se conoce bajo el nombre de "reconocimiento ajeno", y que en otros tiempos se conocía, como digo, bajo el término de “honor”.

En segundo lugar porque no conozco a nadie, absolutamente a nadie, que teniendo una baja autoestima sea capaz de practicar ese generoso “todo por amor”. Absolutamente a nadie. 
El “todo por amor” implica una autoestima de tal calibre que yo casi no conozco a nadie que sea capaz de llevarla a cabo. El amor suele consistir por lo general en un “Toma-Dame” y desde luego, cuanta menos autoestima más narcisista y menos generoso.

Una cosa es cierta: Muchas mujeres aman pensando que van a ser amadas en la misma proporción y manera, lo cual no es posible porque cada cual ama a su modo y manera y ello las sume en la frustración. Eso es cierto. Pero eso no depende ni de padres ni de auto-estima. Eso depende de los preconcepción del amor. Si una mujer puntual espera de su novio simpático pero impuntual que llegue a su cita a la hora convenida, ello le acarrerá grandes disgustos independientemente de cuál haya sido sus relaciones con su familia y de su autoestima. De hecho, es incluso probable que en caso de una baja autoestima lo tome como una afrenta y corte la relación en la segunda cita. Las mujeres con una alta estima suelen ser, al menos esa es mi experiencia, mucho más pacientes y comprensivas que aquéllas que tienen una baja consideración de sí mismas. 
Siguiendo el ejemplo, las mujeres que gozan de una gran confianza y autoestima son conscientes de que su novio es un hombre sumamente impuntual y no se lo tienen en cuenta. No se lo tienen en cuenta porque el novio impuntual llega cargado de una bandeja de pasteles que ha hecho él mismo y que ya quisieran muchas pastelerías... o porque escucha atento el tema de su próxima conferencia como si el tema le interesara sobremanera, o porque le abren la puerta al pasar o porque lo encuentran, sencillamente, encantador...

Existe otro tipo de “todo por amor” y el “todo por amor por tu salvación”. Y ahí, se necesita una gran autoestima, un gran coraje, una gran disciplina, una gran paciencia y yo me atrevería incluso que a decir que una gran cuenta corriente. De otro modo es imposible. 
El “todo por amor por tu salvación” termina abocando a la autodestrucción a no ser que se ejerciten adecuadamente las propias fuerzas y energías de que se disponen y se determine la estrategia más efectiva. Es lo mismo que se necesita hacer cuando alguien se tira a salvar a alguien. No sólo es imprescindible saber nadar, sino ser capaz, además, de llevar a alguien en la espalda amén de calcular la distancia que les separa de tierra firme o de algún bote salvavidas. De lo contrario, no será un cadáver el que termine flotando; serán dos.

¿Creen, de verdad, que personas con una baja autoestima se lanzan al agua?

Las que yo he conocido son o padres desesperados cuyas propias vidas les importaban menos que las de sus retoños o su amado y ahí es verdad que era “todo por amor” donde ese “todo por amor” significaba un “olvido del propio ser” porque la vida sin ese otro carecía no sólo de importancia sino de sentido y ahí no hay una baja autoestima sino, como ya digo, una auténtica desconsideración de sí mismo porque ese otro lo era todo para ellos.

Y díganme, ¿tengo que creer según la psicóloga que ese amor generoso, desinteresado, extremo es producto de la baja autoestima? ¿O es que sólo es producto de la baja autoestima el profundo amor que una mujer puede sentir por su amado? Una mujer que no se compra bellos vestidos, que no se acicala, que no va a la cafetería porque atiende a su marido, a sus hijos y a la economía familiar ¿tiene baja autoestima?

Al paso que vamos dentro de poco aparecerán manuales de “Cómo amar de forma sana” y el primer mandamiento para ellas será: Gane su propio dinero e inviértalo en sí misma, salvo el destinado a los gastos comunes; el segundo: vaya a la peluquería, regálese un bolso, salga con sus amigas a tomar un café, acuda al gimnasio y diviértase en grupos mixtos, que son más interesantes; el tercero, si cena con su marido llame a un catering para que su ropa no coja los molestos y desagradables olores que se desprenden al cocinar; si su marido está enfermo déle una aspirina y si persiste llame al médico; usted no puede hacer nada. Deje que descanse y duerma; mientras tanto usted puede reunirse con algunas amigas para liberarse de la tensión de tener a su marido enfermo; si su marido llega de viaje no es necesario que vaya a recogerlo: el taxi lo llevará a casa.

Para ellos, el primer mandamiento será lo mismo. Salvo que en vez de la peluquería y el bolso, será jugar a la playstation y marcharse de caza con los amigos.

Para madres, padres y niños lo mismo y además sin deberes en casa, ni padres que les exijan.

Ja, ja, ja, ja,

Este Otoño está siendo tan divertido, pero tan divertido…

La bruja ciega.

Y eso que yo hoy de lo que en realidad quería hablar era de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia; por divertido, claro.






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