Han tenido ustedes tanto que leer los días pasados que me considero casi
obligada a escribir un artículo corto; uno de esos a modo de titular y poco más,
parecidos a la mayoría de los artículos que los periódicos publican. Al menos voy a
intentarlo, aunque como tranquilamente me ha avisado el tranquilo Jorge no es
fácil que yo consiga escribir sin acribillar al lector con una ráfaga de ideas
varias. Lo de “Vascongadas-País Vasco-Euskadi”, por ejemplo. A él –me confesó
ayer- jamás se le hubiera ocurrido pensar que ese apelativo con el que yo
denominaba a la autonomía norteña en mis artículos significara otra cosa que el
cúmulo de nombres que dicha autonomía ha ido adquiriendo desde el inicio de la
democracia. “Pero esta vez” – me dijo tranquilamente antes de tranquilamente
colgar para tranquilamente ir a ocuparse de sus nunca tranquilos asuntos
importantes- “te has superado a tí misma: Identificar Vascongadas con la
corriente carlista, el País Vasco con el electorado conservador y Euskadi con
los votantes nacionalistas, es una de esas ideas que mal que me pese me parece
soberbia: define impecablemente la pluralidad ideológica que allí convive. Que
no sea totalmente exacta no le despoja de su fuerza y originalidad.”
Verdaderamente
debo haberle impresionado; el tranquilo Jorge no es de los que tranquilamente suele
hacer halagos, más bien todo lo contrario.
Bien. Titulares, pues.
El titular de la mayoría de los periódicos: "En Alemania hay una burbuja inmobiliaria".
Lo dicen todos, lo escriben todos, lo repiten todos.
Mi titular: “Burbuja
inmobiliaria” en Alemania no significa lo mismo que “Burbuja inmobiliaria” en
España."
En España la burbuja fue producto de un virus contagioso, de una conducta
bipolar o ambos; los españoles se creían ricos y como tales actuaban. Compraban
pisos de seiscientos mil euros y lo trasladaban a pesetas para que sonara aún
más espectacular: Mi piso me ha costado cien millones – decía la una. Pues eso
no es nada – contestaba el otro- a mí me ha costado ciento cincuenta millones. La
burbuja además, no se concentró en los llamados centros económicos ni
industriales sino que se extendió por todo el territorio nacional: en las pequeñas
ciudades el coste del metro cuadrado se elevó a cantidades que se acercaban
peligrosamente al de las grandes urbes y la fiebre no tardó en llegar incluso a
los pueblos. Cuando me lo dijeron apenas podía dar crédito a mis oidos. Tuve
que comprobarlo por mí misma, al igual que el escéptico discípulo Tomás, para
poder admitirlo.
En Alemania, en cambio, la burbuja se debe a otras razones bien distintas.
Aquí no hay ni virus contagioso ni conducta bipolar. En primer lugar porque la
demostración de lujo es considerado por gran parte de la élite de la población
como signo de decadencia y corrupción; no digo que no se practique el lujo y
que no se haga alarde de él, pero con discreción y en los círculos apropiados e
incluso allí ha de demostrarse que el gasto va acompañado de la inteligencia práctica
que pretende conseguir abrir nuevos mercados, nuevos clientes, nuevas
relaciones...
Los motivos, pues, por los que los precios de la vivienda han aumentado han
sido varios.
En primer lugar, el precio de las inmobiliarias en las grandes capitales
alemanas era, y lo sigue siendo, sorprendentemente bajo en comparación con el
resto de las capitales europeas - y eso incluye no sólo a París o a Londres
sino también a Madrid y a Barcelona. La principal razón para esta mesura en los
precios es que Berlín, por ejemplo, era más un reclamo cultural que económico;
los edificios estaban ruinosos y había no sólo que modernizarlos sino que
sanearlos; el centro estaba constituído por casas en mal estado cuyos
propietarios las alquilaban a módicos precios porque ellos mismos no estaban en
condiciones de hacer reformas. En la ciudad de Frankfurt residían, con un par
de excepciones, los diferentes niveles de las clases medias porque las grandes
fortunas habían preferido marcharse a disfrutar de la naturaleza de la sierra del
Taunus. München fue siempre especialmente cara y lógicamente sólo podía llegar
a ser más cara; lo mismo que la zona sur de Stuttgard, Heidelberg, Darmstadt,
etc.
A medida que nuevos propietarios adquirían los inmuebles a los antiguos, o
que éstos se decían finalmente a su total y completa reforma que a veces
empezaba con la demolición completa, salvo los muros externos de los edificios,
los precios empezaron a subir. Es perfectamente comprensible que los
empresarios desearan no sólo cubrir los gastos sino generar beneficios. Como
tales viviendas seguían resultando baratas en comparación con las del resto de
las ciudades en Europa, muchos inversores extranjeros empezaron a adquirir
pisos, bloques enteros, en la capital germana; especialmente alrededor del
2008. Deseaban, claro, salvar su dinero y estaban convencidos de que en ese
instante Alemania era el único lugar seguro para hacerlo y desde luego Berlin
se les antojaba un lugar prometedor para la actividad económica del futuro. Los
inquilinos que habían vivido en esos edificios durante años se vieron obligados
o a abandonar sus casas o a pagar alquileres mucho más altos.
Frankfurt, sin embargo, aunque experimentó un aumento en los precios de las
viviendas no se igualó, con los que
rigen en Barcelona y Madrid y mucho menos con los de Londres y París. Es ahora,
cuando parece haberse convertido tras el Brexit en candidata a centro europeo
de finanzas y asuntos bancarios, cuando el precio de las inmobiliarias ha
subido en ascensor, pero desde luego no al último piso del rascacielos.
Este panorama se ha visto además incentivado por otra cuestión: la de los
bajos tipos de interés, casi negativos. Muchos ahorradores se han visto
obligados a reflexionar seriamente acerca de dónde invierten su dinero. No
estoy hablando de las grandes fortunas; me refiero a la clase media que siempre
precavida y siempre desconfiada prefería depositar más dinero en las libretas
de ahorros que en acciones, fondos y demás. Esta razón, por cierto, fue uno de
los motivos por los que Alemania, aún siendo tocada por la hecatombe financiera
del 2008, no sufrió su embate tan duramente como otros. Si hasta ese momento la
relación entre alemanes y productos-paquetes financieros se había caracterizado
por la cautela, a partir de entonces mucho más. Los medianos ahorradores no han
visto más solución que invertir su dinero o en comprar una casa o en reformar
sus cuartos de baños si ya tenían una casa o incluso en adquirir una segunda
vivienda, en caso de que ya dispusieran de una anterior. Este último motivo ha
generado un llamativo aumento en la demanda y por tanto del precio de la
vivienda destinada a las vacaciones, hecho agravado, todo hay que decirlo,
porque las vacaciones fuera de Alemania ya no resultan tan baratas como
resultaban y porque desde que estalló la crisis en Europa no siempre se sienten
correctamente tratados fuera de las fronteras.
Es cierto, por otra parte, que en un lugar como Alemania, tan densamente
poblado y tan activo económicamente, la vivienda nunca puede ser barata. No
obstante existen zonas en las que los precios de las inmobiliarias no sólo no
han subido sino que incluso han bajado; eso sin contar el cuidado que se tiene
en construir los nunca suficientes edificios sociales.
De todas formas, hay algo que muchos de los articulistas desatienden a la
hora de escribir sobre la cuestión inmobiliaria en Alemania y es el hecho de que
lo que realmente preocupa no es tanto el precio de adquisición como la
repercusión sobre el alquiler y esto hasta un punto en el que incluso se
protesta por las reformas que determinadas compañías propietarias de pisos
llevan a cabo porque ello implica, claro, un nuevo aumento y muchos
renunciarían a la mejora con tal de mantener el viejo alquiler.
El aumento del precio de los alquileres es, pues, el verdadero problema que
preocupa a los ciudadanos germanos en este instante.
Los alemanes en general, y eso es
algo que choca con el criterio español, suelen ser enemigos férreos de la
compra de viviendas.
Este rechazo se debe a varios motivos, en primer lugar las guerras, a las
que tan acostumbrados están, rompen cualquier pared que se precie; en
segundo lugar, el alemán es hombre curioso y gusta de viajar por el mundo y
una casa asienta y transforma al hombre activo y curioso en sedentario y pasivo; en tercer lugar, la industrialización exige la flexibilidad
laboral, lo cual implica que hoy el trabajo está aquí y mañana allá, ello exige al propietario buscar inquilinos y soportar
que dichos inquilinos habiten, - que considerado desde el punto de vista del propietario alemán significa más bien "ocupen"- , lo que por derecho es suyo como si fuera de ellos, de los inquilinos, sin que el propietario pueda estar ni siquiera seguro de si le pagarán o si los recién llegados encontrarán algún truco para vivir gratis; y en cuarto lugar, pero
no por ello menos importante, no hay que olvidar que el alemán es un gran amante de su paz y de su
tranquilidad (o un gran comodón, como ustedes prefieran). No le importa
trabajar de sol a sol en el jardín, no le importa dedicarse al bricolaje de
sombra a sombra, no le importa navegar día y noche, subir a las montañas noche
y día o enclaustrarse en la oficina toda su vida, siempre y cuando ese trabajo
lo haya elegido él libremente, pero le molesta enormemente ocuparse de los
asuntos que él considera irrelevantes. De los asuntos que él considera
irrelevantes que se ocupen otros que no lo consideren irrelevantes, piensa. Y
si dedicar su dinero a la compra de una casa le parece irrelevante, le parece
irrelevante. No tiene ganas de ahorrar primero, de pagar intereses después y
comenzar con reformas, finalmente.
Espero no haberme extendido demasiado en el tema.
Lo que me molesta es tener que ser yo quien lo explique.
Lo que me molesta es tener que ser yo quien lo explique.
Segundo titular: "Mucho sexo en la literatura no convierte a la literatura en buena literatura". Este titular más que un titular es una petición a los escritores. Es el tema de un segundo artículo que voy y publicar a continuación.
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