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Thursday, October 6, 2016

Lo que en mi opinión, -es solamente una opinión- hace falta dosificar en la literatura.

Lo siento, he intentado refrenarme y obviar la cuestión hasta que me ha sido imposible seguir haciéndolo por más tiempo. Me refiero a la obsesiva, casi enfermiza, relación que mantienen de un tiempo a esta parte la literatura y el sexo, de lo absurdo que resulta contemplar cómo los mejores escritores empiezan desde las primeras páginas – no sé si porque quieren o porque deben - hablando de sexo, se  regodean con el tema constantemente y sin pausa, y encima la gente compra sus obras, las lee y no deja de manifestar una y otra vez su admiración por quienes denomina insuperables artífices del texto escrito. 

Francamente ¿es que la vida no puede ser narrada sin que el lector haya de zampar desde el comienzo de la novela escenitas de masturbaciones, de sueños con tetas, penes, culos y qué se yo que más? ¿Es que eso convierte al relato en más interesante, más creíble, más artístico? 
Una cosa es que se admita que el sexo forma parte natural de nuestras vidas y otra, muy distinta, convertir al sexo en la parte central de nuestros pensamientos, ideas, elucubraciones, traumas, psicosis, miedos, incentivos y cualquiera de las excusas que suelen presentar los escritores. 

Ya va siendo hora de que ustedes, los escritores, sean sinceros –tanto que se las suelen dar de sinceros y críticos, de los males e hipocresías sociales - y admitan que si ustedes no dejan de hablar de sexo desde la primera hasta la última página sin olvidar las centrales no es porque haya que desvelar los comportamientos sexuales de una sociedad mojigata (¡tiene eso gracia de llamar “mojigata” a nuestra sociedad!) sino por la sencilla y banal razón de que así ven ustedes aumentados sus ingresos de venta, además de que no tener otra cosa mejor de la que hablar. 

Ustedes, escritores, han abandonado el “pipi, caca, culo” infantil por el “pene, tetas, eyaculación, orgasmo” adulto. Por no ser no son ni originales.
Concéntrense en la verdadera cuestión: en la historia, en lo que ustedes quieren expresar con su historia, de lo que ustedes quieren mostrar con su relato. Comprendan de una vez por todas, acéptenlo, que los sueños eróticos del vecino o de la vecina, sus prácticas sexuales descritas con pelos y señales hasta en sus mínimos detalles no es algo que haya que desvelar al lector porque no ha sido todavía desvelado. Entérense: los lectores son expertos en temas sexuales, incluso me atrevería a asegurar que lo son mucho más que en las cuestiones intelectuales. Lo que los lectores quieren saber cuando cogen un libro decidido a leerlo, ya que han perdido su exquisito y preciado tiempo en cogerlo y no simplemente en hojearlo, es una reflexión acerca de los sueños, miedos, traumas, anhelos, frustraciones, resentimientos, de una sociedad con las que ellos, de algún modo puedan identificarse para considerarse tanto parte de ellos como absolutamente ajenos a ellos. Que esa sociedad se masturbe a solas o acompañada, les resulta indiferente. Olviden, por favor, las demandas de los compradores de libros que no sienten ningún interés por las narraciones que ustedes escriben, que sólo quieren sentir erecciones mientras leen las escenitas que ustedes han integrado para que la venta aumente y puedan de este modo pagar el alquiler a fin de mes; olviden las presiones de los editores que únicamente quieren incrementar sus beneficios; tómense a ustedes mismos en serio y concéntrense en la literatura, en la reflexión de la sociedad y en el estudio de los personajes y dinámicas que hace de esa sociedad X una sociedad X y no una sociedad Y, siendo los hombres como son, parecidos en sus pasiones. Nadie les pide a ustedes que censuren ni tan siquiera que eviten el sexo; no lo hagan, introduzcanlo, amplíenlo, si, como se decía antiguamente, “el guión lo exige” pero por favor en caso de que no sea auténticamente necesario no nos bombardeen con escenitas insulsas y sin sentido. 
Todo esto viene a cuento porque una de las últimas “prueba de lectura” que he hecho, de esas que envía el Kindle gratuitamente cuando uno está muy convencido de adquirir la obra, pertenece a un autor best-seller y lo primero que este autor Best-Seller me ofrece son ¡las conversaciones acerca de fantasias y sexo de adolescentes! ¡de adolescentes! Es que, de verdad, la intrascendencia intrascendente es algo que me supera. Imagínense ustedes que en vez de conversaciones de imberbes acerca del sexo introducidas por el autor supongo que para mostrar cómo los adolescentes pasan el rato, - como si los adultos todavía no supieran cómo los adolescentes pasan el rato -  el autor se hubiera propuesto mostrar el modo y manera en que los bebes se pasan horas y horas intentando quitarse el pañal, sentados en su orinal, o contemplando la caca que acaban de hacer al lado de la caca del perro. Por muy bien narradas que estuvieran tales escenas una de dos: o formaban parte imprescindible de la historia y del objetivo de la historia o no dejarían de ser banalidades envueltas en el morbo escatológico.

Estimados escritore, céntrense por Dios, en la denuncia social, moral, espiritual, de nuestra sociedad. Inventen historias conspirativas, unan el aceite y el agua, inventen mundos, destruyan universos, creen las historias de amor más rocambolescas, e imaginen a los criminales más inteligentes, pero por favor, eviten al lector los detalles acerca de cómo un hombre tiene relaciones consigo mismo, con cualquiera de sus congéneres o incluso con una lechuga y eviten igualmente la descripción exacta y minuciosa de cómo se lleva a cabo un descuartizamiento porque eso, los lectores, pueden aprenderlo fácilmente si deciden formarse como carniceros.

¿Creen ustedes que pueden conseguirlo?

Y para que entiendan a lo que me refiero: 

El mejor libro erótico de todos los tiempos es sin duda "El Decamerón". Léanlo si todavía no lo han hecho y aprendan de él.

La novela negra más terrible a la que me he enfrentado ha sido "Crimen y Castigo", seguida de "El Proceso."

Un saludo.

La bruja ciega.





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