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Monday, November 30, 2015

Una llamada "puntual" para hablar de Turquía-Estambul

Hoy no pensaba escribir sobre política. Otras eran, a decir verdad, mis preocupaciones pero Jorge, el tranquilo Jorge, acaba de llamarme y yo me veo, como de costumbre, obligada a contestarle por escrito porque es la única manera de conseguir que me escuche. Jorge, debe ser consecuencia de la deformación profesional, es uno de esos que no paran de preguntar “dónde está el punto”, cuando en mi caso – y mal que nos pese a todos- mis pensamientos no constituyen un “punto” sino un discurso en movimiento y digo “en movimiento” porque, sencillamente, es mi costumbre escribir a la velocidad del pensamiento. Cuando se tienen tantas cosas que decir en un mundo que exige “ir al punto”, no hay más remedio que hacerlo a la mayor velocidad posible aunque se cometan faltas de tráfico más o menos graves: o sea, de puntuación, de gramática y qué se yo, que una conducción más lenta hubieran podido, sin ninguna duda, evitar.

-Ve al punto”, son las primeras palabras que oigo pronunciar al tranquilo Jorge cuando descuelgo el teléfono. “¿Quieres explicarme por qué escribes “puente Berlín-Estambul” y no “puente Berlín-Ankara”? ¡A estas horas, Isabel, ya deberías saber que la capital de Turquía es Ankara!”
-“El punto... – farfullo enfadada- “El punto...”, repito,  “Tienes suerte,  de que haya escrito Estambul y no Constantinopla, que es lo que en un primer momento estuve tentada a hacer”.
-“¿Comprendes ahora a lo que me refiero?” – me interrumpe el tranquilo Jorge tranquilamente – “Ya te estás yendo por las ramas. No tengo tiempo para escuchar toda la retahila del sermón, mejor lo escribes. Lo leeré en cuanto disponga de un poco de tiempo libre. No puedes ni imaginarte la cantidad de trabajo que tenemos Paula y yo. Feliz tú, que puedes dedicarte a la improductiva tarea de escribir sobre todo y nada...”

Y el tranquilo Jorge cuelga tranquilamente dejándome con un grandioso enfado. Me preparo una taza de café y escucho Sinfonía “Farewell” de Haydn. Si no fuera por Haydn dónde estaría el mundo y dónde estaría yo...

Querido, – con permiso de Paula-, querídisimo Jorge, aquí está el punto, tu punto: si Turquía fuera Turquía-Ankara, Turquía no representaría ningún problema ni para Europa en general, ni para la Unión Europea en particular. Turquía-Ankara sería en el Este lo mismo que Marruecos-Rabat en el Sur: un amigo, un asociado, si tú quieres, pero desde luego nunca un socio de pleno derecho. El problema de Europa no es Turquía- Ankara. El problema de Europa es Turquía-Estambul y si me apuras, Turquía-Constantinopla, no en su periodo bizantino, ni en su periodo latino, y mucho menos después de su caída en manos otomanas. No. Cuando digo Turquía-Estambul me refiero a la Turquía-Constantinopla en el periodo de su fundación, cuando el Imperio romano todavía era Imperio romano. Por más que las fugas de agua se sucedieran una tras otra en la sala de máquinas y amenazaran con hundir el barco imperial, los alegres pasajeros seguían bailando en cubierta a la luz de la luna, ajenos a lo que sucedía abajo. Cuando uno cree que se encuentra a bordo del Titanic, ni siquiera concede importancia al hecho de descubrir agua bajo sus zapatos. Piensa, simplemente, que se trata de una copa de champán derramada por algún camarero patoso o por algún invitado borracho y continúa bailando tranquilamente al compás de la música.

La aparición de Constantinopla es sumamente curiosa. En el año  324,  Constantino I el Grande vence al coemperador romano Licinio que estaba casado, por cierto, con la medio hermana de Constantino. Digo coemperador porque Licinio compartía primero el poder con Maximino Daya y posteriormente con Constantino que, tras unas agitadas idas y venidas, había terminado por convertirse en el emperador de Occidente. Compartir el poder nunca es de gusto. Las rivalidades y guerras entre Licinio y Constantino se sucedieron hasta que éste último derrotó definitivamente a su cuñado. La victoria hizo de Constantino el hombre más poderoso del Imperio. Curiosamente, Constantino, en vez de permanecer en Roma, que hubiera sido lo normal, teniendo en cuenta que había sido el emperador de Occidente, decidió nombrar a la ciudad recién conquistada la capital imperial. Para ello Constantino empleó cuarenta mil esclavos godos. Godos, Jorge. Sí ya sé. En aquel tiempo los godos y los romanos estaban unidos por grandes lazos de amistad. Pese a todo, si lo trasladamos a la época actual: ¿No le encuentras a esto un punto de ironía? En cualquier caso, admitámoslo: Constantino convirtió a esa “Nueva Roma”, (y no pienso preguntarte a qué te recuerda esto de “Nueva...” porque todos estamos pensando en lo mismo), en un lugar cosmopolita y abierto, en el que las artes, el conocimiento y las relaciones comerciales florecieron. No es pues, de extrañar que el inteligente Constantino hiciera a su muerte lo que de todas formas ya era un hecho consumado: dividir el imperio. La parte oriental, la más importante, la recibió su hijo primogénito Arcadio. La parte occidental, desastrosamente organizada, asfixiada por los problemas sociales, por la corrupción y por los problemas económico-religiosos, amenazada desde el exterior con ayuda del interior, la cedió a su hijo pequeño Honorio todavía menor de edad, por lo que se hizo preciso nombrar un tutor. Las previsiones de Constantino se revelaron como sumamente acertadas: mientras el imperio Bizantino brillaba, el romano se precipitaba inexorable e imparablemente hacia el abismo...

Este es el punto. El punto, mi tranquilo Jorge, no es Turquía-Ankara es Turquía-Estambul, al que muchos empiezan a vislumbrar nuevamente como la salvación de un Occidente que se precipita al vacío herido de muerte por tantas enfermedades que me faltan tiempo y ganas para enumerarlas. Pero la salvación, hora es de que lo recordemos, se erige a costa de esclavos, de esclavos godos que eran, curiosamente, los que más relaciones tenían con el decadente imperio occidental romano y los que, según se dice, precipitaron su ruina. Para comprender el problema de considerar a Turquía-Estambul como una posible solución o, mejor dicho, como la solución bastaría con leer “Der Sieg des Islams”, que Gibbon escribió y que muy pocos citan porque muy pocos conocen porque la obra es prácticamente desconocida porque de otra forma no me explico la actitud de la señora Merkel que empieza a ser cada vez más comprensible en el sentido de que cada vez se ve mejor adónde quiere ir a parar y el lugar adónde quiere ir a parar no es precisamente el convento de Teresa de Calcuta aunque esto tal vez hubiera resultado más sostenible que el camino que ha decidido tomar que es el de Turquía-Estambul-Constantinopla porque“a” no es “a” por más que nos empeñemos y la Turquía-Estambul-Constantinopla no sé si puede servir verdaderamente de acogida a los futuros sabios y cosmopolitas que sin duda se lanzarán a la emigración en cuanto el follón comience en Europa porque ni los sabios ni los cosmopolitas son hombres de violencia y a ellos les basta con un plato de sopa y un huequito de tierra en el que sentarse a pensar los sabios, y a conversar los cosmopolitas y lo más probable es que ambos: sabios y cosmopolitas lleguen a la conclusión de "que es mejor malo conocido que bueno por conocer" y prefieran quedarse en Europa esperando a sus hermanos sabios y cosmopolitas turcos que buscan un lugar en el que refugiarse de los bestias que se han apoderado de Turquía.
Es cierto, el Imperio de Occidente, por decirlo suavemente, corre el peligro de llegar a su fin. Los enemigos acechan por doquier. No seré yo la que lo niegue. Posiblemente no sucederá ni hoy ni mañana; pero en cualquier caso los tambores de guerra que suenan y resuenan no son, como lo fueron otrora, los tambores de los europeos anunciando la invasión o la conquista. En la sala de máquinas de este nuevo Titanic occidental se trabaja  desde hace años a destajo, o al menos eso dicen,  pero el agua inunda las cámaras a cada vez mayor velocidad y los más avezados preparan ya sus botes salvavidas intentando que esto, el preparar los botes salvavidas, no despierte demasiadas sospechas. Y por eso cuando algún curioso se detiene a  preguntar, bien por curiosidad bien por matar el tiempo que resta hasta la hora de cenar en el salón principal, que qué están haciendo, les explican que los están revisando y ajustando por motivos de seguridad, no vaya a ser que el aire haya aflojado las amarras y en efecto, eso hacen mientras el entrometido se dedica a observarlos, pero en cuanto el fisgón se marcha, regresan rápidamente a su verdadero objetivo: a soltar las cuerdas que los sujetan.

Sí. Los tambores de guerra resuenan, lo queramos o no. ¿Quién los pone en movimiento? ¿Realmente importa esto mucho? En realidad únicamente sería de interés si conociendo al sujeto o a la causa que los provoca pudiéramos detenerlos. ¿Podemos detenerlos? ¿Cuál sería el precio que el miedo, nuestro miedo, nos forzaría a ofrecer caso de conocer los motivos?

Crisis de los refugiados. Miles y miles vienen. Los arzobispos, que justamente por ser arzobispos saben de las obras de Dios y de las tretas del diablo más que el común de los mortales, se preguntan quién los envía.

Los hombres de buena voluntad contestan indignados: “la guerra”.

“Pues habrá que separar el buen trigo de la paja”, insisten los arzobispos.

“Al buen trigo de la paja, lo separa Dios y no los hombres”, replican los hombres de buena voluntad.

 “Los hombres de buena voluntad siempre han sido unos ingenuos”, piensan los arzobispos con resignación, pero corre a disculparse ante los airados hombres de buena voluntad, porque han de prestar obediencia a las altas esferas y luego se dirige al confesionario por haber mentido. El hombre de buena voluntad, ignorante de tantas elucubraciones, se siente contento de que la buena voluntad haya triunfado.

Crisis de los refugiados. Siguen llegando. Miles y miles vienen. ¿Vienen de la guerra para traer la guerra?, se pregunta Fuenteovejuna confundida. Los enfrentamientos se suceden y a la señora Merkel sus propios colaboradores le dicen que no se pueden acoger a más refugiados, que la paz social peligra, que el equilibrio político del país peligra. Pero la señora Merkel se mantiene firme: “Podemos”, dice. Y los mecánicos del Titanic que cada vez están más cansados, que sospechan que no van a llegar a tiempo a coger los botes salvavidas como sigan ocupándose de las irreparables fugas de agua utilizando los cubos para intentar rebajar el nivel de la inundación a ver si de esta manera, a lo dramático, se consigue que el barco alcance el puerto más próximo por la sencilla razón de que el puerto más próximo está demasiado lejos para alcanzarlo de esa manera tan rudimentaria, deciden que ha llegado la hora de rebelarse y de decirle a la señora Merkel que no, que ya está bien, que ellos tiran la toalla.

En la sala quedan, curiosamente, todos aquéllos que no han mostrado ningún interés real por dedicarse a la afanosa tarea de coger y tirar el agua, coger y tirar el agua y que siguen, claro, sin mostrar interés real en hacerlo. Es más fácil llamar alguien, a algún técnico, para que se encargue de solucionar la cuestión, cueste lo que cueste. Seguro que un adiestrado perito en la materia lo soluciona en pocos minutos. Dos son los expertos que se presentan: uno es Turquía-Estambul y el otro es Rusia-Moscú. La señora Merkel tiene un miedo atroz, y si no lo tiene lo disimula muy bien, a Rusia-Moscú-Putin. Todavía recordamos cómo salió de uno de sus encuentros: anunciando que Rusia-Putin no se iba a conformar simplemente con la anexión de Crimea sino que sus planes expansivos alcanzaban hasta Serbia. Teniendo en cuenta su biografía, el miedo – o aparente miedo, o profunda desconfianza- de la señora Merkel hacia Rusia es comprensible. En cambio, la señora Merkel no tiene miedo a los turcos. Su falta de miedo a los turcos, lo confieso, no sólo me asombra: también me causa un indefinible terror, lo que si atendemos a mi biografía tampoco es de extrañar. Una de las primeras cosas que un escolar español estudiaba en mis tiempos, cada vez más lejanos, era que los árabes permanecieron mil años en la Península; lo segundo, que la guerra de Lepanto, guerra sobre la que, al parecer, únicamente los españoles tenemos noticia, había sido sumamente cruenta y que vencer a los turcos no había resultado nada fácil. Allí había perdido nuestro más célebre escritor su brazo, aunque como se trata de un célebre escritor, el momento y fecha de la pérdida de su brazo puede seguir a buen resguardo en las tinieblas que cubren las fronteras entre la realidad y la fantasía, y la tercera, vía Voltaire, que Europa se libró del terrible destino de ir a formar parte del imperio otomano gracias a la falta de organización de que adolecía dicho imperio. Los generales turcos, avisa Voltaire, eran grandes estrategas y los soldados, hombres disciplinados y valerosos. Lamentablemente para ellos, y un alivio para nosotros, la catastrófica organización política y las rencillas internas les llevó a la derrota.

Al día de hoy, y dudo mucho que al día de mañana, Europa no ha conseguido ser Europa. Los nacionalismos estallan furiosos al comprobar que la unión con otros Estados no les proporciona el bienestar económico ansiado. Creo que ya lo dije. Europa se construyó sobre la riqueza no sobre el ideal. El ideal ha durado lo que el dinero. Nadie quiere admitir este hecho. Todos lo niegan. Pero las fugas de agua se suceden. Hace falta dinero para tapar las corrupciones que salen a la luz y salen porque justamente ya no se pueden tapar todas las fugas que hasta el momento la pecunia conseguía revestir; porque tapar fugas va siendo una cuestión de prioridad y no una cuestión de lujo Las empresas, incluso las que se creían más sólidas, intentan sostenerse a flote a la desesperada mientras otras se han convertido en una tela de araña que conseguirá mantenerlos unidos hasta que el peso de los contratiempos se haga insoportable y termine por romperla.

¿Refugiados? ¿Qué refugiados? ¿Vienen o nos son enviados? ¿Trigo o  paja?

¿Solidaridad? ¿Qué solidaridad? La solidaridad con el pecunio. Todo lo demás es cada vez más retórico.

Dígánme ¿no es de locos? ¿Realmente no es de locos?

Europa no tiene bastante capacidad para admitir a los refugiados. Su capacidad para acoger a los recién llegados se encuentra al  límite en lo que a primeros auxilios, vivienda, trabajo e integración se refiere y la única posibilidad que encuentra Europa para que no vengan tantos refugiados es... ¡la de conceder más visas a los emigrantes turcos! ¡Más visas a emigrantes turcos! ¡Ironía del destino!

La epidemia de olvido del ser a la que me refería hace unos días, consecuencia de esa otra epidemia: la del cinismo, sigue haciendo de la suyas. Hace unos años el grave problema al que hubo de enfrentarse Alemania fue al de que la tercera generación de emigrantes turcos, emigrantes turcos – no emigrantes españoles, no emigrantes italianos, no emigrantes griegos -  hablaba el alemán peor de lo que lo habían hablado las primeras generaciones recién venidas, que lejos de occidentalizarse enviaban a buscar a sus mujeres a lo más profundo y recóndito de su amada Turquía porque las mujeres turcas de las ciudades – alemanas o turcas, poco importaba- les parecían demasiado liberales, que todavía practicaban el asesinato “por honor”, que gastaban grandes sumas de dinero en antenas parabólicas que les permitieran ver la televisión turca y que el idioma alemán, en determinados estratos de la sociedad, estaba adquiriendo, junto a sus ya tradicionales dialectos, uno nuevo: el turco-alemán. Alemán con acento turco era y es el alemán hablado por los jóvenes en las grandes ciudades germanas; unos porque ése, en efecto, es su acento y otros porque lo consideran sumamente divertido, “in”, “cool”, o como ustedes prefieran. Los intentos que desde que se han hecho para integrar a aquella tercera generación, desde que se descubrió su falta de integración, han sido enormes teniendo en cuenta las numerosas dificultades a las que ha habido que hacer frente. ¿Victimismo?, preguntan algunos. Victimismo, sí. Pero mucho más aún que victimismo lo que ha impedido la integración ha sido el orgullo nacional. Un turco es un turco después de una generación, de dos y de doscientas. Pocos turcos, aunque sean de la tercera generación, aunque hablen el turco con dificultades y no lo sepan escribir, aunque jamás hayan visitado Turquía, y si lo han hecho, sólo en vacaciones, se conformarán con ser “sólo alemanes”. Quieren el doble pasaporte y no, simplemente, como “curiosidad burocrática”. Lo quieren porque son turcos “y basta.”

Europa no puede admitir a los refugiados pero puede conceder visas a turcos que después de tres generaciones en el país aún no se han integrado. Por culpa del país de acogida, claro. Faltaría más.
Déjenme que me ría un rato.

Europa no puede admitir a los refugiados pero sí a los turcos porque éstos, al parecer, son trigo limpio.

Turquía-Erdogán se está radicalizando. Los derechos humanos faltan, o sobran, según se miren. Turquía-Erdogán se encuentra en el inicio de una guerra civil, la corrupción escala ¿y son los emigrantes turcos trigo limpio?¿y vendrán menos turcos que refugiados o vendrán los emigrantes-refugiados turcos, además de los refugiados que ya vienen? ¿No hay trabajo para los emigrantes de los Balcanes y sí, en cambio, hay trabajo para los emigrantes de Turquía-Estambul?

Europa asegura contundente que no puede recibir a los refugiados sirios. Recibirlos cuesta demasiado dinero. Europa es pobre, dicen los padres asesinos de Europa-Ifigenia.

Pero sorprendentemente Europa está dispuesta a pagar a un Estado como es Turquía, que se encuentra en pie de guerra a diestro y siniestro, tres mil millones de Euros para que no permita la salida de sus fronteras a todos los refugiados allí acampados además de considerar seriamente concederle el título de miembro de pleno derecho. Eso no significa ni mucho menos que a las puertas de Europa no vaya a llegar ningún refugiado más. Eso significa, simplemente, que a Europa llegarán menos refugiados y que esa reducción se verá compensada con el número de emigrantes turcos que atraquen en Europa en posesión de su correspondiente visa.

Europa no quiere a Herodes y se va a Pilatos.

Europa no quiere taza y toma taza y media.

Europa-Merkel tiembla ante los deseos de expansión de Rusia-Putin y corre a refugiarse en los brazos de Turquía-Erdogán, que es, piensa Europa-Merkel, menos expansionista.

¡Por favor que alguien intente explicarle a la señora Merkel que  el problema es demasiado grave para confiarlo en las temblorosas manos turcas, que lo que Europa necesita en estos momentos no son aliados con pies de barro sino experimentados constructores de sociedades y veteranos buceadores capaces de reparar los tambaleantes pilares de la siempre inestable Europa! Tal vez no estaría de más que la señora Merkel fuera pensando en dimitir. Al paso que vamos dudo mucho que consiga terminar su legislatura. El problema, seguramente, es quién cogería las riendas del caballo dislocado en el que parece estar convirtiéndose el Viejo Continente. 

Yo, hoy, me veo sin fuerzas para hacerlo.

El “podemos” se ha convertido en un gran, terrible y trágico chiste.

La bruja ciega.



Tuesday, November 24, 2015

Oriana Facelli

Una amiga española me llama y me anima a leer alguno de los libros de Oriana Facelli para que me entere de una vez por todas qué es el islam. “No”, le contesto. “Con Oriana Facelli me pasaría lo mismo que me pasa con los documentales sobre la miseria y las enfermedades que padecen algunos sectores de la sociedad.” “No veo la similitud”, me dice asombrada. “Una de dos”, le explico, “o te recreas en el dolor y en el padecimiento ajeno, lo cual te convierte en un voyeur o te decides a abandonar tu cómoda existencia y todo lo que en ella posees para ponerte al servicio de esos marginados.” “Sigo sin entender”, insiste. “Bien” – le aclaro pacientemente- “Lees los libros de Oriana Facelli ¿y? O los lees como se lee una novela de ficción: para pasar el rato y evadirte de la realidad, de realidad, o tienes que salir a la calle envuelto en odio contra cualquier musulmán que encuentres por la calle por muy desconocido y santo que ése musulmán sea, o empiezas a organizar una noche de San Bartolomé a gran escala. La primera actitud te convierte en un cínico; la segunda en un resentido y la tercera en un monstruo. Una persona que como yo, es hija del Concilio Vaticano Segundo, nieta de la masonería francesa y bisnieta de judíos conversos casados en segundas nupcias con mudéjares,  en terceras con mozárabes y en cuarta con cristianos, no puede considerar apropiada ninguna de esas tres posibilidades. Pero es que además sigo sin entender cómo unos cuántos pueden lograr hacernos desistir de los valores y de las virtudes de nuestra civilización estando vivos dichos valores y dichas virtudes. Y si están muertos ¿qué importan ya? En vez de ocuparnos de lo que los otros pretenden hacer con nuestra cultura deberíamos dedicarnos a pensar qué estamos haciendo nosotros con ella y de ella. Si sus grandes virtudes descansan únicamente en poder tomar vino y cerveza cuando nos apetezca y andar desnudos por la playa, no seré yo quién se apresure a defenderla, a no ser que se trate, claro, de un vino al estilo de "in vino veritas" y de un desnudo al modo de un adonis greco-romano, de un “Nacimiento de Venus” de Botilleci, o de un de “Las puertas del ocaso” de Hebert James Draper.” En resumen: que o el vino y el desnudo van acompañados de arte y conocimiento o no tienen sentido. Mi miedo es que estemos tan preocupados por el consumo y mantenimiento de los dos primeros que hayamos olvidado el cuidado de los dos segundos. Eso sí que nos convertiría en víctimas propiciatorias, no sólo para ellos, para cualquiera lo suficientemente salvaje y lo suficientemente constante para intentarlo. Cuando una cultura muere, pocas veces es posible determinar con exactitud si son sus propias deficiencias o los enemigos externos, o una suma de ambos, los causantes de su muerte. Ahora bien, una sociedad que culpa a los profesores de la miseria de la educación y no a las playstation de los alumnos, y a las aspiraciones de autodesarrollo de los padres, es una sociedad cuya supervivencia peligra. Una sociedad igualitarista que basa su igualitarismo en el victimismo y no en la meritocracia, es una sociedad que corre el peligro de venirse abajo...”  Antes de haber terminado, mi amiga farfulla una incomprensible excusa y cuelga el teléfono apresuradamente. Sospecho que no ha entendido ni una sola de mis palabras. Dudo mucho que vuelva a saber de ella en un largo periodo de tiempo. Debe ser mi destino: hacer amigos, que tanto aconsejaba Voltaire, no es mi fuerte. La de los rusos, al parecer, tampoco. Por un lado firman una alianza, nada menos que militar, con los mismos que hace unos meses les impusieron dolorosas sanciones económicas que ellos, hasta ahí podríamos llegar, se encargaron de equilibrar con las correspondientes contrasanciones; por otro, establecen contratos de gas con su granero turco. Por si fuera poco, se introducen en un mismo conflicto al lado de sus archienemigos norteamericano y prosiguen su amistosa relación con China, a pesar de que ésta amenaza con invadirla desde Siberia. Al día de hoy seguimos sin saber si los rusos son los últimos ilustrados o los primeros rufianes; si son titanes, los nuevos cruzados o simplemente temerarios. Seguimos sin saber si son los guardianes de Europa en el sentido de defensores o los guardianes, en el sentido de vigilantes. Y seguimos sin ser capaces de vislumbrar si el conflicto que hoy se ha iniciado con Turquía, y de cuya posibilidad Turquía ya avisó hace una semana caso de que los rusos persistíeran en sus bravuconadas por el espacio aéreo turco,  va a tener consecuencias militares o no. Y es que resulta igualmente difícil, no sé ni cuántas veces lo he escrito ya, analizar el fundamento último en el que reposa la existencia de unas alianzas en la que todos y ninguno son amigos por aquéllo de la vaciedad del principio del Todo en el Uno y el Uno en el Todo según el cual cada uno ha de atender a sus propios intereses porque la realidad de cada uno es la realidad real; o por el sinsentido de ese “a” es igual a “a” que como tautología no está mal pero que es imposible trasladar a la realidad salvo que se trate de una realidad virtual en la que, en efecto, todo es posible porque precisamente por virtual es flexible, moldeable y alineal en tanto en cuanto puntual, incomunicado y no necesariamente comunicable con los otros puntos. 

La OTAN se reúne a toda prisa. ¿Sigue siendo Rusia un aliado?  Si algo ha dejado claro Putin en uno de los videos en los que comenta lo sucedido es el doble juego de Turquía. En realidad no dice más que lo que ya todos sabíamos. Lo novedoso es que un lider político se atreva a expresarlo en voz alta.¿Qué pasará con Turquía y sus relaciones con la OTAN si Turquía sigue jugando su doble juego que cada vez es menos doble? ¿Qué pasa si la OTAN, de repente, decide lanzarse a una cruzada contra todo el mundo islámico o si Turquía decide apoyar a sus propios intereses que consisten en la defensa y reunificación del mundo de su religión? ¿Seguirán en pie las alianzas? ¿Qué pasa si el IS en vez de disolverse aglutina cada vez más a más seguidores a medida que los bandos se radicalizan?¿Cómo es posible que los americanos tengan más miedo a los refugiados, a los que pueden controlar, que al salmón genéticamente modificado, cuyas consecuencias difícilmente pueden predecir antes de su consumo? ¿Que pensar ante el hecho de que Europa y los Estados Unidos tengan más miedo a los refugiados que a los dirigentes de Arabia Saudí con los que siguen cerrando provechosos y jugosos contratos mientras ruedan las cabezas de los sentenciados y resuenan los látigos?  Tan pronto "a" es "a" aunque se trate de diferentes "a", como "a" no es "a" aunque ambas "a" son iguales. Lo dije y lo repito: un hipotético puente Estambul-Berlín sería un puente tan inestable como el que lo es el puente Moscú-París debido a las sanciones y contra-sanciones económicas, si no más.

El tiempo de los espejos deformantes y deformadores va llegando a su fin. El posicionamiento a un lado u otro es lo que a partir de ahora va a desarrollarse en el juego internacional. Los conflictos mostrarán y demostrarán que no se puede ser amigo de todo el mundo, del mismo modo que no se puede perdonar ni amar a todo el mundo, ni siquiera al prójimo más prójimo. Los conflictos nos forzarán con cada vez más insistencia a enfrentarnos a nosotros mismos: a nuestras prioridades, a nuestras convicciones, a nuestros odios y a nuestras contradicciones. En estos momentos Turquía es un elemento de inestabilidad tanto respecto al exterior como al interior. Diferentes ideas, direcciones e ideologías conviven en constante fricción. Sin embargo, una de esas líneas parece estar imponiéndose lenta pero inexorablemente en el país otomano y no creo, sinceramente, que sea la más adecuada para Europa. La OTAN tendrá, tarde o temprano, que replantearse no sólo sus alianzas; también los miembros que la componen. Las circunstancias cambian. Los intereses de ayer no son los de hoy. Hace un par de semanas Turquía avisó amigablemente a Rusia de que podría pasar lo que ha pasado, es cierto. Y suele decirse que "el que avisa no es traidor". No. Turquía no es traidora. Turquía avisa. Y este ataque al avión ruso es un aviso no sólo a los rusos, también a Occidente y a sus propios colegas de la OTAN, de que por encima de todo y ante todo están sus intereses y sus intereses no pueden desligarse de los intereses de la zona, de la religión musulmana y de la cultura a la que pertenece. Esto en absoluto es criticable. Ni siquiera Putin, en su calmada y contenida ira al pronunciar su discurso ante los medios de comunicación, lo critica. Incluso Putin lo comprende. Pero esta no-crítica y esta comprensión hacia los actos del rival no significa que debamos olvidar que se trata de un rival y de un rival no sólo poderoso, sino también ambicioso. Al contrario: Esto, justamente esto, es algo que  que tener presente y bien presente.. A mí me hace gracia oir aquéllo de "no se debe permitir que el conflicto escale". El conflicto ya ha escalado. Ya hay un elemento disfuncional que antes no existía: un aliado, o al menos eso pensábamos hasta el momento, un socio económico, un amigo internacional: Turquía, ha disparado a un aliado y a un aliado tan poderoso  y ambicioso como lo es la Turquía misma. Si eso no es "escalar" en una guerra de locos en la que cada fracción lucha contra las otras fracciones y nadie sabe quién es quién y todos quieren ser alguien: "el Uno en el Todo", díganme entonces qué es.
Es imprescindible que la OTAN reconsidere sus posiciones dentro de la OTAN mismo y será mejor que lo haga cuanto antes porque en otro caso es muy probable que las desconfianzas mutuas, los dobles agentes, los malentendidos, el digo pero dije pero diré, se acumulen e impidan aclarar una situación que necesita urgentemente ser aclarada.

En la paz es importante el diálogo y la comunicación. En la guerra, - y Francia-Hollande ha declarado que está en guerra- la sinceridad a la hora de determinar los amigos y los enemigos, los intereses y los objetivos, son los elementos más importantes. Más aún que los ejércitos. Los ejércitos son un medio para conseguir el fin, pero el ejército ha de conocer imperiosamente esos objetivos y a los aliados, del mismo modo que es de vital importancia que conozca al enemigo. En estos instantes ninguna infantería y ningún ejército puede actuar correctamente porque, digan lo que digan los periódicos, en la zona no hay un enemigo solamente: el IS; en la zona conviven cien enemigos diferentes y cien fracciones distintas que constantemente interrelacionan entre sí y esa interrelación significa que hoy somos aliados y manana no y lo pueden hacer porque el número de hombres que compone cada una de esas fracciones permite la comunicación, la negociación y la traición. Aquéllo es una guerra de Taifas y sí, en esa guerra de Taifas el IS es el rey más poderoso pero los otros reyes también existen.. Una guerra de Taifas es lo que Occidente no puede permitir en su interior y este es justamente el peligro al que se enfrenta desde hace mucho tiempo. No sé ni cuántas veces lo he escrito ya. Incluso en mi Blog Idas y Venidas-Desde el Asombro, lo advertí. La rivalidad que caracteriza las relaciones entre los Estados Unidos y Rusia, las sanciones y contrasanciones entre Rusia y la Unión Europea y los Estados Unidos, las desconfianza de Europa con respecto a las grandes superpotencias: Estados Unidos, Rusia, Turquía, China a las que, efectivamente necesita, pero de las que no quiere convertirse en satélite, permiten intuir grandes maremotos en las relaciones internacionales occidentales que deberían haber sido aclaradas antes de la proclamación de guerra de Francia-Hollande si no queremos agotar las energías solucionando los conflictos internos, de modo que no haya suficientes para combatir los externos.

Por si fuera poco, a esto hay que sumar un problema todavía más grave que afecta a la sociedad occidental y que a la larga puede desencadenar funestas consecuencias: Por un lado, los políticos y los medios de comunicación,  piden a la población, a los ciudadanos, la necesidad de separar entre Islam y Terrorismo porque a pesar de que el terrorismo sea islamista, no todos los musulmanes son terroristas. Suena sensato. Pero por otro, hoy, Francia-Hollande-Valls pide que se cierren las fronteras europeas a los refugiados del Oriente Próximo porque entre ellos puede haber terroristas infiltrados. ¿En qué quedamos? ¿O son todos los que están o están todos los que son? ¿Tomamos a la parte por el todo, o no? Estas idas y venidas sumen a la sociedad en un terrible dilema: en la radicalización, en su radicalizacion. Donde radicalización no es lo mismo que ser radical. Lo  radical, tal y como yo lo entiendo, es lo que la mística a la religión: individual e intransferible. Y la radicalización en cambio, podría equipararse con la religión: un pensamiento establecido, jerarquizado, en el que los comportamientos ortodoxos y la herejéticos están perfectamente determinados. La paulatina radicalización social  puede conducirle a la consideración de que si no se deja entrar a los refugiados ante el peligro de que puedan tratarse de terroristas encubiertos, tampoco habrá de permitirse la residencia a musulmanes porque entre ellos, como ha quedado manifiesto en los atentados de París, también se encuentran terroristas infiltrados. Y puestos a seguir en la dirección pesimista, puede llegar un tercer momento en el que incluso los amigos no musulmanes de los musulmanes sean sospechosos de ser terroristas infiltrados, con lo cual, afuera con ellos.

Ése, a mi modo de ver, es el gran peligro al que la sociedad occidental se enfrenta con tantas idas y venidas políticas y mediáticas. Con tantos dires y diretes. Sé lo fácil que es caer en la retórica y lo fácil que es construir argumentos para vender y comprar. Pero en este momento no es eso lo que necesitamos. En estos momentos lo que la sociedad necesita es sinceridad para poder establecer juicios de valor en los que apoyar sus actos. En estos instantes la sociedad, o decide controlar la ideología y las intenciones de los refugiados que entran o acepta que no los puede controlar, que no puede determinar si son o no son terroristas y que por tanto no les permite la entrada y en ese caso, en efecto, levanta muros y murallas y dispara a matar a todo aquél que intente entrar, ya sea hombre, mujer o nino. Y a continuación, expulsa a todos los musulmanes y a sus familias con ellos, aunque estén casados con no-musulmanes, aunque ni siquiera sean practicantes, del continente europeo, porque tampoco en ese caso puede determinarse con seguridad si son o no son terroristas o, si la falta de perspectiva, falta de perspectiva que irá en aumento a medida que los prejuicios crezcan y la crisis económica se agudice (y se va a agudizar) pueden encaminarles, obligarles, o como ustedes lo quieran llamar, a convertirse en terroristas. Este puede ser el escenario de horror, las consecuencias catastrofales, si una sociedad cree que no puede controlar determinadas variables que vienen del exterior con raíces en el interior. A la larga, el miedo agudiza la agresividad y el pánico provoca estampidas. El miedo en este tema es algo que debería evitarse. No estaría de más que los ciudadanos se sintieran tranquilos; tan tranquilos como cogen el coche, a pesar de los accidentes de tráfico.

¿Creen ustedes que mis palabras son excesivas? Bien. Díganme entonces cuándo y dónde empieza y termina lo excesivo en una situación en la que las altas autoridades de un país piden que no se dé entrada a los refugiados del Próximo Oriente por la amenaza de terrorismo que suponen, cuando los atentados de París no han sido causados por ninguno de los refugiados sino por musulmanes franceses residentes en Francia. ¿Cuándo y dónde empiezan las medidas de seguridad "adecuadas y prudentes"?  ¿ Cuándo y dónde termina "la escalación? ¿Cuándo y dónde empiezan los intereses electorales y electoralistas? ¿Cuándo y dónde termina lo "políticamente correcto"?

Repito lo dicho: en tiempos de paz los salones constituyen un lugar sumamente apropiado para encontrar socios con los que hacer negocios. En tiempos de guerra, en cambio,  lo importante no son los socios sino los aliados y los aliados son aquéllos con los que nos unen los mismos intereses, los mismos objetivos y, sobre todo, los mismos enemigos.

Y con esto no estoy proponiendo medidas. Mucho menos aún medidas violentas. Estoy pidiendo claridad. Y sólo puede existir claridad cuando la sinceridad, y no los buenos modales ni el qué dirán, presiden nuestros actos. Claridad y sinceridad, no huecas palabras y vanos deseos. Y una vez que se han aclarado las cosas, fuerza moral para llevar a cabo las resoluciones tomadas y pactadas. En estos momentos existe un doble discurso: el que aparece en el exterior y el oculto que se murmulla tras las bambalinas. Por definición, el doble discurso nunca es sano, porque no contiene radicalidad sino radicalización y en la radicalización pocas veces se encuentra la virtud y menos aún, el sentido común. 

La radicalidad, ya lo he dicho, es una virtud individual. La radicalización, no. Pero a medida que el conflicto armado, con "escalación" o sin "escalación", se intensifique, la radicalización será no sólo un hecho, quizás entonces sea incluso una necesidad, del mismo modo que también lo es la religión, en el sentido de religare. Una sociedad en paz requiere de hombres radicales, que protegen su virtud y su cerebro individual.

Una sociedad en guerra precisa, lo sabemos todos, de la radicalización; de ahí el papel tan importante que cumple la propaganda. Así que la primera pregunta que tienen que contestarnos : ¿estamos o no estamos en guerra?; la segunda: ¿contra quién? Contra los terroristas, sí pero ¿como luchar contra los terroristas si los terroristas no llevan su rango de terroristas clavado en la solapa? Todos los refugiados pueden ser terroristas, se dice y por tanto, hay que cerrar fronteras. Prudente decisión. Pero ¿todos los musulmanes pueden ser también terroristas teniendo en cuenta que la falta de perspectiva, como se ha dicho es un motivo para convertirse en terrorista y dados los prejuicios y el crecimiento de la crisis económica esa falta de perspectiva va, igualmente a aumentar?; la tercera ¿quiénes son nuestros aliados? ¿Pueden ser nuestros aliados países de religión musulmanes tan poderosos como ambicioso?

Es hora,creo yo, de que los políticos, los medios de comunicación y la sociedad, contesten a estas tres preguntas, antes de llenar los foros públicos con palabras y frases de las que nadie sabe si ignorar, porque únicamente pretenden ocupar tiempo y espacio, o tomarlas en serio, y entonces analizar minuciosamente cuáles son las consecuencias a las que esas palabras conducen y podrían conducir, en cuyo caso el ciudadano normal temblaría de espanto.

En lo que a Rusia se refieren, ya sabemos todos que los rusos tienen pocos amigos por más que se esfuercen en incentivar las relaciones. Pero es que incluso cuando dicen la verdad, ignoro el motivo, se desconfía de sus palabras y mucho más aún de sus intenciones. Me pregunto si ello se debe a la sensatez, a la prudencia, al miedo o a los prejuicios de quienes les conocen bien. Yo, lo confieso, no conozco de ellos más que lo que las películas de la guerra fría contaban y, francamente, dichas cintas no pertenecían al tipo de filmografía que más me interesaba en aquél tiempo.
Mis amigos también son escasos, ya lo he dicho. No obstante empiezo a pensar que esto, lejos de constituir una tragedia, me libra de unos cuantos graves conflictos. Quizás si consideramos atentamente la biografía de Voltaire comprenderemos que su consejo de hacer amigos revelaba más bien una aspiración ideal del escritor que una realidad.

En cualquier caso el espectador tenía razón: el juego al que hoy en día parece jugar más de uno es “Cumplánse las profecías”.

Lástima que más que profecías parezcan graznidos de pájaros de mal agüero.

Algunos gritan "guerra, guerra" en  el mismo tono en el que otros predican "paz, paz". En La Piel de Toro resulta asombroso que los que más contundencia piden la paz sean los mismos que hace un par de meses regalaban "Juego de tronos" a su rey y que en un plató de televisión afirmaban con toda la acostumbrada serenidad que les caracteriza, incluso cuando se enfadan e insultan, que la violencia de las imágenes de "Juego de Tronos" es comparable, o al menos ellos lo hacen, con la violencia del cuento Hans y Gretel. "a" es "a", porque lo digo yo, poque yo, a partir de ese principio del Todo en el Uno y el Uno en el Todo que me permite crear una realidad virtual y considerarla como real porque es mi realidad, así lo he decidido.
En fin... Estos pacifistas ideológicos me asombran.
Pero claro, ya saben ustedes lo proclive que soy al asombro...

La bruja ciega

(con un terrible dolor de cabeza)
(No es para menos)

La crisis económica o el olvido del Ser

El mundo empieza a ser interesante, comenta el espectador antes de pegarle un mordisco a su tostada. Interesante por absurdo, me explica. ¿Qué otra cosa si no se podía esperar del juego de “cumplir la profecía?” ¿Lo conocía usted?. Fíjese, Chesterton en su Napoleón de Notting Hill, aseguraba que una de las aficiones favoritas del  pueblo llano desde tiempos inmemoriables ha consistido en incumplir las predicciones de los grandes profetas. Pues bien, ahora el juego se basa  en todo lo contrario: el pueblo llano inventa profecías y hace todo lo posible para que éstas se cumplan. ¿No lo considera usted una diversión excitante? A un amigo mío que se fue a hacer un crucero de lujo por el Caribe, sus familiares, amigos y vecinos, le predijeron que le costaría mucho volver y retomar su anterior vida. Mi amigo tomó la advertencia a broma. ¿Por qué iba a ser difícl regresar?, pensó mi amigo. Al fin y al cabo sólo eran un par de semanas y un merecido descanso nunca viene mal. El espectador ríe. En efecto, -continúa-  a su regreso y a pesar de haberse gastado una verdadera fortuna en conferencias, todos le incriminaron su falta de consideración; a pesar de haber tenido que comprar una maleta para transportar los regalos que les había comprado, fue amonestado por su prodigalidad y por dársela de rico. Ante su sopresa descubrió que era un mal hermano, un mal hijo, un mal vecino, un mal trabajador, un inútil que no hacía nada bien.  Intentó dialogar, se humilló, entonó el mea culpa y el canto del ira aeterna. Todo en vano. Terminó en una “casa de reposo”. “Se veía venir”, dijo entonces aquélla respetable sociedad con un mal disimulado falso tono de apesandumbramiento que de habérselo reprochado todos ellos hubieran jurado y perjurado que su sentimiento era absoluta y totalmente sincero. “Se veía venir. Ya se lo pronosticamos: Volver le iba a resultar muy duro.” Pues bien, prosigue el espectador, ése es el juego que unos cuantos estan jugando ahora y debo reconocer que con éxito. Auguran la guerra y habrá guerra. Afirman que Europa será o de Unos o de Otros pero no Europa. Será de Unos o de Otros pero Europa va a dejar de ser Europa. Y puesto que la locomotar de Europa es Alemania y ni siquiera unos cuantos vagones en mal estado logran frenarla, de lo que se trata ahora es desequilibrar al país germano. Imagíne usted, una nación que despide sin miramientos a unos cuantos ministros por falta de precisión en las citas de unos doctorados que no va a leer nadie, muy posiblemente ni la comisión de profesores que en su día se encargó de corregirlos, y de repente ha de enfrentarse a la corrupción de las empresas automovilísticas, de la federación de fútbol, de los bancos... Y todo a la vez. Demasiadas coincidencias, ¿no le parece? Aseguran que vendrá una dictadura mundial. Vendrá una dictadura mundial. Proclaman que van a morir unos cuantos millones de hombres. Morirán unos cuantos millones de hombres. Este juego no me gusta, pero está de moda. El espectador suspira y sorbe el café humeante.

A veces, el espectador y yo nos reunimos a desayunar. Él brinda el café y su casa. Yo los bollitos, la mantequilla y la mermelada. Nuestros desayunos son austeros y breves, raramente se prolongan más allá de una hora. La sociabilidad no es precisamente el rasgo que nos caracteriza. Me despido. 
Afuera el  invierno ha llegado precipitadamente y sin avisar, igual que  las últimas noticias. Antes de volver a casa, deambulo por las calles frias. El espectador tiene razón. El mundo empieza a ser interesante, por absurdo. Mientras Seehofer anuncia su intención de acercarse a visitar a Putin, (seguramente para tomar juntos el té de las cinco), se alerta a los alemanes ahorradores de que han de responder por los bancos griegos. Eso, al menos, dice el FAZ. Si sólo fuera por los bancos griegos, me digo. Los ahorradores europeos van a tener que responder de los bancos, de la subida de intereses en América, de la bajada del Euro, de la renovación del armamento, de la deuda, del cambio energético y qué se yo de cuántas cosas más. Los ahorradores europeos van a tener que responder de todo. El único problema de los ahorradores europeos es que además de que sus ahorros son limitados, los ahorradores europeos no tienen a nadie que responda por ellos. Grave y terrible dilema, no cabe la menor duda. Pero por el momento la crisis económica queda relegada a un segundo plano, a la espera de que ello la suma en el olvido y el olvido la haga desaparecer. El olvido del Ser heideggeriano, que tantos problemas, dice Heidegger, que causa. Mientras, Bruselas cerrada a cal y canto, sigue buscando a un criminal del que ya no se sabe siquiera si es o no criminal. Por lo menos, eso revela su hermano en algún programa de televisión. Draghi, Weidmann y compañía han de reunirse en precarias condiciones a determinar si ponen o no ponen más dinero en circulación. Será que sí, será que sí. La crisis europea está arrinconada, olvidada y desaparecida. Fin a la austeridad. Europa necesita dinero pero no porque haya de responder por la deuda y por los bancos, griegos o no. Eso lo pensarán si acaso ustedes, que son unos malpensados. Europa necesita dinero para dedicarse a practicar las labores de defensa y humanitarias a las que se ha visto obligada de repente. Que las acciones de armamento sean en estos momentos sumamente rentables, no significa en absoluto que esté pensando en aumentar la ya de por sí gigantesca deuda. ¡Qué desconfiados! Pero aunque se aumentara ¿por qué van a tener miedo los europeos de su déficit si a los americanos el suyo les trae sin cuidado? Ah, me digo a mí misma, es que los americanos, admitámoslo, son otra cosa. Un pueblo que tiene terror de los refugiados pero no teme en absoluto al salmón genéticamente modificado, es un pueblo distinto del europeo, al menos del europeo del norte, al que no le espanta recibir unos cuantos miles de refugiados pero que sólo comerá el dichoso salmón si no le queda más remedio. Y aún entonces suspirará resignado: "todo sea por la supervivencia".

Sí. Los americanos son distintos. Un Donald Trump sólo puede existir allí. En Europa sus millones lo habrían declarado incapacitado para gobernar antes incluso de comenzar la carrera a la Presidencia. No por prepotente - la prepotencia en política es siempre una virtud -, sino por triunfador. El éxito del gobernante siempre ha sido la causa que en Europa ha impedido a los líderes llegar al poder o mantenerlo, depende del caso. Gobernar no es dirigir a un pueblo, dirían los europeos. Gobernar es proteger a un pueblo. Los europeos creen, aunque ni siquiera sepan que lo creen, aunque se trate de una creencia inconsciente, que un hombre que ha amasado sus millones a base de vencer a la competencia no puede ser nunca un buen gobernante y mucho menos un buen protector de pueblos. Un millonario puede protegerse a sí mismo y, a lo sumo, a sus millones, siempre y cuando, claro, los haya dejado a buen resguardo a la hora de contraer matrimonio. ¿Pero puede proteger a un pueblo?
La primera duda que Trump plantea al elector es que Trump no parece saber muy bien quiénes constituyen el pueblo americano. De todas, ésa, en mi opinión, es la cuestión más importante a resolver. Más aún que la de lanzarse o no a la guerra o la de recibir o no refugiados sirios. Francia, dice Holande, está en guerra. En guerra desde hace once días. Los Estados Unidos no acaban una cuando ya están en otra. No. Ése, el de la guerra o la paz, no es el gran tema. La gran pregunta a la que Trump no termina de contestar adecuadamente es la de quiénes, a su juicio, constituyen el Estado Americano. Los ilegales, no. Los emigrantes mejicanos, no. ¿Sólo esos? Dejémoslo en puntos suspensivos. 
El reto al que diariamente han de enfrentarse los grandes hombres  es a aceptar la debilidad propia y ajena y eso, al gran hombre, hecho a sí mismo, nunca le resulta fácil. Pregunten ustedes a las mujeres enamoradas de esos grandes hombres. O se hacen de hierro y construyen una vida paralela que únicamente se encuentra con su marido cuando casualmente coinciden en alguna recepción o se hunden en la más absoluta soledad si lo que esperan es reconocimiento o ayuda emocional de ellos. En el primer caso, el matrimonio no resulta fácil porque la infidelidad está servida en una relación en la que los grandes hombres exigen, como en toda actividad que emprenden, lealtad total y absoluta. En el segundo caso, la lealtad que reciben va acompañada de la inevitable frustración que sus esposas van depositando en sus corazones con cada uno de los desplantes que de ellos reciben, desplantes, todo hay que decirlo, de los que ellos los grandes hombres, ocupados como están en sus grandes asuntos, en absoluto son conscientes de haber provocado y que, caso de que su desesperada esposa se decida a abrir su corazón y a enumerarselos, serán considerados por ellos, como chiquilladas, reproches o acusaciones infundadas y carentes de contenido.
El elector europeo no tiene muchas ganas de ser ni la esposa de hierro que compagina su propio éxito con el amante de turno, ni la esposa frustrada que espera paciente y tristemente a que llegue el  que un día fue el amor de su vida y hoy es sólo un gran hombre preocupado por los menesteres lucrativos o “por el aquí te pillo, aquí te mato” para descargar estrés sea con su esposa o con la primera que en ese instante se presente.
No. Los europeos sienten un rechazo histórico hacia los grandes hombres que no contentos con ser grandes hombres pretenden ser, también, grandes gobernantes. Trump no tendría en Europa ninguna posibilidad de llegar a ser Presidente.

Vuelvo a casa. La garganta me duele. De un tiempo a esta parte mi salud se ha resentido considerablemente. Creo que ya lo he dicho. Sufro de cortocircuitos y la garganta es mi generador. Es allí desde donde mi más tierna infancia han ido a concentrarse una y otra vez todas mis dolencias: sarampión, tosferina, varicela, tristeza, ira... Estas dos últimas me dejaron sin voz. Fue necesario operar y claro, no conseguí permanecer callada el tiempo suficiente. La cicatriz se abre y se cierra como si de una puerta automática se tratara. No puedo enojarme ni hacer grandes esfuerzos físicos. Pero me enojo y me fatigo a conciencia. Es mi particular cruzada contra ese terribla obsesión por mantenerse joven cueste lo que cueste que, francamente, no tiene sentido en las vidas vacías y carece de relevancia en las vidas plenas, que apenas disponen de tiempo para pensar en uno mismo. La utilización del bótox y la práctica de deporte rejuvenecen el cuerpo ¿pero y el alma? ¿Quién la rejuvenece? ¿La meditación? Será en activo, porque en pasivo sólo resulta eficaz cuando anteriormente se ha trabajado sin descanso. A los pasivos, la meditación en pasivo únicamente consigue abocarles a la neurosis. ¿El conocimiento? ¿Cuántos Faustos y mercaderes de la sapiencia no conocemos? ¿La Fe? Tal vez la Fe consiga rejuvenecer el alma. Siempre y cuando, claro, se trate de una Fe viva y activa, no corroída por la carcoma y el polvo. Una Fe radicalmente sincera y radicalmente creyente. Quizás la Fe lo consiga. Quizás la Fe. Una Fe dirigida a la vida y no a la muerte, aunque sea ingenua e infantil, como la de Chesterton, que necesita de la Fe para poder creer en milagros, para que las cosas mágicas y maravillosas sean posible, la Fe en mayúsculas, para poder construir una existencia en la seguridad que los firmes muros ortodoxos que esa Fe sincera, viva e ingenua, proporcionan, de modo que los niños, que somos nosotros, podamos continuar jugando sin miedo a caer en el abismo.

La Fe de los americanos, en cambio, es una Fe apocalíptica al modo medieval, basada en el mundo pecaminoso, en el castigo eterno, en el poder de las Tinieblas que se ha hecho dueña del mundo y en la necesidad de sacrificio individual para vencerla. La Fe de los americanos, por más que se acompañe de música divertida, alegres reuniones de parroquia y mucho pastel de manzana, le resulta al europeo oscura y tenebrosa. Quizás ellos,los americanos, que viven a la luz del sol californiano y del dólar, necesiten de toldos que los libren del exceso de luz, pero para la enferma Europa – y la salud de Europa, justo es reconocerlo, se ha debilitado de un tiempo a esta parte de forma preocupante requiere de sueños que le hablen de paz, esperanza y amor; de nuevos caminos mágicos y excitantes que le hablen de praderas siempre verdes, de montañas cordiales, de sabios fantasmas, de simpáticos duendes... Europa no necesita ni historias apocalípticas ni extraños salvadores surgidos de la niebla. Europa no necesita ni de los Unos ni de los Otros. Europa, como yo, ha de recomponer su maltrecho generador. Fe y tiempo es lo que urge. Los grandes consejos de las empresas americanas fruncen el ceño y mueven la cabeza con escepticismo: Europa no va bien, dicen preocupados. ¡Menudo análisis! Apocalíptico, claro ¿qué pensaban? Después de Benito Cereno, Crónicas Marcianas y la Broma Infinita, lo único que les queda es el Apocalipsis. De los rusos, no se sabe, no contestan. Los rusos vienen, aparecen, dicen lo que quieren decir, y se vuelven a ir por donde han venido. La solemnidad de que hacen gala les reviste de un aura que nadie acierta a determinar si es verdadera o falsa. Los chinos se presentan siempre parapetados tras su muralla y de ahí no entra ni sale nadie que previamente no haya sido analizado con lupa. Estas amistades con amigos enigmáticos constituyen siempre un reto. Me recuerdan a las ofertas que recibía hace años de algunas editoriales: “Compre cinco libros desconocidos a cinco marcos alemanes. Déjese sorprender”. Me dejé sorprender, claro. En ocasiones recibir paquetes cuyo contenido real se ignora resulta sumamente emocionante. He de confesar que la experiencia no resultó tan gratificante como yo me había imaginado: ejemplares de autores tan desconocidos como mediocres, fue lo que obtuve. Una amiga se encargó de consolarme: Tampoco era tan terrible. dijo, Hasta cierto punto debía incluso estar contenta; al fin y al cabo no se había tratado de uno de los paquetes “bomba” del Pitufo bromista.

Mientras tanto, otro Consejo, el Consejo Central judío alemán, se pronuncia: es necesario poner límite a la entrada de los refugiados. Suspiro. Hubiera sido preferible que el Consejo Central judío alemán no se hubiera pronunciado a este respecto. No por judío, tampoco por alemán, sino por “Consejo Central”. En este asunto los representantes están de más. Son los individuos los que han de pronunciarse. Dentro de la comunidad judía hay miembros que se manifiestan total y absolutamente en contra de la recepción de refugiados. El antisemitismo está alcanzando cotas preocupantes y que las mujeres musulmanas luzcan el velo musulmán sin miedo, incluso con orgullo mientras que los hombres judíos han de ocultar su kipa, han de mantener sus sinagogas bajo vigilancia policial y han de reunirse como si de una sociedad de criminales se tratara, no es ni agradable, ni digno, ni admisible, como tampoco lo es el utilizar el conflicto palestino-israelí como argumento para justificar los ataques de los que constantemente son víctima.  Otros judíos, en cambio, se muestran total y absolutamente a favor. Los refugiados no son de per se sus enemigos naturales. Sufren como ellos han sufrido, son hombres sin tierra igual que ellos lo fueron en su día. Deben pues ser ayudados como ellos lo fueron. Musulmanes o no, poco importa, al fin y al cabo -constatan los componentes de este grupo- a lo largo de la Historia los judíos han sufrido más persecuciones y muertes de parte de los cristianos que de parte de los musulmanes, con los que, además, les unen ritos y tradiciones similares, como la circuncisión. Otros, suspiran resignados, convencidos de que pase lo que pase, ellos, los judíos, volverán a estar en el medio de todos los conflictos y que, por tanto, cuanto menos se hable y menos se diga, mejor. Al final, el Consejo Central de los judíos alemanes decide el término del medio: poner límites. Y no satisface más que a los indecisos y a todos los que en la sociedad alemana opinan de ese modo. En mi opinión, el problema de los refugiados no es un asunto político, no es un asunto religioso. Es un asunto social. Políticamente, la señora Merkel puede esforzarse por crear y coordinar los mecanismos de ayuda, el señor Seehofer puede advertir de los peligros ; las diversas instituciones religiosas pueden ayudar y colaborar en dicha ayuda y los terroristas musulmanes pueden dedicarse a hacer de las suyas para que una sociedad acostumbrada a que “a” es “a” y que lleva bastante tiempo sufriendo chocs mediáticos un día sí y otro también,  convierta a los refugiados, a todos los refugiados, en terroristas. Al final, el problema de los refugiados es pura y simplemente una cuestión social. La sociedad europea ha decidido hacer oídos sordos, que es una forma bastante elegante y cómoda de rechazar cualquier tipo de responsabilidad. La sociedad alemana y sueca se encuentra al límite de sus posibilidades. Hoy como ayer, las vallas no son una solución y posiblemente la zona de tránsito –se llame como se llame- tampoco. Posiblemente, y mal que nos pese, la zona de tránsito termine convirtiéndose en un campo de internamiento. Para los que huyen de la violencia, no es lo mejor pero tampoco lo peor. Cuando uno ha visto cadáveres, sangre y destrucción desde hace tanto tiempo que ya no recuerda cuando fue la última vez que se sentó a contemplar sin miedo un atardecer, la calma, la simple calma ya es mucho. Ellos, los refugiados, sí que necesitan de meditación en pasiva y bien pasiva. Paz, tranquilidad y un plato de sopa. Y por favor, si no es mucho pedir, cuartos de baño en cantidades adecuadas. No saben ustedes lo que eso ayuda a la hora de evitar enfrentamientos inútiles entre personas que durante años han aprendido de sus amigos y enemigos a solucionar los problemas a base de golpes y metralletas.

Pero la sociedad europea no se ha dado por enterada y cree que el asunto se resuelve con unas cuantas bombas más. A ver si de una vez por todas se arregla el asunto allí y éstos convidados de piedra se nos van. Los políticos polacos han pensado que lo mejor sería enviar una infantería constituida a base de refugiados que pelearan contra el IS y más de un renomado periodista respalda firmemente esta propuesta, por justa y necesaria. Amén.

No seré yo, desde luego, quién lo haga. ¿Qué hubiera pasado, me pregunto, si a alguien se le hubiera ocurrido en su momento obligar a los empresarios vacos que abandonaban Vascongadas-País Vasco-Euskadi por miedo a  ETA a que formaran parte de grupos especiales de lucha contra el terrorismo? Se olvida que los refugiados han venido a Europa en busca de cobijo ¿Cómo, pues, pensar en enviar a luchar a hombres que están a las puertas de Europa justamente para huir de la guerra, de la violencia y de la destrucción?. De ahí su nombre,  ¿recuerdan?: "refugiados". Es cierto, no lo dudo. Entre esos refugiados puede haber terroristas, asesinos inflitrados. Centremos nuestros esfuerzos en localizarlos y detenerlos. "a" no es "a". Hora es ya de que empezemos a admitirlo. Caso de que la propuesta prevalezca ¿Contra quién lucharán esos refugiados-exrefugiados?,  ¿contra Assad?, ¿contra los rebeldes?, ¿sólo contra el IS?, ¿contra los amigos del IS?,  ¿ningún rencor contra el Occidente que les devuelve al lugar de donde partieron  a hacer justamente lo que no querían hacer: matar o morir? ¿qué se hace en ese tiempo con sus mujeres e hijos?  ¿se les deja en la zona tránsito?,  ¿se les permite la entrada y la residencia? Ah, claro, ustedes perdonen. Había olvidado, ese olvido..., que los refugiados son únicamente hombres de treinta anos que se pasean solos por el mundo a la búsqueda de aventuras o de trabajo... Pero no quedan ahí las perogrulladas. De repente se empieza a leer en los periódicos europeos que al IS le encantaría enfrentarse a una infantería occidental.  ¿Le encantaría? Será porque sabe que el ejército occidental ha de prepararse para lo que está pensado cualquier ejército: victoria o muerte, donde la victoria sólo es posible a base de atrocidades y no a base de reglas porque eso, lo queramos o no, nos guste o no, es la guerra y los mal llamados crímenes de guerra, porque en la guerra, por definición, sólo hay crímenes, quedan reservados para el perdedor, nunca para el ganador. Por eso hay tantos que la tememos con toda la absolutez y radicalidad de la que la cobardía, prudencia o sensatez, como ustedes prefieran, es capaz. Pero es que en este caso hay algo peor. Se dice al lector occidental que al IS está deseando que Occidente enviara una infantería y que por ese motivo no va a mandar una infantería, para no darle el gusto de darle lo que quiere. Pero al mismo tiempo se está barajando la cuestión de enviar una infantería formada por refugiados que  conocen el terreno y se olvida que son refugiados justamente porque conocen el terreno y no están dispuestos a entonar ese sangriento y monstruoso "victoria o muerte", sobre todo porque en ese terreno ya no se sabe por qué causa se mata y por qué causa se muere y de todo, esto es lo peor, A esos hombres, digo, se les pretende enviar a luchar?  ¿Qué pretenden los que así piensan?  ¿Formar un ejército de desertores o formar un ejército de mártires? La sociedad está confusa. Los periódicos, también. Los políticos, igualmente. Al fin y al cabo, periodistas y políticos forman y conforman esa sociedad.

La sociedad, que se prepara para celebrar la navidad respira aliviada por las propuestas de limitar refugiados, de enviarlos a pelear, de considerarlos integrantes del IS y detenerlos o mejor aún: enviarlos de vuelta a su casa y muestra su incondicional apoyo al despliegue militar: “Aún debería haber más policías en las calles", reclaman algunos. "Sin dinero pero al menos con paz” murmullan entre dientes. ¿Cómo no van a respirar aliviados si los medios de comunicación en todas sus formas y posibilidades no cesan de repetir que estamos al borde de nuestras posibilidades en lo que a la acogida de refugiados se refiere, que es una puerta de entrada al terrorismo? Cualquier persona sensata agradece los argumentos que los otros le tienden para ayudarle a justificar sus decisiones. No. No se puede culpar a una sociedad europea, que se encuentra ahogada en sus propios problemas, porque se niegue a prestar ayuda a un necesitado que supera, no sé si sus posibilidades materiales, pero desde luego sí sus posibilidades espirituales.

Fe es lo que el alma necesita para mantenerse joven.

Fe, es justamente de lo que en estos momentos, a pesar de estar rellenados a base de bótox, de viagra y de biofood, carecemos. El cinismo sigue en posición de ventaja. Los hombres prudentes se retiran del mundanal ruido y se sumergen en sus cotidianas vidas hasta que esas sus cotidianas vidas se tambaleen y ellos no sepan muy bien cómo reaccionar y terminen reaccionando cómo sus vecinos, que como tampoco sabrán como reaccionar terminarán reaccionando cómo les digan que hay que reaccionar. Carlos, el misántropo, ha decido acudir a una reunión privada de científicos en, no podía ser otro lugar, Bruselas. Por más que parezca lo contrario, esto no significa que haya abandonado su misantropía. Es un reflejo de ella. Un reto a sus estúpidos congéneres. ¿Cómo se puede entender que por un lado los medios de comunicación prediquen desde sus púlpitos que no hay que tener miedo, mientras por otro las autoridades aconsejan que hay que mantenerse sobre aviso y no salir a la calle?, dice Jorge que le preguntó Carlos malhumorado la última vez que habló con él y Jorge intentó persuadirle de su empeño. A veces no entiendo a Carlos. En cambio, los hombres de mundo como Jorge, disfrutan de la situación. En un mundo caótico y necio, los juristas son los únicos que ponen un poco de orden, dice. Dice él. Yo, en cambio, tengo mis dudas. Sobre todo, cuando derecho y política van unidos. Al paso que vamos, le confié a Jorge hace un par de días, la política va a utilizar al derecho para zafarse de la unión con las finanzas y de todos los lazos – religioso, ideológico y financiero- este lazo, el jurídico, es el más complicado de deshacer de todos. “No sé a qué te refieres”, contestó. Y es verdad que no lo sabía. Pero éste es ya otro tema.

Hoy me he superado.

Tantas palabras para no decir nada.

Pero a fin de cuentas ¿quién dice hoy en día algo?

La crisis está olvidada, Grecia está olvidada, los refugiados no tardarán en ser olvidados. Ahora es otra crisis. la del terrorismo y otra profecía: la de la guerra.

Esperemos a que se quede en crisis y en profecía y no se convierta en pesadilla.

Estoy cansada y hace frío.

Creo que va siendo hora de volver a salir de casa.

La bruja ciega.



Friday, November 20, 2015

Parte II. Victimismo.

Lo que me parece terrible, lo que me parece indignante, lo que enciende mi ira y mi cólera gascona, es escuchar una y otra vez repetir a los musulmanes que la solución que hay que adoptar para terminar con el terrorismo es darles a esos jóvenes musulmanes una perspectiva de futuro. Más que a descripción real suena a coartada emocional, a chantaje social. No niego en absoluto que en determinados barrios existan problemas, y muy graves, a resolver: paro, marginalización, droga. Pero de esa situación no se puede culpar únicamente al resto de la sociedad. Creo que en estos momentos lo único que puede servir de utilidad es la sinceridad absoluta, empezando por uno mismo. El victimismo hipócrita sólo termina generando sensiblería hipócrita. A la larga, deviene tan estéril para los que lo utilizan como recurso retórico como para los que se esfuerzan en solventar las desigualdades sociales  Los victimistas son incapaces de valorar, apreciar y agradecer las energías que los otros invierten en ayudarles. Todo les parece poco. Quieren más y más y más. Hasta que llega un momento en que los otros se cansan de trabajar en balde y tiran la toalla. Posiblemente entonces descubren que no sólo han perdido tiempo y dinero; también el honor, porque son a continuación criticados y considerados hipócritas y falsos. 
El resultado es una sociedad que no toma en serio ni a las auténticas víctimas ni a los auténticos colaboradores y héroes. Los grandes perdedores en este instante son los refugiados que necesitan imperiosamente refugio y los voluntarios que han ofrecido su tiempo, su dinero y sus ilusiones a aquéllos que lo necesitan. Los verdaderos refugiados levantan sospechas y los voluntarios, risas de conmiseración por su ingenuidad.
La consecuencia de tanta victimización y de tanta sensiblería hipócrita es la insensibilidad tanto en el plano político como en el social hacia las auténticas y reales víctimas.

Como dice mi amigo Jorge: analicemos. En primer lugar, al día de hoy, una perspectiva de futuro la tienen todos los jóvenes europeos y ninguno, según se mire. Es cierto que el hijo de un académico tiene más posibilidades que el hijo de un carpintero de disponer de una gran biblioteca familiar, pero eso aunque colabora, no decide que el hijo del académico sea un gran lector y, desde luego, caso de que se interese el día de mañana por el oficio de carpintero tendrá más dificultades en conseguirlo que las que pueda tener el hijo del carpintero en ser médico, pongo por caso. 
En segundo lugar, la precariedad en los trabajos está generalizada. Que la hija de mamá haga un curso de diseño o el hijo de papá funde una empresa no conlleva el éxito asegurado. La falta de perspectiva es una frase demasiado trillada, demasiado utilizada y demasiado abstracta.

 ¿Qué significa falta de perspectiva y a quién corresponde darla?

¿Significa la falta de perspectiva falta de medios económicos y por tanto deben ser las autoridades quienes se esfuercen en limar las desigualdades económicas?

Sí. Es necesario e imprescindible una educación total y absolutamente gratuita a la manera alemana y no a la manera americana. Es necesario salvar esa diferencia entre colegios públicos y colegios privados. Pero es necesario, igualmente, diferenciar entre chicos que tienen actitud y aptitud para las tareas manuales y chicos cuyos intereses van dirigidos a las cuestiones teóricas. En otro caso, se destroza la felicidad tanto de los unos como de los otros. Sin embargo, una vez que el Estado ha establecido estos marcos de acción, corresponde a las familias fomentar las virtudes, costumbres o como ustedes las prefieran llamar.

¿Son las familias las que están obligadas a dar una perspectiva a los hijos?

Sí. La estructura familiar es de vital importancia y el problema actual es que las familias, tanto si son económicamente débiles como si no, se encuentran amenazadas por el desorden, por el consumismo y por el narcisismo de sus fundadores, que son los padres, y a eso, claro, hay que sumar la precariedad y movilidad de los empleos, que obliga a cambiar de ciudad y de colegio con mayor frecuencia que anteriormente.

Las familias acomodadas piensan que enviando a sus hijos a colegios privados y contratando a profesores particulares, ya han hecho todo lo que hay que hacer y se dedican ellos mismos a disfrutar del merecido tiempo libre, a probar nuevas experiencias y a confeccionar familias remiendo. Eso sí, los clubs a los que acuden son elegantes y los bares confortables. Después comprenden con horror cómo sus hijos están convencidos de que ese estatus del que disfrutan descansan poco menos que en una ley natural y que por tanto no hay que esforzarse en absluto. Ni los colegios caros, ni la ayuda profesional –más interesada en recaudar caja que en preocuparse de esos ricos zopencos- sirve de gran cosa. E incluso puede pasar que descubran que esos hijos en los que tanto dinero han invertido, tienen los mismos gustos y las mismas tendencias que los de las familias más pobres. Es entonces cuando hay que echar mano, aprisa y corriendo, de todas las relaciones de que se disponen, para encontrarles alguna ocupación En épocas de vacas gordas eso no resulta un gran problema. En épocas de vacas flacas, sí.

En lo que a los barrios marginados y marginales, se refiere, la cuestión es simplemente más complicada porque el nivel de paro es mayor, el nivel de educación menor y las relaciones de las que se puede echar mano para ayudar a la prole, de dudosa respetabilidad. Hubo un tiempo en el que trabajé en un colegio situado en uno de los barrios más miserables y pobres de la ciudad, creo que ya lo he contado alguna vez. El problema no era que a los chicos no se les diera perspectivas de futuro. Lo angustioso es que por nacimiento, simplemente por nacimiento, ya la habían perdido. Y no precisamente por la falta de medios económicos o, al menos,no sólo por eso. Lo peor, lo digo, lo repito y lo repetiré siempre, no era la carencia de dinero. Dinero allí no teníamos nadie. Lo que clamaba al cielo eran las estructuras familiares: niños que habían nacido con taras físicas y psicológicas debido a las sustancias que consumían sus padres,  que no sabían quién era su verdadero progenitor porque ni su propia madre lo sabía, niños cuyos padres se pasaban la tarde delante de la televisión y sólo la abandonaban para ir a emborracharse con los amigotes, padres que utilizaban a sus hijos para vender y comprar droga, padres que pegaban a sus hijos, que les violaban, que les abandonaban. Esa, y no la falta de dinero era la tragedia que envolvía a esos niños. Una tragedia que los envolvía una y otra vez, generación tras generación. En esas condiciones, el dinero que manejaban lo utilizaban en cualquier cosa menos en libros. El colegio era gratis. Los libros, también. Bastaba con ir a la Biblioteca del colegio, del barrio. Pero era mejor dividir entre pobres y ricos, entre fuertes y débiles. Venían de casa con esos esquemas. Ellos iban a ser fuertes no a base de libros sino a base de palos. "El que más duro pega, el que más aliados tiene, ese es el ganador, ese el que llega a la cima", decían. Ninguno lo consiguió. Años después conocí a alguien de esa zona que había salido adelante gracias al estudio y a la autodisciplina. Es difícil decir “no” a la droga cuando la tienes en cada esquina, contaba. Pero si le hablabas de la pobreza y la miseria material del barrio, su rostro adoptaba una dura expresión y su voz se tornaba fria y seca. No, aseguraba, no era el dinero. Esos en un día gastaban en droga y en bebida más de lo que él gastaba en todo un mes. No, repetía. No era falta de dinero.

Cuando hablabas con las madres, escuchabas o lo duro que era su situación o lo mucho que se esforzaban sus hijos en el estudio. Las Autoridades responsables lucharon, vaya si lucharon, “para mejorar la perspectiva” de aquellos colegiales. El mejoramiento consistió en obligar a los maestros a dar poco menos que aprobado general a todos ellos. De repente se tenía un ramillete de titulados sin conocimientos que apoyaran esos títulos. No cabe duda de que la perspectiva, en efecto, había mejorado mucho... al menos para las estadísticas.

El Estado debe ayudar. La familia debe ayudar. El individuo debe ayudar...se. Y esto depende, lamentablemente, no sólo de su medio social y de sus aptitudes; también de su carácter.

El victimismo del que determinados grupos sociales hacen gala una y otra vez llega a cansar y a convertirse en su propia cárcel porque se olvidan tanto de su propia condición como de su propio carácter.

Es cierto que por muy abierta y plural que sea una sociedad, los recién llegados hoy como ayer, no son admitidos tan fácilmente como algunos quieren creer y hacer creer. Los ingleses, profundamente realistas en sus consideraciones con respecto al género humano, lo saben y no lo ocultan. Anthony Trollope, en su obra “Doctor Thorpe” (1858), lo escribe sin tapujos: “Many people around him declared that he could not truly be a doctor (...) There was a much about this new-comer which did not endear him to his own profession. In the first place he was a new-comer.” Basta echar un vistazo a la  biografía de Trollope para darse cuenta de que él mismo ha experimentado en sus propias carnes el fenómeno de ser un recién llegado.

Pero no es simplemente la dificultad en ser recibido, es también el carácter de cada uno.

Y es cierto igualmente, de que a pesar de que nuestra sociedad se caracterice por ser plural y abierta, hay extranjeros que se integran y extranjeros que no, musulmanes que se integran y musulmanes, que no, orihundos del país que se integran en la sociedad y orihundos de la sociedad, que no. La suerte es un factor que no estoy dispuesta a negar en absoluto. El carácter, el factor que me veo obligada a recordar.

Mi amigo Carlos Saldaña es médico, tiene una clínica privada además de su propia consulta. Ahí empieza y acaba su integración social. Si no fuera médico, si no tuviera trabajo, seguramente aún tendría valor suficiente para pedir papel y lápiz y se sentaría en una esquina a escribir mientras esperaba a la muerte por inanición. Esto no sería, en ningún modo “falta de perspectiva”. Esto, sería ni más ni menos, el resultado del carácter de Carlos. En cambio, dejen ustedes al marido de Carlota en una isla desierta. Cuando regresen a buscarlo, seguramente habrá inventado un nuevo modo de comunicación inalámbrica y lo encontrarán ocupado haciendo negocios con los turistas. Johannes Kepler terminó sus días trabajando en los sótanos de palacio sin que se le abonara ni su sueldo. Galileo, acusado por la Inquisición, alcanzó ya en sus días reputación y gloria. Sirvan como ejemplo. No son los únicos.

Si a todo lo dicho hasta el momento, añadimos que en esa comunidad musulmana hay individuos que se dedican a poner bombas y que en esa comunidad musulmana hay individuos que lo aplauden y que en esa comunidad musulmana hay individuos que se mantienen con la boca cerrada y si se les pregunta “no saben, no contestan”, dígánme a mí, qué esperan. Hubo un tiempo en que los periodistas apelaron a los representantes musulmanes a que se manifestaran en contra de los atentados. Y en ese momento yo dije, y repito, que no podían ser los representantes musulmanes quienes se manifestaran, que no era a ellos a quienes les correspondía el hacerlo; que esos representantes no podían hablar por todos y cada uno de los individuos que constituian su comunidad. Era justamente cada fiel musulmán, uno a uno, persona a persona, libre y sinceramente, el que debía acudir a manifestarse en contra de los actos terroristas que otros, fieles de su misma religión, habían perpretado. No los representantes, cada uno de los constituyentes eran los que debían sentir hervir la sangre en su corazón al ver que un hombre mataba a otro hombre apoyándose en el Dios único e inmortal, que no necesita que nadie le defienda y que nadie mate en su nombre porque es único e inmortal.

Y ahora, va alguno y dice que lo que necesitan los musulmanes es ¡perspectiva de futuro!

¿Comprenden ustedes? ¿Me comprenden lo que quiero decir? ¿Comprenden mi ira, mi desesperación, al oir en estos momentos semejantes insensateces, justo, precisamente en estos momentos?

En estos momentos hay en la Península Ibérica unos cuantos millones de jóvenes sin perspectiva de futuro. El paro alcanza en algunas ciudades el cincuenta por ciento de la población, sin embargo no van poniendo bombas a diestro y siniestro. Hay familias que viven de la jubilación de los abuelos, familias amenazadas por el embargo y el desahucio. Sin embargo, ninguna de esas familias se dedica a poner bombas para a continuación declarar que "se debe a la falta de perspectiva." Ni en la Península Ibérica, ni en Grecia, ni en ninguno de los países afectados por el terremoto de la crisis económica.
Creo sinceramente que ya es hora de que los musulmanes que habitan en Europa dejen de entonar el “pobre de mi” y empiecen a reflexionar en calma y con tranquilidad qué quieren hacer de sus vidas y con sus vidas porque ese acto de conciencia no es algo que únicamente ellos tengan que hacer, lo tiene que hacer la sociedad entera. Es imposible que mientras que una parte de la sociedad trabaje para que funcione, la otra diga que no puede. Es falso echar la culpa a la falta de perspectiva, cuando lo único que imposibilita es ese “pobre de mi”. Para algunos ese “pobre de mi” ha llegado a ser un apéndice de su carácter, que únicamente genera inmovilidad en el individuo que lo padece y una hipócrita sensiblería de corrección política en el que parece apiadarse de él. Es ese victimismo inútil el que ha destrozado al verdadero Estado de los derechos sociales y el que ha abierto las puertas por el que cabe el Estado liberal más atroz. Llega un momento en el que la sociedad activa, extenuada por el esfuerzo que le supone el trabajar, el ayudarse a sí mismo, al par que ayuda al necesitado mientras no deja de escuchar la cantinela de “pobre de mí”, que es un "pobre de mí" ingrato, nunca agradecido, porque nunca se considera con el deber de agradecer ni de recompensar, porque ese "pobre de mí" por ser un "pobre de mí" nunca tiene deberes, sólo derechos,  esa sociedad activa, digo, tira la toalla y grita “se acabó. Ahora vosotros mismos”. Y ese “pobre de mí” le llama de todo, pero el otro no escucha porque sigue corriendo y más veloz que antes incluso, porque ahora lleva menos peso a la espalda.

Tal vez sea hora de reconocer que no la falta de perspectivas sino el resentimiento contra Occidente, resentimiento que se ha convertido en intolerancia y odio, es el verdadero origen de esas bombas. Mientras ese sentimiento persista aunque sea en silencio, el "pobre de mí" seguirá ocultando la verdadera realidad, aplastará a los auténticos necesitados y detendrá las buenas intenciones de los que quieren ayudar.

Es hora de que los musulmanes dejen de hacer suyos el problema social y empiecen a ser generosos de alma, pensamiento y corazón con el resto de sus congéneros, musulmanes o no, y que comprendan que la pobreza no sólo les acucia a ellos. Es importante que abandonen ese "pobre de mí" que llevan atado al cuello como si de una condena se tratase. Es hora de que dejen de una vez por todas de parapetarse en ese inútil "pobre de mí" para justificar lo injustificable: las bombas.

La bruja ciega



Miedo y victimismo. Parte I: Miedo.

He empezado a leer Der Spiegel. Hubiera querido leer un par de periódicos más pero con lo que allí he leído ya es suficiente. Miedo. Miedo es lo que inunda el ambiente socio-digital. Miedo. Ayer lo intuí. Cuando las voces de los bloggeros escribían una y otra vez que no hay que tener miedo, es que ya estaban viendo resbalar las primeras gotas de sudor causadas por el terror. Pero ayer estaba demasiado cansada como para escribir otro artículo y hoy, cuando el ataque de espanto ha estallado, no sé si sirve de algo el hacerlo. Una amiga me ha contado que ayer en París una pequeña manifestación se congregó para repetir, cual de si una letanía se tratara, “no tenemos miedo”. Debía ser un grupo de autoayuda o algo por el estilo porque lo cierto es que cuando oyeron la detonación de un par de petardos, perdieron el dominio de sí mismos, empezaron a gritar como locos y hubo que llamar a los bomberos porque alguno de ellos, en su histeria, provocó un pequeño incendio al saltar sobre las velas expuestas en señal de duelo. Verdad o rumor, en estos momentos ya ni se sabe. Las historias que circulan son de lo más rocambolesco: los colegios corren peligro, el Kudamm en Berlín ha sido cerrado, se han dado falsas alarmas de bombas para que cuando sea la verdadera la policía no se de prisa en llegar... Si mi amiga me hubiera dicho que se habían suspendido las excursiones escolares en Francia, no la habría creído jamás. Lo habría considerado otro chisme de los muchos que pululan por ahí. Pero lo dice Der Spiegel y no queda más remedio que creerlo. No hace falta que los políticos cierren ninguna frontera, no hace falta que publiquen ninguna ley que limite la libertad de circulación en Europa. Los ciudadanos, ellos solitos, corren a encerrarse ellos mismos.

¡Me recuerda a aquéllas películas del Oeste en el que todos corrían a atrincherarse en sus casas cuando veían a la banda de los malvados llegar al pueblo aunque lo único que hiciera fuera entrar a beber un whisky en el Saloon del pueblo, o cuando el vaquero bueno se batía a duelo con el vaquero malo!

No. Esta actitud no es normal. Pregúntenle a  los españoles. En sus tiempos, ETA no tuvo ninguna piedad por las personas normales de un país llamado España y a los españoles no les quedó más remedio que aprender a seguir viviendo con la espada de Damocles de las bombas de los terroristas colgando sobre sus cabezas. Hubo un momento en que algunos periodistas preferían obviar el tema porque no tenían ganas de ir a parar a la lista de los amenazados mientras otros se lanzaban al ataque mediático contra ETA, porque consideraban que estar amenazados era un reconocimiento a su labor profesional.

Los gobiernos, fueran de la tendencia política que fueran, siempre tuvieron que encontrar el difícil equilibrio entre la dureza de la información y la serenidad necesaria para construir la democracia recién nacida en medio de constantes críticas. Unos que los amonestaban por inefectivos y otros que los increpaban por débiles. En aquéllos tiempos ni siquiera conseguir que Francia aprobara la extradición de los terroristas capturados en su territorio resultaba fácil...
Diálogo, se intentaba, mientras explotaban los coches bombas. Calma a la población, se decía, mientras las sirenas de las ambulancias sonaban en la mañana. La economía vasca se resintió. Muchos industriales abandonaron la región; otros se avinieron a pagar los impuestos revolucionarios exigidos. En aquéllos días los turistas que se atrevían a ir hasta allí eran escasos y los vascos que viajaban por el resto de la Península tenían que asistir con consternación o jactancia – dependiendo del carácter y de la ideología de cada uno – a la desconfianza que su presencia provocaba. Y encima, cuando salías de España uno se tropezaba de sopetón con las simpatías que más de un europeo mostraba por los vascos, que defendían su identidad. Entonces pensé que todavía no se habían enterado de que Franco había muerto y de que había aparecido una España de las Autonomías.
Al día de hoy estoy convencida de que una parte de los europeos seguía y sigue anclada en el movimiento nacionalista romántico del siglo XIX.

Sea como fuere, ahora que la pesadilla ha terminado muchos dudan de que todo eso sucediera alguna vez e incluso hay alguno que cree firmemente que se trató de un mal sueño o que tampoco fue para tanto. A algunos les empieza incluso a cansar oir el lamento nunca bien escuchado de las víctimas. En su momento, porque para sus asustados conciudadanos mostrar el dolor ya representaba un gran acto de valentía, igual que acudir a las manifestaciones en contra de ETA, igual que formar parte de las plataformas ciudadanas a favor de los asesinados. Ahora, porque todo aquéllo sucedió y hay que pasar página...
Ya lo he dicho alguna vez: Vascongadas-País Vasco-Euskadi no es un territorio especialmente grande y allí se conocen todos: víctimas y verdugos. No hay más remedio que seguir adelante: con su culpa, unos; con su dolor, los otros.

Eso fue ETA.

No fue fácil, no. El miedo de la población es un arma más eficaz que las bombas para someterla. Un par de bombas en París y los ciudadanos tiemblan y no se atreven a pasear por las calles más concurridas de la ciudad; las excursiones escolares a Francia se suspenden; los ciudadanos se atrincheran. Una amiga con la que pensaba encontrarme para ir  a comer a un restaurante de los que se encuentran en el centro de la ciudad me ha llamado para cancelar la cita. Después de muchos tiras y aflojas la cita se mantiene gracias a que hemos encontrado otro lugar, en un sitio apartado y alejado del mundanal ruido. Estaba convencida de que mi amiga era una histérica antes de leer Der Spiegel. Ahora sé que la histeria es colectiva. Y esa histeria colectiva es peligrosa. Sumamente peligrosa por histeria y por colectiva. Hoy tiembla y se esconde. Mañana la masa apalea a todo aquél que le parece sospechoso sea o no sea terrorista.

El miedo al terrorismo es comprensible, pero es un error. En primer lugar, porque estamos vivos hasta que estamos muertos.El miedo no nos libra de la muerte.  Esa fiebre hedonista por mantenerse más tiempo con vida para conservar una existencia inútil me parece absurdo. Esa obsesión por la eterna juventud, una neurosis narcisista. En segundo lugar, porque el miedo al terrorismo es un miedo a algo tan indefinido e indeterminable como pueda ser el miedo a un accidente de tren: puede pasar pero uno confía en que no pase. En este sentido el miedo al terrorismo no tiene nada que ver con el miedo que se trasluce en la novela: “Jeder stirbt für sich allein” (“Solo en Berlín”)  (1947), de Fallada. Cuando la leí tuve que dejar de leerla. Por miedo. A mí, que de lo común duermo como un angelito, me resultó imposible conciliar el  sueño por las noches. Pero en esa situación el miedo, el terror, era lo normal. Cada ciudadano era un enemigo en potencia. No se podía confiar en nada y en nadie. El miedo no expresaba más que la actitud ante una situación realmente peligrosa y realmente insegura. No se podía confiar en nadie, en absolutamente nadie porque todos eran enemigos.

Creo que en materia de terrorismo los europeos deberían ir a preguntar a los españoles. También deberían preguntarles por la guerra sucia que en su día el gobierno intentó contra el terrorismo (GAL). Hartos ya de que la acción policial no consiguiera acabar con la organización terrorista, se decidió olvidar las normas del Estado de Derecho. Fue un error en un doble sentido. En primer lugar, porque una nación que durante cuarenta años ha vivido en una dictadura no puede echar por la borda las libertades y seguridades de que gozan los ciudadanos en un régimen democrático recién iniciado. En segundo lugar, porque los terroristas son fantasmas y la policía tiene que apoyarse en confidentes o en meros indicios. Los confidentes son, se acepte o no, dobles agentes que han de obtener la confianza de los dos bandos para poder ir de un lado a otro sin perecer en el intento y los indicios, como todos sabemos, no siempre son lo que parecen. Los resultados fueron catastrofales. Tras algún que otro éxito, el GAL asesinó a un par de individuos que nada tenían que ver con ETA. Pueden ustedes imaginarse el follón.

El miedo al terrorismo es un error porque paraliza y la parálisis no ayuda a resolver la situación. Enfrentarnos a él exige todo excepto miedo. A ETA, las manifestaciones de los vascos en contra de ETA le contrariaba porque estaba convencida de que la adhesión de la población a ella –salvo la de los “fachas con los que había que acabar”- era absoluta. A ETA, las plataformas de los ciudadanos vascos a favor de la paz le molestaban porque estaban convencidos de que ella era la paz. A ETA el apoyo a las víctimas la enojaba porque en su opinión esas víctimas no eran tales. En definitiva, hubo que sumar a los esfuerzos de los gobiernos y al control policial, la actitud vasca para conseguir que ETA dejara las armas encima de la mesa, por lo menos, eso.

¿Cómo desarrolla la población la resistencia? Poco a poco y a duras penas, todo hay que reconocerlo. Al principio el miedo paraliza y no deja pensar. Después surge el desgarro interno: se conoce, se ha visto crecer al asesino; se conoce, se ha visto crecer a la víctima. Tal vez lo mejor sea no meterse. Después, después, después. Hasta que un valiente y dos y tres deciden unirse e ir a una manifestación a la que primero acuden pocos, hasta que van acudiendo más. Y se forman plataformas recibidas con escepticismo hasta que se consolidan. Poco a poco. Muy poco a poco.

Vuelvo a repetir lo mismo que ayer dije: el terrorismo no sólo mata hombres, también mata libertades. Temerle impide defender la vida de los ciudadano, la supervivencia de la sociedad y el mantenimiento de las libertades. El terrorismo, lamentablemente, no se acaba en un día, ni en una semana, ni en un mes. Y el miedo sólo contribuye a reforzarlo.

Pero del mismo modo que afirmo que el miedo al terrorismo es un error, también afirmo que el mido a la guerra, no lo es. La guerra mata y destruye todo lo que encuentra a su paso. No temerla es una auténtica temeridad.

Europa se encuentra en una encrucijada que no sé si puede resolver ella sola, sin ayuda de los musulmanes que en ella habita, igual que fueron los propios vascos los que tuvieron que activar su rechazo y su resistencia.

¿El problema al que han de hacer frente los musulmanes?: la victimización en la que han caído y en la que persisten en seguir anclados, hasta que esa victimización los conduzca de una u otra forma al abismo..

La bruja ciega.

 NOTA: He estado utilizando el término "miedo". La mejor definición que conozco es la que Huxley ofrece en su obra "Ape und Essence", (1948) la trascribo por si a alguien le pudiera interesar.

"Love casts out fear; but conversely fear casts out love. And not only love. Fear casts out intelligence, casts out goodness, casts out all thought of beauty and truth. What remains is the dumb or studiedly jocular desperation of one who is aware of the obscene Presence in the corner of the room and knows that the door is locked, that there aren´t any windows. And now the thing bears down on him. he feels a hand on his sleeve, smells a stinking breath, as the executioner´s assistant leans almost amorously towards him. (...) There is no longer a man among his fellow-men, no longer a rational being speaking articulately to other rational beings; there is only a lacerated animal, screaming and struggling in the trap. For in the end fear casts out even a man´s humanity. And fear, my good friend, fear is the very basis and foundation of modern life. Fear of the mouch touted technology which, while it raises our standard of living, increases the probability of our violently dying. Fear of the science which takes away with one hand even more than what it so profusely gives with the other. Fear of the demonstrably ftal institutions for whic, inour suicidal loyalty, we are ready to kill and die. Fear of the Great Men, whom we have raised, by popular acclaim, to a power which they use, inevitably, to murder and enslave us. Fear of hte War we don´t want and yet do everything we can to bring about.