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Tuesday, November 17, 2015

Tinieblas ensangrentadas

Viernes 13. Viernes. Un día religioso para los fieles musulmanes. Viernes. El día que los trabajadores esperan para iniciar su más que bien merecido descanso laboral de fin de semana. Viernes 13, una fecha fatídica para los supersticiosos. Viernes 13, Noviembre 2015. París sangra. París, un violento e inesperado ataque terrorista.
 ¿Por qué siempre París? preguntan algunos. Lo extraño es que alguien lo pregunte. París es la capital de la civilización moderna, de sus valores pero también de sus contradicciones. París es el símbolo del absolutismo más absoluto y de la revolución más revolucionaria, del catolicismo más rancio, capaz de organizar una noche de San Bartolomé para dejar claro su Poder y del laicismo más radical, de la Ilustración más ilustrada y del Postmodernismo más narcisista y hedonista jamás pensado. París es el emblema de lo que un día soñamos con ser, de lo que pensamos ser, de lo que quisimos ser... París es también la ciudad dorada con la que muchos países africanos y árabes suspiran en secreto y a la que odian a gritos durante el día. Todo eso es París.
Otros afirman que París es aún mucho más. París es, creo que fue Victor Hugo quien ya en su día lo dijo, la Humanidad y en este sentido es lógico que una y otra vez sea el objetivo más codiciado para los enemigos de Europa y para los enemigos de la Humanidad.

Pérez-Reverte ha lanzado en Twitter otra pregunta: “¿Qué hubiera pasado si los que estaban en la sala de música se hubieran lanzado todos a una contra los atacantes?”  Y no sé si la pregunta se refiere a “qué hubiera pasado de lanzarse” o a “por qué no se lanzaron, por qué no fueron capaces de avalanzarse sobre los terroristas armados.” En el primer caso la respuesta es simple: es algo que nunca sabremos. En el segundo, la respuesta es complicada. Es complicada porque alude al poder de la mayoría ante la minoría, un poder del que la mayoría no hace uso; es complicada porque alude a la cobardía de la mayoría ante la minoría, a la falta de la preparación de la mayoría para cuestionar a una minoría que es muy inferior en número y a la que, por tanto, no le resultaría difícil en principio, hacerse con el control de la situación.

Muchos lectores le aplauden. Pocos le llevan la contraria. Es fácil decir que somos cobardes, es fácil decir que nos creíamos en Disneylandia. Es fácil. Hasta cierto punto puede ser que incluso sea cierto. Pero sólo hasta cierto punto. Esa masa estaba allí para divertirse, no para luchar. Estaba allí para escuchar un concierto de rock, no para batirse a muerte con asesinos. ¿Han ido ustedes alguna vez a un concierto de rock? El ruido de los instrumentos que los amplificadores se encargan de intensificar es, para mis pobres oídos, sencillamente insoportable. En un lugar así se une el efecto sorpresa y antes de que cada uno de los allí presentes pueda hacerse cargo de la situación, se ha convertido en un rehén. El efecto sorpresa no es nuevo. Se ha utilizado desde los tiempos más remotos para hacer frente a enemigos superiores en número y armamento. Que la sorpresa se vea laureada por el éxito en una sala de esas características no debería, pues, sorprender a nadie. 
Por otra parte, pensar que los europeos se creen en Disneylandia me parece, francamente, un tanto exagerado. Los europeos llevan enfrentándose desde hace años a crisis económicas, políticas y sociales. Unas veces con optimismo, otras veces con rabia. A veces creen nadar los primeros y otras, las más, contra corriente. 

Y sin embargo, hay algo escondido en el espíritu de las palabras de Pérez Reverte que me parece interesante sacar a la luz aunque sea en forma distinta a la que él lo hace y que son, desde mi punto de vista, el problema por la unidad europea, cuando Pérez Reverte pregunta por qué la masa no se avalanzó sobre el enemigo minoritario, y el problema por la soledad europea, cuando él asegura que Europa se cree en Disneylandia.

A mi juicio, el problema de los europeos no consiste en creerse en Disneylandia. El problema es que andan pidiendo ayuda Aquí y allá, a los Unos y a los Otros, sin comprender que son ellos, únicamente ellos, los que con su esfuerzo conseguirán vivir o morir. ¿Han estado ustedes alguna vez solos, realmente solos? Créanme, soledad llama a soledad. En las situaciones en las que uno se encuentra verdadera y auténticamente solo ante el peligro no habrá nadie que le tienda una mano. Unos le dirán que usted se lo ha buscado y otros mirarán a otro lado y harán ver que no se enteran de nada. En tal situación es ya un milagro que no aparezca un depredador que, bajo la apariencia de echarle una mano, lo devore. Cuando se está solo, pedir ayuda no sirve de nada. Las ventanas están cerradas y las luces apagadas. A lo más que se expone es a que alguien le reprenda por no dejar dormir al vecindario. Lo único que se puede hacer en tales situaciones es luchar y luchar solo, con los recursos con los que se disponga en ese momento. Cuando uno esta solo tiene que creer firme y radicalmente en el hecho de que  todavía dispone de dos amigos: sus fuerzas y Dios. Y si no cree en Dios, se queda un poco más sólo porque entonces únicamente le restan sus fuerzas. Pero esto ya es otro tema...

Europa está sola. Sin embargo en vez de creer en sí misma, en sus fuerzas, mira a diestro y siniestro, mira arriba y abajo, en espera de un libertador, de un nuevo mesías que venga a rescatarla de su suerte. Y eso es algo que, lo siento, no va a encontrar, por la sencilla razón de que no lo hay. 
Europa está sola y en su soledad ha de reunir todas sus fuerzas y eso incluye a todos y cada uno de los europeos y además va a tener que hacerlo rápida y eficazmente si no quiere perecer en el intento. Pérez Reverte tiene razón: los tiempos que nos esperan no son precisamente dorados. Los europeitos, a los que sus padres habían borrado del diccionario la palabra “guerra”, soñaban con luchas virtuales en sus juegos de ordenador y algunos incluso se lanzaban a protagonizar las salvajadas grabadas en los cuartos de baño del colegio. Ahora esos europeitos van a tener que enfrentarse a una ola cuyas dimensiones son todavía difíciles de determinar pero que al paso que lleva van camino de convertirse en gigantescas. Y todo porque al tema de la crisis se une el tema de la descomposición de Europa, con Gran Bretaña a la cabeza.

Y esto, de todo, es  lo que más me preocupa. La falta de unidad y la falta de visión global de lo que se aproxima lenta pero inexorablemente a esta vieja y cansada Europa que ha estado demasiado tiempo deshojando margaritas, demasiado tiempo, por vieja y por cansada. Y seguramente por vieja y por cansada tampoco acierta a ver que no es solamente un enemigo al que ha de hacer frente, sino dos.

¡Dos enemigos! ¿Cómo conseguirá derrotarles si no permanece unida? ¿Cómo logrará organizar su defensa y su ataque si todavía no los ve? Dos son los enemigos y cualquiera de los dos significa el absolutismo, la barbarie, el oscurantismo, el Orden Eterno e Inmutable ; en defintiva: la muerte.

Uno de los enemigos es el terrorismo musulmán.

El otro, el fascismo.

El primer enemigo de Europa son los terroristas musulmanes. Hubo un tiempo en que los vascos se quejaban en España de que cuando el interlocutor descubría su procedencia era considerado, automáticamente, un terrorista por ser vasco. En mi opinión, se quejaban injustamente de la injusticia padecida. Y es que independientemente de su postura individual al respecto de los ataques perpetrados por el grupo terrorista E.T.A, lo cierto es que la sociedad vasca del momento no se pronunció fuerte y radicalmente contra el grupo. Hubo manifestaciones en contra de los asesinos y se crearon plataformas de paz, pero para ser sinceros habremos de admitir que también disfrutaron de un gran número de apoyo y de no menos simpatías entre la población vasca e incluso no vasca.

Con los terroristas musulmanes pasa lo mismo. Los terroristas son terroristas y musulmanes. Algunos musulmanes se quejan de ser tratados como sospechosos a pesar de su conducta irreprochable. No todos los musulmanes, afirman,  son terroristas. Y es cierto, es cierto. Pero es igualmente necesario que comprendan, admitan e incluso perdonen las reacciones en contra. En primer lugar, resulta imposible distinguir a un terrorista de uno que no lo es. Y tal y como están los ánimos no estaría de más rezar para seguir siendo considerado simplemente sospechoso. En segundo lugar, el hecho de que algunos musulmanes se pronuncien en contra de los terroristas no significa que otros, a escondidas los aplaudan y los consideren los justicieron de no sé yo qué justicia.

El segundo gran enemigo al que Europa habrá de enfrentarse pero al que Europa se niega a ver y algunos incluso lo consideran como un libertador (del que resultará prácticamente imposible huir cuando se quite la máscara) es el fascismo. El fascismo que va a apoyar su plataforma estable e imperecedera en el terror musulmán, en la acogida de refugiados, en la crisis económica y en la crisis de valores. El fascismo que decide que todo el que no está con él está contra él. El fascismo que se apropia de los valores más importantes de una sociedad, del rock, del fútbol, los deforma, los destruye y los hace suyos.

Los movimientos que en estos momentos aluden una y otra vez al nacionalismo son movimientos peligrosos porque independientemente del amor que le tengan a su país, a su región, a su comarca o a su ciudad, colaboran en lograr la desunión europea. Y la desunión, en estos instantes, es un lujo que Europa no puede permitirse. De poco servirá el euro, la centralización de las Finanzas europeas y la puesta en marcha de los Estados Unidos de Europa, si el sentimiento de ser europeo no supera al sentimiento de ser francés, inglés o español. En este sentido, la entrevista que se hizo a Marie Le Pen este año me ha dejado profundamente preocupada, más todavía porque cada vez con más insistencia se perfila como una de las candidatas favoritas a la Presidencia en el país galo. Para los que sepan francés:

Los terroristas musulmanes quieren un Orden. Los fascistas, otro. Por más que se combatan mutuamente, en el fondo ambos representan lo mismo: el Orden Eterno e Inmutable, que es también el Orden  del  Todo en el Uno y el Uno en el Todo porque ambos son una cárcel de la que huir, suponiendo que se consiga, llevará tiempo y generaciones.

Europa mira a los Estados Unidos. Europa mira a Rusia. Europa mira a China. Y puestos en mirar, Europa mira incluso a África. Tal vez de reojo mire a Hispanoamérica, pero solo de reojo. Quizás esa sea la próxima tierra de acogida, que no de conquista.  ¿De acogida de quién y para qué?  ¿Quién lo sabe a ciencia cierta? El realismo mágico es siempre mágico y por eso lo real adopta formas tan difíciles de determinar para mentes científicas y estructuradas. Si eso es un obstáculo para construir lo es, también, para destruir. Lo posible y lo imposible se confunden y se alternan en el realismo mágico. La tiranía del Todo en el Uno y el Uno en el Todo no cabe en una sociedad donde la magia de la palabra transforma cada instante y cada momento y donde cada hombre es un mundo que se esfuerza por explicar un mundo: el suyo, (ése por el que diariamente pasan y traspasan fantasmas y seres de carne y hueso),  sin confiar en que los demás lo entiendan. Bastante es con que se sienten a escucharlo y a compartir sus propias vivencias increíbles pero verdaderas. Un mundo en el que cada hombre muere por una causa: la suya. Bien si es compartida por otros pero cabalgará junto a esos otros hasta donde esa causa se comparta. No más. Los únicos que han intentado clasificar científicamente ese mundo fueron los argentinos. Solucionar no solucionaron nada: más de uno se quedó encerrado en la cueva del inconsciente y más de otro, en la del psicoanálisis.

En cualquier caso, Europa mira a todos y se olvida de sí misma, se olvida de sus fuerzas, de su unidad. El laicismo no la salvará ni de los terroristas musulmanes ni del fascismo. El laicismo cree en Dios, pero el Dios del laicista es un Dios demasiado auténtico y demasiado glorioso para morir por él. El laicista nunca tomará una espada para luchar en el Dios en el que cree porque está convencido de que Dios no necesita quien le defienda.  El ateísmo es el axioma negativo de Dios, pero axioma al fin y al cabo. Sin embargo, los verdaderos ateos que yo he conocido en mi vida no sienten ningún deseo de matar a los creyentes. Su lucha se dirige ¡a matar al mismísimo Dios!

A Europa no la salvarán los falsos profetas. A Europa no la salvarán ni Rusia, ni los Estados Unidos, ni China, ni África. Ni la Iglesia cristiana ni la budista.

A Europa la salvará Europa.

A Europa la salvará su Fuerza. Esa Fuerza de la que ya he hablado alguna vez, esa Fuerza que es el resultado de Espíritu por Energía. 
Pero ahora el Espíritu duerme y la Energía sufre cortocircuitos. Es necesario, imprescindible, que el Espíritu despierte y la Energía se restablezca. Pero el Espíritu duerme sin que nada ni nadie, sino él mismo, pueda hacerle despertar, y la Energía sufre cortocircuitos y aunque hace lo posible y lo imposible para restablecer las conexiones las embestidas de corriente que sufre son continuas y cada vez más contundentes. La energía tiene la capacidad para regerarse ella sola pero en estos momentos le falta el tiempo necesario para conseguirlo.

Mi primer miedo: que hasta que eso suceda, que hasta que el Espírtu despierte y la Energía se restablezca, los enemigos hayan conseguido hacerse con esta vieja, cansada pero bella Europa.

Mi segundo miedo: que tengamos que enarbolar la bandera bajo el lema de los que afirman:

“O paz o libertad”

La bruja ciega.




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