Uno sale al extranjero y empieza a conocer tipos de personas con los que
nunca antes se había tropezado. A veces el extranjero es un país distinto al
nuestro; a veces, se encuentra dos calles más lejos de aquélla donde vivimos. A veces esos
nuevos caracteres nos deslumbran; otras, nos asombran y en ocasiones lo único
que provocan es nuestro rechazo. Puede incluso que pasemos por los tres
estadios ya sea en una u otra dirección. Con el tiempo y el trato esas nuevas
personalidades se convierten en algo conocido y pasan a formar parte de la
lista que todos llevamos en el bolsillo. A una determinada edad y a menos que
uno no se haya movido de su casa, lo cual resulta hoy en día harto difícil, la
lista está tan repleta que es prácticamente imposible conocer a alguien que
verdaderamente nos sorprenda.
Cuando hace años asistí a una discusión – que a mí me pareció una pelea en
toda regla - en vivo y en directo entre dos personas, que en aquél momento me
parecieron dos carácteres completa y absolutamente opuestos, como fueron la señora
Merkel y Doña Nina Hagen y que sólo años después he comprendido que se trataba
de una conversación – una simple y normal conversación - entre dos titanes, el
asombro (ya saben ustedes lo propensa que soy a dicha reacción) no me dejaba
pronunciar palabra. La todopoderosa, por eterna superviviente, Nina Hagen explicaba
lo difícil, casi imposible, que resultaba salir de las drogas; que no había
terapias eficaces, que la única a tener en cuenta se encontraba en Inglaterra y sus
costes eran tan elevados que sólo estaba al alcance de los bolsillos más privilegiados.
Su explicación se convirtió en discurso y su discurso en una afirmación
científica: salir de la droga es imposible. Nina Hagen no era científica pero sabía
de lo que estaba hablando. Había visto morir a sus mejores amigos, había
asistido a sus efectos devastadores y había luchado con todas sus fuerzas por
remar contra la corriente, una corriente cuyo final era una descomunal catarata que mostraba un precipio mortal.
Lo sabía ella y lo sabemos todos: uno puede remar contra la corriente hasta un determinado momento; después no hay solución que valga.
Lo sabía ella y lo sabemos todos: uno puede remar contra la corriente hasta un determinado momento; después no hay solución que valga.
La señora Merkel, que en aquél entonces era bastante más joven y bastante
más inexperta que ahora, tenía a su lado a una pareja de padres de aspecto mediano
burgués que acababan de narrar sus experiencias con un hijo drogadicto que
había logrado recuperarse y solucionar el problema. No recuerdo muy bien qué
clases de estupefaccientes tomaba; creo que marihuana. Mientras Nina Hagen
pronunciaba su vehemente discurso, discurso que era totalmente cierto a partir
de un determinado momento pero no hasta llegado ese determinado momento, Merkel, que
notaba el terror in crescendo de los padres – terror enmascarado tras la
indignación que mostraban por el discurso Hageniano- tomó la palabra y
pronunció un vocablo que entonces sonaba a conjuro mágico, a panacea: metadona.
En aquél momento yo, igualmente más joven y más inexperta que ahora, que
había visto caer en el abismo a más de un hijo y a más de una madre con él, que
había visto cómo se ponían en marcha más de un proyecto y más de dos y cómo
esos proyectos fracasaban uno detrás de otro o daban resultados muy poco
satisfactorios, que sabía que la droga en una ciudad de provincias costera
estaba en todas partes y en todos los rincones, incluso en las pegatinas gratis
que se repartían a los niños de primaria a la salida del colegio, incluso en
los caramelos, mi enojo ante la proposición de la “metadona” alcanzó los mismos
niveles que los de Nina Hagen.
El tiempo ha pasado por cada una de nosotras. Nina Hagen y Angela Merkel
siguen siendo, hoy como ayer, dos titantes, más sabias y fuertes si cabe. Sí. Nina Hagen tenía razón: la droga llegado a un punto es una muerte sin retorno
pero hasta que llega ese punto hay esperanza. En este sentido Ángela Merkel
también tenía razón: sepamos apreciar los esfuerzos de los que saben luchar contra la
corriente, no demos por perdido el bote hasta que el bote no esté hundido.
Nina Hagen advertía del abismo al que el mundo dionisiaco conduce. Merkel
afirmaba que antes del precipio hay una tierra firma a la que es posible
regresar si se utilizan los medios adecuados. Nina Hagen había visto con sus
propios ojos el averno. Merkel había asistido también a otros avernos y sabía
que era posible salvar la caída mortal. Nina Hagen hablaba de los muertos
insalvables, de los cadáveres que flotaban corriente abajo. Merkel hablaba de
la posibilidad de salvar a los todavía vivos y de utilizar todas y cada una de
esas posibilidades hasta donde fuera posible. Nina Hagen hablaba de la
dificultad de la lucha. Merkel hablaba de la necesidad de intentarlo.
Mientras otros hablan de muerte (y no se equivocan, porque es cierto que la
muerte está ahí), Merkel habla de vida. Y no. Su postura no es, como muchos
aseguran, una estrategia política, ni
siquiera obedece a una creencia religiosa. Hay muchos religiosos que se pasan
la vida pensando en las llamas del infierno y el fin del mundo. La de Merkel es una estrategia existencial, radical y sin concesiones. Merkel nunca dará falsas esperanzas, ni siquiera a una niña que llora delante de los
periodistas y de las cámaras de la nación; ni siquiera cuando es públicamente increpada por
su fría actitud. Pero tampoco dejará de remar en sentido contrario al de la mortal
cascada para intentar, por lo menos eso, salvar el bote. La suya es una Fe que no tiene nada que ver con la muchas veces
polvorienta fe religiosa sino con la Fe en la vida y la Fe en el hombre. Y está
Fe individual, fuerte y realista es la que mueve montañas. Merkel no habla de
ideales, habla de propuestas. Merkel no habla de deberes cumplidos sino de
deberes a cumplir. Y lo hace sin vehemencias y sin estridencias. Las cosas son
como son. Hay que tomarlas como vienen y solucionar los problemas que se
presentan tal y como se presentan. La señora Merkel ha estudiado Física.
Ella hubiera dejado entrar a todos los refugiados que cumplían los requisitos. Una parte de la sociedad alemana está
exhausta y se declara incapaz de conseguirlo. Una parte de la sociedad alemana
está agotada de tantos años de austeridad, de oir a tantos gurús
catastrofistas, de mediar en tantas crisis europeas, de sentirse culpable por
su pobreza y por su riqueza. No sólo la alemana, también la sueca lo está.
Criticarlas resulta injusto. Hay sociedades que están cansadas sin ni siquiera
haber ayudado tanto como ellas. La señora Merkel, que lo sabe, acepta la
propuesta de la zona tránsito – poco importa qué nombre quieran darle algunos.
No es una solución absoluta. De alguna forma cumple el mismo papel que la
metadona respecto al problema de la droga: la zona tránsito sirve hasta un
determinado límite y no más de ese límite. Pero incluso dentro de ese límite se
hace necesaria la buena voluntad, la voluntad de conseguir los objetivos, de crear
condiciones humanas para los que se encuentran allí. Por más que muchos griten porque se deja pasar a tanto
desconocido, la experiencia demuestra que los pueblos a los que no llegan
forasteros está condenado a morir. Es la llegada de nuevos hombres y con ellos la introducción de nuevas
ideas, de nuevas perspectivas, lo que a la larga enriquece a una sociedad y a
un país. La endogamia nunca ha dado buenos frutos. Lo digo y lo repito: tantos
pueblos abandonados en España cuyas tierras están yermas por falta de cultivo,
dan pena. Es cierto, la tierra no da dinero pero da de comer, que es de lo que
se trata. No sólo de pan vive el hombre, pero el hombre es lo que come. Pero no
a España sino a Alemania es donde quieren ir los refugiados, y el problema –que
tenía que haber sido un problema europeo- tiene todas las trazas de convertirse
en un problema alemán y como sigamos así un problema entre Alemania y sus
vecinos fronterizos.
La señora Merkel que como ya digo, no es en absoluto dada a alarmismos, ha
advertido del peligro que significa plantar vallas y edificar muros. El
conflicto armado, como cualquier otro peligro, es evitable hasta un determinado
momento, puede ser solucionado pacíficamente hasta llegado otro, pero pasado el
límite conduce irremediablemente a la muerte. La señora Merkel poco dada a los
avisos, a los grandes gestos, a las dramáticas grandilocuencias, avisa de lo peligroso
que resultan las riñas fronterizas.
Creo, francamente, que es una advertencia a la que deberíamos prestar
atención. A no ser que alguno pretenda construir un muro de miles y miles de
kilómetros por agua mar y aire y convertir a Europa entera en una gigantesca
fortaleza que ni ella misma sabrá muy bien qué defiende. ¿Una cultura cristiana
cuando las iglesias están vacías? ¿Una cultura de lo plural rodeada de muros
para separarla del exterior y limitada por vallas en el interior para separar
los diferentes guetos y formas de vida? ¿Una cultura de la individualidad que
se concentra en grupos porque no resiste la soledad? ¿Una cultura del hedonismo
narcisista que llena las consultas de los médicos porque no quiere enfermar y
quiere alargar la vida mientras el número de nacimientos desciende igual que el
nivel educativo porque una sociedad vieja es una sociedad que ha perdido el
sentido de la curiosidad?
La señora Merkel advierte a los populistas, avisa a su partido, aconseja a
su sociedad de los problemas que levantar vallas implica: ninguna ventaja y
muchos peligros.
Creo que deberíamos prestar atención a sus palabras, del mismo modo que
ella ha escuchado el cansancio de una parte de una sociedad y ha accedido al
establecimiento de la zona tránsito porque sabe que el cansancio son como los
bostezos: se contagian.
Pero avisa de las vallas y avisa de los conflictos.
Seguramente sospecha que más de uno está deseando jugar a las batallitas
por aquéllo de no ser menos que el abuelo,
o el bisabuelo...
La fuerza de la muerte contra la fuerza de la vida.
La bruja ciega.
No comments:
Post a Comment