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Friday, November 20, 2015

Parte II. Victimismo.

Lo que me parece terrible, lo que me parece indignante, lo que enciende mi ira y mi cólera gascona, es escuchar una y otra vez repetir a los musulmanes que la solución que hay que adoptar para terminar con el terrorismo es darles a esos jóvenes musulmanes una perspectiva de futuro. Más que a descripción real suena a coartada emocional, a chantaje social. No niego en absoluto que en determinados barrios existan problemas, y muy graves, a resolver: paro, marginalización, droga. Pero de esa situación no se puede culpar únicamente al resto de la sociedad. Creo que en estos momentos lo único que puede servir de utilidad es la sinceridad absoluta, empezando por uno mismo. El victimismo hipócrita sólo termina generando sensiblería hipócrita. A la larga, deviene tan estéril para los que lo utilizan como recurso retórico como para los que se esfuerzan en solventar las desigualdades sociales  Los victimistas son incapaces de valorar, apreciar y agradecer las energías que los otros invierten en ayudarles. Todo les parece poco. Quieren más y más y más. Hasta que llega un momento en que los otros se cansan de trabajar en balde y tiran la toalla. Posiblemente entonces descubren que no sólo han perdido tiempo y dinero; también el honor, porque son a continuación criticados y considerados hipócritas y falsos. 
El resultado es una sociedad que no toma en serio ni a las auténticas víctimas ni a los auténticos colaboradores y héroes. Los grandes perdedores en este instante son los refugiados que necesitan imperiosamente refugio y los voluntarios que han ofrecido su tiempo, su dinero y sus ilusiones a aquéllos que lo necesitan. Los verdaderos refugiados levantan sospechas y los voluntarios, risas de conmiseración por su ingenuidad.
La consecuencia de tanta victimización y de tanta sensiblería hipócrita es la insensibilidad tanto en el plano político como en el social hacia las auténticas y reales víctimas.

Como dice mi amigo Jorge: analicemos. En primer lugar, al día de hoy, una perspectiva de futuro la tienen todos los jóvenes europeos y ninguno, según se mire. Es cierto que el hijo de un académico tiene más posibilidades que el hijo de un carpintero de disponer de una gran biblioteca familiar, pero eso aunque colabora, no decide que el hijo del académico sea un gran lector y, desde luego, caso de que se interese el día de mañana por el oficio de carpintero tendrá más dificultades en conseguirlo que las que pueda tener el hijo del carpintero en ser médico, pongo por caso. 
En segundo lugar, la precariedad en los trabajos está generalizada. Que la hija de mamá haga un curso de diseño o el hijo de papá funde una empresa no conlleva el éxito asegurado. La falta de perspectiva es una frase demasiado trillada, demasiado utilizada y demasiado abstracta.

 ¿Qué significa falta de perspectiva y a quién corresponde darla?

¿Significa la falta de perspectiva falta de medios económicos y por tanto deben ser las autoridades quienes se esfuercen en limar las desigualdades económicas?

Sí. Es necesario e imprescindible una educación total y absolutamente gratuita a la manera alemana y no a la manera americana. Es necesario salvar esa diferencia entre colegios públicos y colegios privados. Pero es necesario, igualmente, diferenciar entre chicos que tienen actitud y aptitud para las tareas manuales y chicos cuyos intereses van dirigidos a las cuestiones teóricas. En otro caso, se destroza la felicidad tanto de los unos como de los otros. Sin embargo, una vez que el Estado ha establecido estos marcos de acción, corresponde a las familias fomentar las virtudes, costumbres o como ustedes las prefieran llamar.

¿Son las familias las que están obligadas a dar una perspectiva a los hijos?

Sí. La estructura familiar es de vital importancia y el problema actual es que las familias, tanto si son económicamente débiles como si no, se encuentran amenazadas por el desorden, por el consumismo y por el narcisismo de sus fundadores, que son los padres, y a eso, claro, hay que sumar la precariedad y movilidad de los empleos, que obliga a cambiar de ciudad y de colegio con mayor frecuencia que anteriormente.

Las familias acomodadas piensan que enviando a sus hijos a colegios privados y contratando a profesores particulares, ya han hecho todo lo que hay que hacer y se dedican ellos mismos a disfrutar del merecido tiempo libre, a probar nuevas experiencias y a confeccionar familias remiendo. Eso sí, los clubs a los que acuden son elegantes y los bares confortables. Después comprenden con horror cómo sus hijos están convencidos de que ese estatus del que disfrutan descansan poco menos que en una ley natural y que por tanto no hay que esforzarse en absluto. Ni los colegios caros, ni la ayuda profesional –más interesada en recaudar caja que en preocuparse de esos ricos zopencos- sirve de gran cosa. E incluso puede pasar que descubran que esos hijos en los que tanto dinero han invertido, tienen los mismos gustos y las mismas tendencias que los de las familias más pobres. Es entonces cuando hay que echar mano, aprisa y corriendo, de todas las relaciones de que se disponen, para encontrarles alguna ocupación En épocas de vacas gordas eso no resulta un gran problema. En épocas de vacas flacas, sí.

En lo que a los barrios marginados y marginales, se refiere, la cuestión es simplemente más complicada porque el nivel de paro es mayor, el nivel de educación menor y las relaciones de las que se puede echar mano para ayudar a la prole, de dudosa respetabilidad. Hubo un tiempo en el que trabajé en un colegio situado en uno de los barrios más miserables y pobres de la ciudad, creo que ya lo he contado alguna vez. El problema no era que a los chicos no se les diera perspectivas de futuro. Lo angustioso es que por nacimiento, simplemente por nacimiento, ya la habían perdido. Y no precisamente por la falta de medios económicos o, al menos,no sólo por eso. Lo peor, lo digo, lo repito y lo repetiré siempre, no era la carencia de dinero. Dinero allí no teníamos nadie. Lo que clamaba al cielo eran las estructuras familiares: niños que habían nacido con taras físicas y psicológicas debido a las sustancias que consumían sus padres,  que no sabían quién era su verdadero progenitor porque ni su propia madre lo sabía, niños cuyos padres se pasaban la tarde delante de la televisión y sólo la abandonaban para ir a emborracharse con los amigotes, padres que utilizaban a sus hijos para vender y comprar droga, padres que pegaban a sus hijos, que les violaban, que les abandonaban. Esa, y no la falta de dinero era la tragedia que envolvía a esos niños. Una tragedia que los envolvía una y otra vez, generación tras generación. En esas condiciones, el dinero que manejaban lo utilizaban en cualquier cosa menos en libros. El colegio era gratis. Los libros, también. Bastaba con ir a la Biblioteca del colegio, del barrio. Pero era mejor dividir entre pobres y ricos, entre fuertes y débiles. Venían de casa con esos esquemas. Ellos iban a ser fuertes no a base de libros sino a base de palos. "El que más duro pega, el que más aliados tiene, ese es el ganador, ese el que llega a la cima", decían. Ninguno lo consiguió. Años después conocí a alguien de esa zona que había salido adelante gracias al estudio y a la autodisciplina. Es difícil decir “no” a la droga cuando la tienes en cada esquina, contaba. Pero si le hablabas de la pobreza y la miseria material del barrio, su rostro adoptaba una dura expresión y su voz se tornaba fria y seca. No, aseguraba, no era el dinero. Esos en un día gastaban en droga y en bebida más de lo que él gastaba en todo un mes. No, repetía. No era falta de dinero.

Cuando hablabas con las madres, escuchabas o lo duro que era su situación o lo mucho que se esforzaban sus hijos en el estudio. Las Autoridades responsables lucharon, vaya si lucharon, “para mejorar la perspectiva” de aquellos colegiales. El mejoramiento consistió en obligar a los maestros a dar poco menos que aprobado general a todos ellos. De repente se tenía un ramillete de titulados sin conocimientos que apoyaran esos títulos. No cabe duda de que la perspectiva, en efecto, había mejorado mucho... al menos para las estadísticas.

El Estado debe ayudar. La familia debe ayudar. El individuo debe ayudar...se. Y esto depende, lamentablemente, no sólo de su medio social y de sus aptitudes; también de su carácter.

El victimismo del que determinados grupos sociales hacen gala una y otra vez llega a cansar y a convertirse en su propia cárcel porque se olvidan tanto de su propia condición como de su propio carácter.

Es cierto que por muy abierta y plural que sea una sociedad, los recién llegados hoy como ayer, no son admitidos tan fácilmente como algunos quieren creer y hacer creer. Los ingleses, profundamente realistas en sus consideraciones con respecto al género humano, lo saben y no lo ocultan. Anthony Trollope, en su obra “Doctor Thorpe” (1858), lo escribe sin tapujos: “Many people around him declared that he could not truly be a doctor (...) There was a much about this new-comer which did not endear him to his own profession. In the first place he was a new-comer.” Basta echar un vistazo a la  biografía de Trollope para darse cuenta de que él mismo ha experimentado en sus propias carnes el fenómeno de ser un recién llegado.

Pero no es simplemente la dificultad en ser recibido, es también el carácter de cada uno.

Y es cierto igualmente, de que a pesar de que nuestra sociedad se caracterice por ser plural y abierta, hay extranjeros que se integran y extranjeros que no, musulmanes que se integran y musulmanes, que no, orihundos del país que se integran en la sociedad y orihundos de la sociedad, que no. La suerte es un factor que no estoy dispuesta a negar en absoluto. El carácter, el factor que me veo obligada a recordar.

Mi amigo Carlos Saldaña es médico, tiene una clínica privada además de su propia consulta. Ahí empieza y acaba su integración social. Si no fuera médico, si no tuviera trabajo, seguramente aún tendría valor suficiente para pedir papel y lápiz y se sentaría en una esquina a escribir mientras esperaba a la muerte por inanición. Esto no sería, en ningún modo “falta de perspectiva”. Esto, sería ni más ni menos, el resultado del carácter de Carlos. En cambio, dejen ustedes al marido de Carlota en una isla desierta. Cuando regresen a buscarlo, seguramente habrá inventado un nuevo modo de comunicación inalámbrica y lo encontrarán ocupado haciendo negocios con los turistas. Johannes Kepler terminó sus días trabajando en los sótanos de palacio sin que se le abonara ni su sueldo. Galileo, acusado por la Inquisición, alcanzó ya en sus días reputación y gloria. Sirvan como ejemplo. No son los únicos.

Si a todo lo dicho hasta el momento, añadimos que en esa comunidad musulmana hay individuos que se dedican a poner bombas y que en esa comunidad musulmana hay individuos que lo aplauden y que en esa comunidad musulmana hay individuos que se mantienen con la boca cerrada y si se les pregunta “no saben, no contestan”, dígánme a mí, qué esperan. Hubo un tiempo en que los periodistas apelaron a los representantes musulmanes a que se manifestaran en contra de los atentados. Y en ese momento yo dije, y repito, que no podían ser los representantes musulmanes quienes se manifestaran, que no era a ellos a quienes les correspondía el hacerlo; que esos representantes no podían hablar por todos y cada uno de los individuos que constituian su comunidad. Era justamente cada fiel musulmán, uno a uno, persona a persona, libre y sinceramente, el que debía acudir a manifestarse en contra de los actos terroristas que otros, fieles de su misma religión, habían perpretado. No los representantes, cada uno de los constituyentes eran los que debían sentir hervir la sangre en su corazón al ver que un hombre mataba a otro hombre apoyándose en el Dios único e inmortal, que no necesita que nadie le defienda y que nadie mate en su nombre porque es único e inmortal.

Y ahora, va alguno y dice que lo que necesitan los musulmanes es ¡perspectiva de futuro!

¿Comprenden ustedes? ¿Me comprenden lo que quiero decir? ¿Comprenden mi ira, mi desesperación, al oir en estos momentos semejantes insensateces, justo, precisamente en estos momentos?

En estos momentos hay en la Península Ibérica unos cuantos millones de jóvenes sin perspectiva de futuro. El paro alcanza en algunas ciudades el cincuenta por ciento de la población, sin embargo no van poniendo bombas a diestro y siniestro. Hay familias que viven de la jubilación de los abuelos, familias amenazadas por el embargo y el desahucio. Sin embargo, ninguna de esas familias se dedica a poner bombas para a continuación declarar que "se debe a la falta de perspectiva." Ni en la Península Ibérica, ni en Grecia, ni en ninguno de los países afectados por el terremoto de la crisis económica.
Creo sinceramente que ya es hora de que los musulmanes que habitan en Europa dejen de entonar el “pobre de mi” y empiecen a reflexionar en calma y con tranquilidad qué quieren hacer de sus vidas y con sus vidas porque ese acto de conciencia no es algo que únicamente ellos tengan que hacer, lo tiene que hacer la sociedad entera. Es imposible que mientras que una parte de la sociedad trabaje para que funcione, la otra diga que no puede. Es falso echar la culpa a la falta de perspectiva, cuando lo único que imposibilita es ese “pobre de mi”. Para algunos ese “pobre de mi” ha llegado a ser un apéndice de su carácter, que únicamente genera inmovilidad en el individuo que lo padece y una hipócrita sensiblería de corrección política en el que parece apiadarse de él. Es ese victimismo inútil el que ha destrozado al verdadero Estado de los derechos sociales y el que ha abierto las puertas por el que cabe el Estado liberal más atroz. Llega un momento en el que la sociedad activa, extenuada por el esfuerzo que le supone el trabajar, el ayudarse a sí mismo, al par que ayuda al necesitado mientras no deja de escuchar la cantinela de “pobre de mí”, que es un "pobre de mí" ingrato, nunca agradecido, porque nunca se considera con el deber de agradecer ni de recompensar, porque ese "pobre de mí" por ser un "pobre de mí" nunca tiene deberes, sólo derechos,  esa sociedad activa, digo, tira la toalla y grita “se acabó. Ahora vosotros mismos”. Y ese “pobre de mí” le llama de todo, pero el otro no escucha porque sigue corriendo y más veloz que antes incluso, porque ahora lleva menos peso a la espalda.

Tal vez sea hora de reconocer que no la falta de perspectivas sino el resentimiento contra Occidente, resentimiento que se ha convertido en intolerancia y odio, es el verdadero origen de esas bombas. Mientras ese sentimiento persista aunque sea en silencio, el "pobre de mí" seguirá ocultando la verdadera realidad, aplastará a los auténticos necesitados y detendrá las buenas intenciones de los que quieren ayudar.

Es hora de que los musulmanes dejen de hacer suyos el problema social y empiecen a ser generosos de alma, pensamiento y corazón con el resto de sus congéneros, musulmanes o no, y que comprendan que la pobreza no sólo les acucia a ellos. Es importante que abandonen ese "pobre de mí" que llevan atado al cuello como si de una condena se tratase. Es hora de que dejen de una vez por todas de parapetarse en ese inútil "pobre de mí" para justificar lo injustificable: las bombas.

La bruja ciega



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