Hoy no pensaba escribir sobre política. Otras eran, a decir verdad, mis
preocupaciones pero Jorge, el tranquilo Jorge, acaba de llamarme y yo me veo,
como de costumbre, obligada a contestarle por escrito porque es la única manera
de conseguir que me escuche. Jorge, debe ser consecuencia de la deformación profesional,
es uno de esos que no paran de preguntar “dónde está el punto”, cuando en mi
caso – y mal que nos pese a todos- mis pensamientos no constituyen un “punto”
sino un discurso en movimiento y digo “en movimiento” porque, sencillamente, es
mi costumbre escribir a la velocidad del pensamiento. Cuando se tienen tantas
cosas que decir en un mundo que exige “ir al punto”, no hay más remedio que hacerlo a la mayor velocidad posible aunque se cometan faltas de tráfico más o menos
graves: o sea, de puntuación, de gramática y qué se yo, que una conducción más
lenta hubieran podido, sin ninguna duda, evitar.
-Ve al punto”, son las
primeras palabras que oigo pronunciar al tranquilo Jorge cuando descuelgo el
teléfono. “¿Quieres explicarme por qué escribes “puente Berlín-Estambul” y no “puente
Berlín-Ankara”? ¡A estas horas, Isabel, ya deberías saber que la capital de
Turquía es Ankara!”
-“El punto... – farfullo
enfadada- “El punto...”, repito, “Tienes
suerte, de que haya escrito Estambul y
no Constantinopla, que es lo que en un primer momento estuve tentada a hacer”.
-“¿Comprendes ahora a lo que me refiero?” – me interrumpe el tranquilo
Jorge tranquilamente – “Ya te estás yendo por las ramas. No tengo tiempo para
escuchar toda la retahila del sermón, mejor lo escribes. Lo leeré en cuanto
disponga de un poco de tiempo libre. No puedes ni imaginarte la cantidad de
trabajo que tenemos Paula y yo. Feliz tú, que puedes dedicarte a la
improductiva tarea de escribir sobre todo y nada...”
Y el tranquilo Jorge cuelga tranquilamente dejándome con un grandioso
enfado. Me preparo una taza de café y escucho Sinfonía “Farewell” de Haydn. Si
no fuera por Haydn dónde estaría el mundo y dónde estaría yo...
Querido, – con permiso de Paula-, querídisimo Jorge, aquí está el punto, tu punto: si Turquía fuera Turquía-Ankara,
Turquía no representaría ningún problema ni para Europa en general, ni para la
Unión Europea en particular. Turquía-Ankara sería en el Este lo mismo que
Marruecos-Rabat en el Sur: un amigo, un asociado, si tú quieres, pero desde
luego nunca un socio de pleno derecho. El problema de Europa no es Turquía-
Ankara. El problema de Europa es Turquía-Estambul y si me apuras, Turquía-Constantinopla,
no en su periodo bizantino, ni en su periodo latino, y mucho menos después de
su caída en manos otomanas. No. Cuando digo Turquía-Estambul me refiero a la
Turquía-Constantinopla en el periodo de su fundación, cuando el Imperio romano
todavía era Imperio romano. Por más que las fugas de agua se sucedieran una
tras otra en la sala de máquinas y amenazaran con hundir el barco imperial, los
alegres pasajeros seguían bailando en cubierta a la luz de la luna, ajenos a lo
que sucedía abajo. Cuando uno cree que se encuentra a bordo del Titanic, ni
siquiera concede importancia al hecho de descubrir agua bajo sus zapatos.
Piensa, simplemente, que se trata de una copa de champán derramada por algún
camarero patoso o por algún invitado borracho y continúa bailando
tranquilamente al compás de la música.
La aparición de Constantinopla es sumamente curiosa. En el año 324, Constantino
I el Grande vence al coemperador romano Licinio que estaba casado, por cierto,
con la medio hermana de Constantino. Digo coemperador porque Licinio compartía
primero el poder con Maximino Daya y posteriormente con Constantino que, tras unas agitadas idas y
venidas, había terminado por convertirse en el emperador de Occidente.
Compartir el poder nunca es de gusto. Las rivalidades y guerras entre Licinio y
Constantino se sucedieron hasta que éste último derrotó definitivamente a su cuñado.
La victoria hizo de Constantino el hombre más poderoso del Imperio. Curiosamente, Constantino, en vez de permanecer en Roma, que hubiera sido lo normal, teniendo en cuenta
que había sido el emperador de Occidente, decidió nombrar a la ciudad recién
conquistada la capital imperial. Para ello Constantino empleó cuarenta mil
esclavos godos. Godos, Jorge. Sí ya sé. En aquel tiempo los godos y los romanos
estaban unidos por grandes lazos de amistad.
Pese a todo, si lo trasladamos a la época actual: ¿No le encuentras a esto un
punto de ironía? En cualquier caso,
admitámoslo: Constantino convirtió a esa “Nueva Roma”, (y no
pienso preguntarte a qué te recuerda esto de “Nueva...” porque todos estamos
pensando en lo mismo), en un lugar cosmopolita y abierto, en el que las artes,
el conocimiento y las relaciones comerciales florecieron. No es pues, de extrañar
que el inteligente Constantino hiciera a su muerte lo que de todas formas ya
era un hecho consumado: dividir el imperio. La parte oriental, la más
importante, la recibió su hijo primogénito Arcadio. La parte occidental,
desastrosamente organizada, asfixiada por los problemas sociales, por la
corrupción y por los problemas económico-religiosos, amenazada desde el
exterior con ayuda del interior, la cedió a su hijo pequeño Honorio todavía
menor de edad, por lo que se hizo preciso nombrar un tutor. Las previsiones de
Constantino se revelaron como sumamente acertadas: mientras el imperio Bizantino
brillaba, el romano se precipitaba inexorable e imparablemente hacia el
abismo...
Este es el punto. El punto, mi tranquilo Jorge, no es Turquía-Ankara es
Turquía-Estambul, al que muchos empiezan a vislumbrar nuevamente como la
salvación de un Occidente que se precipita al vacío herido de muerte por tantas
enfermedades que me faltan tiempo y ganas para enumerarlas. Pero la salvación,
hora es de que lo recordemos, se erige a costa de esclavos, de esclavos godos
que eran, curiosamente, los que más relaciones tenían con el decadente imperio
occidental romano y los que, según se dice, precipitaron su ruina. Para comprender el problema de considerar a Turquía-Estambul como una posible solución o, mejor dicho, como la solución bastaría con leer “Der
Sieg des Islams”, que Gibbon escribió y que muy pocos citan porque muy pocos
conocen porque la obra es prácticamente desconocida porque de otra forma no me
explico la actitud de la señora Merkel que empieza a ser cada vez más
comprensible en el sentido de que cada vez se ve mejor adónde quiere ir a parar
y el lugar adónde quiere ir a parar no es precisamente el convento de Teresa de
Calcuta aunque esto tal vez hubiera resultado más sostenible que el camino que
ha decidido tomar que es el de Turquía-Estambul-Constantinopla porque“a” no es “a”
por más que nos empeñemos y la Turquía-Estambul-Constantinopla no sé si puede
servir verdaderamente de acogida a los futuros sabios y cosmopolitas que sin
duda se lanzarán a la emigración en cuanto el follón comience en Europa porque
ni los sabios ni los cosmopolitas son hombres de violencia y a ellos les basta
con un plato de sopa y un huequito de tierra en el que sentarse a pensar los
sabios, y a conversar los cosmopolitas y lo más probable es que ambos: sabios y cosmopolitas lleguen a la conclusión de "que es mejor malo conocido que bueno por conocer" y prefieran quedarse en Europa esperando a sus hermanos sabios y cosmopolitas turcos que buscan un lugar en el que refugiarse de los bestias que se han apoderado de Turquía.
Es cierto, el Imperio de Occidente, por decirlo suavemente, corre el peligro de llegar a su fin. Los enemigos acechan por doquier. No seré yo la que lo niegue. Posiblemente no sucederá ni hoy ni mañana; pero en cualquier caso los tambores de guerra que suenan y resuenan no son, como lo fueron otrora, los tambores de los europeos anunciando la invasión o la conquista. En la sala de máquinas de este nuevo Titanic occidental se trabaja desde hace años a destajo, o al menos eso dicen, pero el agua inunda las cámaras a cada vez mayor velocidad y los más avezados preparan ya sus botes salvavidas intentando que esto, el preparar los botes salvavidas, no despierte demasiadas sospechas. Y por eso cuando algún curioso se detiene a preguntar, bien por curiosidad bien por matar el tiempo que resta hasta la hora de cenar en el salón principal, que qué están haciendo, les explican que los están revisando y ajustando por motivos de seguridad, no vaya a ser que el aire haya aflojado las amarras y en efecto, eso hacen mientras el entrometido se dedica a observarlos, pero en cuanto el fisgón se marcha, regresan rápidamente a su verdadero objetivo: a soltar las cuerdas que los sujetan.
Es cierto, el Imperio de Occidente, por decirlo suavemente, corre el peligro de llegar a su fin. Los enemigos acechan por doquier. No seré yo la que lo niegue. Posiblemente no sucederá ni hoy ni mañana; pero en cualquier caso los tambores de guerra que suenan y resuenan no son, como lo fueron otrora, los tambores de los europeos anunciando la invasión o la conquista. En la sala de máquinas de este nuevo Titanic occidental se trabaja desde hace años a destajo, o al menos eso dicen, pero el agua inunda las cámaras a cada vez mayor velocidad y los más avezados preparan ya sus botes salvavidas intentando que esto, el preparar los botes salvavidas, no despierte demasiadas sospechas. Y por eso cuando algún curioso se detiene a preguntar, bien por curiosidad bien por matar el tiempo que resta hasta la hora de cenar en el salón principal, que qué están haciendo, les explican que los están revisando y ajustando por motivos de seguridad, no vaya a ser que el aire haya aflojado las amarras y en efecto, eso hacen mientras el entrometido se dedica a observarlos, pero en cuanto el fisgón se marcha, regresan rápidamente a su verdadero objetivo: a soltar las cuerdas que los sujetan.
Sí. Los tambores de guerra resuenan, lo queramos o no. ¿Quién los pone en
movimiento? ¿Realmente importa esto mucho? En realidad únicamente sería de interés si conociendo al sujeto o a la causa que los provoca pudiéramos detenerlos. ¿Podemos detenerlos? ¿Cuál sería el precio que el miedo, nuestro
miedo, nos forzaría a ofrecer caso de conocer los motivos?
Crisis de los refugiados.
Miles y miles vienen. Los arzobispos, que justamente por ser arzobispos saben de
las obras de Dios y de las tretas del diablo más que el común de los mortales, se
preguntan quién los envía.
Los hombres de buena voluntad contestan indignados: “la guerra”.
“Pues habrá que separar el
buen trigo de la paja”, insisten los arzobispos.
“Al buen trigo de la paja,
lo separa Dios y no los hombres”, replican los hombres de buena voluntad.
“Los hombres de buena voluntad
siempre han sido unos ingenuos”, piensan los arzobispos con resignación, pero
corre a disculparse ante los airados hombres de buena voluntad, porque han de
prestar obediencia a las altas esferas y luego se dirige al confesionario por
haber mentido. El hombre de buena voluntad, ignorante de tantas elucubraciones,
se siente contento de que la buena voluntad haya triunfado.
Crisis de los refugiados. Siguen llegando. Miles y miles vienen. ¿Vienen de
la guerra para traer la guerra?, se pregunta Fuenteovejuna confundida. Los
enfrentamientos se suceden y a la señora Merkel sus propios colaboradores le
dicen que no se pueden acoger a más refugiados, que la paz social peligra, que
el equilibrio político del país peligra. Pero la señora Merkel se mantiene
firme: “Podemos”, dice. Y los mecánicos del Titanic que cada vez están más
cansados, que sospechan que no van a llegar a tiempo a coger los botes
salvavidas como sigan ocupándose de las irreparables fugas de agua utilizando
los cubos para intentar rebajar el nivel de la inundación a ver si de esta
manera, a lo dramático, se consigue que el barco alcance el puerto más próximo
por la sencilla razón de que el puerto más próximo está demasiado lejos para
alcanzarlo de esa manera tan rudimentaria, deciden que ha llegado la hora de
rebelarse y de decirle a la señora Merkel que no, que ya está bien, que ellos
tiran la toalla.
En la sala quedan, curiosamente, todos aquéllos que no han mostrado ningún
interés real por dedicarse a la afanosa tarea de coger y tirar el agua, coger y
tirar el agua y que siguen, claro, sin mostrar interés real en hacerlo. Es más
fácil llamar alguien, a algún técnico, para que se encargue de solucionar la
cuestión, cueste lo que cueste. Seguro que un adiestrado perito en la materia
lo soluciona en pocos minutos. Dos son los expertos que se presentan: uno es
Turquía-Estambul y el otro es Rusia-Moscú. La señora Merkel tiene un miedo atroz,
y si no lo tiene lo disimula muy bien, a Rusia-Moscú-Putin. Todavía recordamos
cómo salió de uno de sus encuentros: anunciando que Rusia-Putin no se iba a
conformar simplemente con la anexión de Crimea sino que sus planes expansivos
alcanzaban hasta Serbia. Teniendo en cuenta su biografía, el miedo – o aparente
miedo, o profunda desconfianza- de la señora Merkel hacia Rusia es comprensible.
En cambio, la señora Merkel no tiene miedo a los turcos. Su falta de miedo a
los turcos, lo confieso, no sólo me asombra: también me causa un indefinible
terror, lo que si atendemos a mi biografía tampoco es de extrañar. Una de las
primeras cosas que un escolar español estudiaba en mis tiempos, cada vez más
lejanos, era que los árabes permanecieron mil años en la Península; lo segundo,
que la guerra de Lepanto, guerra sobre la que, al parecer, únicamente los españoles
tenemos noticia, había sido sumamente cruenta y que vencer a los turcos no
había resultado nada fácil. Allí había perdido nuestro más célebre escritor su
brazo, aunque como se trata de un célebre escritor, el momento y fecha de la
pérdida de su brazo puede seguir a buen resguardo en las tinieblas que cubren
las fronteras entre la realidad y la fantasía, y la tercera, vía Voltaire, que
Europa se libró del terrible destino de ir a formar parte del imperio otomano
gracias a la falta de organización de que adolecía dicho imperio. Los generales
turcos, avisa Voltaire, eran grandes estrategas y los soldados, hombres
disciplinados y valerosos. Lamentablemente para ellos, y un alivio para
nosotros, la catastrófica organización política y las rencillas internas les
llevó a la derrota.
Al día de hoy, y dudo mucho que al día de mañana, Europa no ha conseguido
ser Europa. Los nacionalismos estallan furiosos al comprobar que la unión con
otros Estados no les proporciona el bienestar económico ansiado. Creo que ya lo
dije. Europa se construyó sobre la riqueza no sobre el ideal. El ideal ha durado
lo que el dinero. Nadie quiere admitir este hecho. Todos lo niegan. Pero las fugas
de agua se suceden. Hace falta dinero para tapar las corrupciones que salen a
la luz y salen porque justamente ya no se pueden tapar todas las fugas que
hasta el momento la pecunia conseguía revestir; porque tapar fugas va siendo
una cuestión de prioridad y no una cuestión de lujo Las empresas, incluso las
que se creían más sólidas, intentan sostenerse a flote a la desesperada
mientras otras se han convertido en una tela de araña que conseguirá mantenerlos
unidos hasta que el peso de los contratiempos se haga insoportable y termine
por romperla.
¿Refugiados? ¿Qué refugiados? ¿Vienen o nos son enviados? ¿Trigo o paja?
¿Solidaridad? ¿Qué solidaridad? La solidaridad con el pecunio. Todo lo
demás es cada vez más retórico.
Dígánme ¿no es de locos? ¿Realmente no es de locos?
Europa no tiene bastante capacidad para admitir a los refugiados. Su
capacidad para acoger a los recién llegados se encuentra al límite en lo que a primeros auxilios,
vivienda, trabajo e integración se refiere y la única posibilidad que encuentra
Europa para que no vengan tantos refugiados es... ¡la de conceder más visas a
los emigrantes turcos! ¡Más visas a emigrantes turcos! ¡Ironía del destino!
La epidemia de olvido del ser a la que me refería hace unos días, consecuencia de esa otra epidemia: la del cinismo, sigue
haciendo de la suyas. Hace unos años el grave problema al que hubo de enfrentarse
Alemania fue al de que la tercera generación de emigrantes turcos, emigrantes
turcos – no emigrantes españoles, no emigrantes italianos, no emigrantes
griegos - hablaba el alemán peor de lo
que lo habían hablado las primeras generaciones recién venidas, que lejos de
occidentalizarse enviaban a buscar a sus mujeres a lo más profundo y recóndito
de su amada Turquía porque las mujeres turcas de las ciudades – alemanas o
turcas, poco importaba- les parecían demasiado liberales, que todavía
practicaban el asesinato “por honor”, que gastaban grandes sumas de dinero en
antenas parabólicas que les permitieran ver la televisión turca y que el idioma
alemán, en determinados estratos de la sociedad, estaba adquiriendo, junto a sus
ya tradicionales dialectos, uno nuevo: el turco-alemán. Alemán con acento turco
era y es el alemán hablado por los jóvenes en las grandes ciudades germanas;
unos porque ése, en efecto, es su acento y otros porque lo consideran sumamente
divertido, “in”, “cool”, o como ustedes prefieran. Los intentos que desde que
se han hecho para integrar a aquella tercera generación, desde que se descubrió
su falta de integración, han sido enormes teniendo en cuenta las numerosas
dificultades a las que ha habido que hacer frente. ¿Victimismo?, preguntan
algunos. Victimismo, sí. Pero mucho más aún que victimismo lo que ha impedido
la integración ha sido el orgullo nacional. Un turco es un turco después de una
generación, de dos y de doscientas. Pocos turcos, aunque sean de la tercera
generación, aunque hablen el turco con dificultades y no lo sepan escribir,
aunque jamás hayan visitado Turquía, y si lo han hecho, sólo en vacaciones, se
conformarán con ser “sólo alemanes”. Quieren el doble pasaporte y no,
simplemente, como “curiosidad burocrática”. Lo quieren porque son turcos “y
basta.”
Europa no puede admitir a los refugiados pero puede conceder visas a turcos
que después de tres generaciones en el país aún no se han integrado. Por culpa del
país de acogida, claro. Faltaría más.
Déjenme que me ría un rato.
Europa no puede admitir a los refugiados pero sí a los turcos porque éstos,
al parecer, son trigo limpio.
Turquía-Erdogán se está radicalizando. Los derechos humanos faltan, o
sobran, según se miren. Turquía-Erdogán se encuentra en el inicio de una guerra civil, la
corrupción escala ¿y son los emigrantes turcos trigo limpio? ¿y vendrán menos turcos que refugiados o vendrán los emigrantes-refugiados turcos, además de los refugiados que ya vienen? ¿No hay trabajo para los emigrantes de los Balcanes y sí, en cambio, hay trabajo para los emigrantes de Turquía-Estambul?
Europa asegura contundente que no puede recibir a los refugiados sirios. Recibirlos cuesta demasiado
dinero. Europa es pobre, dicen los padres asesinos de Europa-Ifigenia.
Pero sorprendentemente Europa está dispuesta a pagar a un Estado como es Turquía, que se encuentra en pie de
guerra a diestro y siniestro, tres mil millones de Euros para que no
permita la salida de sus fronteras a todos los refugiados allí acampados además de
considerar seriamente concederle el título de miembro de pleno derecho. Eso no significa ni mucho menos que a las puertas de Europa no vaya a llegar ningún refugiado más. Eso significa, simplemente, que a Europa llegarán menos refugiados y que esa reducción se verá compensada con el número de emigrantes turcos que atraquen en Europa en posesión de su correspondiente visa.
Europa no quiere a Herodes y se va a Pilatos.
Europa no quiere taza y toma taza y media.
Europa-Merkel tiembla ante los deseos de expansión de Rusia-Putin y corre a
refugiarse en los brazos de Turquía-Erdogán, que es, piensa Europa-Merkel, menos expansionista.
¡Por favor que alguien intente explicarle a la señora Merkel que el
problema es demasiado grave para confiarlo en las temblorosas manos turcas, que lo que
Europa necesita en estos momentos no son aliados con pies de barro sino experimentados constructores de sociedades y veteranos buceadores capaces de reparar los tambaleantes pilares de la siempre inestable Europa! Tal vez no estaría de más que la señora Merkel fuera pensando en dimitir. Al paso que vamos dudo mucho que consiga terminar su legislatura. El problema, seguramente, es quién cogería las riendas del caballo dislocado en el que parece estar convirtiéndose el Viejo Continente.
Yo, hoy, me veo sin fuerzas para hacerlo.
El “podemos” se ha convertido en un gran, terrible y trágico chiste.
La bruja ciega.
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