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Monday, November 2, 2015

París es más bonito o Sarna a gusto no pica.

Vivimos en un mundo de miedos y el miedo crece en proporción geométricamente proporcional a nuestra riqueza hasta que llega un momento en que la línea se eleva indefinidamente, su imagen sale fuera del papel y ya no podemos verla. De ahí que resulte imposible determinar cuál es el grado de temor al que los más ricos del Planeta deben hacer frente diariamente. Con los miedos de los inmensamente ricos, pasa lo mismo que con ellos: sospechamos de su existencia pero no se puede comprobar a ciencia cierta. Quizás, después de todo, se trate de un círculo en el que los extremos se tocan y a ellos, los interplanetariamente ricos, les pase lo que a los desheredados de esta Tierra: que tampoco sufren de ataques de pánico. Porque lo cierto es que los desheredados, justo porque sólo poseen su mera y simple existencia, sufren menos ataques de ansiedad y de angustia que los buenos y abnegados padres de familia que tienen que proteger a sus retoños, a su trabajo, a la propiedad que acaban de adquirir, al piso que acaban de alquilar, a las vacaciones, al status, a la imagen... Los Desheredados no tienen nada. Incluso el miedo han ido perdiendo con el transcurso del tiempo y el deambular del camino. Por eso los Desheredados son tan peligrosos: porque no tienen miedo a morir, del mismo modo que no tienen miedo a vivir con los bolsillos vacíos y las espaldas al descubierto.
Hay ciudadanos que lo único que han heredado durante generaciones ha sido su condición de Desheredados, jugadores que han ganado el boleto de Desheredados en algún Casino dirigido por dioses inconmovibles, guerreros al que el  todopoderoso Azar ha enviado llamar a su presencia para investirles con el título de “Desheredados”, igual que los Reyes ingleses invisten con el título de “Sir” a sus más leales y esforzados ciudadanos y hay, incluso,  Desheredados que lo son por convicción y decisión propia.

Poco importa cuál sea el motivo: cualquier sociedad que se precie tiene sus propios Desheredados e intenta, de un modo u otro, solucionar el problema. No es sólo una cuestión de Caridad y Justicia Social. Se trata también  de resguardar la seguridad. Lo dicho: el hombre que posee, sufre de ataques de pánico y los desheredados del Planeta, no. El Poseedor – al menos hasta donde la línea resulta visible en el gráfico-  trabaja para asegurar el mantenimiento de sus posesiones. Que done una parte de su dinero a causas sociales tiene el mismo carácter que firmar contratos de seguros para proteger sus propiedades en caso de terremotos, incendios y otros accidentes: la protección de sus bienes.
No es de extrañar, por tanto, que algunos como Brecht consideren la beneficencia como un simple instrumento hipócrita-sentimentaloide dirigido a mantener la paz social, o sea: la tranquilidad y seguridad del Poseedor, y que otros, como es el caso de los liberales más radicales, estén convencidos de la ineficacia de los sistemas de ayuda que, según afirman, únicamente potencian la natural vagancia del hombre y su corrupción moral.

El desheredado entretanto come y calla.

Fiarse no se fía más que del bocado que acaba de engullir.

Temer no teme nada.

El Poseedor se angustia y su angustia no para de aumentar día a día: terrorismo, violencia callejera, desempleo, divorcio, subida de los precios en el sector inmobiliario, escasez de petróleo, encarecimiento de la luz, de los transportes públicos, disminución de la calidad en la prendas de confección, en los electrodomésticos. El Poseedor ha de practicar diaria y disciplinadamente su tabla de ejercicios psíquico-físicos contra el miedo al tiempo que busca nuevas estrategias, nuevas formas de hacerle frente. Uno de los métodos que han aparecido en los últimos tiempos es el Dogma del Todo en el Uno y el Uno en el Todo,  que afirma que el Yo, elevado a la categoría de dios conectado universal y atemporalmente con los otros dioses que forman y conforman la conciencia universal, puede conseguir cualquier meta que se proponga siempre y cuando piense en positivo y deje atrás las cargas negativas. El Poseedor ha puesto esta revolucionaria técnica a la práctica. Muchos resultados, lo que se dice muchos resultados, hasta el momento no ha dado. Si acaso ha incrementado el ya de por sí alarmante nivel de stress. Y es que admitámoslo: la competición de un dios con otros dioses –con los que además se está universal y atemporalmente conectado- resulta por fuerza más dura y sangrienta que las antiguas competiciones entre simples mortales.

El resultante de esa lucha es el desmesurado aumento de los Desheredados de este mundo y puesto que los dioses-hombre han de alejar de sí todas las energías negativas para poder proteger su fortaleza de dioses-hombres, no les queda más remedio que retirarse a las alturas, proteger sus posesiones con vallas y alambradas y protegerse así mismos de los extranjeros, de los desheredados y en definitiva, de todos los que no sean cómo él, dios-hombre, quiere que sean los demás.

El Poseedor, que no pertenece al grupo de los ricos invisibles de este Mundo, tiene miedo. Cada día lucha contra sus miedos. Cada día le presentan nuevos miedos. Tiene miedo de los ladrones porque los medios le muestran cuántos métodos, a cuál más refinado, existen para robarle; tiene miedo de la soledad, porque constantemente los medios le demuestran que la falta de amigos le conduce al agravamiento de sus enfermedades físicas y psíquicas; tiene miedo de las enfermedades, porque los medios le advierten que ello puede significar perder el trabajo: tiene miedo del trabajo porque los medios le avisan de que le roba la libertad; tiene miedo de la libertad porque los medios afirman que la libertad exige renunciar a la seguridad; tiene miedo de la seguridad porque los medios demuestran que merma la creatividad y tiene miedo de la creatividad  porque los medios le explican que la actividad creadora carece de razón y expresa su inconsciente y tiene miedo del inconsciente porque su insconsciente está vacío.

Los medios ¿quiénes son los medios?

Los medios son la televisión, los periódicos, las revistas, los consejos de los psicólogos, sociólogos y politólogos, los artículos pseudo-científicos escritos para la masa con el fin de alcanzar el número de publicaciones para continuar con sus investigaciones, los artículos pseudo-científicos escritos para el gran público a fin de que el gran público financie sus bien merecidas vacaciones..., los gurús religioso-filosóficos que pretender expander su nunca bien comprendida y jamás suficientemente bien recompensada sabiduría para que los hombres salven sus almas a base de una exacta comprensión de sus teorías y una recompensa, aún mejor de sus enseñanzas.

Y a estos miedos, miedos siempre presentes, se les ha venido a unir otro miedo: el miedo a los refugiados. ¿De qué nos escandalizamos si sabemos de sobra a qué se debe que los Poseedores se resistan a admitir a los refugiados?
Unos no se atreven a decir nada y permanecen sentados tranquilamente en su sillón a la espera de que sean otros los que, llevados por su miedo, se levanten primero; otros susurran sus temores como si se tratara de la confesión de terribles temores; otros se miran entre sí hablando con la mirada lo que la lengua calla; otros empiezan una frase con la afirmación de “yo no soy racista pero...” y ahí interrumpen la frase porque todos sabemos lo que quieren decir, aunque decir no hayan dicho nada. Y de todos, de todos ellos, los peores son esos que cuando se encuentran delante de un extranjero o de un “distinto”, poco importa, buscan, examinan, escudriñan insistentemente en su personalidad, hasta que encuentran faltas “imperdonables” e “insoportables”. Ellos no son racistas pero ese extranjero es insoportable. Lo que ocultan ésos detectives de la personalidad, lo que silencian, es que ese extranjero sería “insoportable” fuera como fuera. Lo que ocultan tras esa critica individualizada, es que esa crítica individualizada la harían generalmente a cada extranjero. Algunos son tan refinados que juran y perjuran que entre sus mejores amigos se encuentran otros extranjeros encantadores. Lástima que nadie les vea nunca en compañía de esos extranjeros amigos íntimos a no ser que se trate de reuniones insustanciales y esporádicas. Conocí a uno que en una reunión contó un chiste sobre negros y a continuación, para que no pensáramos que él era xenófobo, añadió que su cuñada era negra. Nunca supimos, porque nadie se atrevió a preguntarle, porque ninguno quería “estropear” la reunión, si el chiste se debía a la xenofobia o a algún tipo de enemistad con su cuñada. Nadie preguntó. Nadie quería ser el “serio” de la reunión. Aquél hombre era además de maestro de profesión, guardián del comportamiento de los vecinos y asiduo asistente a los oficios religiosos dominicales. Un buen padre de familia y un irreprochable ciudadano, sin duda alguna. Igual que lo son otros muchos buenos y respetables ciudadanos europeos que, como él, están en contra de la entrada de refugiados.

Ahora a los Desheredados de Aquí se suman los Desheredados de Allá y los Poseedores de Aquí se oponen y los Poseedores de Allá se niegan a readmitirlos. Se oponen los Poseedores de Aquí igual que se oponen los Desheredados de Aquí que, digan lo que digan Brecht y los Liberales extra L y defiendan lo que defiendan los mayores cargos de los partidos políticos, ven peligrar el trozo de pan que reciben todos los días por obra y gracia del del miedo del Poseedor. 
El Poseedor y el Desheredado de Aquí se niegan a dejar paso a los Desheredados que vienen de fuera y exigen a las Autoridades que hagan algo. 
Universalidad contra Regionalismo. Derechos Universales contra Derechos Adquiridos. El mundo sin fronteras contra el mundo de visados. El mundo de “Querer es Poder” contra el mundo de “Poder es Decidir”. Y hay muchos que se escandalizan ante los que han decidido y exigen levantar verjas, muros y vallas y llamar a las Fuerzas Armadas.

Nietzsche, en su tiempo, proponía la honestidad radical, la sinceridad radical, para reformar la moral exhausta y desgastada. Es la mentira, llamada en nuestros días “realidad virtual” la que nos va a precipitar al abismo. Seamos sinceros de una vez por todas. Atrevámonos a serlo.

¿Cómo nos pueden escandalizar las verjas, los muros y las vallas cuando en el mundo cada vez se construyen más urbanizaciones privadas y todos sabemos lo que significa “privado”: grupos de edificios vigilados veinticuatro horas al día por guardias y cámaras de seguridad, y rodeados de paredes revestidas de plantas trepadoras para ocultar a sus moradores el feo color gris del cemento? ¿Cómo nos pueden escandalizar la construcción de zonas tránsito cuando para entrar en más de un club, incluso en los llamados “filantrópicos”, incluso en los de golf, se exige a los interesados el cumplimiento de una serie de requisitos, entre otros el ser presentados por dos miembros del club? ¿Cómo nos pueden escandalizar esos que gritan que somos demasiados cuándo las listas de espera para entrar en una simple actividad se alargan, cuando es difícil –por no decir imposible- conseguir no ya una vivienda sino incluso una habitación a un precio razonable, hasta el punto de que se ha tenido que aprobar una ley que frene el aumento de los alquileres –freno por cierto, que en los buenos barrios no sirve más que para propiciar que los ricos dispongan de mayor liquidez en el bolsillo porque en los buenos barrios los alquileres son siempre altos e inalcanzables para la mayor parte de la población trabajadora?

¿Pero cómo nos puede escandalizar que una parte de la población se oponga a la entrada de refugiados en el país cuando llevamos décadas escuchando que la política de integración ha fracasado y que la tercera generación de emigrantes turcos habla peor el alemán que sus padres? ¿Cómo nos puede escandalizar la aparición de la Pegida después de haber asistido al éxito de diversas publicaciones de ideología anti todo lo que no sea el autor mismo y sus creencias, que han alcanzado el número uno de ventas y que lejos de sufrir ni siquiera una multa, han convertido a sus autores en millonarios, no sólo gracias a los lectores sino a los muchos programas de televisión a los que una y otra vez han sido invitados y en los que tranquilamente han desafiado a que se les demandase porque sabían que ni en sus libros ni en sus discursos podía encontrarse ni una sola palabra xenofóbica por más que el espíritu entero oliese –apestase, más bien- a xenofobia? La Pegida anti musulmana, fuerza es reconocerlo, también es anti semita y xenófoba. No sé si en el discurso, pero desde luego sí en el espíritu. Para el xenófobo tanto monta, monta tanto. El xenófobo no ve grandes diferencias entre un Abraham y un Abrahim, como tampoco las ve entre un Cohen y un González. Hace años en las puertas de uno de los colegio Europa en Berlín apareció una pintada que decía “Todos sóis turcos”. Y ese “todos” no conocía la discriminación: englobaba a los turcos, a los judíos, a los senegaleses, a los camerunianos, a los franceses, e incluso a sus compañeros alemanes. Hay un paso más allá: extranjero es todo aquél que parezca extranjero, musulmán es aquél que tiene aspecto de musulmán, judío es todo el que parece judío. Vivimos en los tiempos en los que las fronteras entre ser y parecer se han diluído. Peor aún: el parecer tiene prioridad sobre el ser. El fenómeno no es nuevo: ya lo presentó Arthur Miller en su obra “Focus” (1945)

El Poseedor es siempre miedoso y los medios en su ansia por ganar dinero, fama y honor han colaborado en acentuarlo. Ahora algunos se escandalizan de tanto temor. Que haya tantos que se resistan a dejar pasar a todos esos de los que tantos medios han avisado que arrebatarán el trabajo, la paz y acabarán con los recursos naturales, no me escandaliza en absoluto. Es la consecuencia natural de tanta insensatez publicada y comprada.

No sólo en Alemania, también en los otros países está creciendo el miedo, la inseguridad y la desconfianza a los refugiados. El mayor error que están cometiendo los periódicos y medios de información germana en estos momentos es concentrarse en la reacciones a favor y en contra de los ciudadanos alemanes, en vez de hacerlo a nivel europeo. No se trata de cómo los alemanes aceptan a los refugiados. Se trata de saber cómo se hace a nivel europeo. Las naciones siguen considerando el tema en singular. Resulta prácticamente imposible saber qué consideran, por ejemplo,  los españoles al respecto. No los españoles ilustrados, sino el resto. Los periódicos hispanos, concentrados como están en la cuestión catalana y en las próximas elecciones, no tratan apenas el tema de los refugiados y si lo hace, es en tono o victorioso o a lo docu-reality. La única ocasión en la que el tema resultó de actualidad y dejó entrever el pensamiento de los que hablan en voz baja fue cuando el Arzobispo Cañizares, en un momento de debilidad, dejó escapar sus miedos por la boca y todos, yo incluida, le recriminamos, porque los pensamientos son libres pero las palabras, no. Y cuando las palabras tienen, como en su caso, rango de autoridad moral, uno ha de utilizarlas para mostrar el camino, no para dejar traslucir los miedos personales e inconscientes que, precisamente por inconscientes, toman siempre derroteros extraños. Uno tiene miedo del agua y en vez de reconocer que tiene miedo del agua, prefiere detenerse a preguntar si el agua está contaminada y perder tiempo enviando pruebas al laboratorio y esperar a los resultados para mientras tanto pensar en alguna otra objeción que proponer.

Mientras tanto el SPD, que hace unos días no sabía muy bien qué partido tomar, ahora se niega a aprobar la solución de la zona tránsito. Descentralizar es lo que quiere el SPD. Suena irónico. Por la S de SPD y porque ese ha sido el modo en que –variante aquí, variante allá-  ha sido como se ha organizado el tema hasta ahora: de manera descentralizada.

No ha funcionado. Pero es que además, ninguna postura política, ya sea la del CDU o la del SPD o la de los Verdes, va a llegar a un consenso, ni siquiera dentro del partido. Y no va a llegarse a ninguna postura unitaria porque es sencillamente imposible. Lo dije y lo repito: el problema de los refugiados no es un problema político; es un problema social y bien social. En estos momentos la sociedad está exhausta. Lleva años asistiendo a crisis económicas que amenazan con provocar hecatombes de dimensiones planetarias, guerras que pueden provocar el fin del mundo en cuestión de segundos, meteoritos cuya caída inminente acabará con el Planeta. La sociedad está cansada. Demasiadas crisis apocalípticas han acabado por mermar sus ya de por sí escasas fuerzas, concentradas en conseguir que su puesto de trabajo, su familia y su vida sea estable en su flexibilidad y no solamente flexible. Algunos dedican los fines de semana a abrir agujeros en su jardín para esconder el poco oro que poseen. Para que los futuros rateros no lo descubran fácilmente cavan otros agujeros en los que meten simple latón. Otros, se afanan en llenar sus sótanos con comida y productos varios suficientes para mantener a una familia durante un año como mínimo. Unos pocos, limpian sus búnkers y algunos buscan destinos “seguros” en caso de un conflicto que predicen como total y absolutamente cercano.
Es curioso que los hombres destinen su tiempo libre en idear cómo salvar una vida que no está amenazada inminentemente, en vez de consagrarse a disfrutarla.

Hay errores estratégicos aún peores. 

El primero, que el tema de los refugiados iba a ser europeo pero sigue siendo alemán.

El segundo error: convertir el problema de los refugiados en “el” problema, en un mundo en el que los conflictos se agravan con extrema rapidez y hacerlos responsables de todas y cada una de nuestras miserias.

El tercer error: que nadie se escandalice del endurecimiento de las exigencias a la hora de cumplir con la obligación ciudadana de registrarse que han entrado en vigor el 1 de Noviembre. En el 2002 algunas de esas condiciones fueron abolidas y ahora se han visto nuevamente reimplantadas a fin de controlar dónde vive en cada momento el ciudadano de a pie. El arrendador ha de recordar al arrendatario que ha de ir a registrarse y ha de estampar su firma en los impresos de registro del arrendatario para que la oficina de Registro esté segura de que en efecto existe una relación contractual entre arrendador y arrendatario. La palabra del arrendatario por sí sola no vale ante el Registro. Y todo eso en un plazo de dos semanas después de haberse firmado el contrato.

Recuerdo que antes del 2002 un amigo mío español alquiló un piso y fiel cumplidor como es él de la Ley y de las normas del país, sea cuál sea el país y sean cuáles sean las normas, fue al Registro a cumplimentar sus papeles. Le pidieron, claro, la firma de su arrendador que en este tiempo se encontraba, igual que otros muchos arrendadores, en Mallorca. Mi amigo tuvo que enviarle los correspondientes impresos, firmarlos y esperar a que el arrendador se los enviara, antes de poder registrarse. Cuando en una de esas distendidas reuniones que la familia de su mujer solía celebrar junto con otros amigos, se quejó de las inconveniencias de registrarse y de la amenaza que ello suponía para la libertad, una de las allí presentes le preguntó en tono inocente de dónde era. “De Madrid”, respondió mi amigo un tanto asombrado. “¡Ah!”, exclamó aquella elegante señora en el mismo tono indiferente de antes, “Es una lástima ¡París es más bonito!”

De lo cual dedujo mi amigo que “sarna a gusto, no pica.”

La bruja ciega.


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