Vivimos en un mundo de miedos y el miedo crece en proporción
geométricamente proporcional a nuestra riqueza hasta que llega un momento en
que la línea se eleva indefinidamente, su imagen sale fuera del papel y ya no
podemos verla. De ahí que resulte imposible determinar cuál es el grado de
temor al que los más ricos del Planeta deben hacer frente diariamente. Con los
miedos de los inmensamente ricos, pasa lo mismo que con ellos: sospechamos de
su existencia pero no se puede comprobar a ciencia cierta. Quizás, después de
todo, se trate de un círculo en el que los extremos se tocan y a ellos, los
interplanetariamente ricos, les pase lo que a los desheredados de esta Tierra:
que tampoco sufren de ataques de pánico. Porque lo cierto es que los
desheredados, justo porque sólo poseen su mera y simple existencia, sufren
menos ataques de ansiedad y de angustia que los buenos y abnegados padres de
familia que tienen que proteger a sus retoños, a su trabajo, a la propiedad
que acaban de adquirir, al piso que acaban de alquilar, a las vacaciones, al
status, a la imagen... Los Desheredados no tienen nada. Incluso el miedo han
ido perdiendo con el transcurso del tiempo y el deambular del camino. Por eso
los Desheredados son tan peligrosos: porque no tienen miedo a morir, del mismo
modo que no tienen miedo a vivir con los bolsillos vacíos y las espaldas al
descubierto.
Hay ciudadanos que lo único
que han heredado durante generaciones ha sido su condición de Desheredados,
jugadores que han ganado el boleto de Desheredados en algún Casino dirigido por
dioses inconmovibles, guerreros al que el todopoderoso Azar ha enviado llamar a su
presencia para investirles con el título de “Desheredados”, igual que los Reyes
ingleses invisten con el título de “Sir” a sus más leales y esforzados
ciudadanos y hay, incluso, Desheredados que
lo son por convicción y decisión propia.
Poco importa cuál sea el motivo: cualquier sociedad que se precie tiene sus
propios Desheredados e intenta, de un modo u otro, solucionar el problema. No
es sólo una cuestión de Caridad y Justicia Social. Se trata también de resguardar la seguridad. Lo dicho: el
hombre que posee, sufre de ataques de pánico y los desheredados del Planeta,
no. El Poseedor – al menos hasta donde la línea resulta visible en el gráfico- trabaja para asegurar el mantenimiento de sus
posesiones. Que done una parte de su dinero a causas sociales tiene el mismo
carácter que firmar contratos de seguros para proteger sus propiedades en caso
de terremotos, incendios y otros accidentes: la protección de sus bienes.
No es de extrañar, por tanto, que algunos como Brecht consideren la
beneficencia como un simple instrumento hipócrita-sentimentaloide dirigido a
mantener la paz social, o sea: la tranquilidad y seguridad del Poseedor, y que
otros, como es el caso de los liberales más radicales, estén convencidos de la
ineficacia de los sistemas de ayuda que, según afirman, únicamente potencian la
natural vagancia del hombre y su corrupción moral.
El desheredado entretanto come y calla.
Fiarse no se fía más que del bocado que acaba de engullir.
Temer no teme nada.
El Poseedor se angustia y su angustia no para de aumentar día a día:
terrorismo, violencia callejera, desempleo, divorcio, subida de los precios en
el sector inmobiliario, escasez de petróleo, encarecimiento de la luz, de los
transportes públicos, disminución de la calidad en la prendas de confección, en
los electrodomésticos. El Poseedor ha de practicar diaria y disciplinadamente
su tabla de ejercicios psíquico-físicos contra el miedo al tiempo que busca
nuevas estrategias, nuevas formas de hacerle frente. Uno de los métodos que han
aparecido en los últimos tiempos es el Dogma del Todo en el Uno y el Uno en el
Todo, que afirma que el Yo, elevado a la
categoría de dios conectado universal y atemporalmente con los otros dioses que
forman y conforman la conciencia universal, puede conseguir cualquier meta que
se proponga siempre y cuando piense en positivo y deje atrás las cargas
negativas. El Poseedor ha puesto esta revolucionaria técnica a la práctica.
Muchos resultados, lo que se dice muchos resultados, hasta el momento no ha dado.
Si acaso ha incrementado el ya de por sí alarmante nivel de stress. Y es que
admitámoslo: la competición de un dios con otros dioses –con los que además se
está universal y atemporalmente conectado- resulta por fuerza más dura y
sangrienta que las antiguas competiciones entre simples mortales.
El resultante de esa lucha es el desmesurado aumento de los Desheredados de
este mundo y puesto que los dioses-hombre han de alejar de sí todas las
energías negativas para poder proteger su fortaleza de dioses-hombres, no les
queda más remedio que retirarse a las alturas, proteger sus posesiones con
vallas y alambradas y protegerse así mismos de los extranjeros, de los
desheredados y en definitiva, de todos los que no sean cómo él, dios-hombre,
quiere que sean los demás.
El Poseedor, que no pertenece al grupo de los ricos invisibles de este
Mundo, tiene miedo. Cada día lucha contra sus miedos. Cada día le presentan
nuevos miedos. Tiene miedo de los ladrones porque los medios le muestran cuántos
métodos, a cuál más refinado, existen para robarle; tiene miedo de la soledad,
porque constantemente los medios le demuestran que la falta de amigos le
conduce al agravamiento de sus enfermedades físicas y psíquicas; tiene miedo de
las enfermedades, porque los medios le advierten que ello puede significar perder
el trabajo: tiene miedo del trabajo porque los medios le avisan de que le roba
la libertad; tiene miedo de la libertad porque los medios afirman que la
libertad exige renunciar a la seguridad; tiene miedo de la seguridad porque los
medios demuestran que merma la creatividad y tiene miedo de la creatividad porque los medios le explican que la actividad
creadora carece de razón y expresa su inconsciente y tiene miedo del
inconsciente porque su insconsciente está vacío.
Los medios ¿quiénes son los medios?
Los medios son la televisión, los periódicos, las revistas, los consejos de
los psicólogos, sociólogos y politólogos, los artículos pseudo-científicos
escritos para la masa con el fin de alcanzar el número de publicaciones para
continuar con sus investigaciones, los artículos pseudo-científicos escritos
para el gran público a fin de que el gran público financie sus bien merecidas
vacaciones..., los gurús religioso-filosóficos que pretender expander su nunca
bien comprendida y jamás suficientemente bien recompensada sabiduría para que
los hombres salven sus almas a base de una exacta comprensión de sus teorías y
una recompensa, aún mejor de sus enseñanzas.
Y a estos miedos, miedos siempre presentes, se les ha venido a unir otro
miedo: el miedo a los refugiados. ¿De qué nos escandalizamos si sabemos de sobra a qué se debe que los Poseedores se resistan a admitir a los refugiados?
Unos no se atreven a decir nada y permanecen
sentados tranquilamente en su sillón a la espera de que sean otros los que,
llevados por su miedo, se levanten primero; otros susurran sus
temores como si se tratara de la confesión de terribles temores; otros se miran
entre sí hablando con la mirada lo que la lengua calla; otros empiezan una
frase con la afirmación de “yo no soy racista pero...” y ahí interrumpen la
frase porque todos sabemos lo que quieren decir, aunque decir no hayan dicho
nada. Y de todos, de todos ellos, los peores son esos que cuando se encuentran
delante de un extranjero o de un “distinto”, poco importa, buscan, examinan,
escudriñan insistentemente en su personalidad, hasta que encuentran faltas “imperdonables”
e “insoportables”. Ellos no son racistas pero ese extranjero es insoportable.
Lo que ocultan ésos detectives de la personalidad, lo que silencian, es que ese
extranjero sería “insoportable” fuera como fuera. Lo que ocultan tras esa
critica individualizada, es que esa crítica individualizada la harían
generalmente a cada extranjero. Algunos son tan refinados que juran y perjuran
que entre sus mejores amigos se encuentran otros extranjeros encantadores.
Lástima que nadie les vea nunca en compañía de esos extranjeros amigos íntimos
a no ser que se trate de reuniones insustanciales y esporádicas. Conocí a uno
que en una reunión contó un chiste sobre negros y a continuación, para que no
pensáramos que él era xenófobo, añadió que su cuñada era negra. Nunca supimos,
porque nadie se atrevió a preguntarle, porque ninguno quería “estropear” la
reunión, si el chiste se debía a la xenofobia o a algún tipo de enemistad con
su cuñada. Nadie preguntó. Nadie quería ser el “serio” de la reunión. Aquél
hombre era además de maestro de profesión, guardián del comportamiento de los
vecinos y asiduo asistente a los oficios religiosos dominicales. Un buen padre
de familia y un irreprochable ciudadano, sin duda alguna. Igual que lo son
otros muchos buenos y respetables ciudadanos europeos que, como él, están en
contra de la entrada de refugiados.
Ahora a los Desheredados de Aquí se suman los Desheredados de Allá y los
Poseedores de Aquí se oponen y los Poseedores de Allá se niegan a readmitirlos. Se oponen los Poseedores de Aquí igual que se oponen los Desheredados de
Aquí que, digan lo que digan Brecht y los Liberales extra L y defiendan lo que
defiendan los mayores cargos de los partidos políticos, ven peligrar el trozo de pan que reciben todos los días por obra y gracia del del
miedo del Poseedor.
El Poseedor y el Desheredado de Aquí se niegan a dejar paso
a los Desheredados que vienen de fuera y exigen a las Autoridades que hagan
algo.
Universalidad contra Regionalismo. Derechos Universales contra Derechos
Adquiridos. El mundo sin fronteras contra el mundo de visados. El mundo de “Querer
es Poder” contra el mundo de “Poder es Decidir”. Y hay muchos que se
escandalizan ante los que han decidido y exigen levantar verjas, muros y vallas
y llamar a las Fuerzas Armadas.
Nietzsche, en su tiempo,
proponía la honestidad radical, la sinceridad radical, para reformar la moral
exhausta y desgastada. Es la mentira, llamada en nuestros días “realidad
virtual” la que nos va a precipitar al abismo. Seamos sinceros de una vez por
todas. Atrevámonos a serlo.
¿Cómo nos pueden escandalizar las verjas, los muros y las vallas cuando en
el mundo cada vez se construyen más urbanizaciones privadas y todos sabemos lo
que significa “privado”: grupos de edificios vigilados veinticuatro horas al
día por guardias y cámaras de seguridad, y rodeados de paredes revestidas de
plantas trepadoras para ocultar a sus moradores el feo color gris del cemento? ¿Cómo
nos pueden escandalizar la construcción de zonas tránsito cuando para entrar en
más de un club, incluso en los llamados “filantrópicos”, incluso en los de
golf, se exige a los interesados el cumplimiento de una serie de requisitos,
entre otros el ser presentados por dos miembros del club? ¿Cómo nos pueden
escandalizar esos que gritan que somos demasiados cuándo las listas de espera
para entrar en una simple actividad se alargan, cuando es difícil –por no decir
imposible- conseguir no ya una vivienda sino incluso una habitación a un precio
razonable, hasta el punto de que se ha tenido que aprobar una ley que frene el
aumento de los alquileres –freno por cierto, que en los buenos barrios no sirve
más que para propiciar que los ricos dispongan de mayor liquidez en el bolsillo
porque en los buenos barrios los alquileres son siempre altos e inalcanzables
para la mayor parte de la población trabajadora?
¿Pero cómo nos puede escandalizar que una parte de la población se oponga a
la entrada de refugiados en el país cuando llevamos décadas escuchando que la
política de integración ha fracasado y que la tercera generación de emigrantes
turcos habla peor el alemán que sus padres? ¿Cómo nos puede escandalizar la
aparición de la Pegida después de haber asistido al éxito de diversas
publicaciones de ideología anti todo lo que no sea el autor mismo y sus
creencias, que han alcanzado el número uno de ventas y que lejos de sufrir ni
siquiera una multa, han convertido a sus autores en millonarios, no sólo
gracias a los lectores sino a los muchos programas de televisión a los que una y
otra vez han sido invitados y en los que tranquilamente han desafiado a que se
les demandase porque sabían que ni en sus libros ni en sus discursos podía
encontrarse ni una sola palabra xenofóbica por más que el espíritu entero
oliese –apestase, más bien- a xenofobia? La Pegida anti musulmana, fuerza es
reconocerlo, también es anti semita y xenófoba. No sé si en el discurso, pero
desde luego sí en el espíritu. Para el xenófobo tanto monta, monta tanto. El
xenófobo no ve grandes diferencias entre un Abraham y un Abrahim, como tampoco
las ve entre un Cohen y un González. Hace años en las puertas de uno de los
colegio Europa en Berlín apareció una pintada que decía “Todos sóis turcos”. Y
ese “todos” no conocía la discriminación: englobaba a los turcos, a los judíos,
a los senegaleses, a los camerunianos, a los franceses, e incluso a sus compañeros
alemanes. Hay un paso más allá: extranjero es todo aquél que parezca
extranjero, musulmán es aquél que tiene aspecto de musulmán, judío es todo el
que parece judío. Vivimos en los tiempos en los que las fronteras entre ser y
parecer se han diluído. Peor aún: el parecer tiene prioridad sobre el ser. El
fenómeno no es nuevo: ya lo presentó Arthur Miller en su obra “Focus” (1945)
El Poseedor es siempre miedoso y los medios en su ansia por ganar dinero,
fama y honor han colaborado en acentuarlo. Ahora algunos se escandalizan de tanto
temor. Que haya tantos que se resistan a dejar pasar a todos esos de los que
tantos medios han avisado que arrebatarán el trabajo, la paz y acabarán con los
recursos naturales, no me escandaliza en absoluto. Es la consecuencia natural
de tanta insensatez publicada y comprada.
No sólo en Alemania, también en los otros países está creciendo el miedo,
la inseguridad y la desconfianza a los refugiados. El mayor error que están
cometiendo los periódicos y medios de información germana en estos momentos es
concentrarse en la reacciones a favor y en contra de los ciudadanos alemanes,
en vez de hacerlo a nivel europeo. No se trata de cómo los alemanes aceptan a
los refugiados. Se trata de saber cómo se hace a nivel europeo. Las naciones
siguen considerando el tema en singular. Resulta prácticamente imposible saber
qué consideran, por ejemplo, los españoles al respecto. No los españoles ilustrados, sino el
resto. Los periódicos hispanos, concentrados como están en la cuestión catalana
y en las próximas elecciones, no tratan apenas el tema de los refugiados y si
lo hace, es en tono o victorioso o a lo docu-reality. La única
ocasión en la que el tema resultó de actualidad y dejó entrever el pensamiento
de los que hablan en voz baja fue cuando el Arzobispo Cañizares, en un momento
de debilidad, dejó escapar sus miedos por la boca y todos, yo incluida, le recriminamos, porque los pensamientos son libres pero las palabras, no. Y
cuando las palabras tienen, como en su caso, rango de autoridad moral, uno ha
de utilizarlas para mostrar el camino, no para dejar traslucir los miedos
personales e inconscientes que, precisamente por inconscientes, toman siempre
derroteros extraños. Uno tiene miedo del agua y en vez de reconocer que tiene
miedo del agua, prefiere detenerse a preguntar si el agua está contaminada y
perder tiempo enviando pruebas al laboratorio y esperar a los resultados para
mientras tanto pensar en alguna otra objeción que proponer.
Mientras tanto el SPD, que
hace unos días no sabía muy bien qué partido tomar, ahora se niega a aprobar la
solución de la zona tránsito. Descentralizar es lo que quiere el SPD. Suena
irónico. Por la S de SPD y porque ese ha sido el modo en que –variante aquí,
variante allá- ha sido como se ha
organizado el tema hasta ahora: de manera descentralizada.
No ha funcionado. Pero es
que además, ninguna postura política, ya sea la del CDU o la del SPD o la de
los Verdes, va a llegar a un consenso, ni siquiera dentro del partido. Y no va
a llegarse a ninguna postura unitaria porque es sencillamente imposible. Lo dije y lo repito:
el problema de los refugiados no es un problema político; es un problema social
y bien social. En estos momentos la sociedad está exhausta. Lleva años
asistiendo a crisis económicas que amenazan con provocar hecatombes de
dimensiones planetarias, guerras que pueden provocar el fin del mundo en
cuestión de segundos, meteoritos cuya caída inminente acabará con el Planeta.
La sociedad está cansada. Demasiadas crisis apocalípticas han acabado por
mermar sus ya de por sí escasas fuerzas, concentradas en conseguir que su
puesto de trabajo, su familia y su vida sea estable en su flexibilidad y no
solamente flexible. Algunos dedican los fines de semana a abrir agujeros en su
jardín para esconder el poco oro que poseen. Para que los futuros rateros no lo
descubran fácilmente cavan otros agujeros en los que meten simple latón. Otros,
se afanan en llenar sus sótanos con comida y productos varios suficientes para
mantener a una familia durante un año como mínimo. Unos pocos, limpian sus
búnkers y algunos buscan destinos “seguros” en caso de un conflicto que
predicen como total y absolutamente cercano.
Es curioso que los hombres destinen su tiempo libre en idear cómo salvar una
vida que no está amenazada inminentemente, en vez de consagrarse a disfrutarla.
Hay errores estratégicos aún peores.
El primero, que el tema de los
refugiados iba a ser europeo pero sigue siendo alemán.
El segundo error: convertir el problema de los refugiados en “el” problema, en un mundo en el que los conflictos se agravan con extrema rapidez y hacerlos responsables de todas y cada una de nuestras miserias.
El tercer error: que nadie
se escandalice del endurecimiento de las exigencias a la hora de cumplir con la
obligación ciudadana de registrarse que han entrado en vigor el 1 de Noviembre.
En el 2002 algunas de esas condiciones fueron abolidas y ahora se han visto
nuevamente reimplantadas a fin de controlar dónde vive en cada momento el ciudadano
de a pie. El arrendador ha de recordar al arrendatario que ha de ir a registrarse
y ha de estampar su firma en los impresos de registro del arrendatario para que
la oficina de Registro esté segura de que en efecto existe una relación
contractual entre arrendador y arrendatario. La palabra del arrendatario por sí
sola no vale ante el Registro. Y todo eso en un plazo de dos semanas después de
haberse firmado el contrato.
Recuerdo que antes del 2002 un amigo mío español alquiló un piso y fiel cumplidor
como es él de la Ley y de las normas del país, sea cuál sea el país y sean
cuáles sean las normas, fue al Registro a cumplimentar sus papeles. Le
pidieron, claro, la firma de su arrendador que en este tiempo se encontraba,
igual que otros muchos arrendadores, en Mallorca. Mi amigo tuvo que enviarle
los correspondientes impresos, firmarlos y esperar a que el arrendador se los
enviara, antes de poder registrarse. Cuando en una de esas distendidas
reuniones que la familia de su mujer solía celebrar junto con otros amigos, se
quejó de las inconveniencias de registrarse y de la amenaza que ello suponía
para la libertad, una de las allí presentes le preguntó en tono inocente de
dónde era. “De Madrid”, respondió mi amigo un tanto asombrado. “¡Ah!”, exclamó
aquella elegante señora en el mismo tono indiferente de antes, “Es una lástima ¡París
es más bonito!”
De lo cual dedujo mi amigo que “sarna a gusto, no pica.”
La bruja ciega.
No comments:
Post a Comment